Hola. Soy Gabriel. O mejor dicho, fui Gabriel porque ahora ya no soy. Ni Gabriel ni nadie. Acabo de desembarcar en Groenlandia, el lugar del universo donde vivimos los muertos.
Nací en Alicante el año en que se separaron los Beatles, de modo que estoy predestinado a grandes pérdidas.
El pasado 14 de abril fui despachado a toda prisa y sin mayores ceremonias por unos hombres ocultos detrás de mascarillas y escafandras, después de morir tras una violenta arremetida del Coronavirus, el seudónimo adoptado por la pelona, la parca, la guadaña, la huesuda, al despuntar la segunda década del siglo XXI: 2020, una cifra que pasará a la historia y que devanará los sesos de muchos expertos del futuro en busca de su esclarecimiento.
¿Qué querrá decir 2020? ¿el comienzo o el fin de una dinastía? ¿el código de barras de algún invento? ¿la nueva marca del Anticristo?
No sé si ustedes estaban enterados pero, en efecto, Groenlandia es el lugar escogido como sitio de residencia de todos los muertos que en el mundo han sido.
Todos.
Cientos, miles, millones, billones de fulanos de todas las edades, embalados y remitidos por los empresarios de pompas fénebres desde el comienzo de los siglos: desde los encargados de prender fuego a los cuerpos en la época de las cavernas, hasta los modernos burócratas enterradores, pasando por los embalsamadores egipcios y los barqueros vikingos.
Antes de que hagan preguntas, les diré que no hay hacinamiento aquí: esos son problemas de los mortales en sus ciudades abarrotadas. Los muertos estamos liberados del cuerpo, y por lo tanto, no ocupamos un lugar en el espacio. De hecho, hay sitio aquí para toda la secuencia de los números transfinitos y unas cuantas tandas más.
Donde quiera que esté, el matemático Georg Cantor se encontrará feliz. Espero encontrármelo algún día para abrazarlo y decirle que tenía razón con su teoría de los números transfinitos.
Sus argumentos son algo complicados, pero, ahora que estén en cuarentena, deberían meterles el diente. Les ayudaría a comprender las condiciones de vida en este Hades de la era digital.
Por lo demás, los urbanizadores – legales y piratas-deberían darse un paseo por aquí, a ver si aprenden alguna cosa en aprovechamiento gozoso del espacio.
Otra aclaración: contra todos los pronósticos, aquí no se siente frío. Quienes vivimos- si señores, los muertos vivimos sin necesidad de ser zombies- en este sitio disfrutamos de lo que las agencias de viajes en la tierra llamaban “un clima primaveral”.
Y digo llamaban, porque la última peste planetaria las tiene en estado de hibernación: cero consumo de paisajes y de selfies arriesgadas es la consigna de las autoridades médicas.
Un detalle: los billones de habitantes de este lugar tenemos algo en común con los que siguen vivos: la pasión por la música. Todo el tiempo se escucha un coro babélico en el que se entonan canciones de todos los géneros y de todas las épocas: cantos griegos, trovas medievales, saetas gitanas, oratorios cristianos, tangos, boleros, sambas, fados, sinfonías, jazz, baladas, hard rock.
En éste último caso, noto que los muertos, tengan uno o diez mil años de permanencia aquí, sienten una especial inclinación por tres canciones: La oda a la alegría, de Beethoven, Stairway to heaven de Led Zeppelin y Si la muerte pisa mi huerto, de Joan Manuel Serrat.
¿ Las reconocen? Si no es así se las recomiendo.
Son algo así como el Top tres de las estaciones de radio en Groenlandia.
La fascinación por la música es la única gran similitud. Todo lo demás nos distancia. No hay codicia, no hay envidia, no hay anhelos, no hay miedo, no hay sumisión, no hay formas de poder entre nosotros.
Al entrar aquí nos invitaron a despojarnos de esas vestiduras. Ahora andamos desnudos, como Adán y Eva antes de ser seducidos por la serpiente.
Ah… una diferencia esencial : amamos el silencio y el pensamiento.
Ahora mismo suspendo este diálogo con ustedes y me retiro a mis aposentos.
Pìénsenlo. Medítenlo. Se está bien aquí ¿Saben?
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