Por, Jorge González Jurado, Universidad de Cádiz. Tomado de VARIACIONES DE LO METARREAL EN LA ESPAÑA DE LOS SIGLOS XX Y XXI
Introducción
Como saben todos los que se han acercado a su figura, el valenciano Vicente Blasco Ibáñez fue un hombre de acción y un hombre de letras, Garcilaso de tránsito entre el siglo xix y el xx, que con títulos como Cañas y barro, Arroz y tartana o La barraca ha demostrado una maestría en la creación de caracteres, la crítica de la sociedad y el retrato de un clima como quien pinta al óleo. Su vida es una constante sacudida de enfrentamientos políticos (cambios de gobierno, revoluciones, bombardeos), y su crecimiento vino acompañado de una actitud rebelde contra el mundo, lo que le supuso más de un encarcelamiento. El papel de la política en su trayectoria literaria es tal que no ocultará sus opiniones a la hora de concebir novelas. Con todo, estamos ante uno de los mejores novelistas de la literatura española, cuya obra la crítica ha pasado por alto en más de una ocasión, pero que goza de un valor y una riqueza de matices extraordinarios y que admite múltiples niveles de lectura. Sus personajes guardan semejanzas entre sí: son fragmentos del carácter de su creador y, en su mayor parte, sienten necesidad de vengarse del enemigo.
Se ha achacado que la literatura de Blasco esté plagada de personajes demasiado buenos y demasiado malos, bien distinguidos unos de otros, y también el hecho de que la historia de amor gobierne la acción de casi todas sus tramas; sin embargo, eso es lo que más nos interesa para esta ocasión, porque en su obra puede uno apreciar hasta qué punto resulta útil esa división de bandos dentro del elenco de personajes.
Las novelas de la guerra
De toda su producción, donde basta una lectura para comprobar que la venganza es el plato fuerte de la mayoría de sus novelas, nos detendremos en la trilogía que escribió a propósito de la Primera Guerra Mundial, tres novelas marcadas por la contribución del autor a la causa francesa.
De hecho, la primera entrega, Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916), deja bien claro su propósito al abrirse con un viaje de vuelta desde Buenos Aires: mientras llega a París a bordo de ese barco —como el autor—, el protagonista oye una conversación entre alemanes acerca de la guerra. En ese mismo capítulo empieza Blasco a ridiculizar a los alemanes como si fueran estúpidos, técnica que seguirá a lo largo de la novela.
También en la segunda, Mare nostrum (1918), de la que hablaremos con detenimiento, ridiculiza a los alemanes, pero desde una postura más lejana, ya que la guerra ahora se encuentra en segundo plano. Sucede que, dos años después de la publicación del primer episodio, que era la batalla vista desde las trincheras de Francia, la Gran Guerra está a punto de terminar, por lo que no merece la pena plasmar las batallas con la misma fidelidad, sino que aquí tendrá como objetivo un reproche hacia la falsa neutralidad española, sin dejar de lado en ningún momento su ataque contra los artificios de los malvados alemanes.
Los enemigos de la mujer (1919), tercera entrega, ya es un rescoldo de lo que fue la guerra y, por tanto, lo único que queda del conflicto son los personajes que encabezan la aristocracia.
La posición política de Blasco en el primer capítulo de la trilogía bélica, tan claramente a favor de Francia y en contra de Alemania, obedece al encargo que recibe del presidente de la República Francesa nada más llegar a París: debía escribir una novela para exaltar la causa francesa y animar a los intelectuales a sumarse a la batalla.
Blasco es la persona más indicada para lograr este fin, ya que vive los acontecimientos de la guerra y es capaz de retratarlos con inmediatez. Más tarde escribirá las otras dos novelas y algunos cuentos, ahora sin encargo, por amor a sus ideas y para vengarse, como sus personajes, del enemigo. Además, Blasco ya es un autor de éxito, por lo que tiene una autoridad de la que carecen otros escritores. Mare nostrum será, pues, una obra de mayor envergadura, donde se exalta, más que el carácter de los franceses, el valor del mar Mediterráneo como núcleo de la existencia, como fuente de la que mana la valentía de todos los hombres heroicos que ha dado nuestra tierra.
Y por último, la tercera de estas novelas será el broche de oro de este monumento narrativo, la mirada desde la retaguardia, donde el novelista pone sobre la mesa «un mundo anormal que vivía al margen de la guerra, queriendo ignorarla, para mantener tranquilo su egoísmo»(1).
