Postales desde México: En las entrañas de la FIL Guadalajara: en la feria pasa de todo

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Es de madrugada, a través de la cortina de la ventana, que da a la calle, se ve cómo va naciendo el alba. Se asoma una tenue línea de luz que va avanzando por la sala de la casa mientras amanece. A pesar de que ya se hace presente el señor sol (Juan Gabriel, 1950-2016, no está muerto anda de parranda), hace frío. Por ese es espacio que deja la cortina al descubierto se puede ver que afuera, en la calle, está una paloma negra, que sospechosamente mira hacia adentro de la casa, mueve la cabeza, como buscando el ángulo adecuado para espiar mejor. 

Aprovecho estas horas de soledad para leer y escribir. Como ya es costumbre, una bebida caliente me acompaña para mitigar el frío: canela con café y leche. Leyendo un perfil de Fito Páez, mi olfato distingue un aroma: huele a Guadalajara. La memoria me traiciona, me doy cuenta de que, aunque reniego de ella, de la FIL (Feria Internacional del Libro de Guadalajara) -como el que reniega de la novia tóxica, pero siempre regresa a ella- cada año la extraña. Aunque son sólo tres letras, para mí, la FIL, es un enunciado con muchos sujetos y predicados. Y ni qué decir de los verbos; muchos de ellos conjugados. Cierro los ojos y repito tres veces FIL Guadalajara, FIL Guadalajara, FIL Guadalajara… y como en aquella película de Beetlejuice (1988), de pronto, me veo rodeado de libros, estantes (gigantes), de gente y más gente, de algarabía, de voces ensordecedoras; del llanto de uno que otro niño que perdió su juguete en las calles alfombradas de la FIL.

Me veo rodeado de adolescentes que se besan detrás de los libreros; de ávidos lectores en busca de tesoros literarios; de “profesionales” buscando nuevos deals para sus editoriales; de escritores jóvenes buscando quién les publique sus textos; de escritores consagrados que vienen a enaltecer el magno evento; de empleados de limpieza, que recorren los pasillos hurgando el piso para recoger la basura que las “buenas conciencias” van dejando por ahí: quizás son los menos visibles pero son de los indispensables. Qué decir de los “diableros”, que “salvan vidas”, van corriendo por ahí con sus diablitos para ganarse unos “chelines”; verlos en grupos de dos, de tres, o hasta de cuatro integrantes, me hacen recordar aquella canción de Los Cadetes de Linares, -“Los Cachetes con Lunares”, dicen algunos- Pescadores de Ensenada: Alegres o tristes salen de Ensenada, Los barcos pesqueros que van a buscar, Las preciadas piezas que a veces encuentran, Ya que otros encuentran la muerte en el mar… Ellos exponen sus vidas al subir y bajar kilos de libros por aquella rampa empinada que llega a la bodega FIL -custodiada por José Razo-. También recuerdo a los chicos de servicio social que, por unas cuantas horas de servicio, aguantan turnos de ocho o doce horas parados, vigilando a los asistentes al evento. También, aprovechan el tiempo para “echar novio”: nunca se sabe dónde se puede hallar el verdadero amor.  

Hay mucho que ver en FIL, pasan tantas cosas que es difícil recordarlas todas. Siempre al estar en la FIL he tenido la sensación de que son muchas ferias en una sola.

Los hoteles que se encuentran alrededor de la Expo Guadalajara (instalaciones donde se lleva a cabo la feria), desde que inicia el año (al parecer este año no será el mejor) empiezan a recibir correos o llamadas de las diferentes editoriales para que les reserven cuartos a sus colaboradores. El personal se preparar para ofrecer los mejores servicios: agua caliente, lavandería, buena conexión de internet, transporte, desayunos (americano o buffet); el personal de limpieza ya sabe que le espera más trabajo y, a veces, buenas propinas; los recepcionistas saben que  deberán lidiar con las exigencias de clientes de todo tipo, extranjeros y nacionales; esperan a sus huéspedes de cada año, de los cuales ya conocen sus peculiares gustos y exigencias “exageradas”: el engranaje hotelero se echa a andar y se afina para que, llegando la FIL, todo esté funcionando a la perfección.

