Cada sábado tenemos la sección Antojos, un espacio para leer fragmentos de libros publicados por Sílaba Editores. En esta ocasión nos comparten el primer capítulo del libro Miguel Lleras Pizarro. Una vida en contravía
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Genio y figura hasta la sepultura
Cuando Daniel Samper Pizano me escribió esta carta en abril de 1980 yo vivía en Ginebra, Suiza, y trabajaba en la Comisión Internacional de Juristas, en un empleo para el cual me había recomendado Miguel Lleras Pizarro, entonces magistrado de la Corte Suprema de Justicia.
Mi amigo y colega de la Unidad Investigativa de El Tiempo me decía:
Abril 9
Alberto:
Supongo que ya se habrá enterado por su familia de la muerte de Lleras Pizarro. Ayer me la comunicó su papá y me puse en contacto con Héctor para la doble misión de darle el pésame y reunir datos para el periódico. Héctor me informó que tanto en el testamento como en una hoja de instrucciones anterior había indicado que no hubiera velorio, entierro, exequias ni cosa parecida cuando se muriera, así que procedieron a entregar el cadáver a la U. N. Murió el viernes por la mañana, a consecuencia de un paro respiratorio. Había estado mejor esa semana, pese a su irremediable enfermedad. Inclusive pensaron llevárselo a la casa el martes, pero debieron aplazar el asunto. El viernes a las 8 a. m. pidió el cepillo de dientes, conversó algunas cosas e incluso se despidió de su hermana Josefina, pero no porque él creyera que se iba a morir, sino porque ella regresaba a Estados Unidos en vista de que la situación parecía un poco estacionaria. Pero tuvo complicaciones de unos bichos o infecciones cuyo nombre no recuerdo en la garganta y los antibióticos lo debilitaron. Luego le sobrevino el paro y pese a que le dieron respiración artificial se cumplieron los pronósticos fatales de los médicos.
No conocía a Moreno. Lo llamé por teléfono –dirigiéndome a él como “señor Moreno”, porque tampoco recordaba el nombre– y fue muy amable. Me tuteó, me permitió copias de los documentos de últimas instrucciones de Lleras y, cuando lo visité con ese fin, me mostró una carta suya que acababa de recibir. Vi también al niño –cuyo nombre, como es apenas lógico en mi frágil memoria, desapareció por completo de mi computadora en el momento en que tuve que saludarlo y darle el pésame– y a una señora de pañueleta cuya función ignoro. Estaba lloroso y compungido Héctor. Decía cosas elogiosas sobre “el viejo” y recordó con cariño el viaje que hicieron con Ud. y Beatriz. Hoy escribió el flaco Arenas la información sobre la muerte de Lleras, complementada con los documentos que me proveyó Héctor, y fue tan paradójico todo que El Tiempo, periódico que Miguel odiaba, resultó dando la chiva exclusiva de su muerte y sus disposiciones relacionadas con el no-entierro, al paso que El Espectador, del cual era colaborador, no dijo una sola palabra. Yo mañana le dedico unos pocos renglones en la columna.
Pasando a temas menos tesos, hasta el momento sigue en pie lo que le conté en mi carta pasada. Debo hacer conexión en alguna parte el día 2 de mayo para llegar a Ginebra, pero, naturalmente, le confirmaré todo o le notificaré cualquier cambio y lo llamaré al tocar la tierra de las salchichas socialistas.
Si necesitan algo de aquí, Ud. o Beatriz, favor decírmelo.
Un saludo para ambos, y muchos recuerdos de Pilar, Liliana, Isabel, Javier, Pachulí y Lujuria.
La noticia que publicó el flaco Arenas –Ismael Enrique Arenas, redactor judicial de El Tiempo y tal vez el reportero que más tiempo trabajó en el periódico pues se inició en los años treinta– es del lunes 7 de abril de 1980. Comenzaba así:
Con un documento público de protesta, como último acto de su vida, dejó de existir el Sábado Santo el jurista Miguel Lleras Pizarro, expresidente del Consejo de Estado y quien últimamente se desempeñaba como magistrado constitucional de la Corte Suprema de Justicia. Tenía 74 años. El conocido e inconforme jurisconsulto prohibió a sus parientes que permitieran o toleraran cualquier acto póstumo, hasta la velación de sus despojos y la inhumación, y donó su cadáver a la Universidad Nacional.
Aunque la muerte de Lleras Pizarro estaba prevista desde dos semanas atrás y acaeció a las diez de la mañana del sábado, solo trascendió en el curso del día de ayer cuando ya su cuerpo había sido entregado a la Facultad de Medicina en cumplimiento de la última voluntad del magistrado.
Cuando los presidentes de la Corte, Juan Manuel Gutiérrez Lacouture, y del Consejo de Estado, Jaime Betancur Cuartas, iniciaron las averiguaciones para tributar al máximo administrador de justicia los homenajes correspondientes a su alta jerarquía judicial, con cámara ardiente en el Palacio de Justicia y exequias en la Catedral Primada, se enteraron de que Miguel Lleras Pizarro había dispuesto que su muerte estuviera desprovista de publicidad y que sus despojos le fueran donados a la Universidad de la cual egresó como doctor en derecho y ciencias sociales en 1943.
