Por estos días de virus y pánicos globalizados, críticos y lectores le hacen guiños de ironía a la vida y obra del gran poeta italiano Giacomo Leopardi.
Sucede que el escritor se consagró en muchos de sus versos a alimentar un constante romance con su muerte. La llamaba de todas las formas: Dama crepuscular, amada de ojos grises, muchacha de la alta noche.
En buena medida, su vida transcurrió en una constante espera de la consumación de ese romance. Aquí va una muestra de su poema Amor y muerte:
Hermanos a la vez creó la suerte
al amor y a la muerte.
Otras cosas tan bellas
en el mundo no habrá ni en las estrellas.
Nacen de aquél los bienes,
los placeres mayores
que en el mar de la vida el hombre halla;
y todos los colores,
todo mal borra ella.
Pero cuando la peste tocó a las puertas de su ciudad, mortal al fin y al cabo, el pobre hombre empacó maletas y huyó a toda prisa en busca de un lugar seguro.
Lo mismo hicieron muchos de sus paisanos, pero nadie se acuerda de ellos. Después de todo, ningún otro era tan grande poeta. Ni siquiera era poeta.
Lo habitual es que la gente huya ante el peligro: el miedo es una de las manifestaciones visibles del instinto de supervivencia. Sin él, sucumbiríamos al primer embate de los depredadores.
En su obra Calígula el escritor Albert Camus lo definió de esta manera: “El miedo, Cesonia, el miedo, ese hermoso sentimiento sin aleaciones, puro y desinteresado. Uno de los pocos que sacan su nobleza del vientre”.
Es decir, de la más pura entraña de los instintos.
Visto así, el miedo a la muerte no es otra cosa que ganas de seguir viviendo, así, en gerundio: viviendo, no sólo de seguir vivos.
Así las cosas, no es la muerte en tanto sustantivo y hecho consumado lo que nos inquieta, es su condición de verbo, de transición lo que nos produce angustia.
Arropada bajo el seudónimo de Covid- 19 la parca es una presencia que se siente hoy en el aire, en las conversaciones telefónicas, en los mensajes que circulan a través de las redes sociales.
También es omnipresente en las oraciones de los piadosos y en las blasfemias de los impíos.
La forma como la gente se concentra en las noticias, en las decisiones de los gobiernos, en los rumores callejeros tiene mucha relación con la actitud del animal acorralado que olfatea en el aire una posible ruta de escape.
Sólo que no hay escape posible: si no es ahora, será en otra ocasión.
“No es la muerte/ es el morir”, escribió el poeta colombiano Jorge Artel. Otra vez estamos ante la aprensión suscitada por el trance, por el tránsito.
Dónde desemboque ese tránsito depende de las creencias de cada quien.
Para los cristianos la muerte es paso del mundo al Padre. Ese es el significado de la palabra Pascua.
Para los existencialistas es trance del ser a la nada.
Los ateístas lo ven como cambio de un estado de la materia a otro.
Para todos por igual es un misterio que siempre deja abierta una sucesión de interrogantes.
Supongo que ustedes lo habrán notado: al tiempo que se multiplica la oferta de servicios a domicilio a través de la internet, se incrementa la presencia de toda suerte de gurús, de consejeros, de guías que afirman tener la clave para conducir a la gente a través de la pandemia.
Parece una legión de Moisés decidida a atravesar el Mar Rojo con su rebaño en medio de una gran tormenta.
Las fórmulas son tan variadas como los salvadores: ejercicios respiratorios, fortalecimiento del yo a través de mantras, consumo intensivo de verduras, lectura de libros y folletos escritos por los guías, catecismos sobre las bondades del ultraliberalismo, plegarias a este o aquel santo especializados en pandemias.
Se ofrecen a través de videoconferencias y hasta de visitas presenciales garantizadas con todos los elementos de bioseguridad, esa palabra que irrumpió en nuestras vidas como un conjuro frente a la adversidad.
Todo ese catálogo de fórmulas y frases hechas apunta al centro mismo de nuestro desasosiego, esa punzada en el bajo vientre que se manifiesta como el anuncio de algo que no queremos discernir, porque amenaza sin apelación los precarios cimienttos- si en realidad son cimientos- sobre los que se asientan nuestras veleidades mundanas y nuestra fe ciega en los poderes de la ciencia y la razón.
Ese algo es la certeza de nuestra finitud, que vuelve ahora disfrazada de peste letal, igual que en los viejos tiempos.
En estos días de cuarentena, en Inglaterra, salgo a caminar todos los días. Mi recorrido favorito es el cementerio local, donde son raros los joggers jadeantes y los grupos de eyaculaciones (bucales) invasivas. Descubrí, entre otras perlas, la tumba de Lilli Palmer, la actriz alemana, muy conocida en Londres (donde habitó con su marido Rex Harrison en la misma cuadra de la calle donde vivo) y en Argentina, ya que se casó luego con el actor argentino Carlos Thompson. También, y a propósito de tu “Es el morir”, encontré una lápida con una cita de otro gran poeta italiano, Francesco Petrarca: “Un bel morir, tutta la vita onora”, así, en tano, en la tumba de uno de los tantos pioneros italianos de restaurantes, heladerías y confiterías en un país cuya gente prefería los pubs. Me gustó porque casi todas las lápidas contenían frases prefabricadas, como “In one of the stars I shall be living” y semejantes. Está claro que la línea de Petrarca viene bien no sólo a los héroes caídos en el campo de batalla, sino a incontables Fulanos que murieron con dignidad en cualquier sucucho, o a tipos como Gardel, encendidos antes de su tiempo. Veo ahora en internet ejemplos de lápidas de famosos: la más interesante es la de Jack Lemmon, que simplemente dice, debajo de su nombre: “en”
Y nosotros debemos agregar las películas suyas que nos cautivaron.
Como quien dice, la sombra de Lili Palmer lo sigue a todas partes, mi querido don Lalo. Bueno, al fin y al cabo tenemos una sombra que nos sigue, aparte de la propia, claro.
Eso de ” eyaculaciones(bucales) invasivas” parece un apunte de un personaje de Alfred Jarry o de una película de los hermanos Marx.
Sus reflexiones me llevaron a evocar el bello título de un libro de Tomás Eloy Martínez: ” Lugar común la muerte”.
Habría que añadir: no por común menos insondable.
Un abrazo y hablamos,
Gustavo
Me dice un historiador local que la lápida de Lilli Palmer en el cementerio de Hamsptead es conmemorativa, en el sitio familiar de los Peiser (su nombre original), y que sus restos descansan en un cementerio de California. Otros dicen que en Hampstead también yacen sus cenizas, o parte de ellas. Vaya uno a saber. Como dice tu poeta, “no es la muerte/ es el morir”