No por casualidad miles de melómanos eligieron a Mediterráneo como la canción más bella cantada en lengua castellana..
La poesía anda de cumpleaños por estas fechas. Un 27 de diciembre de 1943, cuando medio planeta se desangraba en la Segunda Guerra Mundial, nació en el Poble Sec, barriada obrera de Barcelona, un niño a quien bautizaron como Joan Manuel Serrat i Teresa, hijo de Ángeles y de Josep.
España atravesaba la oscura noche del franquismo, alimentada con los mitos forjados por el régimen para mantener adormecida a la muchedumbre: la cantante y bailarina Sarita Montiel, el torero Manolete y el niño protagonista de la película Marcelino pan y vino. Los juegos entre el Real Madrid y el Barcelona ya eran para entonces una suerte de metáfora de la radical confrontación entre la tenaza de los fascistas y las aspiraciones libertarias de los republicanos.
“En realidad, lo que me empujó a tomar la guitarra y cantar fue la ilusión de que así podría tocar con mayor facilidad el culo a las muchachas”.
Le dijo una vez al periodista Juan Carlos Pérez Salazar en una entrevista concedida al suplemento cultural del periódico El Mundo de Medellín, en una muestra más de ese humor suyo que derrama a partes iguales en la conversación y en las canciones como un vino generoso.
Con la esperanza de mitigar las angustias económicas de la familia se tituló de perito agrícola, en una especie de decisión premonitoria: en la etapa tardía de su carrera musical se convirtió en propietario de viñedos que cuida, según sus amigos más cercanos, con la misma dosis de rigor y ternura que siempre consagró a la composición de sus canciones.
De ternura y rigor están hechos esos versos suyos que varias generaciones convertimos en banda sonora de la propia vida. Aunque se niega al calificativo de poeta – “Solo soy un artesano de la canción”, dijo en una oportunidad- la belleza de cientos de poemas crónicas está allí para refutarlo.
No por casualidad miles de melómanos eligieron a Mediterráneo como la canción más bella cantada en lengua castellana.
Una ironía, si nos atenemos a su empeño temprano en cantar en catalán. Lo vi por primera vez en compañía de Juan Carlos un 7 de noviembre en el Teatro Metropolitano de Medellín. Había una calidez en el aire, una manera de darse al público que marcaba un notable contraste con el engreimiento tan corriente en el mundo de la canción, donde muchos no piden audiencias sino adoradores.
Esa noche, cuando interpretó Aquellas pequeñas cosas, una mujer entrada en los cuarenta se rompió en fragmentos diminutos, como si estuviera hecha de porcelana. Así son sus canciones: siempre pulsan una cuerda esencial de nosotros mismos, ya se trate del ideario sentimental o de las convicciones políticas, porque sus intereses creativos siempre han gravitado en esos dos terrenos.
Un himno generacional de la índole de La mujer que yo quiero se ve complementado enseguida por la indignación acumulada en una canción como Disculpe el señor. En el universo serratiano la vida íntima y la política habitan cuartos contiguos.
Son muchos los seres humanos con los que he tendido puentes a través de sus canciones: Juan Carlos, Rigoberto, Julio César, Alberto Verón, Diego Jaramillo, Edison Marulanda, Guillermo Constaín, Germán Gómez, Maurier Valencia.
Y pesar de que la vida, como es su obligación, nos ha puesto a transitar por caminos distintos y a veces irreconciliables, cada vez que escucho al poeta catalán experimento un sentimiento de gratitud por la manera en que cada uno de ellos me ha ayudado a estar vivo.
Al fin y al cabo
“Decir amigo/no se hace extraño/ cuando se tiene/ sed de veinte años/ y pocas pelas/ y el alma sin media suelas”.
Cuentan los cronistas que muchos argentinos sintieron que la horrible noche de la dictadura había cesado cuando el Nano volvió a cantar en su país. La verdad es que el hombre había hecho méritos para ganarse el odio de tipos tan siniestros como Franco, Pinochet o Videla y eso le costó su buena dosis de exilio. Por un pelo se escapó de nacer el 28 de diciembre, el día en que los católicos honran la memoria de los Santos Inocentes.
No importa, ahora que cumple setenta y cinco quiero escanciar el vino de los años, el vi de l´any, por la dosis de belleza que le ha regalado a mi vida y a la de tantos coetáneos.
Nací en el Mediterraneo
La mujer que yo quiero
Disculpe el señ0r