Por, Irene Hernández Velasco. Publicado en elmundo.es
Loola Pérez, (Molina de Segura, 1991). Graduada en Filosofía, trabaja como integradora social y sexóloga educativa. En su ensayo Maldita Feminista (Seix Barral) arremete sin piedad contra el feminismo imperante y aboga por un nuevo paradigma sobre la igualdad de sexos.
Usted se autodefine como feminista, ¿verdad?
Sí, soy feminista, por supuesto.
Pero, parafraseando el título de su libro, usted es una feminista maldita. Desde luego muchas feministas la van a maldecir por las cosas que sostiene en este ensayo…Sí, soy una feminista maldita porque ahora cuando eres crítica con el feminismo eres un monstruo, eres peligrosa, eres una hereje. Ese es el significado de “maldita”, palabra con la que también hago referencia a ese clima religioso en que el que cuando cuestionabas la ortodoxia te convertías en alguien con quien había que tener cuidado, alguien que era señalado.
¿El feminismo se ha convertido en la nueva religión?
Yo creo que más que una nueva religión el feminismo se ha convertido en un nuevo dogma, donde existen autos de fe, donde existe una curia -a la que yo muchas veces me refiero como “vacas sagradas”- y donde existe una literatura feminista que es sota, caballo y rey, muy repetitiva y superficial y que muchas veces se basa en la mera ‘opinología’, en cuestiones que tienen poco de pensamiento crítico y mucho de sensacionalismo, en textos de los años 70 y 80 que no reflejan la cultura actual, todo lo que hemos cambiado, todo lo que hemos conseguido.
“Aborrezco a quienes han convertido el feminismo en una sucesión de mediocridad, control social y neurosis”, dice en su libro. ¿Qué tiene de neurótico el feminismo actual?
Yo creo que una de las neurosis que tiene el feminismo actual es que tiende mucho a la emocionalidad, y además se han dejado arrastrar por esta cultura de los medios de comunicación, sobre todo televisivos, de seguimiento de asesinatos y violaciones durante 24 horas al día. El feminismo se ha dejado llevar por toda esa corriente, y esa emocionalidad no ayuda al razonamiento, a poner límites o incluso a desarrollar un sentido moral que vaya más allá de lo que sale la pantalla televisiva.
Usted es muy crítica, por ejemplo, con la actitud que ha adoptado el feminismo respecto a casos muy mediáticos como el de Juana Rivas o Laura Luelmo. Critica que el feminismo haya optado por una posición de reacción, de consignas, de hastags, y no de acción….
Sí, pero el que me muestre crítica con ese feminismo de reacción no significa que no me pueda solidarizar con el caso, por ejemplo, de la profesora Laura Luelmo o incluso con la propia Juana Rivas. Yo sigo muchas de sus apariciones y esa mujer lo tiene que estar pasando muy mal. No sé si lo que está pasando será verdad o será mentira, muchas veces en esos casos los abogados no intentan llegar a acuerdos. Yo creo que en esos casos hay mucha información que la opinión pública desconoce, pero ves a una familia sufriendo, a unos niños que están perdiendo a sus padres por una cuestión puramente ideológica, televisiva y en cierto sentido, hasta macabra, porque se trata de la exposición pública de un drama familiar y eso creo que a la larga, cuando vayan creciendo, va a tener un impacto psicológico en sus vidas. El feminismo no solamente debería ser una reacción, también tiene que transformar.
El caso de Laura Luelmo, la profesora que salió a correr y fue asesinada, dio pie a concentraciones en las que se reivindicaba el derecho de las mujeres “a correr sin miedo”, una reacción que usted tacha de “desproporcionada”. ¿Por qué?
A mí desde luego me da más miedo montar en avión que salir sola a correr. Los miedos, las fobias, son algo muy personal. Y prescribir que los miedos de las mujeres tienen que ser los mismos me parece sumamente peligroso, porque nos despoja de nuestra personalidad, de nuestra idiosincrasia, de nuestra pluralidad como mujeres. No somos clones. Las mujeres podemos ser un grupo, vale, pero dentro de ese grupo hay muchas diferencias entre nosotras.
Sostiene que no tiene sentido hablar de patriarcado en el siglo XXI, que el patriarcado es un viejo fantasma. ¿Me lo explica?
Comparto opinión con Camille Paglia: hablar de patriarcado en occidente es algo que ahora mismo es insostenible. No podemos comparar a las mujeres en España con las mujeres en Irán. Además, sería como negar o despreciar todo lo que hemos conseguido en democracia: las leyes, los derechos, la participación de las mujeres en muchos estadios sociales que antes eran impensables… Por supuesto, todavía queda mucho por avanzar: hay mujeres que tienen dificultades en sus trabajos para obtener puestos de poder, para ser valoradas, para entrar en el Tribunal Supremo, en la Real Academia. Pero tampoco pienso que paridad signifique igualdad. La paridad tiene que ser una opción, algo abierto, y la igualdad es algo que pueden hacer tanto mujeres como hombres. Por eso me escama un poco que ahora mismo se piense que en el Ministerio de Igualdad, por ser todas mujeres, nos va a ir mejor. Yo me planteo: ¿de verdad no hay hombres comprometidos con la igualdad en dos partidos políticos como el PSOE y Podemos, que con tanta fuerza han cogido esa bandera de la igualdad? No me lo creo.
