El señor de las moscas

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La pareja, entrada en la treintena, desciende de un automóvil Chevrolet azul turquesa de última generación y examina el vecindario antes de decidirse a tocar el timbre de la vieja casona ubicada en la zona céntrica de Manizales. En la esquina  más próxima funciona un cruce de tienda, cantina y tertuliadero que a esa hora, cuatro de la tarde de un jueves soleado, luce ocupado por un público masculino consagrado a evaluar con puntillosidad profesional los encantos de las mujeres que transitan por el sector. Unos cuarenta metros más allá se ve el aviso de una pensión con un nombre sacado de otra época: Brisas de la montaña. Dos adolescentes, ella vestida con minifalda de jean y él ataviado con Bermudas de colores chillones, se bajan de un taxi y suben con prisa las escaleras.

Pero Walter y Paula, los ocupantes del carro azul turquesa, están aquí por razones distintas al sexo furtivo. Llevan diez años de casados y viajaron desde Cali para consultar a Orlinda o La maga, como se la conoce entre sus fieles devotos. Según les dijeron, es una mujer capaz de destrabar los más complicados entuertos: desde quitar el mal de ojo de los niños, hasta expulsar los demonios apoderados del espíritu de una familia por artilugios de los enemigos.

Luego de comprobar la dirección, anotada en la memoria de su blackberry, pulsan el timbre y vuelven a examinar el sector con rápidas miradas a los costados. Tienen cita con La Maga a las 4:30 pero quieren hacerse al ambiente de la casa antes de entrar en contacto con su dueña. Una bella muchacha les abre la puerta y los conduce a través de un amplio patio empedrado, sembrado de flores y plantas aromáticas. En uno de sus costados encuentran unas viejas escaleras de madera  encerada con esmero que los llevan a una segunda planta de corredores en redondo con chambranas pintadas de azul. De un solo golpe de vista calculan que la casa debe tener por lo menos una docena de habitaciones, sin contar el amplio despacho de la dueña.

-La  doctora los atenderá en unos minutos, dice la joven, una especie de asistente que les ofrece una aromática de cidrón o valeriana.

-La gente siempre llega nerviosa y agitada, pero luego se calma, me explicará la chica un día después.

Foto por formulario PxHere

Por lo pronto recorro los pasillos y me distraigo contemplando la ecléctica colección de cuadros que adornan las paredes: es una combinación de reproducciones de clásicos de la pintura y esas estampas de la imaginería popular que abundan en los sectores rurales y en los barrios pobres de Colombia. La imagen de San Gregorio Hernández convive de manera pacífica con  Las meninas de Velásquez y El grito de Edvard Munch hace lo propio con la inconfundible escena del pecador moribundo acechado por legiones de demonios. Para entonces, una voz dulce y firme a la vez me devuelve a la realidad de la tarde en este viejo caserón.

-Bienvenidos, queridos amigos, dice la voz. Me doy vuelta y me encuentro con una hermosa mulata detenida en una edad entre los treinta y cinco y los cincuenta años, cuyo cuerpo de formas estilizadas ocupa todo el umbral de la puerta. Es Orlinda Ferrín, o La maga, si ustedes lo prefieren así.

Walter y Paula llegaron a ella por recomendación de Andrea, una amiga común que una vez fue precandidata por el Valle del Cauca al reinado nacional de la belleza. La mujer les aseguró que fue Orlinda quien se encargó de apartar de su camino las fuerzas sembradas por las familias de algunas muchachas que competían con ella por un lugar en el reinado. También les explicó que al procedimiento utilizado para neutralizar esas fuerzas lo llamaban espantar las moscas. Orlinda es una mujer de prestigio, no una bruja cualquiera, les dijo. Por eso es exigente y no atiende a nadie que llegue a su casa de buenas a primeras. Quien busca sus servicios debe ser recomendado por alguien, enfatizó Andrea, orgullosa de contarse entre el grupo de privilegiados. Por lo pronto, me entero de que la pareja del Chevrolet azul se siente asediada por energías que los han llevado a perder varios negocios, a sufrir la pérdida de dos embarazos y a poner en riesgo su relación sentimental. Pero no son sus tribulaciones lo que me trae aquí. Vengo porque un viejo conocido tuvo hace muchos años una historia de amor con  Orlinda y tiene carta blanca para entrar a la casa, transferible a algunos recomendados, entre quienes tuve esta vez la fortuna de contarme.

Sucede que alguna vez, hablando de la vida de Amanda, la mujer de Fredonia, Antioquia, cuyas glorias y desventuras fueron narradas por Germán Castro Caicedo en su libro La bruja, un profesor de la Universidad de Caldas comentó de pasada que lo de Amanda era un juego de niños comparado con los poderes de Orlinda Ferrín, una belleza de origen caucano y chocoano radicada en Manizales, ciudad donde había sido a la vez amante, consejera y guía de cabecera de algunos tipos muy poderosos en la política y los negocios, no a nivel local sino nacional. Por el momento el asunto quedó como mera anécdota de una tertulia amenizada con largos tragos de Ron Viejo de Caldas. Hasta que, varios años después, me invitaron a escribir un libro de crónicas sobre el papel desempeñado por la figura del demonio cristiano desde su llegada al continente de la mano de los conquistadores europeos, hasta nuestros días.

De manera que aquí estoy, paseándome por los corredores de esta casa edificada en la tercera década del siglo XX y restaurada muchas veces. Bebo una infusión de manzanilla- por alguna razón no ofrecen café- mientras aguardo a que mi anfitriona termine su entrevista con la pareja caleña. Entre tanto, repaso mentalmente mis apuntes y recuerdo la mucha literatura grande escrita con base en la figura primitiva del demonio trasplantada a los códigos del pensamiento occidental. El Fausto de Goethe o El maestro y Margarita, de Mikhaíl Bulgakov constituyen buena prueba de esa tradición poética y narrativa que no cesa de remitirse a las más remotas fuentes.

El círculo mágico, John William Waterhouse, Reino Unido, 1886. Tomada de historia-arte.com

Walter y Paula abandonan el despacho de Orlinda a eso de las seis de la tarde. En sus rostros se adivina una mezcla de desasosiego y esperanza. Se despiden de mí como si nos conociéramos de años atrás. Ya de salida se cruzan con la joven asistente y la recompensan con una buena propina. Se nota que piensan volver cuantas veces Orlinda, convertida ahora en su mentora espiritual, lo demande.

La asistente me franquea la puerta y la dueña de casa me saluda con la esbeltez de su metro con ochenta centímetros de estatura cómodamente instalada en una silla de mimbre tejida por unas manos talentosas. Me invita a instalarme en un sofá  de colores suaves, y en ese primer gesto advierto una clara intención de dejar bien definidas las fronteras de las jerarquías. A diferencia de los corredores, en las paredes de su despacho no existe decoración distinta a una reproducción de la Venus de Boticcelli enmarcada en una fina madera sin barnizar. En el centro del salón destaca un enorme escritorio sobre el que descansan, ordenadas con cuidado, las carpetas con la historia de quienes solicitan sus servicios. Todavía no me atrevo a definir si son clientes o  pacientes. Al fondo entreveo una puerta cerrada que conduce a una amplia habitación con ventanales hacia un patio interior. Después descubriré que allí atiende al tipo de personas necesitadas de mayor privacidad y sigilo.