Aún así siempre hay imprevistos.

Tuve suerte de estar hospedado en uno de los hoteles cercanos a la feria y al salir y caminar por la cera, percibí un aroma muy peculiar. La primera vez no logré identificar a qué olía pero sabía que ese olor ya lo había sentido antes. Después de un rato, recordé que ese aroma era el del chocolate abuelita. Era como estar en casa viendo tele con la familia, tomando chocolate calientito y una “conchita” (inmediatamente viene a la memoria la imagen de Sara García, eterna abuelita del Cine de Oro mexicano). Al darme cuenta de dónde provenía ese olor, caí en la cuenta de que no era Chocolate Abuelita al que olía sino al chocolate Ibarra, la competencia.

Pero es inevitable que aquel aroma despierte recuerdos, nostalgias y hambre.

Empieza uno a caminar por la banqueta de la EXPO y, dependiendo de la hora, se pueden ver diferentes tipos de vendedores, desde los que ofrecen artesanías (“curios”, decimos en Tijuana): camisas bordadas a mano con hermosos estampados de flores multicolores, faldas, bolsas, carteras, pulseras, dijes, hasta los que ofrecen periódicos, revistas y dulces.

Sobre la acera también hay venta de comida. El menú que se ofrece afuera de la FIL también depende de la hora. Por las mañanas jugos de frutas, fruta “picada”, tacos al vapor y en, el famoso OXXO Expo, que está a unos cuantos metros de la feria, se vende algo parecido a lo que en Tijuana le llamamos “tacos varios”.  Al medio día se pueden encontrar taqueros: adobada, bistec, chorizo… usted pida güerita…; en la noche, justo saliendo de la FIL, casi a sus puertas, se ofrecen las famosas verduras cocidas: papa, chayote, coliflor, elote, y unas cuantas delicias más.

Esos días son jornadas de tráfico y más tráfico. Pero también de más ingresos para los choferes de transporte: los precios son elevados, más por la noche. Los taxistas, de diferentes gremios, se aprovechan (no todos, pero sí muchos) del cansancio de las decenas de trabajadores que salen de la FIL (entre nueve y nueve y media de la noche) fatigados y hambrientos, después de jornadas que pueden ser de ocho o de doce horas seguidas, cuyo único deseo es ir a descansar a su casa o a su hotel, cenar algo rápido y dormir para levantarse temprano al día siguiente para ir de nuevo a la FIL. Para algunos de ellos es una rutina que repiten nueve días seguidos o quizás más: la feria es fatigosa para muchos, pero aun así, hay quienes dicen, con envidia, “de la buena”, que los que van a la feria, van de vacaciones.

En la Expo hay unas enormes puertas que dan hacia el estacionamiento de carga y descarga y a los contenedores de basura. Mientras adentro la gente camina por todos lados, disfruta de la feria: ríe, canta, platica, compra, come, pregunta, observa, se divierte -todo es una fiesta-en el estacionamiento de descarga sucede una dinámica muy diferente. Afuera resalta el ruido de los motores de trailers, camiones, carros de carga y camionetas de mensajería que siguen llegando con libros, equipo electrónico, mobiliario y muchas cosas más. Se pueden escuchar los diferentes acentos o tonos en el hablar de la gente: desde el cantadito de los locales, hasta el de los europeos o sudamericanos: la FIL es una torre de Babel.

En este lugar los empleados de piso, y uno que otro gerente, de las diferentes librerías, instituciones, universidades, distribuidora, salen a fumar un cigarro; a descansar de la gente; a llamar a los suyos a los que, por el trajín de la feria, no han podido llamar; a tomarse una “coquita” (en las máquinas de sodas que están en ese lugar, una coca de bote cuesta $11.00 pesos mientras que adentro su valor es de $25.00 pesos); a respirar aire puro; a flirtear con sus pares de otros stand: miradas se ignoran, se encuentran, se cruzan, se identifican, se reconocen, se desean con diferentes destellos de atracción… lo que pasa en FIL, se queda en FIL… She’s up all night for good fun, I’m up all night to get lucky… dice la canción de Daft Punk.