Miguel Lleras Pizarro era primo hermano de los expresidentes Alberto Lleras Camargo y Carlos Lleras Restrepo, y nació en Bogotá el 18 de abril de 1916.
Hijo de don Julio Lleras y de doña María Pizarro de Lleras, cursó estudios secundarios en La Salle y luego en el Gimnasio Moderno, donde se hizo bachiller; ingresó a la facultad de derecho de la Universidad Nacional donde se graduó como abogado. Inicialmente ocupó diversos cargos, hizo parte del servicio exterior en los Estados Unidos, dirigió la Escuela de Policía General Santander, redactó el Código de Policía de Bogotá, escribió varias obras de derecho y finalmente consagró su existencia a la judicatura, para escalar en ella las más altas posiciones de la jurisdicción.
En realidad, Lleras Pizarro murió no de 74 sino de casi 64 años pues nació el 18 de abril de 1916 y falleció el Viernes Santo, 4 de abril de 1980. La nota del flaco Arenas también decía lo siguiente:
En tiempos bastante anteriores el jurista se vio afectado por una dolencia que, al menos inicialmente, fue superada aunque ella siguió su oculto y fatal curso. Antes de iniciarse las vacaciones judiciales de 1979 Lleras Pizarro pidió una licencia para separarse del cargo a fin de viajar al exterior. El magistrado regresó y se reintegró al cargo, pero pronto sintió agudos síntomas abdominales por lo cual fue internado en la Clínica de Marly, donde los médicos procedieron a intervenirlo quirúrgicamente para hacerle una exploración. Al cabo de esta se evidenció que el viejo mal había hecho estragos y que a la ciencia no le quedaba ningún recurso y se pronosticó que la muerte llegaría en el curso de días o de semanas, como ocurrió.
Miguel Lleras Pizarro fue un jurista de recia y arisca personalidad; inconforme por formación y temperamento; se le respetaba en el Consejo de Estado y en la Corte Suprema de Justicia, pues frente a decisiones en que tenía que intervenir como fallador, salvaba el voto en piezas de estilo muy particular, conciso y hasta agresivo.
Poco antes de morir, y con la certeza de que sus horas estaban contadas, en la plenitud de sus facultades mentales procedió a redactar un documento para elevarlo a la categoría de escritura pública; en él consignó su última voluntad para rehusar la realización de ceremonias, publicidad u homenajes póstumos.
Fue así como Miguel Lleras Pizarro expiró a las diez de la mañana del sábado y de inmediato sus parientes procedieron a cumplir la recomendación del jurista en el sentido de entregar los despojos a la Universidad Nacional, a la cual fueron llevados.
Lleras Pizarro fue también, en sus últimos años, eventual columnista de nuestro colega El Espectador y en sus escritos se mostró implacable enemigo de la forma como se concibió, realizó y luego funcionó el Palacio de Justicia, una de cuyas oficinas lo alojó desde cuando fue inaugurado. El notable jurista desaparecido tiene cinco hermanos, todos los cuales le sobreviven y son Alfonso, Rosa María Lleras de Londoño, Alicia Lleras de Lleras, Margarita y Josefina. Miguel Lleras Pizarro cumplía 74 años de edad el 18 de este mes de abril.
Cuando se inició el mal que inexorablemente lo llevaría a la tumba, Lleras Pizarro, de su puño y letra, dio las siguientes “Instrucciones para el caso de que fallezca”:
1. Mi cuerpo debe ser entregado a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional para ayudar al estudio de sus alumnos, después de que se practique la autopsia.
2. Si es necesario satisfacer la necesidad social de la vanidad oficial o familiar, que se hagan exequias simbólicas sin gastar plata en féretro, obviamente vacío, y que no haya ‘velorio’, ni simbólico, porque no quiero de visitantes a personas que estarán contentas con el fallecimiento.
3. El Gimnasio Moderno y Héctor Moreno serán los encargados de vigilar que se cumplan estas instrucciones.
Gracias por hacerlo,
Miguel Lleras Pizarro
Y ya más cerca de la muerte, escribió en su testamento:
Como el Estado se cree amo de nuestros bienes, de nuestras vidas y de nuestro destino, también se corre el riesgo de que se crea heredero de nuestros cuerpos, cuando muramos, y por esta circunstancia ratifico mis instrucciones a mis asignatarios para que no se hagan exequias ni civiles ni religiosas, ni se gaste dinero en hacer anuncios sobre mi muerte y para que mi cuerpo no se entierre en cementerio alguno sino, después de que se practique la autopsia, se entregue a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional para la instrucción de los estudiantes.
