Durante el tiempo que le dejan libre tangos, valses y milongas este hijo del barrio y de la noche que huye de los tragos fuertes y disfruta de los buenos vinos lee a Héctor Abad Faciolince, disfruta de su pequeña hija de siete años y escribe poemas de amor y desamor.
Caminito
“Caminito que el tiempo ha borrado/ que juntos un día nos viste pasar/ he venido por última vez/ he venido a contarte mi mal”.
Nació en Pereira en 1977, el año en que The Sex Pistols lanzaron su grito de guerra desde el Reino Unido.
En los noventa, cuando despuntaba a la adolescencia, compartió con sus compinches de barrio las canciones pegajosas y fáciles de Poison, Cinderella, Motley Crue y otras estrellas fugaces del llamado Glam Metal.
Pero estaba claro que lo suyo era el tango.
Y no solo en el campo de la música sino en el de la vida toda. A sus cuarenta años vive de, por y para esa música cuya partida de nacimiento sigue en discusión: Argentina, Uruguay, Francia y hasta Italia se disputan la paternidad de ese género que pasó de los prostíbulos a los salones sin perder ni un ápice de su rabia inicial.
La rabia de los sin tierra, de los que han dejado jirones de sí mismos en el tránsito de la vieja patria al nuevo hogar.
“Yo adivino el parpadeo/ de las luces que a lo lejos/ van marcando mi retorno”, canta Gardel poniéndole el alma y la voz a unos versos sin tiempo de Alfredo Lepera. Al escucharlos, la memoria de Alex Giraldo – fundador de programas radiales, empresario de festivales y creador del espectáculo Nocturno-, se pone en marcha como uno de esos viejos acetatos de 78 revoluciones por minuto al sentir el roce de la aguja.
“Uno de los primeros recuerdos de los que soy consciente me devuelven a una cantina que tenía mi papá Tomás en la carrera sexta con calle veintiocho. Yo iba de la mano de mi mamá a llevarle la comida en esos viejos portas fabricados con ese fin. El bar se llamaba “La horqueta” y fue uno de los muchos que tuvo mi viejo en su trasegar por el mundo de la bohemia.
Otros bares de su propiedad se llamaban Caballo Viejo y La espera, que en sí mismo puede ser el título de una letra de tango. El hombre vivió a fondo el mundo de la noche. Basta con decirle que le tocaron los momentos de gloria de El Dancing, El Tranvía y La Cumbre. Por esa época lo usual era que en el local de abajo funcionaran los bares y en el segundo piso las casas de putas. Como quien dice, todo un sistema de servicios integrados.
Sentado en una de las sillas de la barra escuché mis primeros tangos y me quedé prendado- sin saberlo todavía- de esa música hecha de abandonos y olvidos. Hoy, puedo decir que el primer tango de que tengo memoria es Son cosas mías, interpretado por Roberto Mancini”.
A lo mejor fue en ese sitio donde Alex Giraldo aprendió a manejar a la perfección la sicología de los borrachos. Sus intempestivos cambios de humor, su patetismo sentimental y su manera de asomarse con mirada atónita a los propios abismos.
Alex atesora una imagen de su infancia: en el taller de su padre, que era ebanista y tapicero, había un enorme escaparate envejecido en el que pasaba horas enteras imaginando estar en una cabina de radio desde la que emitía al mundo las canciones escuchadas en los discos de su viejo. Años después ese juego de niño empezaría a convertirse en realidad.
“Fue en el paso de los años ochenta a los noventa. Cursaba mi bachillerato en el Instituto Comunitario San Luis y tuve la fortuna de encontrarme con un excelente profesor de español, que no tardaría en abrirme los micrófonos de la emisora donde trabajaba”.
Pero todavía faltaba tiempo para eso.
Barrio, viejo barrio
“Ya nunca me verás como me vieras/ recostado en la vidriera y esperándote/ya nunca alumbraré con las estrellas/nuestra marcha sin querellas/ por las noches de Pompeya”.
Siguiendo una vieja tradición de estos países, Alex fue criado por una tía. Se llama Tulia y fue ella la que le ayudó a crecer en barriadas como San Gregorio, donde tenían un pedazo de tierra bautizado con el nombre de La Giralda.
En el vecindario abundaba la pobreza y fue allí donde el pequeño vio por primera vez a los malevos que después encontraría como los héroes o villanos en esa suerte de épica del subsuelo que nutre muchas letras de tango.