– Por lo que veo en su aura es usted un hombre movido por la curiosidad y bastante inclinado a indagar en cosas que a muchos les resultan extrañas. Dice a modo de saludo y no alcanzo a discernir si se trata de un elogio o un reproche. De cualquier manera lo dejo seguir: si estoy aquí es porque reúno esas características.

Me ofrece otro pocillo de aromática pero rehúso la invitación. Sería el sexto de la tarde y me siento poseído por una languidez no recomendable para la ocasión. Ya entiendo por qué el café no forma parte de los hábitos de esta casa. Me acomodo bien en el sofá: de aquí en adelante conversaremos durante más de seis horas, hasta bien entrada la madrugada del viernes. Algunas cosas me suenan familiares. Otras transitan los terrenos del lugar común. Pero unas cuantas resultan ser descubrimientos que superan todas mis previsiones.

Orlinda Ferrín llegó a Manizales en febrero 1990, recién cumplidos los veinte años. Llevaba dos meses de casada con el representante de ventas de una empresa farmacéutica al que había conocido en una reunión de amigos de la Universidad del Valle, donde cursó algunos semestres de derecho hasta que descubrió que las suyas eran otra clase de leyes. Apenas desembarcados de la luna de miel su pareja fue trasladada a la capital de Caldas. Al principio buscaron un apartamento convencional, pero acabaron enamorados de la atmósfera apacible de la casa donde estamos ahora. Sus conocidos lo consideraron de entrada una excentricidad: una casa vieja de ese tamaño para una pareja de recién casados, jóvenes y sin hijos. Hicieron los de oídos sordos y empezaron a remodelarla y amoblarla con objetos que no riñeran con su condición.  Cada vez que viajaban juntos regresaban con alguna reliquia comprada en una tienda de antigüedades. La acomodaban en  algún lugar estratégico de la vivienda y continuaban la búsqueda. Para la época ya era una experta en leer las cartas del  Tarot, cosa que la volvió muy pronto atractiva a los ojos de algunas mujeres de las clases acomodadas de Manizales, ansiosas de alguna emoción para llenar sus tardes de amas de casa sin preocupaciones. Pero una cosa es el tarot y otra muy distinta los poderes de los que llegó a investirse después. Para entenderlo debemos remitirnos muy atrás en su biografía.

El azul de los ojos marca un fuerte contraste con su piel morena. Eso, sumado al movimiento calculado de las manos y el tono pausado de la voz le da una capacidad de convencimiento que sabe aprovechar a la perfección. En los dedos de las manos, largos y bien cuidados luce una colección de anillos entre los que destaca uno forjado en oro con la imagen de Ouroborus, la serpiente que se muerde la cola y simboliza el carácter infinito del universo en distintas culturas. Hoy luce un holgado vestido de algodón blanco, con unos discretos adornos tejidos a la altura de la cintura.

                         -En realidad tuve la primera intuición de mis dones en la escuela de Guapi, el pueblo donde nací, aunque fui bautizada en Cali. Una tarde regresaba de clases en compañía de mi madre cuando una fuerza me impidió seguir caminando  por la ruta que siempre utilizábamos para llegar a nuestra casa. Como no pude explicar el porqué, armé una pataleta y acabamos dando una vuelta por otro lado. Mi mamá se quedó con la intriga hasta que una vecina llegó con la noticia de  que, a unos cuantos metros del lugar donde me resistí a seguir, habían asesinado a un hombre a cuchilladas. Aunque las corazonadas son una cosa frecuente en muchas personas, de alguna manera creo que en ese momento se me empezaron a abrir las puertas hacia otros mundos, aunque esta expresión suele confundir a muchas personas: en realidad, por extraños que nos parezcan, todos esos mundos están en este.

El padre biológico de Orlinda fue un marinero sueco que había cruzado el Canal de Panamá en tránsito hacia el puerto ecuatoriano Guayaquil. Lo cierto es que no lo conoce ni en fotografía, pero allí están esos ojos de un azul pálido para recordárselo. Pero a quien reconoce como su padre, el hombre que la crió además de darle su apellido, es un pescador llamado Gilberto Ferrín, un gigante de uno noventa de estatura que aparece en las fotografías del álbum familiar sosteniendo un enorme pez todavía palpitante entre sus manos. Tanto Gilberto como Yesenia, la madre de Orlinda habían llegado a  Guapi por caminos distintos entre 1965 y 1971, provenientes de Litoral de San Juan, un pueblo situado en el Chocó profundo. Se conocieron en 1970, cuando la niña engendrada por el marinero sueco contaba apenas con seis meses de nacida. En el tiempo que le dejaban libre las redes y los anzuelos, Gilberto se reunía con sus amigos a beber Viche, un aguardiente tradicional de la zona. Entre trago y trago contaban historias llenas de aparecidos, de pactos con los espíritus y de raptos de niños por parte de emisarios de los otros mundos. Entre una y otra casi siempre aparecía, acechante, una figura conocida como El gran putas. Los pescadores y navegantes del área del pacífico solían realizar ceremonias con danzas y cánticos alrededor del fuego, como una manera de propiciar buena pesca y de paso garantizar su ayuda en caso de tormentas y otros peligros marinos.

-Aparte de su cariño incondicional, siempre agradeceré la insistencia de mis padres en que yo recibiera una buena educación. Fue así como acabé instalada en casa de unos familiares en el barrio Siloé de Cali. Terminé bachillerato con buenas notas, especialmente en el área de matemáticas. Fue allí, a punto de concluir el último grado cuando recibí el segundo aviso. Estábamos reunidos con la directora de curso, cuando de pronto vi a su alrededor una intensa luz azul en la que se movían unas figuras en principio vagas pero que poco a poco fueron adquiriendo nitidez. Unas eran muy oscuras mientras otras se destacaban con una blancura que hería los ojos. Tal como aconteció la primera vez, desconocía las razones pero de inmediato supe que se trataba de las energías de sus parientes muertos. Un día después, la profesora Gabriela – ese era su nombre- viajaba en compañía de varias amigas hacia el balneario de Ladrilleros. Una llamada de última hora la obligó a quedarse en Buenaventura. La lancha en la que viajaba el resto de sus compañeros de paseo naufragó y no hubo sobrevivientes. Estoy segura de que las energías que flotaban a su alrededor habían llegado de algún lugar con el único propósito de advertirla del peligro. En una conversación telefónica con mis padres les conté lo sucedido y, para mi sorpresa, me respondieron que desde mi niñez sabían que esas cosas empezarían a pasar algún día. Es un don, dijo mi mamá. Aprovéchalo para hacer el bien y nunca abuses de él.