Otros están sentados en sus  plataformas hechizas para acarrear libros, con el rostro quemado por el sol, sus ropas maltrechas y humildes y su faja en la cintura (ellos no ocupan andar “bien” para la FIL). Son “los diableros”, esperando que caiga un “jale”. Ahí el líder es “El diablero Mayor”, el jefe, el patrón: de unos 40 a 50 años, de rostro y cabello oscuro y dientes amarillos. Él está al acecho, a la espera de un nuevo cliente, que desesperado recurre a él, para que le salve la vida.

-Jefe, ¿cuánto por llevar unas cajas a la bodega de FIL?

El Diablero Mayor, viendo y oliendo la desesperación del incauto, pregunta -¿Cuántas cajas son, de qué tamaño y cómo cuánto pesan? El cliente, que previamente ya fue advertido por otros colegas sobre el actuar de la tribu de los diableros, responde. Son poquitas, como unas 25, de tamaño mediano… más o menos de unos 15 kilos cada una…-El Diablero empieza hacer sus cuentas, a activar sus dotes de físico, matemático y psicólogo (analiza la desesperación del cliente): ya tiene la cantidad, peso aproximado y tamaño… pero le falta un dato para que la fórmula funcione, para que el valor de “X” sea encontrado… le falta la distancia a recorrer… y pregunta… ¿Dónde están las cajas…?- El cliente, que omitió ese dato a propósito, contesta: cerca, ahí en la FIL niños… ya con el dato faltante, El Diablero tuvo que calcular, ganancias y desgaste humano en cuestión de segundos… y responde casi al instante… $400 pesos…, se queda esperando la respuesta del cliente…quien por su parte debe calcular otros factores, que se reducen a la urgencia por dejar el stand listo para la inauguración. Justo en este punto, empieza el arte del regateo, de la diplomacia, diálogo que, aunque no es matemático, afecta en las matemáticas. El cliente, para no verse con un principiante… y salir del apuro… responde…ni tu ni yo…$350…, El Diablero, acepta con un movimiento de cabeza… todos ganan…da la señal…y sus ayudantes… se alistan para el nuevo “jale”.

Los chicos de servicio social aprovechan aquella “tranquilidad” para sentarse y ocultarse, por unos instantes, de las miradas de sus supervisores; disfrutan del sol por unos instantes antes de tener que volver a adentrarse en el recinto iluminado por grandes lámparas; no pueden darse el lujo de descansar, deben de estar en sus puestos, parados, no se pueden sentar, si lo hacen les llaman la atención; ahí, en sus lugares asignados, aguantan meciéndose de un lado a otro, haciendo breves y cortos ejercicios de estiramientos; moviendo los pies de forma circular; sobándose las rodillas y los muslos: es una chinga que equivale a unas cuantas horas de servicio social: parados aguardan hasta que acabe su turno, y algunos, por la noches, rondan las calles de la FIL, hasta que llega el alba.

A unos cuantos metros se encuentran los contenedores de basura, otra de las caras de la FIL que quizás a muchos no les guste ver, pero que ahí están, se ven, se palpan y se huelen. Algunas personas del equipo de limpieza trabajan en el área reciclando desechos. Principalmente recogen botes de aluminio, de plástico y recibos o boletos de las compras hechas en las fuentes de sodas que están dentro de la Expo, (los tickets sirven para hacer business y ganarse unos pesos extras… es otra historia): en la feria nada se desperdicia, todo es negocio.

Empresarios, escritores, dueños de imprentas, editores, bibliotecarios, distribuidores, también viven su feria, a tal grado que la FIL les otorga días y horarios especiales para que, con “calma” y sin tantos distractores, puedan enfocarse en su trabajo: buscar nuevos tratos para sus empresas; tener reuniones con colegas; encontrar jóvenes escritores; comprar nuevas ediciones editoriales para distribuir; comprar derechos de autor; entablar nuevas redes comerciales.