“Después de la Giralda fuimos a parar al barrio Boston, en cuyos parques jugué fútbol hasta destrozar decenas de pares de zapatos, para indignación de mi tía y mi papá. En esas calles conocí a Alejandro Flórez, uno de mis mejores amigos, con quien descubrí la que sería una de mis grandes pasiones: la radio”.
Medio en juego, medio en serio, Alex y Alejandro empezaron a utilizar amplificadores y micrófonos con el fin de emitir canciones y noticias del vecindario. A duras penas el radio de acción alcanzaba una cuadra. Con el paso de los años el mundo de ensancharía y Alexander Giraldo se convirtió en uno de los conductores de programas especializados en tango más escuchados de la región.
“En Boston vivía- al menos en términos musicales- una doble vida. En la calle con mis amigos escuchaba a Def Leppard, pero cuando estaba solo en mi casa ponía a sonar la orquesta de Alfredo de Ángelis y me parecía haber ingresado a otro mundo.”
Con su amigo Alejandro les pagaban a técnicos para que les fabricaran transmisores elementales. Desde su casa copiaban lo que escuchaban en la radio comercial y le añadían canciones de su propia cosecha.
No era inusual escuchar entre los éxitos de rock en español de comienzos de los noventas una de esas piezas densas de Pink Floyd que aún hoy le siguen gustando. Cuando quiere desconectarse de los tangos en que vive inmerso, Alex se adentra en las aguas hondas de obras como The Dark Side of the Moon o Wish you were here.
Para 1992, los dos amigos ya habían instalado emisoras de radio en sus propios colegios.
Un día de esos, transitaban por la Plaza de Bolívar cuando se cruzaron con Miguel Velásquez, el profesor de español que además era director de Radio Reloj y orientaba el programa radial Pase la tarde con Caracol, en compañía del locutor José Alberto Giraldo.
Como ya tenían experiencia con la oficina de comunicaciones de la Pastoral Juvenil, Velásquez los invitó al programa , primero como observadores y más tarde les asignó tareas sencillas: leer la hora, anunciar servicios sociales, manejar consolas y hacerles los mandados a locutores ya consagrados como Hugo Orozco y Olmedo de J. Arango.
Fue en 1996 cuando los micrófonos lo pusieron en contacto con los amantes del tango, que en el Eje Cafetero son legión.
“El programa Una cita con el tango ya existía, pero en un formato que se limitaba a dar la hora y recitar el título de la canción. Pero en un diciembre a Hugo Orozco se le ocurrió hacerle un homenaje a Francisco Canaro en el aniversario de su muerte. De inmediato me fui para un famoso sitio de tangos llamado La chispa, ubicado en la carrera novena con calle veinticinco. Allí entrevisté al dueño, que además me prestó música y con eso hicimos el especial.
Gracias a eso me propusieron hacer un programa los viernes de diez a doce de la noche, bautizado con el nombre de Los grandes especiales del tango. Eso me obligó a investigar en toda clase de fuentes para ofrecerle a la audiencia un contexto de las canciones y autores que estaban escuchando. En esa tarea me aportaron mucho coleccionistas como Erasmo Marulanda y Pacho Urrego, este último un amigo muy querido de la ciudad de Medellín. Todo ese camino recorrido en Caracol fue la escuela para llegar al programa que hoy oriento en la Emisora Cultural de Pereira”.
Melodía de arrabal
“Barrio plateado por la luna/rumores de milonga/ es toda su fortuna/hay un fuelle que rezonga/en la cortada mistonga”.
Aparte de unos cuantos amores que le arrasaron el alma y la piel, Alex Giraldo sobrevivió a una tuberculosis, enfermedad de tangueros y románticos hasta el punto de constituir en sí misma un género literario.
En el intermedio, la violencia del narcotráfico que desangró a Colombia desde mediados de los ochenta golpeó a la puerta de los Giraldo y se llevó a su hermana Lina María, una belleza de la época asesinada al lado de su pareja en un célebre sitio de bohemia llamado Caño 14.
“Es extraño. En el momento del crimen yo no sabía mucho de esas cosas, pero con el paso de los años conocí a mucha gente que estaba allí la noche del asesinato. El gran acordeonista Alberto Laverde fue uno de esos testigos y me contó en detalle lo sucedido ese viernes. Por lo visto, mi relación con el tango está escrita con letras de sangre en todos los sentidos”.