Foto por formulario PxHere

Cómo aprovecharlo fue la tarea a la que dedicó su vida de allí en adelante. Durante unas vacaciones en Guapi, Yesenia y Gilberto le dieron un montón de pistas. Cuando abriste los ojos por primera vez descubrí que podías ver a través de las personas y las cosas, le contó su madre como la cosa más natural del mundo. En ese caso, el concepto de ver implica una relación de espacio tiempo: el aquí y el ahora con su dosis de pasado y futuro. Pero eso lo aprendió mucho más tarde, de labios de uno de los maestros chocoanos amigos de Gilberto. En todo caso, por eso pudiste ver el asesinato de aquél hombre en Guapi, sin que estuvieras de cuerpo presente en el lugar. Y por eso fuiste capaz de captar la procesión de energías familiares rodeando a la profesora Gabriela el día anterior al viaje en que murieron sus amigos. La comadrona encargada de atender a tu madre a la hora del parto asegura que naciste con los ojos abiertos. Eso sucedió porque antes de nacer, durante los días en que tu madre padeció fiebres muy altas, la temperatura reinante te lanzó hacia la otra cara del mundo. Desde ese momento adquiriste la clave que te permitiría mirar el antes y el después de la vida y la muerte. Eso lo sabían desde siempre los viejos sabios yorubas, le dijo el maestro Migue durante una extenuante sesión de ayunos y prácticas oficiada en medio de la selva.

Migue Vera vive todavía en las ruinas de un viejo aserradero, a unos ochenta kilómetros de Condoto. Era el jefe del grupo de cuatro hombres contactados por Gilberto y Yesenia para iniciar a su hija en los ritos de la luz y el fuego una vez entrada en la pubertad. Era el año de 1982 y Orlinda cursaba el segundo grado del bachillerato de la época. Hoy sería el grado séptimo. Durante las vacaciones de mitad y final de año, Yesenia viajaba a Cali. Allí recogía a Orlinda y emprendían viaje hasta Condoto. Sin tomarse un descanso partían en busca de Migue, último descendiente de una tradición de sabios iniciados en los secretos de los ritos transplantados desde África y utilizados durante siglos como escudos para defenderse de la opresión de los colonizadores blancos y mestizos. Es muy importante no desaprovechar la época entre la primera menstruación y la iniciación sexual de las poseedoras del don. Si se deja pasar esa etapa no hay nada que se pueda hacer, les repetía y ellas volvían con puntualidad a su encuentro cada seis meses. Llegado el tercer año, el viejo consideró que la muchacha estaba preparada para identificar, combatir y expulsar las moscas de la vida de una persona atacada por ellas. Pero nunca, por ningún motivo, debería salir a su encuentro: ya tendría tiempo de encontrárselas en el camino.

Llevamos más de dos horas conversando y Orlinda cambia por primera vez de posición en su silla de mimbre. Con un movimiento de su largo y estilizado cuerpo se descalza y se acomoda en la postura del loto, dejando a la vista unos pies  finos de uñas pintadas con un discreto esmalte color de nácar.

– Según la tradición del viejo Migue y sus amigos, los sabios identificaban a los malos espíritus con un recurso muy simple: a pesar de ser invisibles viajaban siempre rodeados de grandes enjambres de moscas. Por eso en muchas canciones africanas se habla del espíritu zumbón, refiriéndose al sonido de las alas de miles de esos insectos. “Aléjate de mi hembra/ espíritu zumbón” dice una canción cubana cuyo título no recuerdo. Los sacerdotes cristianos afirmaban que lo del espíritu zumbón era una manera disfrazada de nombrar a los dueños de la tierra y a los capataces que andaban siempre detrás de sus mujeres, pero para el viejo Migue eso era parte de los trucos utilizados por los misioneros para restarle importancia a las creencias de los negros.

-La verdad, me decía el viejo, masajeándome la cabeza con una pasta verde extraída de un bejuco, esas moscas eran la treta utilizada por los espíritus malignos para hacerse visibles a los ojos de algunos humanos. Muchas lenguas africanas definen el mal como una sustancia putrefacta capaz de contaminar a los mortales sin fuerza de voluntad para oponérsele. Hacerse bueno, es decir, criatura de luz, equivale a desarrollar la capacidad para moverse en medio de la podredumbre sin ser afectado por ella. Solo así puede uno ayudar a quienes han sucumbido. Por eso el don de ver y combatir las moscas debe ser aprovechado solo para hacer el bien. Quien viola ese mandamiento acaba a su vez convertido en un espíritu zumbón.

– Si usted se ha fijado bien, en las creencias de la mayor parte de los pueblos negros no existe la idea del diablo o demonio. Es más, ni siquiera existe una palabra equivalente. Y cuando aparece fue tomada de los misioneros o de los conquistadores. En su lugar se utilizan sinónimos de fuerza o energía, traducidos a su vez como espíritus en las lenguas occidentales. Esa es una diferencia muy importante, porque ha sido utilizada por muchos para confundir y desprestigiar nuestras tradiciones.

Tomada de enloce.com

Una vez terminado el bachillerato, Orlinda se matriculó en el programa de derecho de la Universidad del Valle. Lo hizo  convencida de que esa sería una buena manera de hacer el bien desde el lado de acá. De ese modo el orden de lo  innombrable se vería complementado con el conocimiento de las leyes de los hombres. Era el año de 1987. Al principio se  entusiasmó con las sutilezas filosóficas del derecho romano y con las triquiñuelas retóricas jesuíticas más que con la  dialéctica marxista, todavía vigente por aquella época en las aulas. Tenía toda la intención de llegar al final de la carrera, hasta que en 1989 sucedió aquello que la obligó a tomar la decisión que hoy la tiene atendiendo en esta vetusta casa manizaleña a personas de todas las edades, géneros y condición social que tocan a su puerta, previa recomendación de algún beneficiado por sus servicios. Un dato muy importante: nunca atiende a gente de Manizales, salvo alguna situación extrema. Es su manera de evitarse complicaciones. A los oriundos del lugar los recomienda con iniciadas de ciudades como Cali, Buenaventura o Cartagena.

“Aquello”, como ella lo denomina, fue el caso de un joven compañero de estudio, heredero de una familia de comerciantes caleños. Se llama Denis- todavía mantienen un contacto esporádico-. Denis era lo que se dice un estudiante modélico.  Apreciado por igual por estudiantes y profesores, parecía ajeno a las tentaciones propias de su edad, hasta que se cruzó en el camino con una mujer mucho mayor que él, divorciada, según se decía, de un empresario perteneciente a la generación de nuevos ricos que deslumbraban para entonces a media ciudad con su al parecer inagotable capacidad para el lujo y el derroche.

