El cielo lloró por mí.
Tras de si hubo una pataleta
casi incontrolable.
Sus lágrimas agitaron la ciudad,
retumbaron techos
cual baterías en estado de euforia pura.
Si que me comprende el cielo.
Ante tan diluvio, limpió las calles
al igual que mi alma y corazón.
Era necesario desahogarse.
Ahora, el cielo está en calma.
Alrededor nuestro hay un mar de granizo.
hojas regadas, gigante
como un desierto verde, sano y virgen.
No hay pataleta, solo truenos gritando.
Tan esporádico, tan de adentro.
Recuerda que el alma sigue con penas
Cada sonido atómico dice ¡Ya no más!