Me atrevo a plantear para re-pensar la historia de las mujeres en Pereira en clave de lo político.
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1- Al tratar de hacer un recorrido histórico acerca del rol de las mujeres en la política en Pereira y Risaralda, considero que es más pertinente poder dar cuenta de una serie de “nudos históricos” o “campos históricos problemáticos” –como dice Pierre Rosanvallón-, que nos permitan hacer visibles las distintas formas en las que las mujeres han participado de manera significativa en el ámbito político y desde distintas vertientes partidistas o ideológicas –ya sea de manera crítica, emancipatoria, autónoma, insertas en los mecanismos de los partidos políticos tradicionales o emergentes, en cargos de representación política, en instancias burocráticas o administrativas, o en espacios alternos-, en lugar de intentar hacer un largo y pormenorizado listado de fechas y nombres de mujeres que han participado activamente en la política local o regional.
Sin desconocer que es necesario dar cuenta de una historia de mujeres con nombres propios, también se corre el riesgo de excluir voluntaria e involuntariamente los nombres de algunas personas.
En este mismo sentido, me parece necesario ubicar ciertos contextos y procesos históricos que se han dado a lo largo del siglo XX hasta nuestros días, en los que de manera progresiva las mujeres empezaron a ocupar un lugar significativo en ciertos ámbitos de la vida pública de la ciudad, superando una serie de obstáculos jurídicos, de estigmas socio-culturales y de restricciones morales.
Considero que esta puede ser una forma de seguir el rastro de diversas formas de sociabilidades, de resistencias y de repertorios discursivos que han orientado la dinámica organizacional de las mujeres y el paulatino empoderamiento de las mujeres como sujetos políticos, entendido en términos kantianos de “una mayoría de edad”, lo que significa atreverse a pensar por sí misma, generando una visión crítica o alternativa de diversos ámbitos de lo social o lo político en los que las mujeres intervienen.
En consecuencia, tratar de hacer visible la presencia de las mujeres en diversos contextos de la historia es un hecho político de por sí, es una forma de superar esa zona opaca en la que se pierde el sentido de sus diversas prácticas sociales, de correr una serie de pesados velos morales, para describir las difíciles y complejas formas en que han asumido las mujeres sus propias condiciones de vida. Podríamos asumir esta historia de “la política en tacones” como una forma de interpretar recorridos por un laberinto bastante complejo que deben realizar las mujeres cuando han franqueado los muros del hogar y de la moral dominante, y que aún sigue en procura de conquistar espacios y de alcanzar su propia narrativa histórica.
Asumo este ejercicio con ciertas reservas de género, pero que me atrevo a plantear para re-pensar la historia de las mujeres en Pereira en clave de lo político, en medio de múltiples transiciones que no van en un solo sentido, y en medio del resurgimiento de las denominadas “nuevas subjetividades políticas”.
Habría que añadir que en este ejercicio de plantear una nueva narrativa acerca del rol político de la mujer, se conjugan constantemente la relación de un espacio de experiencia –o de un pasado que se actualiza constantemente en el presente– con nuevos horizontes de expectativas, en el que los futuros “por venir” conforman un cúmulo de posibilidades que retroalimentan las acciones en el presente. También habría que aclarar que en esta forma de resignificar lo político y lo histórico como político no se asume de manera mecánica la vieja fórmula de Ciceron quien acuñó el término Historia Magistra vitae est, es decir, la historia como un recipiente ejemplarizante de donde se pueden tomar lecciones que orienten el futuro.
En este caso, la forma de pensar la historia se vuelve más problemática, ya que es necesario hacer que la historia vuelva sobre sus propios pliegues para hallar vacíos, contradicciones, silencios y exclusiones.
En este caso, la historia tradicional es nuevamente confrontada tanto en función de su legitimidad como de su utilidad, lo que implica que cualquier intento de explicación histórica se juega en dos terrenos: el de su rigor y fiabilidad histórica, como en el de la función social de la historia –“¿para qué sirve la historia?”–, como muy bien señala Carlos Pereyra. Y en esta medida las nuevas corrientes historiográficas debaten sobre sus métodos tradicionales y sobre la necesidad de que nuevos sujetos y actores sociales sean incluidos en las explicaciones históricas.
Hay una demanda constante desde el presente por revisar los ocultamientos, las sutiles formas de dominación sobre las que se fundamentan los poderes hegemónicos. En medio de diversas mutaciones epistemológicas, la disciplina histórica es requerida y cuestionada frecuentemente desde las diversas demandas por el reconocimiento, de las que hablan autores como Axel Honneth y Charles Taylor, como parte de una teoría crítica de las nuevas luchas sociales y el multiculturalismo.