– Después de un fin de semana en el que no atendió a nuestros eternos llamados de auxilio para que nos ayudara con trabajos académicos difíciles de entender faltó a clases por primera vez en la carrera. Apareció el martes, con cara de pocos amigos. Al principio lo atribuimos a algún exceso de alcohol o a las exigencias de su veterana pareja. Pero cuando  terminó la semana y empezaron a aparecerle erupciones en la piel parecidas a las de la viruela le recomendamos hacerse ver de un médico. Fue entonces cuando estalló en medio de una conversación de cafetería. Al principio insultó a sus compañeros de mesa, luego siguió con los vecinos, más tarde arremetió contra los profesores y empleados que trataron de calmarlo y terminó atacando a puños y patadas a los hombres del servicio de vigilancia. “Le dieron alguna droga rara”, recuerdo que concluyó el decano de la facultad, tan confundido como todos por el repentino cambio de comportamiento de su estudiante estrella. Una vez vuelto a una relativa normalidad lo remitieron al departamento de asesoría sicológica.

-Una semana después se repitió el episodio y allí empezó lo peor. Cada experto reportaba un diagnóstico más inquietante que el anterior: paranoia, manifestaciones esquizoides, sicosis, pérdida súbita de contacto con la realidad. Usted conoce esos lenguajes. Además, el brote de la piel no correspondía a ninguna enfermedad conocida. Pero cuando vi esa niebla densa zumbando a su alrededor supe que estaba frente al primer gran reto de mi vida. El que definiría mi futuro de ahí en adelante. La gran pregunta era: ¿Cómo convencer a Denis y a su familia de que había sido tocado por las moscas sin que me declaran loca a mí también?

He leído textos de todo tipo sobre este asunto: ficción, antropología, sicología, medicina, poesía, religión y hasta tratados políticos. Con todo, a veces me cuesta seguir las palabras de Orlinda. El lenguaje preciso, la frialdad de su razonamiento están a años luz del tono teatral, del efectismo calculado que caracteriza la puesta en escena de muchos de quienes se mueven en este mundo. Por momentos sus frases se aproximan más al razonamiento de un matemático que a las ideas  exaltadas de los que se creen investidos con el poder de combatir lo incomprensible.

– Me decidí a llamar las cosas por el nombre cuando empezó a bajar de peso y a ponerse cada vez más  amarillo. Claro: los primeros temores apuntaban a un diagnóstico de cáncer o Sida, que para ese entonces tenía aterrorizado a medio mundo. Pero cuando los exámenes clínicos descartaron de plano las dos opciones opté por visitarlo en su casa y pedirle autorización para iniciar mi procedimiento. Es decir, la lucha contra el espíritu zumbón, el diablo, el demonio o como usted quiera llamar a lo que alguien muy, muy malo, había plantado dentro de él.

– Como me lo esperaba, la primera reacción de Denis y su familia fue en principio de incredulidad y luego de abierta burla ¿Una estudiante de derecho creyendo en esas cosas? Con esa pregunta me abrieron la puerta que necesitaba. No es que crea, les dije. Sé que algo muy malo se apoderó de Denis y, por razones que no puedo explicarles, recibí el don de combatirlas. Si quieren, me dejan obrar. Si no desean o no pueden hacerlo podrán gastarse su fortuna en tratamientos médicos o siquiátricos sin obtener resultado alguno. ¿Recuerdan lo que sucedió aquél día de la infancia, poco antes de que sufrieran ese accidente de tránsito en el que Denis recibió una herida en el hombro? Les solté de golpe sin añadir explicación alguna. Los tres se quedaron mirándome. Nunca había visto a Denis sin camisa y, tantos años después, la cicatriz resultaba casi imperceptible a simple vista. No tuve que añadir más: a  partir de ese momento me consagré con todas mis fuerzas a luchar contra el círculo de moscas que asfixiaban a mi amigo. Esa fue mi gran prueba.

Recuerdo que el escritor William Holding escribió en la década de los cincuentas del siglo XX una novela titulada The Lord of the flies. El señor de las moscas. En ella nos cuenta las desventuras de un grupo de muchachos sobrevivientes de un accidente aéreo, que en su afán de ganarle el repentino pulso a la muerte sienten como se despiertan en su interior los más primitivos instintos de la especie. Una vez más, se reanuda la vieja lucha entre la cultura y la animalidad. Entre civilización y barbarie. En otras palabras: la conocida disputa entre ángeles y demonios.

La caída de los ángeles rebeldes, Pieter Bruegel, Flandes, 1562. Tomada de historia-arte.com

Hasta allí la anécdota esencial de la novela. Pero hay más: de repente me asalta una imagen. La de la cabeza de una cerda clavada en una estaca a modo de advertencia por uno de los grupos en pugna. Alrededor de esa cabeza en trance de  descomposición revolotea y zumba una masa de moscas aviesas. La parábola implícita en esa imagen indicaba que el viejo Golding había buceado a fondo en los viejos mitos paganos.

En el Libro de los Reyes se encuentra una mención a Ba´al Zebub, El señor de las moscas, según una traducción literal. Era la divinidad de la ciudad filistea de Ekron. En iconografías más recientes se le dibuja con forma de humano, perro, gato, rana o una combinación de todos los anteriores. Algunos eruditos nos explican que sus adoradores jamás lo llamaron así. De hecho, ese fue el nombre dado por los hebreos, impresionados por los millones de moscas que pululaban entre la carne putrefacta de los altares donde se le rendía culto. En un caso típico de la historia de las religiones, muy pronto le fue asignado el rol de demonio. Siglos más tarde la literatura cristiana lo clasificará entre los siete príncipes del infierno con el nombre de Belcebú. Representa el papel de la gula. Para el exorcista del siglo XVII Michelis Sebastián, Belcebú es uno de los tres grandes ángeles caídos y por lo tanto demanda un tratamiento especial, recomendación adoptada en su momento por los redactores del Maleus Maleficarum, el documento creado por la Inquisición que incluía las pautas para identificar y castigar a herejes y apóstatas, perros, hechiceros y fornicarios. De allí su frecuente presencia en los juicios por brujería.

Cuando se lo menciono a Orlinda en su rostro se dibuja una tenue sonrisa y me dice que este mundo y en los otros todo está conectado. Por lo visto, las discusiones sobre el sincretismo cultural y las teorías antropológicas sobre el surgimiento de prácticas similares en situaciones muy distantes en el tiempo y el espacio la tienen sin cuidado. Que otros expliquen las conexiones entre su Espíritu zumbón y el señor de las moscas. Su tarea en este mundo es identificar y neutralizar a estas últimas, en lo posible cuando todavía se encuentran en estado larvario.De eso depende en buena medida el feliz término de mi obra, dice enfatizando sus palabras con su dedo índice levantado en ademán profesoral. Cuanto más avanzado se encuentre mayores serán los sufrimientos de la víctima y más lenta mi tarea. En el caso de Denis las dificultades fueron dobles: mi carácter de novata y su inicial resistencia a  aceptar las cosas facilitaron la multiplicación de las moscas, de sus moscas.

-Verá usted: cuando hablamos del mal nos referimos a algo con existencia propia. Es decir, a una fuerza que amenaza a todos los  seres vivientes. Muchos nacen dotados con la capacidad de ignorarlo o de resistir a sus ataques. Otro son, por naturaleza o decisión, criaturas débiles y suelen sucumbir con facilidad a su asedio. Pero  unos cuantos optan por convertirse en sus emisarios y son utilizados por algunos para hacer daño a sus semejantes ¿Me entiende? En el mundo físico el mal se manifiesta en forma de moscas que depositan sus huevos en la línea que separa lo material de lo inmaterial ¿me sigue? Si la víctima tiene la oportunidad de cruzarse en el camino con una guía como yo, tendrá más probabilidades de ponerse a salvo. En caso contrario será invadida con mucha rapidez y el combate será aun más doloroso.

