Un texto de marzo de 1997
La explosión de un depósito de dinamita en el tradicional mercado público de Getsemaní, en la mañana del 30 de octubre de 1965, ha sido una de las más grandes tragedias vividas por Cartagena. Este hecho, que dejó más de medio centenar de muertos y cerca de doscientos heridos, fue también una señal de alarma que puso de nuevo a la ciudad a pensar en el grave problema en que se había convertido el mercado público ubicado en la zona del Arsenal de Getsemaní: un hervidero humano y de ratas por donde diariamente circulaban cerca de 25 mil cartageneros en busca de todo lo que pueda necesitar un ser humano, desde una libra de arroz hasta caricias a precios módicos.
Fue a partir de ese momento cuando tomó fuerza la idea de que el Mercado debía ser trasladado a otra zona de la ciudad. Pero pasaron doce años para que esto fuera posible, y otros cuatro para que en el mismo sitio que ocupaba el mercado apareciera una mole que desconcertó a muchos al comienzo, pero que con el tiempo ha demostrado con creces su importancia.
El viejo mercado
El domingo 22 de enero de 1978, Cartagena fue testigo de algo que muchos creían imposible. Al ritmo de las papayeras, los dos mil quinientos vendedores del Mercado de Getsemaní iniciaron el éxodo que los conduciría a las instalaciones del nuevo y moderno mercado situado en la zona de Bazurto.
Ese día, el cuarenta por ciento de los comerciantes que ocupaban el viejo y ruinoso cascarón del Mercado, los toldillos de las calles aledañas y las playas de cáscaras, ocuparon sus nuevos locales en un espacio amplio y limpio que costaba creer que algún día pudiera padecer las estrecheces de su predecesor. Durante las siguientes semanas siguieron las mudanzas, las demoliciones, las limpiezas que fueron extirpando ese lugar que un día fue orgullo de la ciudad y que, al final de su vida útil, algunos compararon con un tumor.
Construido en 1904, el mercado de Getsemaní fue la primera construcción digna de ese nombre que tuvo la ciudad. Hasta ese momento la población se había abastecido en los toldillos ubicados a la sombra de las murallas cercanas a la Torre del Reloj o en el lugar que hoy ocupa el Camellón de los Mártires.
A comienzos del siglo XX, decidida a salir del marasmo y la decadencia del siglo pasado, la ciudad emprendió en una serie de construcciones que buscaban despertar el espíritu de progreso e integrar la economía a la vida nacional. Una de esas construcciones fue el ferrocarril de Calamar, otra fue el mercado público, diseñado por Luis Felipe Jaspe, con la colaboración del maestro Joaquín Nicasio caballero Vivas, y para cuya construcción fue necesario derribar el fuerte de Barahona, una de las tantas murallas en ruinas que ahogaban la ciudad y de las que muchos eran partidarios de prescindir.
En el momento de su construcción, el mercado no sólo era una obra valiosa desde el punto de vista arquitectónico, sino que llenaba con creces las expectativas de la población en materia de abastecimiento. Cartagena contaba entonces con ocho mil habitantes y el mercado público –diseñado para servirle a la ciudad durante sesenta años– era una de las obras de las que más orgullosos se sentían sus apacibles habitantes. Sesenta y un años después de su construcción, en el momento de la explosión más aterradora del siglo XX, el Mercado padecía problemas estructurales y de higiene y presentaba, además un crecimiento descontrolado que invadía varias calles aledañas y amenazaba con extenderse por todo el centro de la ciudad.
El alcalde Gustavo Lemaitre Román fue uno de los principales impulsores de la idea de trasladar el Mercado Público y fue el autor de las primeras iniciativas para lograrlo.
En 1967, como gerente de las Empresas Públicas Municipales, Alberto Araújo Merlano puso en marcha la construcción del mercado de Bazurto –con ayuda de personas como Ignacio Amador de la Peña, entre otros– y fue de los primeros en preguntarse qué uso darles a los terrenos que quedarían libres después del traslado. Araújo Merlano hizo contactos con el Banco de la República para que construyera allí un edificio o un teatro, pero no se concretó nada. Fue preciso esperar hasta finales de los años 70 para que fuera posible realizar el traslado y definir el futuro del lugar que ocupaba el Mercado. Esa doble tarea le correspondió a una misma persona: el ingeniero José Enrique Rizo Pombo, quien, como gerente de las Empresas Públicas Municipales y después como alcalde de la ciudad, organizó y ejecutó –con la ayuda de la Armada–el traslado del mercado y gestó y dio los primeros pasos para la materialización del centro de Convenciones de Cartagena, que este 19 de marzo celebra 15 años.
