En algunos comportamientos fundamentales el ser humano se mantiene inmutable. Es por esa razón que la gran literatura sigue estando vigente a pesar del paso de los siglos.
Hubiera sido más justo titular este escrito “El Hombre de Realizaciones”, pero, intencionadamente, he omitido designarlo así porque quiero evitar los debates insulsos de la corrección semántica.
Queriendo abarcar todos los géneros posibles, me he decantado por usar esta referencia general para nombrar mi intento por hacer una distinción entre el hombre de acción en cada tiempo, y sus coetáneos, tan proclives a llenar a este de todo tipo de observaciones.
Afirmar que la humanidad debe sus mayores logros a la mano de los que se atreven, parece un lugar común, pero es necesario recordarlo, puesto que proponer y hacer son verbos peligrosos o, por lo menos, engorrosos de ejercer.
Llegar a realizar un propósito o sentar una opinión, sobre todo si se trata del ámbito colectivo o público, es someterse a recorrer un camino empedrado por todas las inclinaciones.
La sociedad es una colección de intereses. Ningún ser social es carente en absoluto de una intención, por lícita o plural que ella sea. Por tanto, no hay lugar a superioridades morales cuando se trata de intereses, puesto que en ello estamos todos comprometidos de una u otra forma. Lo que debe existir es claridad, para evitar ocultar indebidamente las propias aspiraciones revistiéndolas de propósitos falsamente comunes.
En cualquier caso, quién lidera un emprendimiento o expresa una opinión, debe padecer las intrigas, trampas, amenazas y obstáculos que ponen en su ruta aquellos que, consciente o inconscientemente, gestionan sus propias pretensiones. Más aún en tiempos de las redes sociales, en que cada ciudadano cree que expresar su punto de vista es una obligación, y nuestra sociedad se ha dado a una apertura indiscriminada a las voces de todo tipo: las autorizadas en cada tema (que son las menos), las ignorantes, las incultas, las torpes, las inconscientes y, claro está, las malintencionadas.
Aunque, dudo que en épocas anteriores haya sido de otra manera. En algunos comportamientos fundamentales el ser humano se mantiene inmutable. Es por esa razón que la gran literatura sigue estando vigente a pesar del paso de los siglos.
Hoy como ayer, levantar la frente y atreverse a proponer, un emprendimiento o un punto de vista, ha sido objeto de censura, críticas sin fundamento, y todo tipo de infundios. Los auto denominado “expertos en todo” siempre han existido, y se abalanzan con sus sentencias y señalamientos. No existe nada que excite más la voracidad de los humanos que engullir al Otro. Para ello cuenta con el combustible de la envidia, el odio, el rencor, entre las pasiones negativas más destacadas. Pero, hay que guardar la serenidad y entender que ese es el precio de atreverse, en cualquier campo.
Así las cosas, en momentos en que el ruidoso enjambre amenace con hacerle perder la cabeza, el hombre que lidera u opina bien puede recurrir a Epicuro, quien denominaba veneno a los cuatro miedos: a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso en la búsqueda del bien. Dominar esa ponzoña, he ahí la tarea diaria de aquel que se atreve a proponer.