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2-Si intentáramos rastrear la presencia y la visibilidad de las mujeres en la Historiografía de Pereira, tendríamos que evidenciar –con mucho pesar– los grandes vacíos y el enorme desconocimiento que hay acerca de su activo y significativo rol como constructora de ciudad. Es muy destacado que el gran historiador local, Hugo Ángel Jaramillo, solo al final del segundo tomo de su gran obra “Pereira: historia de un grupo étnico”, dedicara un par de párrafos para destacar sucintamente el papel fundamental que ha jugado la mujer como timonel de las gestas cívicas que han caracterizado la historia urbana de Pereira. Hugo Ángel dice que “algunas han prestado su concurso para el fomento de obras de caridad (…), otras han entregados sus mejores capacidades al celo cívico, a la cultura, bazares, convites, etc”.
Es evidente que Hugo Ángel hace referencia a las mujeres que eran parte de las familias más prestantes de la ciudad, las cuales a su vez hacían parte de los cuadros de honor de la Sociedad de Mejoras de Pereira, quienes lograron -por su posición de elite- crear sus propias formas de organización femenina, de intensificar sus prácticas de sociabilidad cívica y, al mismo tiempo, de generar una conciencia femenina de su rol en la sociedad y de la importancia del celo cívico y de la moral pública conservadora como parte de los procesos de modernización que vivía Pereira durante la primer mitad del siglo XX.
Se debe dejar constancia que a pesar de no contar con la ciudadanía política que les permitiera ejercer el derecho al voto, estas mujeres –esposas, hijas, madres y hermanas de los prestantes miembros de las organizaciones cívicas de la ciudad– asumían con gran responsabilidad y entusiasmo este rol femenino que estaba muy a tono con los ideales civilizadores de la época en todo el país, que buscaban armonizar el progreso material con el progreso espiritual, y que defendían el lema de las organizaciones cívicas de toda el país de “más administración y menos política” –o de menos sectarismos partidistas que habían conducido al país a un sinnúmero de guerras civiles durante el siglo XIX–.
No obstante, es necesario señalar además del vacío historiográfico o del poco interés por los estudios acerca de la mujer, el hecho de que lo poco que se conoce hace referencia a mujeres de cierta posición social, invisibilizando a otras mujeres de otras capas o sectores de menor rango social, como las obreras, las escogedoras de café, las empleadas de servicio, etc., o mujeres de un mayor nivel educativo, pero que no han sido objeto de un estudio más sistemático, como es el caso de educadoras como María Tejada o Carlota Sánchez.
También se suele hablar mucho de la presencia en la ciudad de la recordada líder socialista María Cano, en compañía de Ignacio Torres Giraldo, quien vivió buena parte de sus años de adolescencia y juventud en Pereira y quien fue fundador del Partido Socialista Revolucionario en compañía de Cano, Raúl Eduardo Mahecha y Tomás Uribe Márquez, pero no hay un estudio que permita tener clara la forma en que muchas otras mujeres acogieron los ideales políticos de la izquierda naciente en Colombia entre las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX.
Se genera, en este caso, una doble invisibilización. Se constata el hecho de que las mujeres estuvieron siempre presentes en muchos capítulos de la historia de la ciudad, pero no siempre fueron visibles ni para los contemporáneos ni para los historiadores posteriores. ¿Cómo podemos salir de este olvido, de este vacío y de este reiterado silencio?
Quizás habría que empezar por acudir a la información de los censos. Por ejemplo, Antonio García Nossa, en su Geografía Económica de Caldas, del año 1937, señala que la población urbana en el entonces Gran Caldas era de 100 hombres por cada 110 mujeres. En el censo de 1938 se registraron 16.373 mujeres y 14.389 hombres. En el censo de 1951 se puede observar que mientras en la cabecera de Pereira vivían 35.870 hombres y 40.392, en la zona rural la relación era inversamente proporcional, ya que los hombres eran mayoría con 21.642 personas y las mujeres eran apenas 17.438.
Es evidente que muchas mujeres, de diversa condición social, económica y educativa, decidieron darle un rumbo diferente a sus vidas, dejando las precarias condiciones de vida en el campo, para atreverse a forjar sus propias vidas, sus propios sueños, en las grandes urbes y ciudades intermedias. He aquí, en medio de las diferentes historias de vida, quizás una primera forma de emancipación femenina. Muchas llegaron como obreras de las incipientes fábricas de tejidos, de cervezas, de gaseosas o como escogedoras de café. Otras lograron emplearse como recepcionistas o mecanógrafas, otras como empleadas de servicio internas en casas de familia de clase alta y media, y muchas otras lo hicieron en la prostitución.