Entre lágrimas y risas, Alex Giraldo siguió adentrándose en ese mundo poblado de mitos y leyendas: Gardel y Lepera, Julio Sossa, Mores y Contursi, Agustín Magaldi. Sus pesquisas lo aproximaron a gente del tango como el empresario Gilberto Arango.
Juntos, y en compañía de otros devotos del género, pusieron en marcha una tertulia que muy pronto se convirtió en el Club Cultural del Tango. Allá por el año 2001 Jaime Andrés Ballesteros los invitó a realizar sus encuentros en la nueva sede del Cineclub Borges, que recién había alzado vuelo para erigirse como corporación independiente.
Patio mío
“Está mirando el cielo desolado/tu historia de ladrillos y portón/el corazón sencillo/ lastimado, con un perfil de tango y corralón”.
Acostumbrado a los grandes retos, Alex sintió que algo faltaba. Muy buenas las tertulias, buenos los conversadores, pero faltaba lo esencial: la música. Allí mismo, en el salón Cinema Paradiso del Cine Club Borges, empezó a presentar cantantes y bailarines locales.
Andrés Bravo, Jhony del Mar, Felipe y Marcela Moncada- estos últimos hijos de Atilio, el dueño del bar La milonguita– aparte del acordeonista Jaime Duque, se encargaron de convocar a un público que pronto sobrepasó la capacidad del pequeño teatro.
Era hora de mudarse y desde hace tres lustros el programa Nocturno de Tangos– ahora simplemente Nocturno– recibe a sus fieles devotos una vez al mes en el teatro de Comfamiliar. En ese recorrido ha compartido escenario con Los reyes del tango, El sexteto mayor del tango y La Orquesta Victoria, para mencionar una trilogía de lujo.
“Es algo que no para de crecer. Por aquí han pasado músicos de vieja data como Roberto y Alfredo Lamas, al tiempo que han dado sus primeros pasos talentos como los integrantes de San Luis Tango, que después se proyectaron hacia otros continentes. Pero además el Nocturno me llevó a convertirme en presentador de eventos como el Tango Vivo de Cali o el Festival Internacional de Tango de Medellín y el Festival Internacional de Tango de Pereira, del cual soy además uno de los organizadores.
En este último, el haber contado con el respaldo de varias instituciones nos permitió traer a una artista de la dimensión de Adriana Varela en 2015. Esas son buenas razones para repetir que estoy muy agradecido con la vida por permitirme vivir del tango, por el tango y para el tango”.
El día que me quieras
“El día que me quieras/ la rosa que engalana/se vestirá de fiesta/ con su mejor color/ y al viento las campanas/dirán que ya eres mía/ y locas las fontanas/se contarán su amor”.
Durante el tiempo que le dejan libre tangos, valses y milongas este hijo del barrio y de la noche que huye de los tragos fuertes y disfruta de los buenos vinos lee a Héctor Abad Faciolince porque su obra lo devuelve a ciertos momentos de su historia personal que serían irrecuperables de otro modo.
Los domingos en la tarde se escapa a cumplir con un pequeño rito gastronómico en un anónimo restaurante: la comida de mar, sobre todo el pescado encocado, una delicia que aprendió de la familia tumaqueña de su pequeña hija de siete años.
Entre una luna y la siguiente escribe poemas de amor y desamor que a lo mejor se decide a publicar algún día.
Fiel a su destino tanguero Alex vio un día a su mujer decir adiós y se despertó convertido en el padre soltero de una niña llamada Abril, responsable, entre otras cosas, de la siempre aplazada peregrinación a Buenos Aires que los devotos del tango cultivan con la misma fe ciega que los peregrinos del islam consagran a La Meca.
“El cielo puede esperar”, dice. “Por ahora prefiero estar cerca de ella y por eso no hago viajes largos. O a lo mejor nos vamos juntos y la dicha será más completa”.
Y por ahora lo aguardan un programa de radio, el lanzamiento del disco de sus amigos Samara y Jorge Guillermo, aparte de varios espectáculos en los que será al mismo tiempo organizador y presentador.
Pero, sobre todo, lo espera el recuerdo de un viejo escaparate donde de niño se encerraba a soñar con un mundo hecho todo de canciones que hablaban de penas y adioses.