El pasado domingo 8 de mayo se celebró el día de las madres en Colombia. Lo habitual, salvo situaciones excepcionales de cada familia, es que este día se desarrolle en torno a la progenitora de mayor edad (madre o abuela), y que todos los miembros del núcleo familiar la rodeen para agasajarla y llenarla de mimos y atenciones.
O eso, al menos, es lo que debería ser lo normal, porque no en pocas ocasiones sucede de otra manera. Son las mismas mujeres las que tienen que encargarse de realizar todas las labores para hacerse la fiesta, la reunión, el almuerzo, o lo que sea que se tenga previsto, y, además, deben contemplar, no sin zozobra, como los varones de su clan empiezan a beber alcohol de manera desmesurada, entre otras situaciones indeseables, lo cual, no nos digamos mentiras, nunca termina bien.
Son las pobre madres las que deben recoger desperdicios, organizar, lavar, lidiar a los borrachos, hacer fuerza para que no se desate ninguna pelea, y no en pocas ocasiones, a juzgar por las estadísticas, llorar y velar a sus familiares muertos con ocasión de las múltiples riñas que la sumatoria de la celebración de un día tan emotivo, paradójicamente más emotivo para los varones que para las mismas mujeres, y del de alcohol que abunda, siempre está lleno de riesgos de concluir muy mal.
Generalmente, las violencias desatadas por las riñas en este día dedicado teóricamente a exaltar la labor de las madres provienen no sólo de la ingesta de alcohol en cantidades desmesuradas, sino que a este factor se suman el machismo, y los viejos problemas familiares sin resolver, es decir, la violencia intrafamiliar, que en Colombia tuvo un aumento del 10% entre el 2020 y el 2021, registrándose en este año 40.000 casos de violencia intrafamiliar en donde la agredida fue una mujer.
Ahora, esos son los casos reportados antes las autoridades, y en donde, generalmente, se trata de lesiones personales, que en el año 2021 concluyeron con la muerte de 267 mujeres en todo el país.
Pero existen otras violencias contra la mujer, más sutiles, más difíciles de hacer evidentes y de configurar como un delito. Entre estas otras modalidades la Corte Constitucional reconoce dos: la violencia sicológica y la violencia financiera. En la sentencia T012-16 la Corte define así la violencia económica:
“En la violencia patrimonial el hombre utiliza su poder económico para controlar las decisiones y proyecto de vida de su pareja. Es una forma de violencia donde el abusador controla todo lo que ingresa al patrimonio común, sin importarle quién lo haya ganado. Manipula el dinero, dirige y normalmente en él radica la titularidad de todos los bienes. Aunque esta violencia también se presenta en espacios públicos, es en el ámbito privado donde se hacen más evidentes sus efectos.”
La violencia que se ejerce contra la mujer es real, es de grupo, es social. El machismo es una fuerza actuante que condiciona el proyecto de vida de las mujeres en Colombia, y que generalmente obedece a estructuras sociales patriarcales en donde son los hombres los que tienen el control de los bienes materiales y, por tanto, son dueños de un poder que ejercen sobre las mujeres, sometiéndolas, doblegándolas y limitando los alcances de sus existencias.
La maternidad, entre otros factores, es una causa de desequilibrios en las tareas que se deben asumir en el hogar, y es igualmente un motivo de renuncia o de reducción de las metas profesionales y laborales de muchas mujeres en el mundo, pero especialmente en países como el nuestro dónde la estructura social es fuertemente machista.
No existen maternidades ideales, ni ser madre es un cuento de hadas. Es un camino de esfuerzos y renuncias, y en un país como Colombia, salvo contadas excepciones, la vida de las madres está llena de dolores, fracasos, decepciones; límites y condicionamientos impuestos por su pareja, por la sociedad, y no pocas veces, por las instituciones.
Es triste afirmarlo, pero es forzoso empezar a reconocerlo: el día más violento del año, para muchas mujeres en nuestro país, son todos los días del año.