Muchos creímos, porque así nos lo decía nuestro pensamiento racional, que una vez desmovilizadas las FARC llegaría el momento en que nuestra política se moderaría.
Este 11 de marzo inicia con mayor claridad lo que podría denominarse el país del posconflicto. Lo que está en juego en estas elecciones, cuya primera jornada se vivirá el próximo domingo, es el modelo de sociedad que habrá de guiarnos una vez superada la incertidumbre de la guerra interna.
Tristemente, lo que se percibe en el ambiente pre electoral es una radicalización de los discursos que, por fuera de debatir un proyecto de país, se juegan su fuerza y liderazgo en la difusión de todo tipo de miedos, a los que son sensibles las diferentes clases sociales.
Tan claro como decepcionante es que, una vez logrado un acuerdo de paz con la guerrilla que mantenía en vilo a la Nación, los políticos se muestran partidarios de polarizar a la sociedad usando para ello el gran motivador de siempre, el temor a alguna situación que, sicológicamente, nos enfrenta a la sin salida de elegir con el único propósito de salvarnos de la misma suposición con la que nos asustan.
Y, por tanto, no estamos ante unos comicios en los que se esté discutiendo sobre lo fundamental; ello es cómo habremos de retomar el rumbo económico, bajo qué modelo basado en nuestras propias realidades y oportunidades; o, definir las mejores vías para lograr una cohesión social, en una comunidad largamente fragmentada por la injusticia social, la exclusión, el conflicto interno y la corrupción.
No. El debate instigado por grandes temores frente a espejismos de lado y lado se va desenvolviendo, como correlato natural, en la figura del salvador, de aquel único capaz de redimirnos y protegernos de las grandes amenazas que se ciernen sobre nosotros.
Muchos creímos, porque así nos lo decía nuestro pensamiento racional, que una vez desmovilizadas las FARC llegaría el momento en que nuestra política se moderaría. Que estábamos listos para retomar nuestras maltrechas instituciones e iniciar una terapia colectiva de usar el debate como herramienta de discusión de los asuntos comunes. Creímos estar listos para elegir a aquellos que nos proponen un camino de re educación de nuestras bárbaras costumbres, para dejarnos guiar por quienes nos muestran un futuro posible, y no por aquellos que solo nos señalan la oscuridad que desde cada orilla ideológica se cierne sobre nuestro horizonte.
Pero, parece que aún no estamos preparados para llegar a nuestra “mayoría de edad” como ciudadanos conscientes y responsables de la importancia de la participación democrática. Es más, puede ser peor. Tal vez lo que estamos presenciando en este período de campañas electorales, es el intento de ejercer la democracia en una sociedad cuyos ciudadanos tienen la cabeza comprometida con todo tipo de tendencias tribales y pre modernas. No nos anima, como sociedad, un debate estructurado a partir de argumentos racionales. Lo que nos moviliza, y de manera muy amplia e importante, son las emociones. Instigadas hábilmente desde las orillas más virulentas, tanto de izquierda como de derecha, es a nuestro cerebro más primario al que se está dirigiendo toda la batería de discursos, publicidad, y propuestas.
El sistema de soberanías nacionales, basado en decisiones democráticas, es el aparato político de la modernidad. De papel estamos instalados en él, pero, al tiempo, seguimos sin incorporar un aparato de pensamiento racional y una opinión informada (la posibilidad de pensar guiados por un criterio propio), presupuestos necesarios para dar forma y sentido al debate democrático.
Esto nos deja presos de muchas paradojas y preguntas de difícil respuesta. ¿Qué acciones debemos abordar primero para superar la condición de pueblo bárbaro y políticamente inconsciente?:
1- ¿Debemos apostar por el robustecimiento del aparato del Estado en detrimento de la propiedad y la iniciativa privada, y buscar una redistribución radical del ingreso dirigida a la población más desfavorecida? ¿No corremos con este tipo de visión de la administración de lo público, el riesgo de dirigir cuantiosos recursos a la población, todavía muy ignorante, quienes seguramente y como ha demostrado la experiencia de programas como Familias en Acción, no tomarán esos recursos subsidiados para avanzar en el proceso de su incorporación a la sociedad y al desarrollo de habilidades que los inserten en el aparato económico, sino que se acostumbrarán a vivir de la chequera del Estado, aumentando el círculo vicioso de la pobreza?
