A un virus le convienen dos cosas: la primera, que haya muchas personas juntas y la segunda, que estas estén en movimiento. El viernes 19 de junio, primer día sin IVA del gobierno Duque, se cumplieron ambas, pues cientos de compradores atiborraron los grandes almacenes con el fin de hacerse con algún electrodoméstico rebajado y posteriormente, salir hacia sus casas con su nueva adquisición, poniendo a sus familias en riesgo. Un par de pacientes asintomáticos son suficientes para que las consecuencias sean desastrosas.
¿Quién es el culpable de semejante despropósito? Sin ninguna duda, el Gobierno Nacional que, por no salirse del recetario neoclásico impuesto por Estados Unidos, se quedó con muy poco margen de maniobra. Duque ha tenido que buscar soluciones que le permitan reactivar la economía, eso sí, siempre y cuando estas le sean funcionales al capital financiero y no se salgan de la ortodoxia económica. Al final, la gran genialidad fue fijar un día sin IVA que, por cierto, y de acuerdo con la teoría del libre mercado, tuvo el efecto esperado: grandes almacenes atiborrados de personas. Causa curiosidad entonces, la sorpresa de algunos defensores del mandatario por lo sucedido el viernes.
Más curiosa aún resulta la idea impulsada en redes sociales, ya sea con astucia o candidez, de endilgarle a cada ciudadano la responsabilidad sobre aquellos despelotes, haciendo alusión al criterio individual. Esto constituye una perversión, pues durante 30 años de neoliberalismo en los que se ha marginado al grueso de la gente del saber y de la ciencia y se han posicionado en el imaginario colectivo ciertos modelos de felicidad, entre ellos tener un televisor grande, no puede esperarse que el colombiano promedio tome decisiones basado en la evidencia y el sentido común, máxime cuando a veces parece que ni desde presidencia lo hacen.
Tampoco es cierto que lo del pasado viernes fuera fruto de la irracionalidad de las masas. De hecho, lo sucedido fue lo esperado, dentro de lo que los libros de economía catalogan como conducta del consumidor. La gente se mueve presurosa hacia donde hay altas promesas de valor y bajos precios. O sea, las aglomeraciones estaban cantadas.
Por otro lado, y esta es otra de las fantasías que algunos quieren posicionar, no se debe suponer que todos los que salieron de compras aquel día sean una suerte de avaros que, aunque reciben ayudas gubernamentales, guardan plata debajo del colchón para bienes suntuarios como un televisor. Esa es una tesis peligrosa que, en un país de hordas digitales, puede convertir a cualquier beneficiario de auxilios estatales en una especie de ser indeseable. Lo peor que podría pasar es que trivialicemos la dura realidad de millones de colombianos que viven en condiciones precarias.
Sin embargo, es cierto que gran parte de las personas que salieron a comprar electrodomésticos presentan bajos ingresos. Quien sufre de baja liquidez y poca capacidad de ahorro (la mayoría de los colombianos) ve en el pago a cuotas la única posibilidad de acceder a bienes que sus entradas limitadas jamás le permitirían. No importa quedar endeudado durante 4 años o pagar al final de la operación más del doble del precio original. Según la firma Datacredito Experian de cada 10 créditos que se hacen en Colombia, 7 son de los estratos 1, 2 y 3. (https://bit.ly/3dnPcW4.) A lo anterior, se le suma el bombardeo publicitario gracias al cual un televisor grande se convierte en una aspiración, la presión social (mi vecino lo tiene y yo no) y la ausencia total de una política pública del ocio. Sobre este último punto, resulta recomendable leer la columna escrita hace algún tiempo por Luis Carlos Valenzuela (https://bit.ly/2BpCxER) en la que plantea lo siguiente:
“Dejemos que el consumidor decida y conforme sus gustos, pero no le demos el monopolio de diseñar opciones de bienestar a un sector privado ávido de inducir un consumo insaciable y, por ende, de eterna insatisfacción. Es triste que la ansiedad y el arribismo sean los principales motores de crecimiento y bienestar de una sociedad. Es al menos paradójico.”
La responsabilidad de lo ocurrido es principalmente del Gobierno Duque, de su inexplicable tardanza para cerrar el Aeropuerto El Dorado, de sus estrategias erráticas de comunicación, de sus regaños a destiempo a varios alcaldes y ante todo, de su negativa a buscar soluciones por fuera de los refritos teóricos del neoliberalismo, aunque estemos ante una pandemia de proporciones nunca antes vistas.