Sabemos un poco acerca de la huelga de las escogedoras de café de Pereira del año 1935, en protesta por las largas jornadas laborales y los reclamos por un alza salarial, a partir del trabajo del ya fallecido profesor Carlos Arnulfo Escobar. Un trabajo de tesis de Maestría en Historia de Jenny Xiomara Tamayo permite dimensionar lo que podríamos llamar un feminismo incipiente a partir de la promulgación de la Ley 28 de 1932, que permitió que las mujeres casadas de todo el país pudieran manejar de manera autónoma su patrimonio personal, sin estar supeditadas a los designios de su esposo.
De igual manera, se muestra el importante logro que constituyó la expedición del Decreto 1972 de 1933, durante el gobierno del presidente liberal Enrique Olaya Herrera, a partir del cual se aprobó el ingreso de las mujeres a la educación superior. Sabemos por algunos estudios realizados sobre El Diario de Pereira, de propiedad de Emilio Correa Uribe, acerca de la manera tan activa como participaron algunas mujeres de la ciudad –tanto de la elite como obreras– en los comités femeninos que recaudaron dinero a través de diferentes actividades públicas para apoyar las candidaturas de Olaya Herrera, López Pumarejo y Eduardo Santos, durante la denominada República Liberal –entre 1930 y 1946–.
La pregunta en este caso es poder averiguar cómo fue el nivel de movilización y de activismo político de las mujeres para respaldar estas medidas, en años posteriores la movilización por el voto femenino y otro tipo de revindicaciones sociales, económicas, educativas y culturales. Aún hay muchos vacíos por llenar en materia de este reconocimiento histórico, que asumimos que es clave en función de su reconocimiento político, incluso en años más recientes.
Destaco el trabajo realizado por la profesora Morelia Pabón Patiño, sobre la presencia de las mujeres en la Universidad Tecnológica de Pereira, a partir del año 1961, tanto como estudiantes en una universidad ingenieril y machista, y luego como docentes que venciendo una serie obstáculos –o paredes de cristal– lograron dejar su impronta tanto en el ámbito académico como en el de la participación política en el Sindicato de ASPU. Este texto no busca sellar ninguna visión reconciliadora con la historia, ya que el tono crítico del estudio, con base en una juiciosa recopilación de estadísticas y de historia oral, muestra como persisten en el presente una serie de inequidades frente a las mujeres, a pesar de estar inmersos en un ámbito profesional más pluralista e incluyente, como se supone que debe ser la UTP.
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3-No se puede desconocer que muchas mujeres han participado en la política local y han dado el salto a la política regional y nacional, al lado de personajes como Camilo Mejía Duque, Oscar Vélez Marulanda, Jaime Robledo Salazar, Emiliano Isaza Henao, César Gaviria Trujillo. Han oficiado tanto dentro del bipartidismo tradicional como en la izquierda, entre el oficialismo y el faccionalismo. Han sido elegidas como Alcaldesas de la ciudad (Martha Elena Bedoya) y Gobernadoras de Risaralda –antes y después de la elección popular– (Dora Luz Campo de Botero –quien fue vetada del cargo, por Monseñor Darío Castrillón, en 1975, por estar casada por lo civil–, María Isabel Mejía Marulanda, quien también se destacó por su importante trayectoria parlamentaria, Amparo Lucía Vega Montoya, y Elsa Gladys Cifuentes). Han ocupado importantes cargos dentro de los despachos de la administración departamental y municipal, lo mismo como Ediles municipales y diputadas de la Asamblea Departamental, y congresistas. No obstante, también se han visto inmersas en varias ocasiones por señalamientos por corrupción política.
Son fuente de integración como de división, de búsqueda de consensos como expresión del radicalismo político, en cualquiera de los campos del espectro político.
Pero también es necesario destacar otra forma de participación política, que está más relacionada con los movimientos sociales populares, sindicales y académicos. Las mujeres emergen con un renovado vigor, superando toda clase de exclusiones y subvaloraciones –frente al rancio bipartidismo tradicional y también dentro de las mismas organizaciones políticas de izquierda que son acusadas de manejar un recalcitrante machismo–. Se recuerda el caso de la profesora de la UTP, Stella Brand de Prado, que asumió su labor académica desde el ideal de la intelectual orgánica, en el sentido de que el conocimiento debe servir para transformar la realidad social.