Recuerdo aquel empresario indio, que me pidió, en un inglés muy singular, que si le podía conseguir o recomendar una asistente traductora que le ayudara durante la feria (no quería que fuera de sexo masculino). Quería que fuera joven, inteligente, pero sobre todo, que fuera muy “guapa”. Por la expresión de su rostro y la sonrisa que se dibujó en su cara, al acentuar que deseaba que fuera “joven”, no me dio buena espina y obvio, le di avión de manera respetuosa. En aquel momento recordé cómo una compañera de piso, de la institución vecina, nos contó que la noche anterior, al salir de la feria y estar esperando el transporte, se le acercó un hombre extranjero que le preguntó (palabras más, palabras menos)- qué si estaba cansada, porque él sí, que la invitaba una copa en el bar del hotel en que estaba hospedado (en el Westín, uno de los hoteles más caros a un costado de la FIL) y que después podían ir a su habitación a descansar-. A la compañera no le sorprendió, pues no era la primera vez que se le insinuaban los hombres trajeados de la FIL. Cuando ella le contestó que estaba esperando a su novio, aquel tipo, por suerte, no insistió y se retiró con un saludo gentil y de “buen mozo”, comenzó a cruzar la calle… la compañera pudo ver como en la mano derecha llevaba el anillo de matrimonio: no todo es trabajo en la FIL…

Hay tantas historias como gente que asiste a la feria (un promedio de 800 mil asistieron en el 2019).

La palabra FIL representa para los grupos editoriales en el mundo, muchas cosas: estrés, pesadillas, apurancias, pagos, selección de libros, envíos, felicidad, reencuentro, ganancias, pérdidas; un sinfín de emociones que, aunque año con año, se repiten con un matiz diferente, este 2020, fue, muy diferente… para empezar recibió el prestigioso Premio Princesa de Asturias 2020:

Raúl Padilla López, presidente de la FIL Guadalajara, dijo en un mensaje transmitido durante la ceremonia que este premio va dedicado a aquellas personas que han perdido la vida durante la pandemia de la COVID-19. [i]

Para un liliputiense equipo editorial, de una institución del norte, FIL es el evento más importante del año. El grupo está compuesto por una coordinadora audaz, con una visión panorámica y memoria de elefante, que, como cada año, cuando se acerca la feria, empieza a tener sus típicas pesadilla anuales (no llegaron los libros a la feria, -se ha vuelto realidad- no tenemos stand porque no se pagó a tiempo, no se enviaron los libros de las presentaciones…); una correctora, ensimismada en la revisión de tres libros a la vez, que “deben de salir para presentarse en FIL, porque ya hay un compromiso” (existe el que dice que lo sabe todo, pero nunca ha puesto un pie en FIL); un distribuidor, “loco”, que revisa la lista de las novedades editoriales; la de los que se van a presentar; la de los libros de temática general, y la de los accesorios que no pueden faltar para “montar” stand. También empieza  a hacer cuentas y operaciones matemáticas para que le alcancen los “tres pesos” de viáticos que lleva (siempre con la esperanza que estando en FIL le depositen el aguinaldo); una asistente de la coordinación que, gracias a Dios, está en todo, hasta en misa (es al ajonjolí de todos los moles) y un becario que aún no se ha familiarizado con las tres letras, “FIL”. Este equipo se empieza a preparar con muchos meses de antelación, casi desde enero (se inicia tramitando el primer pago para el stand).

Para ellos la feria termina cuando la última caja es entregada a la mensajería para que regrese a la institución.

Por aquello de los dineros, y cuando están de buenas, la institución manda a dos miembros del equipo editorial a la feria (carne de cañón). Dos que, “orgullosamente” llevan el estandarte de la institución. La coordinadora, que se encarga de la cosas oficiales: juntas, reuniones, entrevistas, foros, contar libros, cargar cajas, presentaciones de libros, volantear, y que de vez en cuando recibe piropos y desplantes de clientes, que “creen” saber más de la institución que ella, que al igual que otros (como El Copacabana, que gritó a todo pulmón, en una de las ya extintas posadas, de la institución: “eres mi vida…”), lleva una vida entera en ese lugar:

Cliente: Oh, sí, conozco este lugar está en la frontera, alguna vez estuve ahí, solo hacen trabajos de migración, ¿verdad?…

Coordinadora: No solo de eso, hay de muchas temáticas, por ejemplo tenemos libros de género, identidades, antropología, política, economía, cultura…tenemos varios temas…

Cliente: Sí, pero lo que manejan es la migración…

La coordinadora con esa ecuanimidad que la caracteriza y teniendo presente que representa a la institución, solo sonrió.