Una de las “provocaciones” que se permite en su libro es decir que igual que hay puestos en los que se está privilegiando la contratación de mujeres, también debería incentivarse la contratación de hombres en aquellas profesiones fuertemente feminizadas, como por ejemplo la de maestro.
A mí la verdad es que no me gusta mucho el sistema de cuotas. Tiene beneficios, pero también puede haber un efecto negativo. Las cuotas pueden ser una opción dentro de las medidas a favor de la igualdad, pero para mí no es la mejor opción, tienen luces y sombras. Pero la igualdad no puede ser solamente para las mujeres, como ahora se dice mucho en redes sociales y en tertulias, donde se afirma que el sujeto del feminismo son las mujeres. Yo no lo veo así. Yo reivindico que el sujeto del feminismo es la ciudadanía, porque el feminismo es un movimiento y una filosofía sumamente transformadora para todas las personas que componemos el mundo. El feminismo no es un complemento que te compras en una sección solamente para mujeres, el feminismo es para toda la ciudadanía.
Se queja de que el feminismo actual que se ha impuesto, y que usted asegura que es el feminismo radical y cultural, ha convertido a las mujeres en víctimas. ¿Qué quiere decir?
El feminismo radical y el feminismo cultural vienen de lo que yo llamo la tradición de género. En España, las grandes vacas sagradas del feminismo y lo que generalmente se mueve en medios de comunicación, bebe de esa tradición, de esas dos corrientes, y destaca la victimización. Y cuando se ahonda tanto en la victimización, nos olvidamos de algo tan importante como es la autodeterminación de las mujeres, como es la capacidad de decisión de las mujeres, la capacidad de resiliencia, de superar, de afrontar un trauma. Y, en ese sentido, perdemos todo. Tampoco creo que se nos tenga que vender la imagen de las mujeres como que somos absolutamente fuertes, que podemos con todo. No. Creo que tiene que existir una imagen mucho más realista y plural de las mujeres. Yo no pienso que la mujer que vende la fruta en la tienda de tu barrio crea que es una víctima. Ni tampoco pienso que la alumna del instituto se vea como una víctima. Esos discursos victimistas creo que al final hacen que muchas no se identifiquen con el feminismo como movimiento, aunque sí con las ideas de igualdad. No sienten que muchas feministas de esa tradición las representen, no empatizan con ellas.
Hablando de victimismo: a usted muchas feministas le reprochan haber sufrido una violación y proclamar que lo ha superado, negándose a ser víctima…
Yo no creo que todas las personas tengan que optar por mi vía, no creo que puedan superarlo como lo he superado yo. Yo tuve un acompañamiento psicológico y lo pude gestionar y superar bien. Tuve mis momentos traumáticos, pero he podido tener una vida después absolutamente normal, una vida sexual satisfactoria, salir y pasármelo bien. Y esto ofende a mucha gente, que considera que tienes que vivir esto como algo traumático, algo que determina toda tu vida. Yo no es algo que haya olvidado, pero no voy a permitir que eso vaya a definir mi historia.
¿El feminismo radical ignora las diferencias biológicas y psicológicas entre hombres y mujeres?
Depende. El feminismo de género es muy esencialista. Cree en las mujeres sensibles, suaves, paz, amor y que abrazan a los árboles, mientras que los hombres son fuertes, destructivos, tienen una potencia sexual incontrolable y en lugar de cuidar los árboles los destruyen, devastan el medio ambiente. Pero esas diferenciaciones no tienen un sustrato, una sustancia empírica. Se basan en percepciones, pero no en algo medible. Además el feminismo radical tampoco nos abre un camino, tampoco nos muestra qué hacer con eso. Tanto el feminismo radical como el cultural concluyen que una de las opciones para que las mujeres estén seguras y protegidas es el lesbianismo político, bastante defendido por la actual directora del Instituto de la Mujer.
¿Qué es el lesbianismo político?
El lesbianismo político consiste en que renuncies a tus preferencias sexuales, que amordaces tu orientación sexual y que te relaciones con mujeres, que construyas tu vida con mujeres, porque así vas a estar en un espacio mucho más seguro. Es llevar el concepto de hermandad al extremo, hasta el punto que no puedes decidir sobre tus relaciones sexuales ni sobre tus preferencias. Hemos pasado de la imposición de la heterosexualidad en los años 40 y 50 a la imposición en ámbitos feministas del lesbianismo político.
El feminismo, el “feminismo pop” como lo califica usted, ¿se ha convertido en un recurso de márketing?
Sí, se ha convertido en un objeto de comercio. Y en una moda bastante pasajera, porque al final lo que vemos es que ahora mismo todo el mundo puede ser feminista. Y yo entiendo que todo el mundo esté o quiera estar a favor de la igualdad, y que piense que estar a favor de la igualdad se traduzca en ser feminista. Pero creo que no es justo que figuras que jamás han profundizado en el feminismo y que no tienen mucha trayectoria las adoptemos como referentes. Es muy importante saber elegir a nuestros ídolos, porque se pueden convertir en el becerro de oro.
