En esa medida, si la educación es de veras agente de transformación personal y social, la libertad de cátedra es una de sus grandes conquistas
“Pelar el cobre” es una vieja expresión coloquial utilizada para referirse al momento en el que una persona, luego de pasarse la vida entera reprimiendo sus intenciones últimas, muestra su verdadera condición.
Pasa a menudo con el lenguaje de la corrección política: años enteros dedicados a ocultar las más profundas convicciones tras el ropaje de los eufemismos y al final un desliz- el miedo o una pataleta, por ejemplo- saca a la luz lo más sórdido y visceral.
Es decir, lo más auténtico.
Sucedió al promediar el pasado mes de febrero: Edward Rodríguez, representante a la Cámara por el Centro Democrático, peló el cobre y propuso sancionar a los profesores que “promuevan ideas políticas a sus estudiantes”.
Fue solo una propuesta que bastó para desnudar la visión del mundo de un sector entero de la sociedad colombiana que, curiosamente, se ampara bajo los enunciados de un partido llamado Centro Democrático.
Acto seguido, su jefe político saltó a corregirlo en las redes sociales, su escenario favorito.
Como siempre, con sus declaraciones sólo consiguió empeorar las cosas.
El adoctrinamiento político de algunos profesores hace daño al estudiante, a la democracia y a la ciencia. Deberían buscarse soluciones que no sean sanciones legales”, dijo el hombre.
Confieso que sentí pánico ¿A qué llamarán esos personajes “adoctrinamiento”?.
¿A qué se refieren con lo del “daño al estudiante, a la democracia y a la ciencia”?
Peor aún: conociendo los antecedentes del senador ex presidente ¿Cuáles podrían ser esas “soluciones que no sean sanciones legales”?
Por ahora no quiero imaginarlo. Fui profesor universitario durante quince años y aprendí sobre el terreno que el debate libre y abierto en el aula es el camino más fértil para formar personas pensantes y por lo tanto capaces de tomar decisiones autónomas en las grandes encrucijadas.
En esa medida, si la educación es de veras agente de transformación personal y social, la libertad de cátedra es una de sus grandes conquistas.
Y el concepto de libertad implica la oportunidad de aproximarse a todas las corrientes de pensamiento, incluidas las izquierdas y derechas más extremas así como los centros más tibios y ambiguos.
Aquí empiezan las dificultades. Por lo menos durante dos siglos la Iglesia Católica Confesional- la del senador ex presidente y sus áulicos- controló la educación pública y privada en la actual Colombia, condenando todas las demás creencias a la condición de herejías y , por lo tanto, haciéndolas susceptibles de anatema.
Todos sabemos que, a menudo, el destino de los herejes fue la hoguera. Supongo que en el Maleus Maleficarum, tenebroso manual redactado por el Tribunal de la Inquisición, ese recurso correspondía a las soluciones que no eran sanciones legales.
Sólo supongo.
La ciencia, hoy considerada en peligro por el Centro Democrático, no fue ajena a esa condición herética. Hombres como Francisco José de Caldas tendrían mucho para contarnos al respecto.
En la lucha por la libertad de expresión, una de cuyas conquistas fue la libertad de cátedra, el Partido Liberal Colombiano- ese que ya no existe- libró varias decenas de guerras civiles a lo largo del siglo XIX.
Por lo visto las perdió todas, para utilizar palabras del escritor Antonio Caballero.
Y aquí vuelvo al punto del “adoctrinamiento”. Para los lenguajes del poder, esa palabra es utilizada para descalificar las posiciones políticas ajenas. Pero cuando se trata de las propias, es simple y justa promoción de los auténticos valores y principios.
Como eso de meterse en el útero de las mujeres que defienden su derecho al aborto, o en la urgencia sexual de los muchachos conminándolos a “aplazar el gustico”.
Esas cosas pasan cuando el concepto mismo de democracia y ciudadanía empieza a tambalear.
Todo funciona muy bien mientras el poder político y económico se siente seguro.
Pero cuando percibe alguna amenaza- real o inventada- no duda en apelar a los viejos métodos: el asesinato, la censura, el secuestro, la desaparición, el despojo, todo en defensa de “Los valores de la civilización”.
Que es una de las muchas maneras de pelar el cobre.