-Esto último me suena a mensaje publicitario, pero de momento prefiero dejarlo así. Cuando salga de aquí necesitaré equilibrar la balanza  en una conversación con un escéptico profesional. Pero ya dispondré de tiempo para eso. Poco después de lo que Orlinda llama la recuperación de Denis, se enamoró en medio de un arrebato propio de su edad, suspendió sus estudios de derecho, se casó con el visitador médico y llegaron a vivir en esta casa de Manizales.

-En principio empecé a leer el tarot entre un reducido grupo de mujeres recién conocidas. Para ellas, señoras casi siempre de estratos altos, estas cosas no dejan de ser un pasatiempo para matar el aburrimiento. Nunca les hablé mi don, porque mis maestros me enseñaron que esas cosas no se pregonan ni uno sale a buscar al asediado por las moscas. Son ellos los que se cruzan en su camino y, entonces sí, uno tiene la obligación de actuar. Recién llegada a Manizales tenía pensado continuar mis estudios de derecho en la Universidad de Caldas, pero el último de los avisos me convenció de que debía asumir de una vez por todas mi destino ¿Cuál destino? El que la comadrona vio en el momento de mi nacimiento: el don de ver a través de los seres y las cosas. Cuando alguien desarrolla esa facultad, puede identificar con nitidez donde está el mal. Algunos se convierten en sus aliados y lo utilizan para hacer daño. Son los que cobran por sus servicios y se vuelven personas muy ricas y poderosas. En mi caso, supe que debería aprovecharlo para el bien de la gente. Nunca en mi vida he recibido un peso por ayudar a las personas atacadas por las moscas. Vivo de lo que me gano leyendo las cartas, porque eso es una cosa muy distinta. Eso no es ni bueno ni malo: simplemente uno les ayuda a los interesados a ver las cartas del tarot como un espejo de la propia vida. En ese sentido cada quien decide cuales son sus conclusiones. Le estaba hablando del último de mis avisos: un día, mientras me preparaba para ingresar a la universidad, recibí la llamada de unos amigos de Cali que ya conocían lo de mi experiencia con Denis. En este caso me pedían ayuda para Andrea. Se trataba de una muchacha muy bella, hija de unos empresarios de Palmira. Por allá en 1993 fue seleccionada como precandidata del municipio al reinado de belleza del Valle del Cauca. De allí se escogería la representante del departamento al reinado nacional de Cartagena. Estaba recibiendo la preparación habitual para ese tipo de eventos, cuando empezó a manifestarse agresiva. Primero con su novio de toda la vida, luego con quienes la preparaban y más tarde con sus propios padres, que todo el tiempo la habían consentido y apoyado. Para acabar de completar, presentaba una erupción en todo el cuerpo, en principio atribuida a las tensiones propias de ese tipo de competencias. Por eso no dudaron en conseguirle asistencia sicológica. Incluso le sugirieron que renunciara a sus aspiraciones, lo que agravó aun más su agresividad. Pero cuando empezó a utilizar un lenguaje vulgar, desconocido para los ambientes en que se movía, alguien sugirió mi nombre. En principio, su familia se negó de plano y planteó la posibilidad de una temporada de descanso, con tratamiento incluido en el exterior. Pero el testimonio de Denis y sus parientes los llevó a cambiar de parecer. Fue así como llegaron a mi casa en junio del 93.

Mi primera impresión cuando la ví fue la de un alarmante contraste entre su evidente belleza y un visible estado de deterioro. Un par de ojeras color violeta destacaban sobre la piel pálida del rostro, de un tono terroso. Tenía las manos frías y le temblaban todo el tiempo. Como me lo esperaba, a su alrededor flotaba una espesa nube negra de la que se alimentaban  miles, millones de larvas. Por supuesto, uno no le puede hablar a las personas afectadas en esos términos: solo conseguiría aumentar su angustia y confusión. Les dije que deberíamos trabajar con mucha tenacidad y rapidez, porque una o varias de las mujeres que competían con ella en el reinado, habían desatado un ataque brutal contra la joven, asesoradas por guías del mal, con toda seguridad asentadas en el norte del Valle. Ah, resulta obvio, pero no sobra repetirlo: en este tipo de casos es fundamental la discreción, por el bien del guía y de la persona afectada. Así que lo primero, como siempre, era identificar la naturaleza de las larvas y acto seguido poner en marcha, con la ayuda de Dios, la fórmula exacta para enfrentarlas y exterminarlas.

Por primera vez la escucho utilizar la palabra Dios. Lo que resulta una novedad, al menos en términos de lenguaje. También se muestra reticente a mencionar vocablos como diablo o demonio. Eso son nombres o convenciones  para hacer comprensibles cosas muy complejas e imposibles de entender desde la lógica habitual de las personas, repetirá a lo largo de toda la conversación.

-Si el bien es uno solo y puede ser identificado en el aura clara, el mal está lleno de matices y tonalidades. Por eso la multiplicidad de sus nombres y manifestaciones. Existen personas, o mejor dicho, criaturas, porque debemos incluir a muchos animales y plantas, cuya negrura es tan enceguecedora como la luz. Esa oscuridad tiene una relación directa con la cantidad de moscas enviadas por los agentes del mal y por el número de larvas sembradas en el depositario. Si este realmente quiere ponerse a salvo de su influencia, deberá permitir que el guía llegue hasta el fondo de su corazón- esto último es una manera de decir- para tratar de descubrir el momento, el acto que provocó la grieta y permitió la entrada del desastre. El caso de Andrea era de urgencia y exigía obrar con la mayor tenacidad: la prueba era tanto para ella como para mi. Por eso lo considero uno de los momentos decisivos de mi vida. Gracias al dios de los dones logramos salir adelante. Después de residir durante varios años en Estados Unidos, donde se casó y tuvo tres niños, regresó a Cali a fundar una  empresa de servicios  tecnológicos. Pero de eso me enteré hace apenas un mes, cuando llamó para recomendarme a Walter y Paula, la pareja que usted se encontró hoy. Pero de ellos no le diré una palabra hasta el fin de mi acompañamiento.

Los misioneros dominicos llegados a tierras americanas después de su descubrimiento en 1492 relataron en detalle los que su cosmovisión consideraba encuentros con el demonio. Entre ellos reaparece una y otra vez la figura de las moscas y sus larvas. De hecho, los manuales de la Inquisición mencionan en distintos momentos la expresión “De vermis”, como un indicio a tener en cuenta por quienes tenían la obligación de permanecer atentos a las señales del maligno. En su momento fue utilizada para referirse a algunos rituales practicados por los indios Tainos, desplegados por varios lugares del mar Caribe. “El que repta como larva de moscardón”, dice un texto publicado en la isla de La Española a mediados del siglo XVI. Se refiere claro, al Belcebú de la tradición cristiana.

