El ciclismo, los hijos, su amor desenfrenado por el Deportivo Pereira, sus gustos musicales, sus inspiraciones y pasiones de niño.
¿Quién está detrás de los personajes que hacen reír cada día a los colombianos?
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El chico y los garabatos
La mitología familiar dice que dibujó sus primeros monigotes en los retazos de cuero que su papá Ovidio, zapatero de profesión y librepensador por vocación, arrojaba el piso del taller luego de recortar los moldes para esos zapatos claveteados que se usaron hasta los años ochenta.
Todos necesitamos un mito particular para ayudarnos al reposo.
¿Usted piensa ganarse la vida pintando monas? Le espetó Ovidio cuando Julio apenas despuntaba a la adolescencia.
El muchacho no entendió la pregunta y siguió dibujando garabatos.
Y siguió haciéndolo, hasta volverse una celebridad que hace reír cada día a los colombianos con su peculiar visión de la fauna política planetaria.
Pero eso ha sido documentado a la saciedad. Así que es mejor seguirlo en el ejercicio de sus otras vidas.
Por ejemplo, cuando le prepara el desayuno a su pequeño hijo Mateo, un espécimen alborotador que lo devuelve a sus años tempranos.
O cuando se queda mirando a su hija Sara con el aire atónito de quien intenta en vano descifrar un viejo enigma.
O cuando, siguiendo una vieja tradición, se desdobla en la madrugada y se enfunda en uno de esos coloridos uniformes de equipo de ciclismo profesional que le sirven a un creciente número de ejecutivos, empresarios, profesores y estudiantes para soñar que son Nairo Quintana escalando los Alpes o Rigoberto Urán devorando kilómetros mientras engulle gajos enteros de bananos.
Camino a la escuela
“La primera noticia que tuve del ciclismo fue cuando mi papá me llevaba a la escuela en la parte delantera de una de esas bicicletas canasteras que utilizaban los mensajeros para repartir pedidos de víveres, medicamentos o insumos para la zapatería.
Estamos hablando de mediados de los años setenta, cuando Cochise Rodríguez corrió al final de su carrera en un equipo italiano llamado Bianchi Campagnolo. De ahí sacó mi papá el nombre para su taller y su marca de calzado.
Para la época Pereira era una ciudad pequeña y por sus calles circulaban muchas bicicletas de ese tipo. Recuerdo sobre todo las que llevaban botellas de Leche La Perla en sus canastas. La visión del líquido blanco y el sonido de esos envases de vidrio tintineando en las mañanas es uno de los recuerdos perdurables de mi infancia”
Ese y los prados del Parque de la Libertad donde se jugaba al fútbol y se utilizaba ¡Oh sacrilegio! el mural de la maestra Lucy Tejada en honor a los estudiantes a modo de portería.
En esos juegos de tardes de domingo nació una temprana pasión por el Deportivo Pereira, con todo y sus infortunios.
“Es muy cómodo ser hincha de un equipo diseñado para ganar. El Barcelona y el Real Madrid, por ejemplo pueden comprar a los mejores jugadores del mundo. Por eso están obligados a ganar todos los títulos, tanto, que si se les escapa uno en la temporada es considerado un fracaso. Pero ensaye usted a ser hincha de un equipo como el Pereira pa´ que vea lo que es la desdicha”.
Músicas de fondo
Antes de ponerse su uniforme de ciclista de ocasión Matador enfrenta otro dilema.
Como buen melómano siempre tiene una canción sonando al fondo mientras trabaja en sus monigotes que ahora se pagan bien y refutan de paso las predicciones del viejo Ovidio.
De modo que siempre debe resolver una encrucijada: escoger entre la voz ebria de José Alfredo Jiménez, los sonidos casi guturales de Lemmy Kilmister– el vocalista de Motorhead– o el decir cadencioso de Joan Manuel Serrat.
Mientras resuelve ese acertijo revisa los periódicos del día en busca de material para su trabajo diario.
Desde que Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos siempre tiene un buen motivo para ocuparse de Norteamérica.
“En este caso el personaje tiene un valor agregado: su demencia. Normalmente los desaciertos de los políticos constituyen un inmejorable material para trabajar.
Pero Trump supera con creces todas las expectativas. Solo su megalomanía ha bastado para convertirlo en un personaje tragicómico. Uno no sabe si reír o llorar cuando se entera de sus últimas decisiones”.
