Los pintores flamencos crearon el paisaje. Al abrir las ventanas en sus obras nos trajeron el afuera, la contemplación de la naturaleza o de los elementos construidos, aunque rara vez los personajes de la escena pictórica ejercían dicha contemplación. Esto hace del paisaje un objeto dependiente de quien lo recrea, lo vive y lo contempla; sin observador no hay paisaje. El paisaje en los pintores de la escuela flamenca servía para reiterar los símbolos religiosos que eran el tema central de la obra. Por ello casi siempre era un paisaje ideal que recreaba algunas escena intemporales o simbólicas. Cuando Van Eyck abre la ventana para recrear la escena de la Virgen y el canciller Rolin, la pintura no refleja la antigua Autun, ciudad elegida para la obra, pero servía de marco para ver la Nueva Jerusalén (La Ciudad de Dios), que se componía con fragmentos de ciudades como Brujas, Lieja, Utrecht, Lyon, Génova, Gante y Ginebra.
Así las artes plásticas, creadoras del paisaje, lo intervienen con la instalación de sus obras en los sitios públicos de las ciudades antiguas, empezando por los arcos de la victoria que rememoraban las hazañas de los pueblos y sus héroes, las esculturas o las monumentales fuentes. El arte con ello se pone en el papel de creador del espectador que posibilita la existencia del paisaje y el agente de intervención que crea nuevos paisajes urbanos para los ciudadanos.
Y una de las expresiones artísticas que ha contribuido en gran parte a la creación del paisaje urbano en Latinoamérica es el muralismo, con sus mayores exponentes Alfaro Siqueiros, Rivera y Orozco, que tuvieron una influencia en prodigiosos artistas, entre los cuales está el santarrosano Leonel Ortiz. Las obras de éste último, que hoy están en edificios emblemáticos de Pereira hacen parte de nuestro patrimonio artístico. La explosión creativa de los muralistas latinoamericanos y de Ortiz, contextualiza los frescos romanos en una nueva técnica con una alta militancia política y estética que permitió exhibir las condiciones de la realidad social de la época. De ese modo, fueron usados como elementos pedagógicos en sus primeras obras, forjaron nuestra historia artística y nuestro paisaje urbano.
Esta semilla de arte que sembró el maestro Ortiz ha calado profundo en una nueva generación de artistas que proponen transformar los muros inertes de algunas instituciones y espacios públicos en testimonios de nuestra riqueza natural, de la agricultura del café y de los rostros de la cotidianidad que entrañan nuestros más íntimos deseos y concepciones frente a la vida.
Convertir una ciudad en un museo a cielo abierto es un gran desafío para los artistas, la sociedad y los estamentos gubernamentales. Ya Sao Pablo, Valparaíso y San Miguel han mostrado formas participativas de apropiación de este tipo de paisajes urbanos, pero es un esfuerzo para el cual no bastarán cuatro años de una alcaldía inquieta, sino quince o veinte de transformaciones continuas que deberían reiterarse mediante el consenso de los ciudadanos y una política pública que ayude a la consolidación del proyecto. La idea es inspiradora, a todos se nos ocurren formas de sumar esfuerzos desde la escultura, el land art, las instalaciones, el happening, el teatro y todas las manifestaciones artísticas para dar la mano a tan valiosa iniciativa.
Santa Rosa de Cabal, museo a cielo abierto, ha empezado con la convocatoria a artistas de la región al primer Festival de Arte Urbano y Muralismo “Leonel Ortiz”, que con el acompañamiento de la Secretaría de Cultura, otro importante logro para el municipio, otorgaron un espacio para la manifestación de las voces jóvenes, que con diferentes estilos y técnicas dieron vida a un corredor artístico que acompaña el parque Los Fundadores de la ciudad. Un entorno como pocos, que en sus frentes de manzana enmarca una mirada sobre la zona urbana, tiene dos bienes de interés patrimonial como lo son la iglesia de La Milagrosa con su hermoso vitral en la fachada y el seminario de La Apostólica (1895) de la orden de los padres Vicentinos, el único seminario en el departamento que conserva de manera tan excepcional la arquitectura original y el imaginario del espacio público más usado para la socialización de la juventud local, que aunque ha perdido mucha de su hermosa vegetación sigue siendo sitio de reunión en las frías noches santarrosanas.
Santa Rosa de Cabal, es más que turismo: es agricultura, patrimonio cultural, histórico e inmaterial; próximamente también será un paisaje urbano lleno de color y con nuevas formas de comunicar el pasado y el futuro en una de las ciudades más bellas de Colombia.