Pero detengámonos en la segunda entrega de la trilogía, por ser la central, la más perfecta de todas —hay quien la considera la mejor novela de Blasco— y, en definitiva, porque trata el conflicto desde un punto de vista más apartado que la primera, pero sin la lejanía de la última. Aquí el hombre aparece en toda su plenitud, con la guerra de fondo, y se deja engañar por los encantos del placer para adoptar un comportamiento perjudicial para sí mismo. Asistiremos a la autodestrucción de un marinero español, el capitán Ulises Ferragut, seducido por los cantos de la sirena Freya Talberg, que lo inducirá a comprometerse con la causa alemana sin saberlo.
MARE NOSTRUM o el castigo por un desliz
La historia del capitán Ulises Ferragut es la de un hombre que se embarca con rumbo a la libertad y perece víctima de sus errores. Enamorado del mar Mediterráneo desde que su tío el Tritón se lo descubriera en su niñez, Ulises parte de
la costa española con su buque para vivir las aventuras de un marinero, dejando atrás a su esposa y a su hijo. Quién iba a decirle que la mayor aventura de su vida acabaría con su propia muerte y la de muchos otros.
La primera causa del desastre es la traición a su país y viene representada por Freya Talberg, una joven con la cual entra en contacto en Nápoles. Este encuentro supone el principio de una historia de amor y una serie de desdichas, ya que Ulises, presa de sus encantos, con objeto de prestar una ayuda desinteresada a sus acompañantes, contribuye en el equipamiento de un submarino alemán. Aunque luego descubrirá que Freya era una espía, para entonces ella habrá cumplido su objetivo y los submarinos habrán accedido al Mediterráneo para atacar desde dentro.
La víctima que desencadena la sed de venganza de Ulises —segunda causa de su perdición— es su hijo Esteban, joven Telémaco que perdió la vida cuando iba en busca de su padre y el barco donde navegaba fue bombardeado. Desde
el momento en que la noticia llega a oídos del capitán, la conciencia de hasta qué extremos ha llevado su amor inconsciente lo obliga a tomar las riendas para honrar la memoria de su hijo. Sin embargo, al reencontrarse en Marsella con el espía a quien ayudó y conseguir que lo ejecuten, Ulises firma su sentencia de muerte: a partir de ese momento, aunque Freya lo avise de que su vida corre un grave peligro, el anhelo de destrucción le crece por dentro y ya solo quiere luchar contra sus enemigos, los alemanes.
Su ira le causa una ceguera que precipita el funesto desenlace: mientras atraviesa con su buque la costa de Denia, el pueblo valenciano donde nació, Ulises recibe el ataque de un submarino alemán y, sin escapatoria, es arrastrado a la oscuridad por Anfitrita, diosa de la espuma, para descansar en el fondo del Mare nostrum.
Toda esta trama se configura en torno a un personaje central, Ulises Ferragut, único protagonista, alrededor del cual giran una serie de satélites que influyen en la consolidación de su carácter. Los personajes funcionales vienen a desempeñar su papel y, cuando han contribuido al desarrollo del protagonista, desaparecen para siempre.
Así sucede con quienes están presentes durante la infancia de Ulises: el notario Esteban Ferragut y su mujer doña Cristina Blanes, don Carmelo Labarta el abogado y, sobre todo, Antonio Ferragut, conocido como el Tritón, padres, padrino y tío de Ulises respectivamente, sirven de contrapunto a una línea representada por el protagonista en primer plano, de manera que cuando este toma una determinación sobre su oficio, es decir, al demostrar su firmeza de carácter, dichos personajes desaparecen del mapa, tal como sucede con frecuencia en la novelística de Blasco Ibáñez.
Los personajes que rodearán a Ulises a partir de entonces desempeñan una nueva función que completa su personalidad: son el desarrollo, el crecimiento del capitán como persona, y ponen en su personalidad los matices que Blasco elogia en el hombre mediterráneo. Tòni, el segundo de a bordo, es presentado como un «hombre de ideas» (ideas republicanas afines al autor, por supuesto), y el tío Caragol, además de ser un experto gastrónomo valenciano por medio del cual nuestro novelista elogia la cocina de su tierra natal, es exponente del máximo grado de amistad, ya que permanecerá fiel a Ulises hasta el último momento. Por otra parte, el carácter de nuestro protagonista viene enmarcado por dos mujeres: su esposa Cinta, que mantiene el orden de la casa, cuida de su hijo y espera paciente su regreso, y su amante, Freya Talberg, reflejo del amor pasional y el adulterio. Cuatro puntos cardinales que, como a su propio barco, guiarán el comportamiento del protagonista hacia su autodestrucción.
