El viaje interior como una forma de cartografía

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Y entonces, empezaron a aparecer muchachos que andaban en sus propias esquinas. Venían de otros barrios y perseguían obsesiones parecidas. Como trazar una cartografía de sus propios viajes.


 

El son de la vida dura

De niño vio morir acuchillado a un malevo del barrio apodado “La songa”. Así aprendió, sin más preámbulos, que toda pesadilla es real.

Basta con descorrer un tanto el velo que separa los sueños de la vigilia. Eran duras las calles de los barrios Mirasol y San Jorge por esos días. Y siguen siéndolo. Solo que Ricardo Muñoz Izquierdo emprendió otros viajes. Uno, que lo ha llevado a mostrar su obra en distintos países, gracias a invitaciones y becas.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

Otro- quizás el más fértil- es el viaje interior que todo hombre debe emprender si quiere de veras ponerle cara al viejo mandato de conocerse a sí mismo.

A diferencia de la generación anterior de artistas pereiranos, originarios casi todos de estratos medios y altos, los compañeros de viaje de Ricardo vienen todos de sectores populares, allí donde se canta cada mañana el son de la vida dura.

“Fredy Clavijo, que ya tiene un reconocimiento a nivel nacional, salió de Versalles, en Dosquebradas. Gustavo Toro creció en Santa Isabel, un barrio del mismo municipio y Mauricio Rivera nació en Alfonso López. A esta altura del camino, viendo la maduración de su obra, siento que la calle le da a uno elementos a los que es más difícil acceder por otros medios. Ya sé que es un lugar común, pero eso de la universidad de la vida tiene un sentido muy profundo para la gente, y en el caso de los artistas es una especie de prueba de fuego que uno no acaba de agradecer”.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

Ricardo tiene razones de sobra para decirlo. Marino Muñoz, su padre, es uno de esos viejos sindicalistas formados en las luchas obreras que precedieron a la caída del Muro de Berlín, con sus efectos en el mundo entero. Por su lado Guiomar Izquierdo, la mamá, ha librado mil y una batallas y de cada una de ellas ha salido más enamorada de la vida. Con tal de brindarle el sustento a los hijos acarreó volquetadas de panela para la venta, preparó hamburguesas para los soldados del batallón, aparte de los milagros cotidianos en los que son especialistas las mujeres de este lado del mundo.

“Hice los estudios de primaria en la Escuela Ciudad Pereira. Allí empecé a hacer dibujos para los compañeros de clase.  Al principio reproducía los personajes de las historietas que veíamos en la televisión. Sobre todo, los de Walt Disney, Warner Brothers, Dragon Ball Zeta, Caballeros del Zodíaco y todos los que llegaron después. Más tarde ingresé a cursar estudios de bachillerato en el colegio Inem y me encontré con un profesor que fue decisivo en mi formación: Jaime Ochoa. Sus conocimientos me despertaron un interés por el arte que iba mucho más allá de cumplir con una asignatura.  Al terminar la educación media, en el año 2001, mi primera decisión fue ingresar a la escuela de artes de la Universidad Tecnológica de Pereira. Pero, déjeme decirle, no tardé mucho en descubrir que la academia castra, corta alas en su pretensión de someterlo todo a teorías. Así que decidí tomar otro rumbo”.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

En ese camino fue decisivo el hecho de haber ganado el primer lugar en un Salón de Arte Joven. El premio le dio derecho a participar en un taller con la artista Liliana Estrada Manzur. Allí pudo plasmar en técnica de tabla flamenca ese universo de rebeldías, turbulencias y luchas sociales de su padre en movimientos como la Jupa y el Moir.

“Terminado el taller, Liliana Estrada me invitó a seguir estudiando en su escuela, pero yo no tenía un peso para pagarle. No importa, me respondió, las cargas las arreglamos en el camino. Con ese respaldo muchas cosas empezaron a aclararse”.

 

Las rutas interiores

Los tatuajes de sus brazos son una continuación de las imágenes que dibuja en sus cuadernos, así como de los cuadros y esculturas de mayor formato que el creciente número de seguidores de su obra conoce muy bien. Un guisante, un cruce entre camello y montaña, un tronco humeante y unos ojos saltones destacan como anuncios del mapa interior del artista. En ese mundo alientan las canciones populares de Darío Gómez, los muñecos de año viejo y toda esa música de diciembre en la que destacan Los Hispanos y Pastor López. Es decir, los gustos de sus padres que Ricardo supo hacer suyos.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

A su lado conviven, en perfecta paz, las canciones feroces de Los Ilegales, la banda de punk española, La Pestilencia de la primera época y en general las bandas punkeras de Medellín. Tal vez en los Fanzines de esas culturas subterráneas encontró la motivación para la que sería su primera publicación con la editorial Luz de Luna: Sketchbook 2017, una suerte de cuaderno de dibujo en el que Muñoz vierte buena parte de sus obsesiones: los inciertos límites entre el sueño y la vigilia, la pugna sin tregua entre la cultura y los instintos y, sobre todo, el manto de perversión y crueldad que gravita sobre el universo infantil.

“Salvo alguna excepción, casi nunca uno es consciente de sus procesos creativos. Por eso le resulta tan inquietante que ciertas imágenes y situaciones vuelvan una y otra vez. A mí me pasa eso con Pinocho, el muñeco de madera que todos conocimos. Resulta que antes del relato escrito por Collodi existieron versiones prohibidas de la misma historia. Por eso quisieron crear una versión moralista. Pero el viejo Pinocho sigue al asecho, a la espera de la oportunidad para colarse entre nosotros”.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

Prueba de ello es el muñeco sodomita que aparece en la cubierta de Sketchbook 2017. O la escultura   de Pinocho devenido Príapo que desafía al mundo con su verga colosal. Pero sobre todo el cráneo desnudo de Pinocho que se burla de nosotros a través de las cortinas del desvelo. Porque, al final de todo, la muerte es la única prueba de que existimos alguna vez.

