Escucho por enésima vez en la voz de Gardel el poema de Pascual Contursi y Samuel Castriota titulado Mi noche triste:
La guitarra en el ropero
Todavía está colgada,
Nadie en ella canta
Ni hace sus cuerdas vibrar,
Y la lámpara del cuarto
También tu ausencia ha sentido,
Porque la luz no ha querido
Mi noche triste alumbrar
Pienso entonces qué sería de la gran literatura y del cancionero popular sin la maldición del insomnio, ese trasegar entre algas por las profundidades abisales de un mar transido y contrito que es el propio corazón.
De Marcel Proust y Heimito von Doderer a Agustín Lara y Alfredo Lepera la deuda es enorme con ese meridiano temible y devastador en el que los poderes sanadores del sueño nos abandonan.
Sobre todo en esa tierra de nadie marcada por las tres de la madrugada, cuando la noche todavía no acaba y el día no empieza a llegar.
Frente a tamaño naufragio solo queda echar mano de las palabras escritas o cantadas en el intento de llegar a la otra orilla.
Para muestra, Francis Scott Fitzgerald, frecuentador de abismos signados por la locura y el alcohol, soltó esta joya en una entrevista concedida a Michel Mok y publicada en The New York Post el 25 de diciembre de 1936:
“Hoy en día, el recurso habitual para alguien que está hundido es pensar en aquellos que están en la indigencia o sufren padecimientos físicos. Tiene una acción balsámica contra la melancolía en general y es un consejo razonablemente saludable para cualquiera en el transcurrir del día, pero a las tres de la madrugada la cura no sirve de nada. Y en una noche realmente oscura del alma son siempre las tres de la madrugada”.
Eso lo saben muy bien The Moody Blues cuando cantan:
Nights in White satin
Never reaching the end
Letters I´ve Writen
Never meaning to send
Y la gran Patti Smith los apuntala susurrando:
Because the night
Belong to lovers
Because the night belongs to us
Pero la noche no solo pertenece a los amantes. Su reino es ante todo el de los orilleros, el de los marginados y despojados que van y vienen por las calles en busca de alguna forma de redención.
Esa redención cobra rostros tan impredecibles como los invocados por Frank Sinatra con esa forma suya de hablar siempre en aforismos:
“Estoy a favor de cualquier cosa que nos ayude a sobrevivir en la siguiente noche, ya sea una plegaria, tranquilizantes o una botella de Jack Daniel´s”.
El viejo Sinatra se empecinaba en negar que existen honduras a las que no llegan ni esos consuelos.
Sucede que, de noche, tratamos de ser el otro o los otros: lo que la cultura no puede domesticar. Por eso a menudo el furor del instinto nos impide dormir y nos arroja de bruces al vórtice mismo de la negrura.
Poetas como Baudelaire, Villon y Rimbaud, iluminados por la luz negra de la lucidez, lo supieron y por eso apuraron hasta las heces el cáliz del insomnio.
Al regreso de su viaje nos dejaron versos como este del autor de Las Flores del mal:
Bendición
Cuando, por un decreto de las potencias supremas,
El poeta aparece en este mundo hastiado,
Su madre espantada y llena de blasfemias
Crispa sus puños hacia Dios, que de ella se apiada:
“ Ah, no haber parido todo un nido de víboras, antes que amamantar esta irrisión!
¡Maldita sea la noche de placeres efímeros
En que mi vientre concibió mi expiación!”
Ese viejo poeta de las tinieblas conocía al dedillo los meandros del infierno.
Y sabía, como Dante, que el insomnio es uno de sus afluentes más caudalosos.
La gran Marilyn Monroe, nacida Norma Jean Baker y doctorada en somníferos a fuerza de honestidad, le respondió una vez a Georges Belmont en una entrevista para Marie- Claire en octubre de 1960:
“La gente tiene mucha gracia. Te preguntan algo y si respondes con franqueza se escandalizan. Alguien me preguntó una vez: ´¿Qué se pone para dormir? ¿La chaqueta del pijama? ¿El pantalón? ¿Un camisón?´. Y yo respondí: ´Chanel número 5´. Era cierto. No quería decir ´duermo desnuda´, ya me comprende, pero ésa era la verdad.”
Semejante intromisión es suficiente motivo para perder el sueño.
Intento desandar el camino desde la sima y me doy de narices con mis propios versos:
(…) el pozo sin fondo
Las algas del insomnio,
El canto de sirenas
Que alguna vez confundí con el futuro.
Entonces apelo a un poeta de la luz mediterránea como Serrat y el tipo me descuelga estos acordes:
(…) y por fría que fuera mi noche triste
No eché al fuego
Ni uno sólo
De los besos que me diste
No importa que en el catalán aliente siempre un destello de esperanza: la noche triste con su caravana de segundos interminables aparecerá por un lado o por el otro.
De ese material está hecha buena parte de la gran literatura.
La de ahora y la de siempre.