Demonio sentado en el jardín, Mijail Vrúbel, Rusia, 1890. Tomado de historia-arte.com

Mas tarde, la literatura se ocupó en detalle de recrear la imagen. Por ejemplo, De vermer misteriis es un grimorio ficticio creado por el escritor norteamericano Robert Bloch. Su compatriota H. P Lovecraft se encargó más tarde de retomarlo para ambientar algunos de sus relatos. Cerrando el círculo, la banda de metal High on Fire le dio ese título a su sexto álbum, publicado en el año 2012.

El complejo  universo de dioses y demonios forjado por Lovecraft dio lugar a todo un subgénero bautizado por las editoriales como literatura preternatural. Entre ellos, los relatos de los mitos de Ctulhu juegan un papel especial. Se trata de un auténtico panteón en el sentido convencional de la expresión, es decir, una reunión de dioses y demonios que gobiernan una parcela del universo. Al modo de las religiones, Lovecraft engendró una serie de admiradores y seguidores dotados de gran talento, encargados de enriquecer y ampliar el cosmos fundado por él. Entre ellos, vale la pena nombrar a August Derleth, autor de La llamada de Ctulhu; Clark Aston Smith, con El regreso del brujo y Robert Howard, con su relato La Piedra negra. Es tanta la variedad de matices que hasta el día de hoy muchos gnósticos, teósofos y ocultistas reclaman a Lovecraft como uno de los suyos. Es más: todavía en la actualidad, la corriente sicoanalítica fundada por Carl Gustav Jung insiste en que la obra del escritor de Providence y sus seguidores no es nada distinto a la expresión literaria del inconsciente colectivo.

En un significativo número de relatos de los mitos de Ctulhu subyace la noción de podredumbre como materialización del mal y sus agentes. La presencia de charcas nauseabundas, viejos rincones mohosos y olores indescriptibles- una palabra cara al estilo de Lovecraft – sirven de escenario para la irrupción de criaturas que reptan y vuelan alrededor de sus víctimas, conduciéndolas con frecuencia a la locura. No es casualidad que la divinidad reinante de ese mundo sea conocida con el nombre de Nyarlathotep, el caos reptante.

Llegados al campo de la Historia, en sus cartas de relación el conquistador Hernán o Hernando Cortés, describe en detalle las gigantescas nubes de moscas que revoloteaban en los lugares donde se desarrollaban las batallas contra los mexicas. Los misioneros que lo acompañaban se apresuraban a anotar a pie de página que esa era una prueba más de la presencia del demonio en las tierras recién descubiertas. Acto seguido urgían a la autoridad civil y eclesiástica a tomar medidas para impedir su multiplicación, autorizando la acción conjunta de la cruz y la espada.

Es más de medianoche y el frío de Manizales asciende desde el piso de madera, mordisqueando mis pies con sus diminutos dientes de roedor. Acostumbrada a largas jornadas nocturnas, Orlinda permanece impasible, a pesar de sus pies desnudos. Lo que vio en la vida de Walter y Paula la tendrá atareada durante una buena temporada. Pero antes de despedirse me suelta un dato que se tenía reservado para el final.

-Le dije que, según le explicó la comadrona a mi madre, el don de ver se produjo por la alta fiebre padecida por ella en los días finales de su embarazo. Pero durante los primeros días de mi educación en el Chocó el viejo Migue me contó la historia completa. Según las tradiciones de los antepasados africanos, solo puede ver quien, por algún designio, ha cruzado en viaje de ida y vuelta los umbrales de la vida y la muerte. En otras palabras, en el momento más crítico del embarazo de mi madre el cuerpo y la mente que yo era antes de nacer murieron, quedaron en suspensión durante un tiempo que en términos humanos se mide en fracciones de segundo, pero a  escala del universo equivale a una eternidad. En esa eternidad no existen el pasado ni el futuro. Todo es un perpetuo presente en el que los caminos de vivos y muertos se cruzan en un flujo incesante. En ese ir y venir se tejen los destinos, formando una madeja en la que no hay más que el infinito combate entre el bien y el mal. Eso que en las estampas religiosas aparece con forma de ángeles y demonios.

Cuando abandono la casa de Orlinda el mordisqueo del frío ya va a la altura de mis orejas. A esta hora de la madrugada yo, que me creía curado de espantos, experimento la necesidad de una buena dosis de racionalismo. Es hora de buscar a Julio Ernesto, un hombre acostumbrado a fondear en muchas orillas. Pero eso será otro día.

SOMBRAS NADA MÁS

-La única diferencia entre un exorcista y un sicoanalista es el monto de la tarifa. Me dice Julio Ernesto por teléfono cuando lo llamo para pedirle una cita. En ese caso lo mejor es que vuelvas a la casa de La Maga: sería la única capaz de sacarte esos gusanos de encima, apunta después de escuchar mi resumen de lo sucedido. Quedamos para el domingo en su finca de Condina, a medio camino entre Pereira y Armenia.

Julio Ernesto estudió primero sicología. Luego se hizo sacerdote católico y más tarde renunció al sacerdocio un poco por amor a una muchacha y otro tanto por su interés en cursar estudios de medicina, carrera que concluyó en la Universidad de Antioquia. A sus sesenta años es dueño de un cuerpo atlético y bronceado, moldeado con base en largas caminatas por las montañas, dos horas diarias de ejercicio en su gimnasio doméstico y extensos recorridos a bordo de su bicicleta todo terreno. Aparte del español, domina el inglés, el francés, el italiano y el latín. Conoce como pocos la pintura del Renacimiento y la poesía del siglo de oro español. Vivió dos años en Roma, tres en París y uno en Barcelona. Durante su estadía en Europa asistió a cuanto curso pudo sobre la historia del Barroco. Entre clase y clase fatigó a sus maestros con preguntas sobre el sentido último de las figuras en apariencia demoníacas esculpidas en las paredes y ventanales de muchas iglesias. De esa época se ganó el apodo de monsieur Gárgola. Un profesor francés de historia del arte acabó bautizándolo así, asombrado  ante su al parecer incurable obsesión por las figuras mitológicas labradas en piedra sobre el frontis y los aleros de algunas catedrales.

Me atiende un domingo soleado en la casa principal de su finca. La sala de estar es una habitación de techos altos, casi desprovista de paredes. En su lugar consta de cuatro ventanales enormes por donde se cuela una luz eterna que va cambiando de tonalidad a medida que transcurre el día. En los estantes de la biblioteca sobresalen viejas colecciones de  libros de sicología, antropología, teología y literatura clásica. Shakespeare lleva la delantera. Es imprescindible, me dice Julio Ernesto, alzando una copa de vino tinto Chevalier de Lascombes. Quien desee conocer el alma y la mente humana debe leerlo, si quiere de veras bucear a fondo, concluye. Allí están todos los matices del cielo y el infierno, es decir del corazón humano, sentencia sacando de los estantes un grueso volumen con las obras completas del autor de La Tempestad.

