Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores y reseñados en La cebra que habla.
En bombas me la comí. En bombas de fuego la antiquísima falacia del coito. Le pude rápido, no se fuera a patrasiar. Me la follé a la lata. Por delante y por detrás. La neta. Y sin condón, ¡madre de Dios, madre mía!
–Inaudito –se quejó casi con hipocresía–. Insólito.
Se recostó contra el fondo del clóset. Un gancho de ropa, mal colgado, se le incrustó en la espalda o entre las costillas. De un manotazo lo tiré al piso. Sonó como un triquitraque.
–Esto es lo más políticamente incorrecto que me ha pasado en la vida –volvió a lamentarse mientras se soltaba el brasier.
Tenía resabio por el prefijo in– en sus dos acepciones, la incluyente y la de negación o privación. Que me la quisiera comer, ya dije, le parecía inaudito. Que yo no tuviera condones era inconveniente, no hay duda, o mejor, indudable.
Que quisiera metérselo por el culito le resultaba infame.
Que sus chillidos de gata (fina o golosa) se oyeran por todo el apartamento le parecía incómodo.
–¡Qué incongruencia! –se obstinó, ya casi en pelota.
–A lo que vinimos, pues –la azucé y terminé de jalarle el bluyín.
Se hizo la mansa, con las mujeres no hay caso, ni ha habido ni habrá.
–Inconcebible –dijo con un suspiro–. Inconcebible, my goodness.
Se la comió, si señor. O se lo comió ella a él y no lo supo sino después de botarse – o de venirse-