Olé, cuando el toro hace la fiesta con el torero

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El toro también tiene derecho a hacer su fiesta y es la de definir su propio camino, como cualquier ser así lo merece.


 

 

 

 

 

Ficha técnica: 

 

País, año, duración Estados Unidos, 2017, 106 minutos
Director Carlos Saldanha
Guion Robert L. Baird, Tim Federle, Brad Copeland (Historia: Ron Burch, David Kidd, Don Rhymer. Cuento: Munro Leaf)
Fotografía Animation, Renato Falcão
Música John Powell
Productora Blue Sky Studios / 20th Century Fox Animation / Davis Entertainment. Distribuida por 20th Century Fox
Género Animación. Comedia. Infantil | Animales. Toros. 3-D

 

 


 

 

 

A mi hijo Camilo Giraldo Colorado por su nobleza

 

Películas que inviertan y trasgredan hábitos y costumbres hay muchas. Renuevan tradiciones sin dañarlas y nos permiten reconocer maneras múltiples de ver la realidad; suelen ser frecuentes las del público infantil en ofrecer panoramas divertidísimos con variables que nos ponen a repensar el mundo.

En esta ocasión la productora Blue Sky, en cabeza del director Carlos Saldanha (recordado por Río y la Era del hielo), nos trae el fastuoso toro que se embelesa con las flores y es un promotor de la no-violencia.

Es un toro con una condición sin igual y que de inmediato nos muestra que ese animal corpulento, doblegado por el hombre para una llamada “fiesta brava”, también puede serlo para una contemplación y amor bondadoso.

La historia sale de un cuento escrito en menos de una hora, en 1936 por Munro Leaf, y ha sido exitosa en pantalla, teniendo un cortometraje de Disney y ahora esta grata película.

Munro ideó un ser con unas empatías por lo noble, por su resistencia pacífica a la sangre, por oponerse a lo belicoso de un juego manchado con la deshonra.

En la película, tenemos una relación de proximidad entre una niña, que vive con su padre del cultivo de flores y hortalizas, y su amor (el de muchos niños) por los animales es una de sus características esenciales.

La magia de la película es hacernos vibrar con detalles minúsculos y movernos hacia un territorio donde el más fuerte también es delicado y se obsesiona con mirar el atardecer y los paisajes. Desde luego la película ha de caer con estragos entre los fanáticos a los toros de lidia y se ubica con un claro poder de atacar con audacia ese ritual de la muerte.

Ferdinand, como se llama el toro, también se encara al torero en su ego, la promoción del individualismo y esa desgracia de negar la amistad como un premio de la vida.

No critica al público de la fiesta del olé, por el contrario, destaca su transformación en la propia dinámica del encuentro con Ferdinand, quien no escapa a la naturaleza de su contextura.

La combinación de la trama no está sólo en esa acción taurina, sino que, además, es una osadía, una aventura, en la que un escuadrón de puercoespines serán (como en Madagascar) una invitación a la risa, el espionaje y la resolución de un plan de escape, son denominados uno, dos y cuatro, y un tres que será un enigma que si se aguanta el espectador hasta después del fina podrá comprenderlo.

Al tiempo, es la evidencia de esa tranquilidad en la vida rural, el juego de colores y vivacidad en pequeñas plazas de mercado, combinado con la melancolía y el pesimismo de un perro, que niega la alternativa de ser hermano de Ferdinand, pero que en el fondo lo reconoce.

Desde luego, la contienda, la puesta en escena mayor, es entre un torero, que se llama El primero, y al que le rinden todas las odas, por ser nada más que el mejor. Él busca el mejor toro, para hacer la corrida de despedida y está dispuesto a hacer todo lo necesario por salir por la puerta grande y todos los honores.

En esa pugna se encuentra el clímax de la narrativa de la película y es donde se ponen de manifiesto los valores a enaltecer.

La historia de Ferdinand, cuando fue libro, estuvo prohibida, y hasta los nazis la cuestionaron por ser de propaganda contraria a su pensar. Es muy posible que ahora cause roncha y repudio por sus planteamientos.

En cualquier caso, lo que genera entre los espectadores son momentos de felicidad, por provocar alegrías, por hinchar el espíritu de transformación, cautiva por lo esperanzadora y sensible, por su libertario ser, por animar el gusto por la diferencia, por motivar a que cada sea lo que crea.

Es una suerte que Saldanha transite por una línea en la que sus películas se destacan por el alto nivel de lo técnico y enganchen con mensajes tan aleccionadores. El toro también tiene derecho a hacer su fiesta y es la de definir su propio camino, como cualquier ser así lo merece.

El ojo de la cebra

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