Decía antes que el feminismo radical victimiza a las mujeres. ¿Y cree que criminaliza a los hombres?
Sí, totalmente. Son las dos caras de una misma moneda. Nosotras pagamos el peaje de la victimización y ellos pagan el peaje de la criminalización, la persecución e incluso de la censura. Yo puedo decir que no estoy de acuerdo con el feminismo, y no estar de acuerdo con este feminismo hegemónico no me hace ni mejor ni peor feminista, simplemente abre otro cajón. Pero a ellos muchas veces ni siquiera se les permite expresar cómo se sienten, muchas veces se les desprecia, se les insulta, se les pone el sambenito de machistas. Cualquier frase dicha por un hombre que pueda contradecir al feminismo hegemónico hace que ese hombre sea tachado de machista. Yo a veces me asusto, porque al fin y al cabo el origen del feminismo se encuentra sumamente ligado al liberalismo, al liberalismo clásico, sobre todo a Mary Wollstonecraft, a Olympe de Gouges, Stuart Mill… El feminismo viene de ese sustrato filosófico-liberal que ha defendido la libertad de las mujeres para la educación, la libertad de expresión, el desarrollo del potencial humano, el progreso de las sociedades… Y ahora estamos en un punto donde a un hombre no se le permite hablar. Y si habla, se señala. Todos esos valores originarios se están perdiendo a favor de un código de conducta. Se obliga a los hombres a ser de un determinado modo porque si no se les señala. Y luego están todos esos hombres, por los que siento un poco de compasión, que dicen cosas como: “Hemos matado a 48 mujeres”. ¿¿¿Hemos??? O: “Yo no puedo ser feminista, tengo que ser aliado”. Ese código de conducta viene del miedo, del miedo a ser señalado, a ser puesto en el saco de los otros, de los hombres malos. Se fuerza a los hombres a inhibir totalmente sus necesidades, sus opiniones y, al fin y al cabo, su propia integridad.
Cada año en España se suicidan unas 3.600 personas, la mayoría hombres. Usted llega a preguntarse por qué escasean los recursos de prevención para los suicidios de varones cuando son muy superiores a los asesinatos de mujeres por violencia de género. Pero hay una gran diferencia: los hombres se suicidan voluntariamente y a las mujeres las matan.
Sí, pero cuando vemos que hay una tasa tan alta de suicidio masculino podemos explorar la hipótesis de que algo tiene que ver con el género. Igual que si hablamos de mujeres asesinadas algo tiene que ver con el género, en el caso de los suicidios masculinos creo que la pista tiene también que ver con el género. Para prevenir los suicidios lo que la psicología apunta es la incorporación de la educación emocional. Y eso me parece importante, porque dentro de todos estos eslóganes que nos manda el gobierno -“políticas feministas”, “gobierno feminista”, “educación feminista”- habría que afinar lo que es feminista y la educación emocional puede ser una propuesta interesante.
Usted sostiene, con cifras en la mano, que desde la entrada en vigor de la Ley de Violencia de Género el número de asesinatos de mujeres prácticamente no ha variado. Y propone que se empiece a trabajar de manera seria y rutinaria en la reinserción de maltratadores, algo a lo que el feminismo tradicional radical se opone absolutamente. ¿Por qué se opone el feminismo a la reinserción de los maltratadores y por qué lo defiende usted?
Yo creo que se oponen por suma ignorancia, porque al final son presas de aquello que desconocen, porque cuando sólo sabes dogmas no quieres conocer lo que hay más allá de tu catecismo. A mí la reinserción, la reeducación, me parecen sumamente importantes. Ahí están por ejemplo los programas PRIA-MA y PRIA (programa que se realiza con aquellos condenados que tienen que realizar un programa frente a la violencia de género como medida penal alternativa), que se realizan en una asociación, Preven3, de la que soy socia. Y no creo que sea muy habitual que una feminista sea miembro de una asociación de maltratadores, a mucha gente le estallará la cabeza porque yo sea presidenta de una asociación feminista y a la vez miembro de otra asociación que busca reinsertar y reeducar a aquellos que han cometido un delito. Y eso ofende al dogma feminista, porque no están preparadas para explorar otros puntos de vista en una situación donde no hemos conseguido disminuir el número de víctimas.
¿Y no se podría lograr eso con el endurecimiento de las penas, como proponen las feministas?
Es curioso que en ese punto las feministas radicales coincidan con las reivindicaciones que vienen también de la de la ultraderecha, y es algo totalmente tramposo. No hay una correlación entre penas más altas y disminución de los delitos. Quizás sí que se puede estudiar que haya un cumplimiento íntegro de las penas, eso sí que me parece importante. Y también me parece muy importante invertir en las instituciones penitenciarias para que haya muchos más profesionales que puedan desarrollar esos programas de reeducación, porque muchas veces lo que no tenemos son profesionales.