Lo más cercano a la felicidad es la vivencia de esos momentos en que se comparten sensaciones, comenzando por las más terrenales y sabrosas, aquellas que se originan en la alquimia de una cocina.
Celebramos la otra noche el onomástico de mi tío Carlos. Casi en familia, sin tanta bulla, sin tanta fanfarria. En el vecindario se estilan los fiestones a todo parlante por cualquier asunto, incluyendo los cumpleaños. Pareciera que tiran la casa por la ventana al son de los petardos y, a veces, fuegos artificiales, metiendo ruido hasta el amanecer para acaso sentirse vivos y escaparle a la intrascendencia.
Eso sí, en casa solemos sacarle partido a las cosas intrascendentes. Una parrillada, un almuerzo de fin de semana, una cena de cualquier noche, son el punto de partida para quebrar la rutina del quehacer diario. Por ejemplo, una lasaña casera no sólo aglutina el queso y la pasta, la carne y la salsa, sino que es el pretexto perfecto para reunir al círculo íntimo y a los familiares que están a tiro. El truco es sentarlos en torno de una mesa y, por intermedio de la comida, el postre y sus tragos, ponerlos a desenvolver recuerdos más que regalos. Esa es la magia de los cumpleaños.
El otro día vivimos un carrusel de grandísimos ratos, porque entre gratas evocaciones saltaban suculentas anécdotas y divertidos chascarrillos. Lo más cercano a la felicidad es la vivencia de esos momentos en que se comparten sensaciones, comenzando por las más terrenales y sabrosas, aquellas que se originan en la alquimia de una cocina. Para todo lo demás, queda el impagable momento de la sobremesa, con toda esa espiritualidad que trae aparejada la degustación de un buen vino u otro licor de respetable linaje.
Insoslayable el momento en que nos levantamos para brindar a la salud del agasajado. Velas sopladas y buenos deseos que, con el cántico de rigor, los más pequeños tienen también su instante en la fiesta de sus mayores.
Que suene la música de fondo que siempre nos guardamos para estas ocasiones, mientras sirven la tajada de pastel que me como con dificultad por lo dulzón del asunto. Ya vendrá un vasito de agua para purificar el paladar. Y otra vez a lo nuestro: al momento insoslayable de finiquitar el vino que ha quedado en la botella, por gracia divina, la alineación de los astros o por pura fortuna.
P.S. Al calor del vino, me había olvidado comentar sobre las bondades de la lasaña, primorosamente elaborada por mi prima la gastrónoma. Fue muy atinado que la preparara con unas crepes delgadas en vez de la pasta tradicional. El resultado dió una cena ligera y sin excesivo condimento, resaltando el maridaje idóneo de la salsa de tomate y la carne, rematado por la inenarrable exquisitez del queso fundido. Todo presentado y servido sobriamente, muy justo, muy ajustado que, de lo contrario, no sería muy llevadera la digestión.
https://www.youtube.com/watch?v=qQzIcSy7GuA&feature=youtu.be