Otro martes, el mismo calor infernal del último verano, de los últimos días, de los últimos tiempos.
Que hay que cuidar el planeta, me escribe una amiga por mail: “vea como está de loco el tiempo”. “¡Qué va! El que está loco es el ser humano, igual esto se va acabar; ¿acaso no has leído el Apocalipsis?” le respondo yo por burearla; como me burea mi hermano (eso es mal de familia) cada vez que llego al medio día con ese calor tan berraco y después de montarme en el Monorriel, digo, el Megabús (un transporte masivo que instalaron en mi ciudad, una urbe que sumándole los habitantes de dos pueblos vecinos no suman 700.000 habitantes, cuando según los códigos urbanísticos los transportes masivos son para ciudades con más de millón y mamada de habitantes), no sé cómo hicieron, pero aquí nos pusieron Monorriel… perdón Megabús… es que me confundo porque una vez en los Simpson mostraron un capítulo que parecía una profecía para Pereira.
En ese capítulo presentaban un man que les llevaba el transporte masivo (Monorriel) a Spriengfield (la ciudad de los Simpson) y les pegaba que tumbada; cuando lo que necesitaba la ciudad era mejorar las vías y reorganizar rutas…en fin, a buen entendedor.
¿En qué iba? ¡Ah sí! Que mi hermano me burea. El caso es que llega uno bien asado al mediodía con esa chispa y con el sudor impregnado en todo el cuerpo y con la claustrofobia fresca del Monorriel lleno hasta las tetas, además de esperar como media hora a que pase la ruta alimentadora (y eso que a mi me va bien porque hay gente que espera hasta una hora o más a que llegue su ruta, ¡qué grosería!) y todo el mundo echando madres y ese calor tan bestial.
Y el alimentador que no da abasto y llego a la casa acalorado y mamá que “siéntese que le voy a servir el sancocho”. ¡Sancocho! “Con este infierno de día porqué no hiciste una ensaladita o un platico frío mami, ¡por Dios!”, Sancocho. Y lo sirve todavía “echando candela” como decía mi abuela. Y mi hermano viendo televisión en la sala me observa con esa mirada maquiavélica que tiene desde chiquito. Desde que disfrazaba a mis primitos más pequeños y les pintaba bigote con carbón y les ponía en la espalda un morral lleno de ropa y chucherías que les doblaba el peso a ellos y los hacía caer y quedaban como tortugas patas arriba mientras él se carcajeaba, y los pobres chinos en el suelo entre risas y sollozos como diciendo “¿y ahora cómo me paro?”.
Y me mira mientras yo frunzo el ceño y empiezo a partir el plátano con la cuchara y a soplar el caldo, y él coge el control y ¡zas! lo pone en noticias de Caracol o RCN (¡el diablo para mí!) y le sube el volumen mientras saca una sonrisa como la del Guasón y dice con un vozarrón: “¡Oiga!” “¡Vea pues!” “¿Oyó mamá?” “¿qué mijo?” Grita mamá mientras sale corriendo de la cocina con una olla directo a la sala y se para frente al TV.
Y se me salta la chispa.
Se me empieza a dañar el almuerzo mientras los charlatanes del cíclope escupen noticias amarillistas y superficiales: que los siameses no sé qué, que el político no se quién se quitó la barba y quedó más chusco, que un perro en la costa que canta el himno nacional, que en primicia la confesión del violador de no sé cuantos niños, que vamos a analizar el gol desde 18 ángulos distintos, que la modelo sutanita tiene una uña encarnada, que en la costa el “sietemachos” no era “sietemachos” que fue que la negrita se metió un montón de trapos entre la bata y engañó a medio país diciendo que iba a tener ocho niños de una tacada, que no se quién salió eliminado de no sé qué bobo concurso o idiota reality… y cincuenta mil babosadas más que harían revolcar en su tumba a Jorge Enrique Pulido, José Fernández Gómez y Hernán Castrillón…¡Grandes maestros de la información! Dios los tenga en su gloria y a años luz de esta deplorable raza de periodistas televisivos que forman filas en estos venenosos noticieros de este amargo país.
