‘A pata de indio’, como se dice en el argot popular, la caminata es de unas 4 a 5 horas entre bellos paisajes y terrenos nada amigables para los pies.
Katherine Hernández, una joven de 25 años, licenciada en Español y Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira, llegó hace seis meses al internado indígena Purembará, ubicado en el Resguardo Embera Chamí, en esa parte de la selva chocoana que por el municipio de Mistrató se integra al departamento de Risaralda.
“El primer día que llegué acá me sentía en otro país. Una lengua diferente, sus formas de vestir… Ha sido muy enriquecedor. Los estudiantes son muy silenciosos, tímidos, pero se van acercando lentamente…”.
Al pasar de los días, en medio de clases de español en las aulas y en las salidas de campo, de compartir con ellos, cuenta Katherine que “hemos podido establecer lazos comunicativos y afectivos”, a pesar de las diferencias culturales.
A Katherine le ha rendido la vida. Antes de irse a vivir su primera experiencia en el campo, y con indígenas, adelantó sus estudios universitarios en la jornada nocturna, mientras en el día trabajaba.
Unas veces, como vendedora de bolitas de chocolate que prepara su abuela Mery Hernández, -a base de cacao con clavos y canela-, y otras haciendo visitas guiadas en la sede en Pereira del Banco de la República, o como monitora en el Jardín Botánico de la UTP.
Durante la conmemoración de los 39 años del resguardo, LaCebraqueHabla conversó con ella. Les compartimos algunos apartes de la charla:
¿Qué ha representado para su vida haber venido a vivir y a trabajar al resguardo?
Creo que las palabras que podrían resumir lo que ha significado para mi vida han sido el desapego y la independencia. Porque acá, como puedes ver, no hay internet. Los productos que se pueden conseguir son escasos.
¿En qué sentido define el desapego?
Es como desaprender ciertas cosas, pero también estar dispuesto y no cerrarse a aprender otras nuevas también, que enriquecen mucho. Nunca en la vida había vivido en el campo, ni zona rural ni nada semejante ni parecido. Si te vienes a vivir acá tienes que comprar todo en la ciudad, porque acá es muy escaso lo que puedes conseguir.
Nosotros estamos enseñados a unos modelos de producción donde tienes todo a la mano. He asumido el desapego desde ese punto de vista. Y con el internet ha sido muy complicado.
¿De todas esas cosas, has logrado decir, esto no lo necesito?
Creo que he sido más práctica en eso. Comprar lo necesario del mercado, lo que consumo, y ya. Es trabajar mucho el desapego.
Aunque a veces Katherine se antoja de los mecatos que ofrecen en la ciudad, como los helados, comentó.
Cada ocho días ha viajado a Pereira, sin falta.
La caminata es ardua. Baja y sube a pie, como lo hacen a diario los embera que por algún motivo deben ir a alguna otra vereda del resguardo, viajar a los pueblos vecinos a abastecerse de los productos necesarios para ellos. O en el más lejos de los casos: a Pereira.
Como bien lo dice la joven profesora “venía de un lugar donde podía abordar un bus en cuestión de segundos, salir a dos minutos y tener todo a la mano. En cambio acá las condiciones son difíciles”.
‘A pata de indio’, como se dice en el argot popular, la caminata es de unas 4 a 5 horas entre bellos paisajes y terrenos nada amigables para los pies.
Pero para quienes apenas empiezan a conocer y a recorrer esas majestuosas selvas chocoanas, montañosas y como encantadas por el espíritu del jaibaná, puede durar inclusive más.
Cotidianidad en el internado
Katherine está de regreso, muy puntual, cada nueva semana, para recibir a los estudiantes embera que llegan de distintas veredas al resguardo, donde estudian de lunes a viernes.
“Los lunes, como llegan de la montaña, empiezan tipo 8:30 o 9:00 de la mañana”.
El resto de la semana estudian en jornada única, de 8:00 am a 12 m y de 2 a 4 pm. A excepción de los viernes, que están hasta el mediodía.
En total son 250 indígenas que llegan al internado cada semana. 80 de ellos, que están en secundaria, entre los 11 a 25 años, reciben clases de español con Katherine.
El internado fue fundado hace 39 años por la iglesia católica, hermana Laura Montoya Upegui.
Cuando terminan la jornada escolar, ¿a qué se dedican?
En la cancha, juegan mucho futbol. Les gusta practicar el boxeo. Los jóvenes están muy influenciados por el reggaeton. Cantan con pistas. Algunos rapean en embera. Muchos sueñan ser artistas.
Además comentó que dentro de los roles asignados para hombres y mujeres en el resguardo, también hacen labores relacionadas con la cocina.
En sus seis meses de estadía en el resguardo, Katherine ha percibido la unión y el respeto entre ellos. “Aquí se respetan mucho las diferencias, las diversidades”, dice.
En medio de la fiesta por la conmemoración de los 39 años del resguardo, Katherine destacó la importancia que tiene para los indígenas de esta comunidad su lengua materna,
“que la hablan como su primera lengua”.
“Eso es una gran ventaja que tienen sobre otras comunidades indígenas que ya no tienen su lengua materna”.
También habló del arraigo por la forma de vestir de las mujeres, atuendo que asumieron como propio a raíz de la llegada de las monjas lauritas.
“Los vestidos tienen la particularidad de que los hacen manualmente, con la aguja, cada uno de los pliegues. Compran la tela y elaboran los vestidos. Los colores más relevantes son el verde, rosado, violeta, azul, colores muy vivos, que los mezclan con sus collares”.
Esos collares que para las mujeres embera son mucho más que un adorno. Cada uno tiene su significado.