En una carta posterior, Daniel Samper Pizano me escribió:
Me ha golpeado mucho la noticia de Miguel Lleras. Ahora he venido a saber que ya había tenido una operación destinada a extirparle un cáncer en la garganta, o algo así. Al parecer se le reprodujo y las perspectivas eran fatales, de acuerdo con lo que me informó Mario Latorre Rueda a quien me encontré en una comida. Otro que también está bastante grave, con cáncer en el estómago, es Álvaro García Herrera, que es un tipo muy querido y de mucho carácter. En cambio Camacho Leyva goza de cabal salud y a Turbay le van a dar el premio del bebé sano.
El magistrado Mario Latorre Rueda fue colega de Miguel Lleras Pizarro en el Consejo de Estado. Nacido en San Gil en 1918 y fallecido en Bogotá en 1988, fue notable profesor de ciencia política en la Universidad de los Andes. Escribió una obra fundamental de la politología nacional, Elecciones y partidos políticos en Colombia, aparecida en 1974, y un libro que analizaba las cartas enviadas por los lectores a los consultorios sentimentales de los periódicos:
Hombres y mujeres cuentan su vida (1979). Álvaro García Herrera (1917-1980) fundó junto con Luis Carlos Galán Sarmiento, Rodrigo Lara Bonilla y Enrique Pardo Parra el Nuevo Liberalismo, en enero de 1980. Historiador y académico, fue embajador de Colombia en México. Su padre, el diplomático de Rionegro (Antioquia) Laureano García Ortiz, acumuló una de las mayores bibliotecas privadas que han existido en Colombia, hoy en poder de la Biblioteca Luis Ángel Arango.
El general, Luis Carlos Camacho Leyva, que Klim llamaba Herr Kamacho Leyva, fue ministro de Defensa y hombre fuerte del gobierno de Julio César Turbay Ayala (1978-1982).
Dos párrafos sobre Miguel Lleras escribió Daniel Samper Pizano en su columna del 9 de abril de 1980:
En un país donde cada día son más escasos los hombres de carácter, al tiempo que los pusilánimes y los oportunistas se reproducen como conejos, la muerte de Miguel Lleras Pizarro, prototipo de los primeros, constituye una pérdida nacional. Lleras era honesto de la única manera como se puede serlo ahora: rabiosamente, desafiantemente. Su probidad y su entereza eran agresivas e intransigentes, ahora cuando hay muchos probos atemorizados y muchos que transigen con la indelicadeza.
El último acto de Lleras, mezcla de humor negro y póstuma crítica, fue ceder su cadáver a la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional. Allí podrán hacer con él los experimentos que quieran, pero no habrá bisturí que logre penetrar en el acero de su ejemplo. Este está vivo.
En esa misma fecha, Ismael Enrique Arenas informaba en El Tiempo que en el anfiteatro de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional el cuerpo de Lleras Pizarro estaba registrado como “cadáver número 19”, en espera de que los estudiantes hicieran la disección para luego incinerar los restos en el horno crematorio de la misma facultad. Previamente, el cadáver había sido llevado a la morgue del hospital de La Hortúa, donde le fue extraída la sangre y le fue inyectado formol.
En el Consejo Superior de la Judicatura, los magistrados Samuel Arango Reyes, Jorge E. Gutiérrez Anzola, Rafael Poveda Alfonso y Luis Fernando Paredes aprobaron una proposición que decía:
Ejemplar humano de raras y nobles excelencias, el doctor Lleras Pizarro fue figura sobresaliente del foro colombiano, ciudadano de muy altas calificaciones, magistrado ejemplar por su probidad, laboriosidad y versación jurídica y miembro muy destacado de la Comisión Internacional de Juristas. Por sus brillantes talentos, y por su perseverancia y firmeza en la defensa de principios universales de justicia, el doctor Lleras mereció acatamiento y respeto en seminarios internacionales y le dio prestigio a su patria colombiana. Su desaparición deja inmenso vacío en la sociedad de que él fue exponente distinguido y constituye motivo de justo dolor para quienes fueron favorecidos con el privilegio de su amistad noble, leal y generosa.
La Corte Suprema de Justicia lo exaltó como “desvelado combatiente por la causa de la libertad y de los derechos humanos” y expresó que fue “arquetipo de pulcritud y honestidad en la defensa de sus hondas convicciones ideológicas”.
Su amigo del alma, Jorge Castaño-Castillo, hermano de Alvaro Castaño, el fundador de la radio HJCK, escribió el 24 de abril de 1980 en El Tiempo que Miguel Lleras fue “sobresaliente espécimen humano” que demostró “desdén virtual por lo convencional, lo acomodaticio, lo insincero”. Señaló: “Fue un rebelde” y agregó: “Su vigorosa inteligencia, su lógica demoledora hija de convicciones científicas irrebatibles constituían un desafío permanente a opositores de la verdad a medias. Por eso se rodeó de adversarios implacables que en el fondo de la conciencia admiraron su capacidad en las conclusiones afirmadas por él en un castizo estilo semántico y docente”.
Luis de Castro, longevo, por veterano, redactor judicial de El Espectador, tituló de manera idónea el artículo que escribió para recordar al magistrado fallecido: “Lleras Pizarro: una vida dedicada a combatir los abusos de poder”.