Es así como se expresó el editorialista de uno de los principales periódicos franceses, Le Monde, al referirse hace unos días a las elecciones que se llevaron a cabo el pasado domingo.
Que somos la sociedad del espectáculo es cada vez más patente.
La candidata de la derecha, cuyo partido heredó de su padre con el nombre de Frente Nacional, re-bautizó su movimiento con el nombre de Ressemblement Nationale. No obstante, el esfuerzo que realizó durante el último quinquenio (elección que perdió, también en aquella ocasión, frente a Emmanuel Macron), fue más de forma que de fondo, un empeño sin precedentes destinado a “suavizar” su imagen de mujer osca, brusca, señora burguesa representante de una posición política excluyente, racista y retrógrada, para transformarla en la de una matrona, la doliente de las dificultades de sus compatriotas más pobres. Puro espectáculo.
Francia es un país bastante centralizado, y existe un mirar desconfiado y resentido sobre los habitantes de la capital, y, en general, sobre aquellos que viven en las grandes ciudades, diferentes en pensamiento y en prerrogativas, en poder de compra y en oportunidades, a los otros franceses que habitan la periferia, los de la campiña profunda, los de los pequeños pueblos despojados de la institucionalidad y de, incluso, las facilidades de interconexión: cientos de rutas de trenes cerradas, de oficinas del correo “la poste”, tan esencial en la vida de los franceses, que han dejado de estar al alcance de estos pobladores de provincias, largas jornadas que se deben cubrir en vehículo, para trabajar, para estudiar, cuando los precios de los combustibles asedian los precarios salarios; miles de trabajadores a destajo, sin prestaciones sociales, y con escaso acceso a la seguridad social.
Ese es el panorama que ha catapultado a estos predicadores del ayer, como Marine Le Pen, tanto en los países desarrollados como en el nuestro, Colombia. Aquí, la brecha entre las ciudades, el centro que se extiende en los valles de los ríos Magdalena y Cauca, y los territorios periféricos, al igual que en las mismas ciudades, separadas entre centros de producción y consumo y cordones de miseria, se hace patente en radicales diferencias en las condiciones de vida y las oportunidades de desarrollo individual y colectivo, lo que lleva a miles a vivir en un estado de precariedad que podría llegar a calificarse de pre-capitalista.
Que el tren del progreso, promesa esencial de la modernidad, parece haber dejado a muchos, o haberse detenido para otra gran cantidad de humanos contemporáneos, debería llevarnos a reflexiones profundas sobre la necesidad imperativa de un cambio de sistema socio económico.
El capitalismo está agotado, su último impulso viene de la crisis del petróleo por allá por los años setenta, que desencadenó la imposición de un modelo globalizado que hoy se topa por todas partes con múltiples límites.
Parece poco probable que se pueda encontrar otra salida dentro del mismo sistema, que se sustenta en la producción de plusvalías y su apropiación individual, concentración de riqueza que cada día se vuelve más obscena e insostenible.
Mientras tanto, la degradación propia de un modelo fundado en un crecimiento siempre en expansión (de producción, de distribución, de consumo), amenaza con destrozar el equilibrio natural planetario, y no se vislumbra, tampoco, una salida sustentada en razones económicas y científicas, que pueda dar respuesta a este desafío dentro del mismo sistema económico y social que ha regido los destinos de la humanidad durante los últimos siglos.
Seguramente el nuevo sistema ya está en gestación, pero es imposible verlo en el momento en que va surgiendo, pues para ello se requiere del análisis, a posteriori, de largos períodos históricos. No obstante, las mismas fuerzas que han elevado a la hegemonía al sistema dominante, hallarán una salida en nuevas concepciones, que deben, necesariamente, partir de una reflexión plural que tiene asiento en las ciencias más representativas de lo humano: la filosofía, el derecho, la política, la sociología, la economía, el urbanismo, la literatura, etc.
Y aunque de esta emergencia solo alcanzamos a atisbar la crisis de lo que la precede, este “mundo al revés” en el que nos ha tocado vivir, conservamos la esperanza en que la humanidad hallará las soluciones que garanticen su continuidad como especie y como cuerpo social.
trés bien, merci