2- ¿El camino que deberíamos tomar es el de la educación, entre otras cosas para que la población no quede eternamente presa de la clase política, que la esclaviza debido a su eterna condición de ignorantes y marginales, vía los subsidios que, como migajas, les tiran por debajo de la mesa del poder público? Pero, ¿cómo pedir a las grandes masas de personas, que se sienten excluidos o que no tienen acceso a servicios básicos de calidad, que esperen un proceso tan largo como el educativo para ver resueltas sus necesidades más apremiantes como una buena alimentación o un acceso eficiente a los servicios de salud?
3-¿Hay que privilegiar la explotación de las tierras del sector rural a través de empresa agrícolas que garanticen la competitividad de lo producido en los mercados internacionales? O, ¿lo que se requiere es desmantelar los latifundios, y entregarlos a cooperativas o propietarios individuales para hacer una redistribución de la tierra en Colombia? ¿En la productividad del agro, actualmente, la extensión de la propiedad rural a explotar, influye, es decisiva, o indiferente? ¿Vamos a decantarnos por cerrar fronteras económicas y concentrarnos en abastecer el consumo interno? ¿Es esto último posible en el sistema económico capitalista globalizado? O, ¿Vamos a intentar salirnos del sistema?
4-¿Seguiremos apegados a la economía extractiva, basada en la explotación de hidrocarburos y otros productos relacionados con la minería, con las consecuencias ambientales que dicho modelo de desarrollo conlleva? Y, en caso contrario, si nos negamos a continuar explotando recursos naturales que afecten gravemente nuestro medio ambiente, ¿cómo se van a sustituir esos recursos en el presupuesto nacional? ¿De dónde se plantean quienes así lo proponen conseguir los recursos alternativos que generen ingresos al Estado en la magnitud de lo que hoy representan para las finanzas los ingresos por explotación de hidrocarburos y otros minerales?
5-¿Vamos a volver a creer en los políticos que nos certifican, labrando sus palabras sobre la piedra, que no van a subir los impuestos y que no van a aumentar la edad de jubilación? Cuando los indicadores de la hacienda nacional nos dicen que es imperativo aumentar a toda costa los ingresos por recaudo de contribuciones y otros tributos, y que el sistema pensional es insostenible en el cortísimo plazo ¿podemos creer en quienes hoy afirman que si son elegidos no tomarán en cuenta en sus decisiones estas evidencias?
6-¿Hay que darles a los políticos tradicionales las herramientas para que luchen contra la corrupción que ellos mismos han fomentado, de manera tan irresponsable, o, vamos a confiar en que cambiando de bando ideológico se acaban las componendas, el tráfico de influencias, la coima, o el favorecimiento a contratistas del Estado? ¿De verdad creemos que los de izquierda son menos corruptos que los de derecha, y viceversa? ¿Es posible auto proclamarse como los políticos dueños de la “decencia”, o, por otro lado, como aquellos dueños de “una nueva cultura de administración de lo público con eficacia, transparencia, productividad y austeridad”?
7-¿Queremos los colombianos embarcarnos en una reforma constituyente a menos de cuarenta años de haber promulgado una Constitución que hasta hace apenas unos días nos parecía moderna, democrática e incluyente?
8-¿Podemos creer en el discurso de seguridad que pretenden vendernos los señores de la guerra?
Y la obligada reflexión final: ¿Somos conscientes como sociedad de todo lo que nos gusta la violencia? Yo creo que no. Sin embargo, a pesar de todas las imperfecciones de nuestro sistema político, este próximo 11 de marzo iré a las urnas y trataré de ejercer mi derecho al voto apegada a la mayor honestidad posible e intentando tener coherencia entre mis principios y las opciones que seleccione para votar por ellas. Intentando alejarme de los pronósticos de resultados electorales como un marcador del voto pragmático.
Tratando de pensar qué candidatos proponen un verdadero proyecto de nación, y están centrados en plantear las formas para hacerlo posible. Y, ojalá lejos del miedo y la polarización a la que quieren llevarnos los caudillos de izquierda y de derecha.