Tendremos entonces cuatro años de polarización, discursos altisonantes, y, confiemos en que no sea así, retorno a los escenarios de la guerra.
Tuvimos nuestras primeras elecciones sin que las FARC ejerciera influencia directa como grupo armado. Pero, sin lugar a dudas, su presencia como grupo político y el acuerdo de paz que firmaron con el gobierno saliente, marcaron la agenda de estas elecciones.
Me apresuro a decir: no me gustan las FARC, no comparto sus métodos, no votaría por ellos. Pero afirmo, en términos del ejercicio de la política, que es mejor enfrentarlas en el ámbito democrático y no en medio de una guerra que desangra a la nación.
Ahora, en relación a los resultados del pasado domingo, se podría dividir lo acontecido en dos grandes fenómenos:
-Los votos cautivos, de izquierda o derecha. Gustavo Petro, canalizando también una buena parte del descontento que siente la población con el sistema. Y los uribistas, fuertemente reforzados por las alianzas con la política tradicional.
-Los votos de la opinión, en cabeza de la Coalición Colombia.
Significativo derrumbe del Partido Liberal, cuya dirigencia se empeñó en maltratar a un muy buen candidato, tal vez el más carismático, con trayectoria intachable, y formado intelectualmente: Humberto de La Calle.
El encarcelamiento que le impusieron al impedirle concertar una coalición con Sergio Fajardo, detrás de mezquinos intereses de la casa Gaviria, ha condenado a un estruendoso fracaso no solo al candidato sino al Partido Liberal, y sobre todo a su dirigencia.
Ahora bien, mi padre solía decir: “A uno le hacen hasta donde uno se deja”. Por ello, es casi incomprensible el sometimiento de De La Calle, a pesar de la fuerza de su carácter y de la honestidad que lo acompaña, razón por la cual cosechaba tantas simpatías en la franja de votantes que podrían denominarse “pensantes”. El asunto es que, a la hora de votar, había que volver la mirada al Partido, inevitablemente; y ya habíamos sido tempranamente notificados por César Gaviria (abril del 2018) que los votos depositados por Humberto serían moneda de cambio para un oportunista acomodo en segunda vuelta.
Así las cosas, cada uno de los cinco candidatos en contienda cosechó lo suyo, fruto de sus posiciones, y de las prácticas políticas de sus aliados y partidos.
A excepción de Vargas Lleras, por una sola razón: ese voto amarrado, clientelista, negociante, sin escrúpulos, acompaña siempre al que parece garantizarles un triunfo indiscutible. Son lógicas que se refuerzan: el candidato que recurre a esta votación no puede ganar sin ellos, y los politiqueros de siempre se aferran tenazmente a una sola máxima, ellos no pueden perder.
Tendremos entonces cuatro años de polarización, discursos altisonantes, y, confiemos en que no sea así, retorno a los escenarios de la guerra.
Esperemos que los más de cuatro millones y medio de votos de opinión se mantengan atentos a las mejores decisiones para el país, y que las fuerzas que acompañaron la Coalición Colombia no se dispersen. Esta vez Fajardo no pudo coronarse campeón de la vuelta, pero sus opciones, lejos de terminar, apenas comienzan: queda de primero en el punto de salida para dentro de cuatro años.