Cliente: Ah, mire, este libro es de mi amigo, ¿aún trabaja ahí?, ¿va a venir?

Coordinadora: De hecho ese libro es una de nuestras novedades, y casualmente, se va a presentar hoy a la seis en el salón “A” del Área Internacional…tome un folleto de la presentación para que nos acompañe, va a estar el autor.

Cliente: Ah qué bien, ¿qué precio tiene el libro?

Coordinadora: Le cuesta $200.00 pesos…

Cliente: ¿Ya con descuento…?

Coordinadora: Sí, precio especial por la presentación…

Cliente: Bueno, gracias…al rato vengo a la presentación para que me lo regale mi amigo… ¿no tiene plumas o postales…? No, mejor… ¿me puede regalar una bolsita?, es que compré muchos libros pero me dieron esta bolsa fea y la de ustedes está muy bonita…

De todo pasa en FIL…

Eran las cuatro y media de la tarde, a las seis tenía que atender la presentación de un libro. Para empezar, había que “volantear”, arte que no “cualquiera” puede hacer porque “hay niveles” y además, no todos están preparados emocionalmente para recibir un: no gracias, no me interesa o que te dejen con la mano extendida o simplemente ver aquel folleto que, con una sonrisa y un…muchas gracias joven…aceptaron, unos metros adelante termina hecho bolita en el bote de basura. A pesar de eso hay que seguir volanteando, invitar a la concurrencia para que haya quórum en la presentación, claro está, sin desatender el stand para no ser víctima de algún amante de lo ajeno, que se interese por los temas de “migración”. Aunque se sabe que a la FIL, van de todo tipo de cacos, (otra peculiaridad de la feria); hay quienes van buscando libros de los escritores más renombrados de la literatura universal; los que buscan los libros del “momento”, (los de los influenciadores); los que van “por encargos” y los que van por el efectivo de las ventas o aparatos electrónicos que se utilizan para promover las novedades editoriales: de todo hay en la viña del Señor.

Después de media hora de volantear, ya siendo las cinco, empecé a preparar el material que debía llevar a la presentación: veinte ejemplares del libro a presentar, la terminal punto de venta (TPV), bolsas para los osados compradores, llevar “cambio”, más volantes, seis atriles chicos para que el libro tenga mejor presentación; dos atriles tamaño oficio con el poster de la presentación: uno para la mesa que está en el pasillo donde se ponen los libros a la venta y el segundo para la mesa de los ponentes; dos banners con el logo y la información de la institución, uno para poner afuera del salón para que se enteren de que estamos presentes en la magna feria; el otro se coloca dentro para que salga en las fotos.

Cinco y media, le encarga el stand al vecino de la institución hermana para ir a atender la presentación. Primero me cuelgo un banner, me lo cruzo por el cuello a manera de carrillera revolucionaria. Después tomo las dos bolsas con los libros y los demás accesorios. Ya casi listo para arrancar la carrera y atravesar desde la famosa área de las instituciones académicas hasta los salones del Área Internacional, me di cuenta que aún me faltaba la bolsa con la “máquina de las tarjetas”, las bolsas y los volantes y un banner más, mientras pensaba cómo le iba hacer… llega la “salvación”, la coordinadora, que viene saliendo de una asamblea, dos reuniones, una entrevista, (y hambrienta), toma el banner y la bolsa que faltaba.

Ambos emprendemos la caminata.