Por si acaso, emprendo un resumen más extenso de lo sucedido en la casa de Orlinda en Manizales. Antes de responder cualquier cosa alza sus cejas espesas salpicadas de unas cuantas canas y me invita a tomar asiento en un sillón labrado, como casi todo el mobiliario, en material de guadua. Está  acostumbrado a mis preguntas desde que nos conocimos hace más de tres décadas en un discreto sitio de Pereira llamado La Tertulia Clásica donde nos amanecimos más de una vez escuchando La Flauta Mágica de Mozart y la Campanella de Niccolo Paganini. Sin embargo, esta vez parece más sorprendido que de costumbre ¿De modo que moscas y gusanos? Pregunta de pronto, remarcando la pregunta con un guiño que me parece a la vez de ironía y complicidad.Aunque muchos europeos pretenden hacernos creer que el llamado pensamiento mágico es algo así como una seña de identidad de los continentes llamados atrasados, lo único cierto es que ellos fueron sus inventores. Nuestro único papel ha sido el de receptores de todo un legado dirigido a tanto a explicar lo incomprensible como a controlar a sectores completos de la población. El truco es sencillo: siempre habrá alguien dispuesto a someterse  a la voluntad de quien asegura disponer de una clave para resolver los enigmas que lo atemorizan.

-En ese sentido he conocido a muchas mujeres similares a Orlinda. Supe de su existencia en Italia, en Grecia, en Bosnia, en París y en la muy civilizada y castiza Madrid. La primera singularidad resulta ser, desde, luego su condición de género. El hecho de que todas sean mujeres tiene varias explicaciones. Una de ellas reside en la incuestionable condición telúrica del ser femenino. Su vinculación con las fuerzas de la naturaleza, empezando por la maternidad ¿No hablamos todo el tiempo de la madre tierra? En cambio el padre, el principio masculino, viene de afuera, como un intruso. Por eso en las religiones precristianas se alude a la reina madre y solo con el advenimiento de los credos monoteístas se empieza a nombrar al dios padre, el señor de los ejércitos, el rey de los cielos. Es algo muy relacionado con el principio de fertilidad. La pintura y el dibujo de muchos de esos pueblos están llenos de imágenes de la hembra cuyo vientre se abre para recibir la lluvia fecundante. El poder en principio es pues femenino.

-La otra característica pasa por la subversión de los valores y por lo tanto del sentido de los mitos fundacionales. Las religiones monoteístas triunfantes, es decir la de Alá, la de Yahvé y la del dios de los cristianos como yo, saben del peligro implícito en las mujeres: no en vano habían reinado durante siglos, como las legendarias Amazonas. Con el ánimo de neutralizarlas les asignan un rol maléfico y aparece entonces la figura de la bruja. No pasemos por alto un dato: según algunos exégetas, Lilith, la primera mujer del Adán bíblico fue un súcubo, es decir, un demonio femenino. De allí la necesidad de instaurar en el relato la figura de Eva. Si bien esta última es tentación y peligro también tiene la facultad de redimir a través de la expiación y la penitencia. La presencia de Lilith es fundamental para entender como se fue gestando toda una concepción de la mujer bruja, que alcanzó un punto de sofisticación muy alto en la Edad Media hasta convertirse en un frenesí de misoginia con la creación del Santo Oficio y sus distintas estructuras. Un autor como Jules Michelet supo entender  y denunciar muy bien la estructura de poder subyacente en los casos de brujería: con la supresión de las hechiceras se afianzaba la supremacía masculina.

Nunca lo escuché oficiar la misa, pero quienes si lo hicieron afirman que los sermones de Julio Ernesto eran legendarios. Su brillantez argumentativa y su fluidez verbal los convertían en piezas de antología. En sus labios y en el movimiento sugestivo de sus manos- me dijo en una ocasión uno de sus feligreses- el sermón de las siete palabras se convertía en un mecanismo de artillería política de alto riesgo. Quizá fue eso lo que llevó a Cristina, su mujer de hoy, a enamorarse de él cuando se subía al púlpito y la emprendía contra todos los poderes terrenales. Esa misma capacidad es desplegada hoy como una descarga de lucidez animada con tragos de vino tinto con sabor a tierra antigua.

-A mujeres como Orlinda debemos entenderlas como seres dotados de una fuerza- o de un don si lo vemos así-  capaz de intervenir de manera o positiva en la estructura del universo. Cómo interpretamos y valoramos esas fuerzas depende de la concepción del mundo aceptada por un individuo o un grupo social. De allí la multiplicidad de nombres y manifestaciones. Para un librepensador o un ateo- si existe tal cosa- esas fuerzas recibirán el nombre de energías, buenas o malas. Por su lado, un creyente extremista verá legiones enteras de ángeles o demonios, dependiendo de su capacidad para hacer el bien o el mal. No es casual que existan categorías enteras que los clasifican a unos y otros en función de las jerarquías celestiales o infernales. Vistas las cosas de esa manera, mujeres como ellas merecen todo mi respeto, aunque no comparta sus métodos y lenguajes. Como bien sabes, soy un ex cura bastante escéptico.

-Por eso mismo, por el escepticismo, aprendí muy rápido a ver el tratamiento empleado por los misioneros con los credos aborígenes como un instrumento de control político, antes que religioso. Simplemente resultaba más efectivo hablar del infierno, del príncipe de las tinieblas y de ritos maléficos que de sutilezas conceptuales. Produce más impacto expresarse en términos de moscas, larvas y gusanos que de nociones solo en apariencia abstractas como bueno y malo. Paradójicamente, Estas últimas sí que tienen manifestación diaria en la vida de la gente. Revise usted los libros sagrados o profanos y encontrará que la Historia no es nada distinto al escenario donde se dirime la vieja disputa entre el bien y el mal. Es ese el sentido último de la figura bíblica del Armaggedón: ni más ni menos que el sitio imaginado y real a la vez donde tiene lugar la batalla del juicio final. No recuerdo el autor, pero una vez leí un valioso libro de historia sobre la conquista de México. Las citas de los cronistas, entre ellos Bernal Díaz del Castillo están plagadas de adjetivos calificativos aplicados a divinidades del panteón mexica como Xolotl, Camaxtli, Centeotl, Chalmecatecuhtli, Chihuacóatl o Coyolxauhaqui. Detrás del nombre siempre aparecen palabras como perverso, monstruoso, maligno, execrable o maldito, conceptos por completo ajenos a los pueblos que los adoraban y les ofrendaban con sus ritos sacrificiales.

Foto de César Rodríguez tomada de El Sol de Tlaxcala. En honor al Dios Tlaxcalteca Camaxtli, fue plasmado un mural en las paredes de una vivienda ubicada en el centro de la comunidad de Santiago Tepeticpac, municipio de San Juan Totolac, México.