De ello nos da cuenta la estructura de Mare nostrum: desde una visión panorámica de la obra, encontramos doce capítulos que podemos dividir en dos partes con un episodio central. A grandes rasgos, constituyen la formación y el
desarrollo de un camino, la subida del hombre por una escarpada cuesta y su precipitación hacia el vacío.
La primera parte abarca los seis primeros capítulos. En este período, que podemos llamar de preparación, el protagonista crece y recibe la influencia de su familia (capítulos I, II y III) para luego lanzarse al mar como capitán de navío y atracar en Nápoles (capítulos IV, V y VI), donde iniciará sus relaciones con Freya Talberg. En el capítulo IV, frontera entre los dos núcleos de la primera parte, coinciden los dos asuntos narrativos que configuran el argumento: el mar y la mujer, dos caras de la guerra, pues el concepto del mar nos redirige a los submarinos y el de la mujer, al espionaje.
Supone un punto de inflexión el séptimo capítulo ya que, desde ese momento, y hasta el final, toda la preparación que se ha llevado a cabo en la primera parte tendrá su desarrollo en la segunda, que se extiende desde el capítulo VIII hasta
el XI, desde la muerte del joven Telémaco hasta la ejecución de Freya Talberg, en un epílogo —el capítulo XII— donde el pecado de Ulises termina de surtir efecto. Su barco se hunde en la costa de la tierra que lo vio nacer, de acuerdo con las
predicciones hechas por el Tritón al comienzo de la novela: el mar Mediterráneo es el principio y el final de la existencia.
Así pues, la disposición de los capítulos es un arco que se tensa hasta el núcleo de la historia y desde ahí dispara una flecha cuya velocidad crece por su propio impulso. La novela es una montaña de difícil escalada, desde cuya cumbre se
atropellan los acontecimientos en un brutal descenso a la llanura.
¿Y cuál es esa cumbre? El pecado de Ulises Ferragut, que consiste en traicionar a su país por un amor desenfrenado. Con su seducción, Freya logra su objetivo de obtener sus favores para con los alemanes, atacando de esa manera al bando francés sin saber cuáles serán las consecuencias de sus actos. Por eso él mismo, trasunto de cuantos españoles se declararon neutrales durante la contienda, se convierte en víctima de sus propias acciones: no es Freya la culpable de la muerte de Esteban Ferragut, sino el propio Ulises, quien al enamorarse de una mujer fatal lleva a cabo la preparación inconsciente de su mortaja, que se hilará conforme avance la acción. Este comportamiento, más allá de la ficción, puede interpretarse como un reproche del novelista hacia los españoles, entre los cuales, por supuesto, se incluye a sí mismo. Sostiene Juan Luis Alborg que los personajes de Blasco Ibáñez son «goces o dolores que no le han contado, sino que han hundido las garras en su propia carne»(2), de suerte que Ulises es una arista más de la personalidad de su creador y, por ende, la crítica que este hace de su país no deja de pasar por un reproche hacia su persona. La neutralidad de España durante la Primera Guerra Mundial será, según sostiene María José Navarro(3), la neutralidad de quienes están
alrededor de Ulises, como puede deducirse de su regreso a Barcelona en el capítulo X, donde encuentra un ambiente muy caldeado por el avance del conflicto.
En definitiva, lo que el novelista pretende bajo el título de «El pecado de Ferragut», es su tesis de que el ser humano es malvado por naturaleza, aunque dentro de su malignidad existen intereses que conducen a una actuación prohibitiva. El mar y el espionaje son dos caras de la maldad del ser humano, materias que se filtran a través de Ulises —entiéndase, el mar— y Freya —entiéndase, el espionaje—. Ambos temas inciden de manera directa en Ulises, un hombre amante de la libertad y convertido ahora en un traidor.
Veamos cómo se lleva a término esta impostura, aunque adelantamos que su historia está filtrada por el maniqueísmo de Blasco, que manipula la realidad para que las malas influencias hagan del protagonista esa suerte de asesino de su
patria.