Eso dice, mientras el fondo Serrat canta sus propios poemas y adelanta su último deseo: “Y a mí enterradme sin duelo/ entre la playa y el cielo/ en la ladera de un monte/ más alto que el horizonte / quiero tener buena vista”.
Dejémonos de vainas
Cumplida esa primera parte de los ritos cotidianos llega la hora de subirse a la bicicleta.
Y eso no es poca cosa para un hombre que se acerca a los cincuenta- nació en Pereira en 1969, el año del primer alunizaje humano y de la separación de Los Beatles-.
Solo, o en compañía de su coequipero Guillermo Vélez toma alguna de las carreteras que conducen a veredas y corregimientos de la ciudad.
Algunas veces, cuando se siente valiente y evoca las hazañas de Fabio Parra y Lucho Herrera, acomete una escalada y suda lo suyo tratando de alcanzar una modesta cima.
Pero no importa si eso le sirve para aliviarse de las tensiones que deja el trajín del día anterior: enviar una caricatura al día y cumplir con sus compromisos como publicista y padre de familia no son poca cosa.
De regreso, hace una escala en casa de la vieja y querida Alicia, su madre, que gobierna a sus cuatro hijos con una mezcla de energía y condescendencia que todos agradecen.
A veces Carlos Andrés, filósofo; Diego, explorador en el mundo de la marihuana medicinal; Mauricio, ingeniero mecánico y trotamundos a lomo de un monociclo y Julio coinciden a la mesa y alegran con su inagotable dosis de humor negro las mañanas de la vieja, viuda desde hace dos años.
Pero eso sí, en el feudo materno poco valen la fama y los miles de seguidores que el caricaturista pastorea como un rebaño multitudinario en el mundo virtual.
Curtida en el trato con el mundo, la celebridad de su primogénito le vale un pepino.
Para ella es apenas uno entre sus cuatro hijos.
De modo que dejémonos de vainas ¿Sí?
Entre viejos maestros
“Cuando contaba unos trece años encontré en un puesto de revistas un ejemplar de la Enciclopedia del Humor, que publicaba trabajos de los grandes caricaturistas del mundo. Allí aparecían- cómo no- los argentinos Quino y Fontanarrosa.
Fue así como conocí a Mafalda y a Boogie el aceitoso, dos entrañables personajes de ficción que para muchas personas, entre las que me incluyo, son más reales que muchos seres de carne y hueso. Eso, y las lecturas de las columnas de Daniel Samper Pizano reunidas en libros, es clave en mi proceso de formación.
Con esos maestros aprendí que muyas facetas de la vida- incluidas las más terribles- es mejor abordarlas desde el humor si uno quiere conservar la mínima dosis de cordura necesaria para sobrevivir en este mundo.
Hay otro elemento en común entre Samper y Fontanarrosa: su pasión por dos equipos de fútbol sufridos: Rosario Central, de Argentina, y el Independiente Santafé, de Colombia. Decir que ese deporte es una metáfora de la vida sería redundar. Pero en sus ires y venires uno aprende muchas cosas sobre las dichas y desventuras que constituyen la vida de todos los mortales”.
Fue esa la clase de humor que le permitió acompañar a su padre Ovidio en la tormentosa travesía que finalmente le permitió acudir a la eutanasia para poner fin a los dolores que lo aquejaban.
Hasta el último segundo el viejo hizo gala de una considerable reserva de humor negro que parece ser la insignia familiar. “Quiero vestirme de luto para despedirme de este mundo puto”, declaró impasible ante una decena de parientes desconcertados que vieron extinguirse así su íntimo anhelo de entregarse al melodrama.
Adiós a la bohemia
Cuando era más joven- o menos viejo, mejor– Matador resolvía los dilemas de la existencia echándose al coleto un vaso de Jack Danniel´s, ese trago de roqueros y bebida redentora, según el evangelio particular de Frank Sinatra.
Pero, como buen personaje de los bajos fondos, al tiempo le gusta ajustar cuentas con sus criaturas. Por eso ahora debe contentarse con un vaso grande de jugo de naranja antes de hacerse al camino.
Como una manera de curarse los afanes de la jornada anterior sale en busca de su propio premio de montaña.
De vuelta a casa, resurge el dilema de las músicas de fondo. Esta vez deberá escoger entre Carlos Gardel, Metallica o Andrés Calamaro. Confundido, decide echarlo a suerte. El turno es para Calamaro, que sin hacerse rogar ensaya una plegaria con su voz amanecida: “Brindo por lo que sea/ que caiga hoy en el vaso/ brindo por la victoria/por el empate y por el fracaso”.