La primera piedra
El 20 de julio de 1978, el lugar donde estuvo el mercado de Getsemaní presentaba el aspecto de un lugar bombardeado y abandonado. Del sitio que unos meses atrás estaba lleno de vida sólo quedaba el esqueleto de un viejo edificio que reflejaba muy poco de lo que había sido. Al día siguiente por la mañana, los sorprendidos habitantes de la ciudad descubrieron que no había absolutamente nada en el lugar, que ahora se abría un horizonte limpio e incomparable hacia la bahía.
Durante la noche anterior, un equipo de demolición había trabajado sin descanso para derrumbar lo que quedaba y limpiar el lugar para la ceremonia que se celebraría en ese sitio, en el marco de las fiestas patrias del 24 de julio. Ese día, el lunes 24 de julio de 1978, el presidente de la República, Alfonso López Michelsen, presidió el acto de colocación de la primera piedra del centro de Convenciones de Cartagena, acompañado por el alcalde de la ciudad, José Enrique Rizo, y el gobernador de Bolívar, Haroldo Calvo Núñez. De esa manera culminaba la primera y quizá más difícil tarea para hacer realidad ese edificio cuya ausencia hoy los cartageneros considerarían inadmisible.
“Eso lo hacemos”
La idea de hacer un centro de convenciones se le ocurrió a Rizo Pombo cuando era gerente de las Empresas Públicas de Cartagena. En mayo de 1977 llegó a sus manos una publicación del BID –que años atrás había hecho importantes préstamos a las Empresas Públicas– en la que se anunciaba la Asamblea del Banco, que se celebraría en Guatemala y, lo más importante, la autorización de un préstamo para que Panamá restaurara su centro histórico y construyera un centro de Convenciones. Rizo Pombo, que desde enero de ese año –cuando había iniciado el proceso preparatorio para el traslado del Mercado– se venía preguntando qué hacer con los terrenos cuando estuvieran desocupados, decidió que eso, un Centro de Convenciones, era lo que debía remplazar ese viejo tumor que se disponía a extirpar.
Para empezar tuvo que averiguar qué era un centro de Convenciones, pues casi nadie podía explicarle claramente lo que era. Una vez realizadas las investigaciones iniciales, se dirigió a la junta directiva de las Empresas Públicas para proponerle llevar a cabo su construcción, pero la respuesta de la Junta fue contundente: “Nuestra tarea se limita a trasladar el Mercado”. A pesar de esa respuesta, el gerente de las Empresas Públicas empezó a realizar gestiones de espaldas a la junta directiva. Lo primero que hizo fue tratar de rescatar la vieja idea de que el Banco de la República construyera allí. Pero el banco no mostró interés. Por esos días Rizo Pombo asistió a un almuerzo organizado por Augusto de Pombo Pareja en homenaje al presidente López Michelsen. En medio de la reunión se acercó al presidente a proponerle la idea de hacer un centro de convenciones en Cartagena y a sugerirle que aprovechara la reunión del BID en Guatemala para invitar a que la siguiente asamblea fuera en Cartagena.
La primera reacción de López Michelsen fue de desconcierto. Pero Rizo Pombo le pidió que lo dejara actuar para sacar adelante esa idea. Así empezó una serie de gestiones decisivas. Escribió a Augusto Ramírez Ocampo –entonces director del BID en Colombia–para plantearle la idea de que se le hiciera a Cartagena un préstamo similar al que se le hizo a Panamá. La respuesta del apoyo de Ramírez Ocampo lo llevó a Bogotá, en busca del aval de algún organismo estatal para que se comprometiera a respaldar el crédito. Así llegó a la oficina del recién creado Proexpo, Rafael Gama Quijano, quien se entusiasmó tanto con el proyecto que decidió apoyarlo con dinero de la entidad, sin que fuera necesario suscribir un crédito con el BID.
