Fragmentos del libro: Evangelio de Arena, Juan Esteban Londoño

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Evangelio de arena es una novela atrevida que narra el evangelio apócrifo de Shimón Zelote, uno de los más ignorados y misteriosos discípulos de Jesucristo. Gracias a Silaba Editores compartimos fragmentos de este libro.

Evangelio de arena
Juan Esteban Londoño
Sílaba Editores
Páginas: 106
2018

1

Me quito la mordaza y canto a la memoria del desierto.

Narro una historia diferente a la que se cuenta entre los pescadores. Yo fui uno de ellos, uno de los doce, Shimón me llamaban en Galilea. Ahora estoy viejo y revelo mi evangelio de misterio y arena.

Alguna vez invadí ciudades y maté hombres. He bebido de poetas y de cantores. Hoy escribo desde la isla de Chipre, evocando imágenes de fuego y aromas de Judea, travesías por senderos donde se borran los pasos del beduino y solo queda la huella de Dios.

Reconstruyo los episodios en una barca mecida al atardecer, horas después de la última pesca. Los aldeanos se disputan las sobras del marisco con los cormoranes.

Cruzo las piernas y me siento ante el papiro húmedo. El recuerdo emerge a la superficie del mar.

Lo tomo con mis manos y lo acaricio con ironía. Las hojas aún tiemblan ante el grito que se oyó en Jerusalén.

De ese grito y de ese silencio quiero hoy cantar.

Juan Esteban Londoño

2

Los años de mi juventud fueron miserables pero llenos de sentido. Vivía en Cafarnaúm, una aldea pesquera a orillas del mar de Galilea. Comía deliciosas truchas fritas en aceite de oliva y bañadas en limón junto a los pescadores. Pasaba la sed con vino ácido.

Me sentaba a escuchar las historias de los marineros.

Los recolectores de plantas balsámicas se les unían y formaban corrillos para narrar cuentos extraordinarios acerca de leones de lago y bestias del abismo.

Judea había sido poseída por animales de rapiña.

Los romanos entraron en la ciudad santa bajo la máscara de los sumos sacerdotes y sacrificaron un cerdo. Desde entonces han tenido dominada a nuestra tierra. Y ahora que arde Jerusalén, debo decir que cuando yo tenía treinta años comenzamos a encender la hoguera.

Los soñadores del incendio fueron los zelotes, figuras míticas originadas por el deseo de proteger a nuestra raza de los invasores. Algunos se habían reunido en el yermo. Había muchos simpatizantes de los revolucionarios en las aldeas y unos cuantos seguidores comprometidos, dispuestos en las sabanas. Se entrenaban con sicas, armas cortas diseñadas para eliminar a los traidores y ocultarlas luego bajo el manto. Había otros en las casas, quienes proveían alimentos transportados clandestinamente a las montañas. Viñadores, leñadores, molineros, herreros e incluso curtidores se esforzaban por mantener la cabeza en alto ante la invasión romana.

Un día tuve la oportunidad de acampar con los hombres del desierto en las cuevas de Arbela. Para llegar allí, caminé por descampados y estribaciones junto a mi hermano Reubén. Él conocía a algunos de los hombres y me introdujo en la milicia. Nos llevaron por laderas perforadas con martillos y corríamos el riesgo de caernos. Uno de los guardias me pidió que acelerara el paso, yo lo hice con descuido y mi pie quedó flotando en el despeñadero. El guardia me tomó del brazo y alcanzó a arrinconarme contra la pared de roca.

Luego penetramos en la gruta y los vimos: la fuerza subterránea israelita, dispuesta a dar la vida por su gente. Había también mujeres, hermosas y aguerridas, de pieles bronceadas y cabellos sueltos, vigilando desde las cavernas.

Yo caminaba distraído, con miedo a caer de nuevo en alguna grieta, cuando vi al líder de la revuelta. El hermano Bar-Rabbah brotó como una sombra. Estaba escondido desde que mató a un soldado romano.

Antes había sido un agricultor y lanzaba las semillas a las esquinas de los campos libres para los pobres. Venía de mal en peor y soportaba con tranquilidad su sufrimiento. Pero el soldado intentó violar a su hermana cuando esta le pedía un poco de vino para calmar su sed. Bar-Rabbah tomó la hoz y le sacó las entrañas. Lo exhibió con furia en la puerta de la población y tuvo que escapar para convertirse en una leyenda.

3

Bar-Rabbah nos saludó con un beso y nos atendió con dulzura. Dijo que ya había escuchado noticias de Reubén, el hijo mayor del alfarero muerto, aunque de mí sabía poco. Mi hermano me presentó. Yo era Shimón, el segundo, quien todavía no se había casado y vivía solitario en la casa que dejó nuestra madre al morir. Era un hombre meditativo y amante de las estrellas.

–También estoy interesado en su movimiento –añadí a la descripción que hacía mi hermano–, y vengo a aprender de ustedes los zelotes.

–Todo un zelote –se rio Bar-Rabbah–. Bueno, Shimón Zelote, no se trata solamente del celo por la fe, así, como si nada, y seguir fabricando ollas de barro. Es insoportable el peso de la cultura romana sobre nuestra nación. Nos aprietan hasta ahogarnos con sus torres y ciudadelas. Nos asfixian, nos asignan procuradores incompetentes e insensibles a nuestra religión. A diario desfila una inmensa cantidad de soldados romanos por nuestra heredad y violan a nuestras mujeres, incluso a nuestros jóvenes. Sentimos la instauración de sus cultos como si fuera una penetración por los orificios impuros. Nos han sido confiscadas propiedades, han restringido nuestras cosechas y nos obligan a entregarles nuestros diezmos. Los campesinos se nos unen y tenemos que robar para sustentarnos. Robamos a los romanos, a los extranjeros y a los comerciantes que se benefician con la pobreza de los demás. El camino que tienen las víctimas es el de patear a quien nos pega con el látigo, patear hasta matarlo. Sí, nosotros también somos celosos, querido Shimón, tenemos celos como el Eterno tiene celos de Israel. Él no tolera la idolatría ni las violaciones contra la Alianza. Si la gente pone de su parte, nos quitaremos el aguijón que nos mortifica.

Le pregunté a Bar-Rabbah por los rumores sin rostro: los actos de violencia, los secuestros de mercaderes y las sicas bajo el manto para matar en la noche.

–Acuérdate de las palabras del profeta –respondió–. Cuando vean la abominación desoladora en nuestra tierra, entonces habrá llegado el momento.

Fue necesario que se cumpliera lo dicho por el anciano al vidente: cuatro bestias dominarán al mundo y la cuarta perseguirá a los israelitas. Pero estos recibirán poder y destruirán a la bestia. Esos somos nosotros, y desataremos el nudo atado a nuestra garganta. Vendrá la luz desde el Jordán e iluminará a Judea entera.

–También ustedes, Reubén y Shimón –nos dijo–, pueden ser hijos del éxodo y abrir los corazones de nuestra gente. Vayan y anuncien las buenas noticias e inciten a la revuelta. Háganlo con discreción. Buscamos levantar una gran militancia. Nosotros los prepararemos para la guerra.

Aceptamos el cometido que desde el principio sonó a una orden. Las palabras de Bar-Rabbah eran poderosos dardos y yo no tenía nada que perder más que la vida. Y me comprometí a buscar posibles candidatos para la cosecha de cereal y sangre.

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