Los ejes temáticos: El mar como campo de batalla
En el capítulo II, el Tritón da cuenta a su sobrino de las maravillas que oculta el mar Mediterráneo, una superficie donde las divinidades mitológicas, «poéticos fantasmas de las fuerzas naturales»(4), se disputaban el dominio del mundo. Blasco retrata en esa descripción la valentía del hombre mediterráneo y establece el escenario de la guerra. Porque el mar será el campo de batalla en esta novela, una metáfora muy lograda en cuanto tiene que ver con el afán de gobernar el mundo, manifiesto tanto en los hombres como en los dioses. A principios del siglo xx los dioses han pasado a segundo plano y quienes luchan por el gobierno del mundo son dos bandos de los hombres, uno de los cuales —el francés— no deja de tener cierto poder divino en manos de nuestro novelista debido a su ideología, de la que ya hemos hablado.
En este escenario donde dos equipos se disputan la victoria tenemos un elemento indispensable, que es el barco, el sitio donde se desarrollan los acontecimientos cruciales de la vida de Ulises: las consecuencias de su pecado. Un pecado que tiene como causa principal el amor hacia una femme fatale.
Los ejes temáticos: El espionaje
La mujer fatal, caracterizada por su personalidad opuesta a la esposa de Ulises, consigue por medio de su seducción que un español pretendidamente neutral, como puede apreciarse en la libertad de poseer un barco en altamar, entre a formar parte del bando alemán sin saberlo. Para llegar a este extremo, Ulises ha pasado por un proceso conocido como «Los artificios de Circe» (capítulo VI) en relación con el personaje homérico. Detrás de Freya Talberg, y más allá de la ficción novelesca, se esconde la labor de espionaje que constituye la otra cara de la guerra.
¿Qué significa el espionaje para la Gran Guerra? Un ataque desde dentro, ya que sin la presencia de esta mujer el capitán de barco que solo pretendía ser libre en su mar no habría contribuido a la masacre del buque inglés a bordo del cual iba su hijo. También supone la distorsión de la personalidad de Ulises, quien a partir de esa masacre solo perseguirá la venganza. Es, por tanto, de rigor afirmar que Ulises Ferragut, un personaje en busca de la paz, recibe tal influencia de la maldad ajena que se obsesiona cada vez más con la violencia. En una ocasión, cuando Ulises quiere encontrarse con von Kramer, el alemán al que ayudó, leemos: «¿No haría el demonio que lo encontrase alguna vez?… ¡Qué placer verse a solas los dos, frente a frente!»(5). A estas alturas Ulises está cegado por el dolor que causa la muerte de un hijo. No por casualidad su amante le dedica estas palabras en su último encuentro en Barcelona: «Tú no eres de los nuestros; tú eres un padre que ansía vengarse. Los traidores somos todos nosotros: yo, que te compliqué en una aventura fatal; ellos, que me empujaron hacia ti para aprovechar tus servicios»(6).
Pero la venganza es ya el último objeto de deseo del capitán Ferragut.
Por último, con su muerte se produce la unión definitiva entre los dos ejes temáticos de la novela: por un lado, el Mediterráneo profanado por los submarinos, y por otro, el espionaje, el mecanismo que permitió el avance del enemigo
en el combate. Un torpedo lanzado por aquellos que se aprovecharon de la mujer hiere de muerte el más claro símbolo de la libertad.
El maniqueísmo de Blasco Ibáñez
Y si Freya era una muchacha que solo amaba las riquezas materiales, ¿cómo cabe esperar que se aprovecharan los malvados alemanes de ella? He aquí la clave de la eterna lucha entre el bien y el mal: el ser humano funciona por intereses y maneja cuanto esté a su alcance para lograr su objetivo. A veces la técnica más útil es jugar con el miedo ajeno. Los alemanes utilizan su poder para infundir miedo en una marioneta, pues no otra cosa es Freya Talberg sino un títere a quien obligan sus superiores a actuar prometiéndole bienes materiales y una vida lujosa, o bien sometiéndola a la amenaza de una muerte por deserción. He aquí la verdadera malicia del hombre alemán, que según Blasco actúa celoso de no poseer las cualidades del hombre mediterráneo.
Una división de bandos donde entra en juego la mano de don Vicente Blasco Ibáñez, quien en su manifiesta postura francófila sitúa a los alemanes no solo como unos cobardes, sino también como unos asesinos, lo obliga a no dejar títere
con cabeza. Como anunciamos al principio, en toda su producción abundan los personajes buenos y malos, y los malos son malvados y los buenos dignos de santificación, pero si además añadimos su postura política en novelas como
esta, encontramos una identificación del alemán con lo más horrendo del ser humano. Son los alemanes los que gobiernan sobre Freya Talberg comprándola con una falsa vida acomodada; los alemanes quienes provocan, de manera indirecta pero estratégica, la evolución negativa del protagonista; son ellos quienes contraatacan después de perder a un miembro de su partido; los que rompen la libertad del hombre mediterráneo con sus torpedos. Y por supuesto —es la
visión de Blasco—, diríase que son los alemanes los malos de la película que, en el momento de publicarse la novela, van a ser castigados con la derrota, ocasión que aprovecha el escritor para lanzar su derroche de sucias personalidades.
