Han roto su rutina por una causa noble: decir no a la minería ilegal con motobombas.
Llegan en chancletas y algunos descalzos.
El pavimento les pica, pero su ardor es justo.
Han dejado de sumergirse bajo el agua del río cauca para salir a protestar sobre la vía principal que conecta La Virginia con Pereira, y paso obligado hacia otros municipios y ciudades.
Su causa tiene un nombre, son los llamados “Guerreros de la Arena”, cerca de 120 hombres de piel curtida y manos fuertes, que hacen presencia con pancartas y palas, levantando su voz, para reclamar garantías en su trabajo de casi 50 años en la minería artesanal.
Van siendo las 6 de la mañana, y sin importar el frío, aunque todo indica que el sol les sonreirá, llegan tímidos con sus esposas para formar un cuerpo sólido y sindical, y así poder expresar su malestar de garantías fallidas y promesas encajonadas que las autoridades locales hicieron a este gremio de areneros de La Virginia
Hacen sonar las palas contra el concreto de la carretera principal, quieren hacerse oír, pero no es fácil hacerlo, porque son personas acostumbradas a tratar directamente con el río y sus bondades, y no con lo que la policía llama “desorden público”.
Los conductores de motos, automóviles y uno que otro camión detenido sobre la vía, y que miran de lejos a ese grupo como hormigas alborotadas, no pueden apreciar que muchos de ellos vienen en chancletas, pantalones cortos, camisas de futbol y sombreros anchos a la manifestación.
Y es que realmente venían a trabajar, pues se levantan desde las 3 de la mañana para tomar sus baldes, sumergirse en las profundidades del imponente río Cauca, y sacar uno a uno, metros y metros de arena hasta las 11 de la mañana.
Es su rutina, pero la han roto por una causa noble: decir no a la minería ilegal con motobombas por parte de Minidragas, y pedir coherencia a las autoridades con las promesas de no revocar la licencia que poseen para trabajar.
Si dejaran de hacerlo, por lo menos 600 personas, que dependen de 200 Guerreros de la Arena dejarían de tener la Seguridad Social que el gobierno les exige para laborar, y de pagar los impuestos puntuales a la DIAN.
Maturana, que en realidad es Rogelio Martínez, representa para todo este grupo que protesta, la encarnación de Juanchito Marín, el héroe negro de la resistencia en La Virginia que abogó por la libertad e igualdad de sus hermanos.
Es el líder, y les habla como padre a todos sus compañeros, y pide dialogar con las autoridades.
Asegura que, aunque al gremio le falta educación, luchan por organizarse y así poder llevar el pan a la mesa, producto de la venta de arena.
Los demás callan cuando él habla, y siguen sus consejos.
Lo hacen porque en él encuentran que las peticiones que reclama los favorece a todos.
Por eso han venido decididos como un solo cuerpo a ser única voz ante los grandes que no deben regular quienes son y a qué se dedican.
Llegan en chancletas y algunos descalzos. El pavimento les pica, pero su ardor es justo.
Mientras llegan a un acuerdo con el teniente Edilberto García de terminar la protesta, las esposas de algunos de los manifestantes les sirven desayuno para tener fuerzas y así poder marchar hasta la Alcaldía, donde el mandatario de La Virginia, Javier Ocampo, los espera para atender los requerimientos de estos “Guerreros de la Arena”.