Por esos días Rizo Pombo logró hablar con el Ministro de Hacienda, Abdón Espinosa Valderrama, para que propusiera a Cartagena como sede de la siguiente asamblea del BID. Días después, Espinosa Valderrama le informó que su encargo había sido cumplido. Fue entonces cuando Rizo Pombo empezó a comprender que la sombra favorable de López Michelsen empezaba a facilitarle las gestiones. El espaldarazo definitivo llegó a mediados de 1977, cuando aún era incierto el traslado del mercado de Getsemaní. Rizo Pombo invitó a López Michelsen a un almuerzo en su casa de campo en Turbaco y allí le mostró la maqueta de lo que sería el centro de convenciones, elaborada por Rafael Cepeda. La maqueta mostraba toda la zona de Getsemaní, el centro y la bahía y, justo en medio de todo eso, un enorme edificio como un cubo de cristal que reflejaba la belleza de la ciudad.
Sorprendido, López Michelsen se limitó a decir: “Eso lo hacemos”.
APCIC
El segundo semestre de 1977 estuvo lleno de buenas noticias. En julio, durante el cierre de la muestra Expocosta 77, el ministro de desarrollo Diego Moreno Jaramillo leyó un decreto mediante el cual el Presidente ordenaba la creación de la Asociación Promotora del Centro Internacional de Cartagena, que se encargaría de construir el centro de convenciones.
En agosto, José Henrique Rizo Pombo fue nombrado alcalde de Cartagena y así alcanzó una posición de privilegio para materializar el traslado del mercado de Getsemaní y adelantar gestiones para la construcción del centro de Convenciones.
El 22 de diciembre de 1977, en las instalaciones de un mercado de Bazurto aún desierto y reluciente, Alfonso López Michelsen presidió el acto de constitución de la Asociación promotora del centro de Convenciones.
El 24 de julio de 1978, con la ceremonia de colocación de la primera piedra, llegaba a su fin un arduo proceso y arrancaba uno nuevo en el camino hacia la materialización del Centro de Convenciones Cartagena de Indias.
En tiempo record
Durante el segundo semestre de 1978 se llevó a cabo el concurso de méritos para elegir el proyecto. Un jurado integrado por Manuel José Cárdenas, de Proexpo (representado por Germán Téllez), Ramón de Zubiría, Eduardo Lemaitre, Roberto Gedeón (entonces Alcalde) y Raymundo Angulo de Corturismo, determinó que ninguno de los proyectos cumplía con la totalidad de los requisitos, pero otorgó el primer lugar a la firma “Esguerra, Sáenz y Samper”. Salvo algunas variaciones, el proyecto proponía la edificación que conocemos.
El Centro de Convenciones debió enfrentar numerosos obstáculos para hacerse realidad. Alguien llegó a poner un aviso en la prensa solicitando dinamitadores para echarlo al suelo. El mismo Gabriel García Márquez, en su muy leída columna de El Espectador, definió el proyecto como un esperpento superior a la capacidad de la ciudad, que sólo serviría para que cada año se coronara la reina nacional.
Muchas personas intervinieron en la materialización del Centro de Convenciones. El mismo Rizo Pombo, después de ser alcalde, ocupó la gerencia de APCIC y, al descubrir que Proexpo se desentendía del proyecto y pretendía darle prioridad al Centro de Convenciones de Medellín, armó un escándalo tal que el mismo presidente Turbay le ratificó a la gobernadora, Elvira Faciolince, que el centro de Convenciones de iba a construir.
La mayor parte de la realización del proyecto le correspondió a Haroldo Calvo Stevenson, como gerente de la Asociación Promotora. Los primeros desembolsos de Proexpo para la construcción fueron hechos en mayo de 1979. Los trabajos se iniciaron en septiembre de ese año, y la construcción fue culminada en un tiempo record para una obra de tal tamaño. El 19 de marzo de 1982, el presidente Julio César Turbay presidió la ceremonia de inauguración del Centro de Convenciones Cartagena de Indias. Una semana más tarde tuvo lugar allí el primer evento, un compromiso que sirvió de motivo principal para el cumplimiento de las metas trazadas: la Asamblea del BID, que había sido aplazada un año para esperar la culminación de los trabajos. Después han sido muchas las personalidades que han desfilado por el centro de Convenciones, en los incontables eventos de los que ha sido escenario.
Quince años después de su construcción ese cubo de piedra no parece tener ya detractores y los cartageneros tienen un afecto creciente por el esperpento que ha hecho –con el tiempo–que la ciudad se convierta en algo así como el ombligo del mundo, cuando sus perspectivas –a mediados de los años sesenta– sólo permitían augurarle un futuro de balneario apenas prestigioso.
El Universal, Marzo de 1997.