Ah, esto de lo cuarentena no sólo ha puesto a muchas parejas en situaciones embarazosas (embarazantes diría alguno), sino que también – no sé si por contagio viral u otros motivos-, al resto de la pandilla humana nos tiene preñados de antojos, gustitos perdidos y otras evocaciones nostálgicas por la comida y demás cosillas apetecibles de esta vida. En fin, todo un pandemónium parece que nos ha traído la pandemia. Pero que no panda el cúnico, como diría un personaje televisivo.
Al estar la ciudad casi vacía, de pronto uno repara en detalles que antes, por el ruido de los motorizados y la presencia de gente, apenas saltaban a la vista o directamente se los ignoraba. Debe de ser cierto que el confinamiento aumenta el apetito notoriamente, y cuando toca salir a la calle estos días por estricto turno, inercial o automáticamente nuestra mente se fija en letreros o anuncios de comida, aunque los sitios permanezcan cerrados. No sé si es coincidencia o no, he visto carteles de lo más variopintos de uno de los manjares que más aprecio desde hace mucho.
Aunque en mi niñez me negaba rotundamente a probar la gelatina de pata, por aquello de asociarla a la pezuña de un animal, no faltó un familiar taimado o alguien próximo que me hizo tragar mis palabras por la vía del engaño. Caí redondito en la trampa pero me da gusto. ¡Y con qué gusto me habré zampado la primera vez que ya ni recuerdo! Lo más probable es que me lo hayan endosado como un budín o flan de leche. ¿Cómo iba a saber yo?
Este no es un postre que se haga en dos patadas o sobre la marcha si ustedes prefieren. No es como agarrar la vulgar gelatina de sabores artificiales, mezclarla con agua caliente y dejarla cuajar en cualquier recipiente. Hace falta ir en busca de un par de patas de vaca al mercado zonal y poner a hervirlas en una olla, el cómo obtener la gelatina natural ya es otro cantar. La combinación con la leche fresquita, la sazón de la canela y el clavo de olor son los elementos que marcan la diferencia. Dependerá de las manos artesanas que la gelatina resulte un producto suculento o una mescolanza azucarada sin gracia.
La gelatina de pata es el postre más popular en toda la región amazónica. Normal, si en las llanuras orientales hay más vacas que humanos por kilómetro cuadrado. No hay restaurante o snack de comida camba donde no figure este refrescante postre. Los residentes benianos la han popularizado relativamente en nuestros mercados vallunos. Van por ahí, recorriendo los pasillos, ofreciendo sus vasos desechables con el cuajado blanco. “¡Gelatina, gelatinaaa!, sírvase la gelatina, pariente” es el reclamo publicitario. Si me pillan trajinando por ahí, caigo otra vez redondito y feliz, ante tamaña tentación de sabrosura natural.
Como nada permanece quieto e invariable, salvo la belleza de una mocita oriental ojos de guapurú, he ahí que en otras partes de Bolivia ya se han avivado para facilitarnos las cosas. Ahora sí, en un santiamén ya pude preparar este postre de antojolía, digo de antología. Para bien de la humanidad, claro. Y para beneficio de quienes buscan en el colágeno una fuente de eterna juventud. Así que corran al mercado más cercano a la caza de este tesoro. Tesoro de emociones, con dejos de amanecer, leche ordeñada y rocío, digo yo. Hummm….
*Pueden ver más contenidos de este autor en: Bitácora del Gastronauta. Un viaje por los sabores, aromas, y otros amores