En esta situación nunca hay que perder de vista que en Colombia se pasa del dicho al hecho con aterradora facilidad.
La semana pasada, uno de los hechos más significativos de la actual contienda política, corrió por cuenta de las amenazas que un partidario del Centro Democrático hizo a través de su cuenta de Twitter contra el caricaturista pereirano Julio César González “Matador”.
Las redes sociales estallaron en opiniones, mayoritariamente de apoyo al ciudadano amenazado, y de solicitudes de respeto a la libertad de expresión.
Aunque, hubo otro tipo de reacciones que podrían agruparse de la siguiente manera:
En el primer grupo Los Oportunistas, cuya intención parece ser cosechar del infortunio ajeno, renunciando al tipo de inteligencia que permite generar empatía con el Otro e intentar ponerse en su situación.
Este fue el caso de la escritora y docente Carolina Sanín, quien aprovechó el hecho para jugar el papel que a ella más le agrada, el de chica políticamente incorrecta, que se esfuerza en que su polémica actitud se equipare o incluso sea más importante que sus posturas intelectuales. Consideró la señora Sanín que esta era la ocasión “precisa” para hacer una exposición sobre las características del humor, desde su intelectualismo característico. Y, de paso, aprovechó para irse lanza en ristre contra el amenazado a quién llamó “showsero”, entre otras apreciaciones fuera de lugar, intentando abrir un debate inoportuno tomando en consideración la gravedad de la situación denunciada por el caricaturista.
En otro grupo podrían reunirse Los Ingenuos. Aquellos que le endilgan al afectado la peregrina intención de usar el hecho para auto publicitarse. Uno no sabe si concederles la indulgencia respecto de una inocencia que pretende negar lo evidente, o si podría tratarse de un recurso emocional de personas muy allegadas que, apoyándose en ese endeble argumento, buscan tranquilizarse restando importancia a lo ocurrido.
Y está la camarilla de Los Mezquinos. Compañeros de militancia del amenazador (hoy expulsado de su partido político), quienes inundaron las redes intentando demostrar que “Matador” había amenazado primero, según ellos, a Uribe, a Ordóñez, etc. Ejercicio burdo que desconoce el hecho cierto de la amenaza contra la vida, y busca restar importancia política a que un copartidario suyo haya cometido ese delito.
En esta situación nunca hay que perder de vista que en Colombia se pasa del dicho al hecho con aterradora facilidad.
Solo basta recordar a tantas mujeres que denunciaron a sus agresores y que, no hallando una respuesta efectiva a sus denuncias, fueron finalmente víctimas de las amenazas contra su vida (fue el caso reciente de Rosileny Huertas); o de tantos periodistas asesinados por el ejercicio de sus labores de denuncia y crítica (La Fundación Para La Libertad De Prensa los recuerda permanentemente a través de la campaña “La FLIP No Olvida”).
Y si todos estos argumentos no bastaran, si todavía fuera posible relativizar el potencial letal de la amenaza, echando mano de algunas bajezas como “se lo buscó”, “quién sabe qué habrá hecho”, o “lo hace para darse pantalla”, bastará recordar que Colombia es el país en donde el futbolista Andrés Escobar fue asesinado por haber cometido el acto involuntario de marcar un autogol.