“¡No! ¡Pero uno bien flaco y con esas noticias que me va a aprovechar el almuerzo!” murmuro todavía con una papa en la boca que todavía echa fuego.
Y mi hermanito con la sonrisa de la máscara de V de Vendetta mientras mamá mira pa´l techo sonriendo y entra de nuevo a la cocina diciendo “vea pues, ¡empezaron otra vez!” y mi papá medio dormido en un sillón de la sala con esa calma que lo caracteriza y a continuación empiezo con el discurso que parezco pastor evangélico bañado por el poder del Espíritu Santo: “¡Por eso es que estamos como estamos! ¡Por esos malditos canales que no hacen sino atrofiar el cerebro de los colombianos!, ¡que noticias tan pendejas!”, digo mientras en la tele sale el testimonio de una pobre señora que perdió todo en una avalancha y dice: “Si, perdí todo. Mis mueblecitos, la ropita y una manteca que tenía en un tarro…”
Jajaja. Se oye una carcajada unánime en toda la casa; hasta mi papá que es más serio esboza una sonrisa. Todos reímos y no precisamente por la tragedia de la pobre señora. Esto es tragicómico ¿en qué manos están las noticias televisivas? (Ya sé que del poder económico que mueve los hilos del poder político) pero me refiero a la responsabilidad periodística.
¿Qué es este circo? Pienso mientras logro tragar una ardiente papa que se disputaban mi lengua y mi paladar.
Y continúo mientras agito la cuchara en mi mano derecha como reprendiendo demonios:
“¿Pero esto es risible, se paga un servicio de cable bien costoso para esto? ¿Para ver esos maléficos canales que nada edifican? Tampoco es que nos pongamos a ver Film and Arts todo el día, porque la basurita también hace falta de vez en cuando, ¡pero hombre! Hay canales de entretenimiento como Fox, Warner, Sony.
También esta Discovery, History ¡hasta TeleAntioquia, si es que les hace falta ver montañas colombianas! ¡Por Dios! hay como 70 opciones más de programación y de esas, como 17 son buenas. O por lo menos al mediodía que viene uno a recargar energías.
Pero esas berracas noticias lo que hacen es descontrolarle a uno el metabolismo.
Con razón tanto enfermo en este país (donde los seguros sólo mandan Ibuprofeno, Omeprazol y Ranitidina) ¿quién no se enferma oyendo malas y estúpidas noticias? Eso es como cuando se tiene un problema bien grande por la tarde y uno almorzando y pensando en eso. Puede estar uno comiendo gallina y la comida le sabe a babas. Estrés, incertidumbre, chismes, agonía, violencia, goles, impunidad, cizaña, caos, miseria, vanidad, desesperanza, ¡mentiras!… eso es lo que desayunamos, almorzamos y comemos los colombianos hace más de veinte años cuando dejamos que entraran a nuestros hogares una manada de charlatanes que se bañaron en fama y riqueza con nuestra venia, la guerra y las desgracias de los demás prefabricando noticias, ¡y por ahí derecho enfermando nuestros estómagos!”
Y mi hermano con el control en la mano ¡zas! cambia el canal a Animal Planet mientras se carcajea diciendo: “¡yo sabía!”.
Y me quedo con la taza de aguapanela a medio camino, sonriendo y cayendo otra vez en cuenta: “Si a éste lo que le gusta es burearme”. Luego veo a papá y mamá acomodándose en los muebles de la sala con el plato en la mano mirando atentos cómo se reproducen los pingüinos y pienso: “¿O será que les hace falta que de vez en cuando les vuelva a recalcar lo mismo, para matarles el impulso de mirar al diablo?”.
*Fermín López es un citadino exiliado en el campo, quien desde donde se encuentra escribe sobre su mirada del mundo. Este escrito lo hizo en el 2007 y lo comparte con nosotros porque aún en el 2020 sigue vigente. Busca sus reflexiones en fermínlopez.blospot.com