Para esto ya son las cinco con cuarenta y cinco minutos, (la presentación es a las seis), hay que caminar rápido, lo cual es casi imposible porque es sábado y el lugar está a reventar y para colmo, en el Área Internacional, el escritor Arturo Pérez-Reverte (uno de los escritores favoritos de la coordinadora), está firmando sus obras… la acumulación de gente es bárbara…pero no se comparaba con la cantidad de lectores, que con libro en mano, esperaban, un día antes, a que el Dr. César Lozano se los firmara (la fila casi salía a la calle por la salida donde está el hotel Westín). La coordinadora se detiene a buscar otra ruta (mientras le hecha un ojito a Pérez-Reverte), en el horizonte no se ve otro camino mejor, hay que abrirse paso a empellones para llegar a la presentación…con permiso, con permiso, (ya hemos perdido tiempo)… tanto empujón me provocó uno de los miedos más terribles que puede sentir una persona. Para decirlo en palabras acordes a las buenas conciencias y a la FIL: un retortijón, los síntomas se pudieron camuflar con la situación en la que estábamos: sudor y desesperación por llegar al evento… (son de esas veces que cerramos los ojos y le imploramos al Señor que tenga misericordia de nosotros). Al parecer el retortijón tuvo piedad y se contuvo. Como pudimos atravesamos la multitud. Llegamos al salón, con cinco minutos… a favor, pero los presentadores no habían llegado: otra raya más al tigre.

Suena el teléfono de la coordinadora:

Coordinadora: Hola…

Presentadores (primerizos): Hola, se nos hizo tarde, no sabíamos que el tráfico se ponía así en FIL… estamos en la entrada alguien puede venir por nosotros…

Coordinadora: Claro que sí… ahorita van por ustedes…

La coordinadora cuelga y dice: recuerdas que por correo les avisamos que tomaran en cuenta el tráfico, te puse copia del correo, recuerdas…

Yo, como siempre, contesto que sí, pero también como siempre no lo recordaba…ve por ellos por favor, mientras acomodo los libros- dice la coordinadora (a esas horas el andar de arriba abajo con tacones ya causa cansancio en ella). Voy lo más rápido que puedo, no vaya a hacer que aparezca de nuevo el enemigo íntimo (retortijón, pues).

Llego a la entrada principal, los presentadores me reconocen y saludan… les entrego sus gafetes e ingresamos al recinto…como es la primera vez que están en FIL, están admirados por aquello…

Autor: ¿Cuánta gente?, ¿Siempre es así…? Depende del día, la hora, de qué libro se presente, qué grupo vaya a tocar o conferencia magistral se vaya a presentar…siempre que va a estar un youtuber vienen muchos jóvenes…le contesto.

Comentarista: ¿un qué?

Esos que tienen canales en YouTube, donde enseñan de todo, desde cómo maquillarse hasta cómo conseguir el “amor verdadero”, le explico.

Ambos presentadores sonríen.

El autor del libro lanza una pregunta al aire- ¿irá a haber gente en la presentación?

Con la experiencia que he adquirido en los años que ha asistido a la FIL, sé que se debe responder… y contesto: claro que sí, estuvimos volanteando y varias personas se vieron interesadas por el tema y dijeron que estarían en la presentación.

El autor, con una sonrisa sarcástica y viendo a toda aquella gente dice :espero que sí. El comentarista lo acompaña con la misma expresión.

Ya con el tiempo encima, (seis con cinco) llegamos al salón “A”. La coordinadora, ya tiene la mesa lista con los libros para la venta y los banners puestos: uno afuera y uno dentro.

Los asistentes aguardan para entrar al salón; vamos un poco retrasados, pero hasta el momento todo marcha dentro de lo normal. El público ingresa a la sala y toma asiento, los ponentes ya instalados en la mesa principal, comienzan con la charla. Me encuentro en la puerta recibiendo a algunas personas que van llegando, y justo cuando el presentador pronunció las palabras: buenas tardes a todos gracias por estar aquí…justo en ese momento, con exactitud de reloj suizo…el señor retortijón se volvió a hacer presente. Son ocasiones que no sabes, si lo que llama a la puerta es solo una ráfaga de viento o es en verdad el vecino que siempre llega en el momento más inoportuno.

Con los libros en la mesa y la gente pasando por el pasillo, tuve que tomar la decisión arriesgada de ir al “tocador de hombres”, más valía perder un libro, que ser el protagonista de una de las anécdotas más bochornosas de la FIL: hay que dejar huella pero no de esa manera.

Le dije a la señorita del servicio social, que custodiaba la puerta del salón, si le podía encargar los libros un momento para ir al baño. Sin pronunciar palabra alguna, y con una sonrisa aceptó.