Ricardo Muñoz Izquierdo lo aprendió muy temprano en las calles de su barrio: la imagen de un muchacho acuchillado no tiene apelación.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

Los muchachos de otras esquinas

Y entonces, empezaron a aparecer muchachos que andaban en sus propias esquinas. Venían de otros barrios y perseguían obsesiones parecidas. Como trazar una cartografía de sus propios viajes.

“Puede que uno tenga que padecerla un rato, pero al final la vida le tiene su recompensa. Por ejemplo, desde que conocí a Liliana Estrada Manzur siempre he podido trabajar con los artistas que me interesan. Con Liliana empecé a recorrer un sendero que me abrió toda una visión del arte. Me retiré de la universidad y me consagré de cuerpo entero a lo mío: la creación a través de todos los lenguajes y técnicas posibles. Por eso no me caso con ningún género. Exploro la pintura, el dibujo, la escultura, la instalación, el vídeo y, desde mi encuentro con Stefanny Rodríguez, el libro como objeto dotado  de un valor estético en sí mismo”.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

Hoy, Ricardo se gana la vida con becas, proyectos y algunas incursiones en el mercado del arte. En esas andanzas, él y sus amigos descubrieron y potenciaron el valor de las Residencias Artísticas.  Se trata de espacios que son a la vez lugar de habitación, taller, sala de exposiciones y punto de encuentro y aprendizaje con artistas llegados de otros lugares del país y el mundo.

 

 

“Con Fredy Clavijo pusimos en marcha La Cuenca, una Residencia Artística en el corregimiento de La Florida. Hasta allí han llegado desde artistas desconocidos hasta emergentes, pasando por gente de alta trayectoria como el chileno Mario O`Pazo, la colombiana Nathalia Castañeda y Sara, una artista del País Vasco que nos abrió panorámicas enteras en el mundo del arte. Las residencias son una experiencia integral, que va desde el compartir técnicas y contactos hasta disfrutar cosas tan exquisitas como los camarones o los fríjoles con panela que Fredy prepara en la cocina”.

 

Hijos de la luna

Hace cosa de cuatro años los caminos de Ricardo Muñoz y Steffany Rodríguez se cruzaron. La muchacha venía de estudiar en España y, entre muchos otros anhelos, alentaba la idea de crear una editorial orientada a producir textos que reunieran en sus páginas todos los géneros posibles: el dibujo, la pintura, el relato, la crónica.

Y Ricardo Muñoz ya traía una experiencia cuestas.

Luego de varias discusiones y unas cuantas cervezas de por medio la criatura empezó a tomar forma. Serían libros en pequeño formato, cuidados hasta el mínimo detalle y dotados de la suficiente agilidad para pasar de mano en mano, de ciudad en ciudad y de país en país hasta darle la vuelta al mundo.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

Así surgió Luz de Luna Editores, el sello que ya parió a Sketchbook 2017 y ahora espera por el nacimiento de una nueva estación de ABC, una idea surgida bajo el modelo de los antiguos viajeros que atravesaban ríos y montañas, cruzaban valles ardientes y desafiaban despeñaderos mientras dibujaban con paciencia y minuciosidad lo que encontraban a su paso: amaneceres, hombres, bestias, ocasos.

Algo así como una Expedición Botánica, pero urbana.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

“ABC surgió como un proyecto para cartografiar el país por medio del dibujo. Todo con base en una residencia artística en Puerto Colombia. Allí pude trabajar al lado de gente tan valiosa como la peruana Hilda Mantilla, por ejemplo. En mi caso la fuente de creación fueron todos los mundos que se mueven alrededor del moto- taxi, ese medio de transporte informal que nació en la costa atlántica y luego se regó por todo el país. Luego vinieron giras con el Banco de la República y trabajos con colectivos de artistas de Montería y Cartagena”.

 

Era el momento de adentrarse en las entrañas de la propia ciudad para ensayar una cartografía que sacara la luz lo sublime y lo sórdido, lo amable y lo terrible. A partir de un juego con las letras del alfabeto, trece artistas encontraron palabras que los guiaran hacia sitios y personajes claves para tejer y destejer la vida cotidiana de Pereira: El Pavo, El Palomo, el Deportivo Pereira.

El resultado es una urdimbre de relatos y dibujos que proponen nuevas formas de convivencia a partir del reconocimiento mutuo.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.

 

Y allí va Ricardo Muñoz Izquierdo. A sus treinta y dos años ha dado varias vueltas alrededor de sí mismo y ha conseguido llegar a distintos países del mundo, aprendiendo de otros y mostrando los resultados de su trabajo.

Muchas cosas han pasado desde que en el salón de clase dibujaba monigotes para sus compinches de  primaria en la Escuela Ciudad Pereira.

Entre ellas, volvió a encontrarse con el punk en uno de sus viajes a Barcelona.

“Se trata de  Marcel- Li Antúnez  Roca, un catalán punkero de sesenta años, cofundador de  La fura dels Baus,  una propuesta  en la que se juntan la música, el teatro, la literatura, y el performance, todo cruzado por las estéticas del punk, en el sentido musical y filosófico de ese concepto. Durante mi estadía en Barcelona pude escucharlo y conocer de primera mano lo que fue su papel influenciador en la cultura popular”.

La misma cultura que Ricardo bebió en su infancia y que le ha permitido hacerse a un lugar en las siempre movedizas arenas del arte contemporáneo.

 

Foto: Archivo Ricardo Muñoz.
Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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