Algo parecido sucede con las fuerzas y divinidades invocadas en los rituales de santería extendidos por todo el mar Caribe, así como en buena parte del territorio brasileño. Como todos sabemos, el cine y los medios de comunicación en general han contribuido a distorsionar por completo la esencia de esas prácticas destinadas a afianzar la identidad de las comunidades negras. El vudú, por ejemplo, no tiene relación alguna con la grotesca leyenda de muertos vivientes y toda esa saga propagada por guionistas y directores de películas baratas. Sin embargo, esa es la visión aceptada por millones de personas en el mundo. Gracias a esa distorsión la santería, el vudú y muchos ritos relacionados acabaron convertidos en algo diabólico. Durante un viaje a Brasil tuve la oportunidad de asistir a un ceremonial en una aldea de Minas Gerais. Las oficiantes eran viejas sacerdotisas descendientes de africanos iniciados en los misterios de los cuatro elementos: tierra, viento, agua y fuego. Cual no sería mi sorpresa cuando, al contarles la historia a unos misioneros amigos, me dijeron que la palabra utilizada por blancos, mestizos e inmigrantes japoneses para referirse a esas sacerdotisas era puta o zorra.

Le digo que me inquieta la relación entre la moderna interpretación del mal como algo perceptible en forma de moscas y sus rastros en viejas culturas mesopotámicas.

-Ah bueno. Obviemos la siempre presente posibilidad de manifestaciones idénticas de distintos relatos en lugares  distantes de la tierra. No olvidemos que, a pesar de su  talante prodigioso, la capacidad humana para comprender a través de conceptos y abstracciones tiene un límite, por lo demás reducido en la mayoría de las personas. Es en ese punto donde surgen las representaciones, que al alcanzar determinada dimensión estética, pasan a formar parte del patrimonio artístico de los  pueblos. Fíjese nada más en toda esa iconografía popular creada para ayudar a los creyentes a entender los conceptos de los padres de la iglesia. En realidad lo que las diferencia de la pintura bizantina y del renacimiento es la destreza del artista. Entender la génesis del mal y su manifestación en el mundo material no es cosa de poca monta. Le voy a poner un ejemplo: hasta hace relativamente poco tiempo, los científicos creían que la carne en descomposición producía gusanos por generación espontánea. Tuvieron que pasar muchos años de observación hasta que alguien notó la relación entre las moscas que depositaban sus huevos en la carne y la posterior aparición de las  larvas. Si eso acontece con un fenómeno tan evidente a simple vista, pensemos en lo que significa el esfuerzo de interiorizar una idea difícil hasta para filósofos y teólogos. De allí que, según los cronistas, los antiguos hebreos asociaran los enjambres de moscas en los altares de los pueblos paganos invadidos como una señal de su familiaridad con los demonios.

-Pero aparte de la pintura, es a la literatura a la que le debemos los mayores aportes en nuestro intento de comprender la naturaleza del mal, aunque no sé si esta última expresión sea la más precisa. Existen quienes hablan del mal de la naturaleza, en su intento por definir la parte bestial de nuestra condición; la regida por los instintos en contraste con el universo delimitado por las normas sociales. El antiguo y el nuevo testamento constituyen fiel muestra de esa idea. Si los leemos como documentos profanos encontraremos allí todo un catálogo de dioses y demonios, junto a legiones enteras de  aliados, aparte de un completo compendio para atraerlos o conjurarlos. Fíjese nada más en la figura de San Miguel Arcángel. Cualquier católico está familiarizado con la estampa que lo muestra armado de lanza y espada, aplastando con su pie la cabeza de un demonio. Vale la pena recordar que, con algunas diferencias, San Miguel está presente en las tres grandes religiones del libro: la hebrea, la islámica y la cristiana. Incluso las surgidas de los cismas de esta última lo aceptan como un protagonista importante. Para los católicos, el arcángel Miguel viene a ser algo así como el ministro de defensa del cielo. En el libro del profeta Daniel se lo menciona como un príncipe vencedor en la guerra entre el cielo y el infierno. Es él quien comanda los ejércitos en su lucha contra las potencias de Satanás.

El Nuevo testamento nos habla además de las tentaciones de Cristo y de su estoica capacidad de resistencia a las mismas  ¿y cuales eran esas tentaciones? Pues las eternas pasiones de los hombres: el orgullo, el poder, la lujuria, la gloria. Más tarde, hombres como San Antonio pasarían por idénticas pruebas en su retiro del desierto. De allí en adelante, primero los  poetas y más tarde los novelistas volverán una y otra vez a ese terreno como fuente de inspiración. El demonio seductor en la saga de don Juan es una prueba de ello. La venta del alma al diablo en el relato de Mefistófeles constituye uno de los casos más destacados de recreación de una anécdota con resultados distintos en cada situación. En nuestro tiempo el caso más significativo podría ser el de la manera como tantos músicos se han sentido atraídos por la figura del ángel caído. Y no me refiero solo al género del rock y el metal, sino a corrientes enteras de la llamada música clásica y el jazz. Como anécdota recuerdo que en mis tiempos del seminario recibí varias admoniciones de mis superiores por mi especial afición a una canción de Charlie Daniel´s Band titulada El diablo bajó al centro de Georgia. En el fondo la letra era bastante tonta, pero el título provocaba escozor en algunas conciencias paranoicas.

Los ateos creen tanto en Dios que se pasan la vida entera peleando con él y con su antagonista el diablo, le digo mientras sirve una generosa tabla de quesos y jamones reforzada con una nueva dosis de vino tinto. La ventaja es que yo fui sacerdote pero ahora no soy creyente ni ateo: simplemente soy, réplica con su usual agilidad. Entonces vuelve a lo de las mujeres.

-Entre  las que he conocido tocadas por la capacidad de ver no recuerdo una sola a la que se pueda calificar de sicótica o afectada por alguna clase de perturbación. Todo lo contrario, eran o son mujeres serenas, dotadas de una sensibilidad especial para entender el alma o la mente humana. Y esa es condición esencial para ganarse la confianza  de las personas afectadas. Desde mi experiencia particular considero que ese es el verdadero don: su infinita capacidad de comprensión. Y quien comprende asume y respeta. Ya quisieran muchos curas, profesores, científicos, artistas, padres o  políticos presuntuosos disponer siquiera de una parte de esa facultad. Comprender significa establecer relaciones entre los fenómenos. Según su relato Orlinda dispone a manos llenas de esa virtud, bastante vecina de la caridad. Quizá todo sea tan simple como eso, más allá de las imágenes pavorosas de moscas y gusanos.

No sé  si es efecto del reencuentro con Julio Ernesto. O de las dos botellas de vino tinto despachadas en una tarde con sol. O del clima benigno. O de la mezcla de vehemencia y lucidez manifiesta en sus palabras. Lo único claro es que me he pasado el último año siguiendo los rastros de esa temida figura presente, con infinidad de nombres y descripciones, en todas las épocas y culturas. Después de esta conversación intuyo con más fuerza que vamos por el mundo pisando una estela de luces y sombras. De lo que se ocupan muchos seres, sean exorcistas, sicólogos, sacerdotes o videntes como Orlinda es de  desvelar esa parte de la existencia hecha de sombras nada más.

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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