Sus principios son la participación activa, la igualdad, la no violencia, la no discriminación, la libertad de expresión y el cuidado del entorno, de sí mismo y del otro.
¿Están los jóvenes preparados para el posconflicto? Así tituló El Espectador una de sus columnas el 6 de mayo de 2015, el que resulta ser un cuestionamiento apenas normal en medio de tanta incertidumbre.
Incluso se puede llevar incluso a: ¿Estamos en general los colombianos preparados para vivir sin la naturalización de la violencia y el desasosiego?
El periódico El Tiempo por otra parte se ha aventurado con titulares alentadores como: “De escuela de tortura a territorio de esperanza” y “Proceso de paz significó llegada al tope de la montaña”.
Que demuestran la ensoñación propia de una sociedad imaginada, como dirían los historiadores, que no entienden por completo como hay que jugar el partido de la paz pero que seguro debe ganarse.
No obstante, el proyecto de paz urge de unos actores convencidos que lideren, promuevan y mantengan escenarios de convivencia, más allá de los estrados formales o las convenciones políticas en donde se habla que si por allí, que si por allá, que la JEP, que la participación política de exguerrilleros, y un sin número de discusiones técnicas necesarias pero limitantes, que no son en absoluto dinamizadores de cambios significativos para las comunidades.
Y es que con una somera revisión a las cifras de Medicina Legal, se evidencia que en el año 2016 hubo en Colombia 731 mujeres asesinadas, de las cuales 143 fueron ultimadas por algún familiar, conocido, pareja o expareja, lo que sugiere que la violencia trasciende el monte y el páramo, y vino a posarse en nuestros linderos, desde hace rato con severidad.
Entre tanto para esta misma vigencia se reportaron 49.712 mujeres víctima de violencia intrafamiliar en el país.
Además, de enero a mayo de 2017 en Risaralda se registraron 321 casos de abuso sexual de menores de edad según datos del ICBF.
Puedo quedarme en desdichas conocidas como el desplazamiento, la drogadicción, la trata de blancas, que resulta ser ese eufemismo malevo para no decir tráfico sexual de personas en detrimento de su dignidad, y otros dolores sociales más que deben ser afrontados de forma singular por todos.
Todos, no solo el gobierno de turno. Todos.
Me dirijo entonces al ciudadano común, al profesor, al chazero, al presidente de acción comunal, al universitario, al busetero, al empresario, y todos los demás.
Para convocarlos a bordar el tejido de la paz, no solo del campo a la ciudad, sino también de la ciudad misma hacia sus ciudadanos.
El lector apresurado pensará con justa causa: ¿qué hace una disertación de paz y sociedad en una sección habituada al deporte?
Es simple. Queremos provocar una movida social de dinámicas de fortalecimiento de entornos protectores para niños, niñas, adolescentes y jóvenes mediante la promoción de la convivencia, la participación y la equidad de género a través del deporte, específicamente mediante el fútbol.
Me refiero a la estrategia nacional dirigida por presidencia de la república y la UNICEF, denominada Golombiao, cuyos principios son la participación activa, la igualdad, la no violencia, la no discriminación, la libertad de expresión y el cuidado del entorno, de sí mismo y del otro.
Se trata de la programación de partidos de fútbol con equipos mixtos, no importa el lugar.
Es posible hacerlo desde polideportivos hasta la cuadra barrial, de pavimento o de tierra, donde se juega para el encuentro, la compartición y la convivencia.
Cada equipo debe estar conformado al menos por dos hombres y dos mujeres.
Lo interesante de esta metodología es que las reglas y los propósitos tradicionales del futbol se transforman: no hay árbitro, en cambio hay asesor de juego, no hay equipos ganadores ni perdedores, sino destacados en convivencia, los goles deben marcarse intercalados por género, siendo la mujer de cada equipo la responsable de conseguir la primera anotación.
Antes de los partidos es perentorio desarrollar talleres de formación, en donde se comparten aspectos de convivencia, equidad de género y participación.
De forma natural estos talleres permiten la identificación y fortalecimiento de habilidades comunicativas, artísticas y culturales de los asistentes.
Al momento de los partidos, los dos equipos se concentran en la mitad del escenario, para definir aspectos de convivencia que limita las acciones en el terreno de juego.
Una vez concluido los y las jugadoras se aglutinan de nuevo en la mitad de la cancha y se reflexiona y evalúa el cumplimiento de los acuerdos de convivencia pactados.
Como lo expresa Colombia Joven, los resultados de estas sesiones permiten que las niñas, niños, adolescentes y jovenes:
- Se reconocen como sujetos de derechos y parte de una sociedad que los considera motores para la prosperidad.
- Aprenden herramientas para la convivencia y el trámite pacífico de conflictos, participación, las relaciones con equidad de género, el respeto y el diálogo.
- Se convierten en actores clave de convivencia en el barrio, la familia y entre sus amigos.
- Participan en los escenarios de incidencia y toma de decisiones sobre los asuntos que les involucran.
- Fomentan el liderazgo y reconocimiento de las mujeres dentro de la comunidad.
- Son capaces de aportar a la resolución de conflictos, mediante la utilización del diálogo y la reflexión.
- Recuperan espacios públicos y utilizan la calle del barrio como punto de encuentro.
Así mismo, el Golombiao fomenta la transformación de entornos y sirve como catalizador de evasión de dinámicas de drogadicción y corrupción, facilita la prevención de la violencia juvenil y adolescente en los centros urbanos.
¿Están los jóvenes preparados para el posconflicto?
¿Qué estamos haciendo usted y yo para contribuir de verdad a la paz?
¿Y si armamos el Golombiao en su comunidad?
¿y si somos agentes del cambio a través del deporte?.
Para que podamos estar como recientemente tituló una revista: Juntos en la guerra, juntos en la paz.