Si en Los cuatro jinetes del Apocalipsis nos ofrecía una imagen cómica del bando alemán, en Mare nostrum Blasco sitúa en escena a unos personajes rencorosos que por medio de su manipulación hacen lo imposible, como bestias, para arrasar en el combate. Y aunque la realidad histórica los conduzca a una derrota inevitable, ya en la novela han dejado atrás una víctima en un ataque premeditado, calculado con la frialdad del asesino.
¿Qué propone Blasco, entonces, con este bipartidismo? El doble dilema del ser humano, la lucha entre el bien y el mal y toda la subjetividad que un enfrentamiento entre ambos polos conlleva. Una lucha eterna que existe desde que estamos
sobre la faz de la tierra y que aún hoy define a la política española.
¿Puede esto considerarse un reproche a España? Por supuesto, este es el castigo por adoptar una actitud neutral que se deja seducir por otras ideas: Ulises es el español castigado por coquetear con lo ajeno. Es el mensaje que Vicente Blasco
Ibáñez pone sobre la mesa aprovechando la situación en que se encuentra a estas alturas: es un autor con autoridad que, al presentir la derrota de los alemanes en la guerra, arremete contra su propio país.
Conclusiones: actualización de la novela
Blasco Ibáñez demuestra aquí una vez más su destreza como narrador. La disposición de los capítulos empieza un crescendo hasta el centro de la acción para luego hacer estallar sus consecuencias como una bomba de relojería. Su protagonista evoluciona desde la mirada inocente de la infancia, pasando por la pasión más visceral del adulterio, hasta el arrepentimiento más absoluto y la necesidad irreprimible de venganza. Y en este crecimiento hacia la maldad deja de ser un marinero en busca de la paz para transformarse en un guerrero que lucha por la victoria.
Por otra parte, el maniqueísmo de Blasco está presente en la división de personajes. Los franceses serán los buenos y los alemanes serán el enemigo, y en base a esa división caprichosa se articula el esqueleto de la novela: un personaje que tiene a su alrededor una serie de influencias negativas que lo inducen al pecado.
Además, la posición aliadófila del novelista atribuye a los franceses la dignidad y la valentía de las que el bando opuesto carece; no hay más que ver el encuentro que tiene lugar entre Ulises y Von Kramer en Marsella, cuando el alemán, al verse acorralado, como un cobarde mira «con una expresión de animal acosado que piensa aún en la posibilidad de defenderse»(7).
Si nos detenemos a reflexionar sobre lo que sucede en la España actual, casi un siglo después de la publicación de Mare nostrum, seguimos viendo a dos mitades que solo luchan por lo suyo sin plantearse la inutilidad de sus actos. Podemos,
en consecuencia, comprender cuánta razón tenía Azorín cuando explicaba que un clásico es aquel autor que nos habla aun después de muerto. Vicente Blasco Ibáñez aún nos transmite ese mensaje sobre la hipocresía de los españoles: en el fondo, no se trata de traicionar a la patria sino a uno mismo como persona, actuar en contra de los principios individuales de cada cual. Ulises Ferragut terminó traicionándose a sí mismo por egoísmo. ¿Acaso hay un pecado más grave, político y social, que el representado por este marinero?
(1) V. Blasco Ibáñez, nota «Al lector», cit. en Juan Luis Alborg: «Vicente Blasco Ibáñez», en Historia de la literatura española V. Realismo y naturalismo: la novela. Parte tercera, Madrid, Gredos,
1999, pág. 764.
(2) J. L. Alborg: «Vicente Blasco Ibáñez», en Historia de la literatura española V. Realismo y naturalismo: la novela. Parte tercera, Madrid, Gredos, 1999, pág. 755.
3 «Prólogo» a V. Blasco Ibáñez: Mare nostrum, Madrid, Cátedra, 1998, pág. 50.
(4) V. Blasco Ibáñez: Mare nostrum, ed. de Mª J. Navarro, Madrid, Cátedra, 1998, pág. 110.
(5) V. Blasco Ibáñez: ob. cit., pág. 359.
(6) ob. cit. pág. 411.
(7) ob. cit. pág. 394.