Se suman en años recientes los colectivos de mujeres que participan en diversas organizaciones que luchan por los derechos de la mujer, por la reconciliación, la memoria de las víctimas, escuelas de paz, derechos humanos y diversidad cultural y sexual. Si bien se trata de nuevos espacios de participación, que cuestionan los moldes patriarcales de la sociedad colombiana, aún son poco reconocidos y poco valorados en el ámbito de la política local y regional.
4-Es perentorio profundizar en otros espacios académicos y políticos estos ejercicios de lecturas históricas-críticas en claves de emancipación de la mujer, entendido tanto como el deseo de autonomía –romper ciertos modos de tutelazgos- y también como participación en el ejercicio del poder social. Es evidente que la mujer se halla inmersa, al igual que otros actores políticos y sociales, en la dualidad que no siempre es fácil de resolver entre libertad y poder.
No es fácil determinar hacia dónde se quiere ir o hacia dónde se quiere llegar en estas luchas feministas por el reconocimiento. Se podría decir, como señala un libro coordinado por Adriana Maza Pesqueira –para el caso mexicano– que las mujeres han pasado de “liberales a liberadas”. Pero la intensidad de las luchas no niega el hecho de que las expresiones políticas femeninas no marchan en un mismo sentido, tanto de manera sincrónica como armónica. Las mujeres al poder también han reproducido esquemas y posturas autoritarias y corruptas.
Es decir, sean afros, indígenas, lesbianas, etc., hacen parte –de diversos modos– de la cultura política colombiana, y la experiencia de los años recientes demuestra que se pueden radicalizar en medio de las polarizaciones entre la izquierda y la derecha colombiana.
Tampoco es fácil apelar a criterios de igual o de neutralidad, como en una especie de un país de las maravillas igualitario o sin género. Se reclama un mayor estatus dialógico, pero esto debe avanzar en múltiples sentidos, tanto desde el reconocimiento como desde el empoderamiento, para así poder romper con cadenas de dominación y sujeción, que a pesar de dar muestras de estar bastante oxidadas, sobre sus amarres morales y políticos se siguen fundamentando relaciones sociales y construcciones culturales asimétricas.
Para finalizar me gustaría dejar planteadas una serie de inquietudes sobre las cuales es necesario generar nuevos debates. Me pregunto: ¿Dentro de la propia determinación del género o de las posturas feministas no se evidencian diferencias de intereses y formas graduales de entender el sentido y la práctica de una conciencia feminista? ¿El sujeto político “mujeres”, entendido desde las perspectivas de género, hace alusión a una construcción monolítica, homogénea, que comparten un mismo ideal, una misma voz, un mismo interés, un mismo deseo? ¿Acaso no estaremos en presencia de lo que Gayatri Spivak señala como una especie de “catacresis”, es decir, una serie de lugares comunes que cuesta mucho trabajo esclarecer en la experiencia de un conjunto muy amplio y diverso de sujetos políticos y sociales que se asumen con una conciencia diferenciada de mujer? ¿Las mujeres que nos interesa estudiar a nivel histórico son solamente las de una determinada clase social?
Por otra parte, me atrevo a preguntar: ¿Cómo entender conceptos como emancipación, lucha o defensa a través de diferentes luchas y procesos históricos? ¿Sólo caben en este momento las luchas antisistemas? ¿Qué pasa cuando las mujeres se expresan en contra de la legalización del aborto, en defensa de una causa religiosa o moral, o se organizan para realizar alguna obra caritativa? ¿Cómo entender la sororidad[1] en este caso?
Finalmente, a pesar de que estamos de acuerdo en la necesidad de empezar a hacer visibles una serie de vacíos en la historia de Pereira –no sólo en el campo de lo político, sino también de lo social, lo intelectual, lo cultural, lo educativo, etc.–, es preciso insistir en la necesidad de que sean las mujeres las que también emprendan con rigor este proceso de autoescritura, de construcción de una narrativa propia que sirva de referente para las nuevas luchas del presente y el porvenir.
Si asumimos, como se decía en un comienzo, que el reconocimiento y la visibilización histórica es ya de por sí algo político, se debe llamar la atención de que las mujeres rompan el cerco de la subalternidad, tanto entre las mujeres que están en capacidad de asumir este reto en función de su nivel de estudios o su “capital cultural” –como diría Pierre Bourdieu–, como entre aquellas otras mujeres –que son la inmensa mayoría– y que pertenecen a los estratos socio-económicos más vulnerables y desiguales.
[1] Sororidad es un neologismo que se emplea para referirse a la solidaridad entre mujeres en un contexto de discriminación sexual y patriarcado.