No hay tregua para la memoria ni para el lector en las ciento sesenta páginas de este libro tierno y feroz a la vez.
“Podemos dar a Luisa oportunidade du contato com a música, onde ela deu os primeiros passos de leitura de partituras de músicas clássicas e nos presenteava, ao final do ano, com seus emocionantes concertos de violao.
“Em casa tínhamos um casal de periquitos- puby e cátia- que completavan a alegría do novo lar que conseguimos construir em paz”
En esos dos párrafos, que aparecen en la página 99, se condensa buena parte del hondo sentido del libro Um olhar no retrovisor e outro na Estrada, de la brasileña Ieda Lima, una de esas historias en primera persona que cortan el aliento, en tanto suponen un viaje a lo más profundo y terrible de una aventura personal marcada por el dolor del destierro.
Pero también de la esperanza.
La música, ese hilo que nos conecta con lo más esencial de nosotros mismos, les permite a Ieda y a y su familia echar raíces, por precarias que sean, en el suelo de la antigua República Democrática Alemana, luego de que tuvieran que escapar de su Brasil natal, y posteriormente de Chile, durante los años más terribles de las dictaduras militares en América Latina.
Y, al fondo, dos periquitos frágiles y firmes a la vez, que le dan calor a ese nuevo hogar en el que intentarán con todas sus fuerzas recuperar algo de la paz perdida.
La paz de que gozó durante su infancia y juventud en Campina Grande, Estado de Paraíba, en el nordeste de Brasil. Tiempos en los que le gustaba cantar, escribir y tomar fotografías.
Pero la vida, dadora de sorpresas, le tenía preparado un camino diferente.
Corrían los tiempos de la Guerra Fría. Por esos días, Alemania estaba dividida en dos: República Federal, cuya capital era Bohn; por su lado, la República Democrática tenía a Berlín Oriental como su capital. La primera estaba alineada con las naciones occidentales mientras la segunda respondía a la injerencia soviética.
A esa Alemania Oriental llega Ieda Lima en 1974, luego de salir de Chile perseguida por la dictadura de Augusto Pinochet.
“O grupo dos asilados políticos vindos do Chile passou poco menos de una semana em um hotel, onde fomos preparados para asumir a vida de asilado, como trabalhador e aprendiz do alemao, simultáneamente. A seguir, ese grupo foi distribuído em quatro cidades: Berlim, Halle, Dresden e Zwickau. Recebemos a chave do nosso apartamento mobiliado, a designacao da vaga de emprego e a matrícula de Luisa na creche, para a cidade de Zwickao”.
A vista de pájaro, el párrafo tiene el aire distante y seco de un relato notarial. Pero uno descorre el velo y descubre el desamparo de todos esos desterrados por los militares en razón de su creencia o militancia política.
Esa aparente frialdad es el recurso supremo para no quebrarse. Para seguir viviendo.
Para llegar hasta allí, Ieda Lima tuvo que pasar por la cárcel en su país y por el Panamá de Torrijos durante los días de lucha para recuperar el Canal.
Pero antes le tocó sobrevivir a la pesadilla de Chile, donde Pinochet, con la ayuda de los Estados Unidos, había puesto un sangriento final al gobierno democrático de Salvador Allende.
“Passei a noite na prisao, em una cela muito pequeña e fría, com mais tres mulheres estrangeiras, dua uruguaias e uma argentina. Nao preguei o Olho! Nao consigo lembrar a fisionomía dessas minhas companheiras de cela.
“Havíamos sido comunicadas que iríamos ser transportadas para o Estádio Nacional-prisao coletiva para chilenos e estrangeiros- onde as polícias militares do Chile trabalharam em conjunto com as de outros países da América Latina sob Ditadura Militar, inclusive do Brasil, nos interrogatorios e torturas”.
Interrogatorios y torturas. Esos viejos monstruos a los que deben enfrentarse quienes se atreven a desafiar los poderes de este mundo.
En esa huida, Ieda Lima tuvo que dejar a Luisa, su pequeña hija, en casa. Ese acto marcaría sus pasos de ahí en adelante, al punto de que en la página setenta y cuatro del libro se recrimina:
“Carreguei por anos essa culpa de ter de deixar minha filha sozinha, até que tive condicao para fazer una terapia decente, já nos anos 90, em Brasília”.
Muchos años después, ya instalados en Alemania, esa misma niña, Luisa, les ayudará a curarse las heridas con sus emocionantes conciertos de violín.
No hay tregua para la memoria ni para el lector en las ciento sesenta páginas de este libro tierno y feroz a la vez: es la única manera de salir a la otra orilla sin convertirse en un monstruo igual o peor que los perseguidores.
Como bien lo sugiere su título, la vida siempre está un paso más delante de nosotros. Por eso, al pasado solo debemos volver en busca del conocimiento y la sabiduría necesarios para llegar al final del camino lo más purificados posible.
Como esta mujer menuda y fuerte que regresó del infierno decidida a participar en la vida pública de su país una vez restaurados los derechos civiles.
Una vida pública que la tuvo hace poco de paso por Pereira, donde bailó músicas colombianas entre guaduales bañados por la luz de la luna y compartió su lección de vida con todo aquel que quiso escucharla.
Para muestra, este epílogo:
“Nem agora, nem em 1968, nem em momento algum, se pode negar ao joven o direito de sonhar, pois juventude e sonho sao inseparáveis, e precisa ser assim, para que continue havendo esperanca em um mundo melhor”.