Yo apreté el paso, literal, para mi suerte, mi destino estaba cerca… todo pintaba de maravilla… la distancia era corta… solo  había que aguantar un poco más…

Alcancé a llegar y con la urgencia a flor de piel, poco me importó revisar lo elemental, cerciorarme de que hubiera papel higiénico… La presión cedió, todo lucía más tranquilo, relajado. Obvio, no olvidaba que tenía una presentación, así  que apresuré el paso. Terminando aquel “asunto”, fue cuando me di cuenta de que el dispensador de papel, solo tenía una triste hoja, que al sacarla, quedó hecha jirones… mi primera reacción fue una risa burlona, de incredulidad, de angustia… recordé con palabras mal habidas a mi madre… Son minutos tensos, todo se te junta, pensé: mis libros (aunque no son míos los siento como míos), la presentación, la máquina de las tarjetas, y ahora qué hago. Los segundos que pasan se sienten desesperantes… varias ideas cruzaron por mi mente… soluciones posibles e imposibles… Qué hago… Encerrado en aquel diminuto baño, escuchaba gente que se reía… y obvio pensé que era de mí…(nunca tuve la certeza de que así fuera)… los segundos se volvieron minutos… me empezaba a desesperar… recuerdo que me reí de puros nervios.

Al final logré salir del baño, fui al lavabo, me lavé las manos, la cara… le regalé una sonrisa al espejo enfrente de mí, revisé que todo en mi ropa estuviera bien: cinto abrochado, camisa fajada, zapatos abrochados, gafete de FIL, al igual que mis lentes y mi dinero. Salí del tocador de hombres… con la frente en alto: como todo un gladiador del circo romano, había combatido a un enemigo, cruel y salvaje, al que no le importaba ni raza, color, edad, género, preferencias, ni estatus social, nada le importa: cuando tenía que salir, tenía que salir.

Terminado de revisar que todo estuviera en su lugar y secándome las manos… a través del reflejo del espejo vi como otro incauto, por azares del destino, entraba en el mismo baño que yo había entrado… pensé en advertirle… pero también pensé…cada quien debe librar sus propias batallas.

Salí con la seguridad de McGregor después de ganarle a José, en solo trece segundos, aquel 12 de diciembre del 2015, un combate de MMA por el título de peso pluma de la UFC.

Ya relajado caminé despacio hacia el evento, disfruté de la tranquilad de mis interiores… nadie sabía, que minutos antes, en ese baño de hombres, dentro del pequeño espacio donde se encontraba el inodoro… me había enfrentado a algo soberbio… a algo siniestro. Entré siendo un niño, queriendo contener los impulsos naturales del cuerpo, y salí siendo un hombre: no todo lo más importante en FIL son las hojas de los libros: hay otras que también importan.

Se acercaba la hora de cerrar el changarro, el día fue pesado, “es viernes y el cuerpo lo sabe”. Después de dos presentaciones de libros seguidas, de explicar varias veces dónde y a qué se dedica la institución a la que represento; de atender a clientes de todas las edades, (a niños que se acercan buscando libros de cuentos, hacer entrevistas que el maestro les dejó, -eso está chido-), de vender, acomodar y limpiar, una y otra vez, es hora de cerrar y salir a buscar algo para cenar y, por qué no, tomar una “chela bien Elodia, va, va…” dicen los colegas del “centro”, esos a los que, para picarles el orgullo, solo hay que decirles que la quesadillas deben llevar queso, o si no por qué se llaman quesadillas: debate añejo, entre capitalinos y foráneos.

A unas cuadras “panteoneras” de la Expo, (como les llaman los locales) se encuentra un pequeño negocio, una especie de bar, cantina y restaurante, La Jungla se llama (me recuerda al Turis de Tijuana). Está a media luz, sirven botanas, que a esa hora, después de las nueve de la noche, se puede considerar comida.

Es un lugar al que algunos de los compañeros de la feria vamos a relajarnos y distraernos. Como ya es sabido, en el trabajo se habla de las “pedas” y en las “pedas” se habla del trabajo… Entre “micheladas”, “clamatos” y “medias”, se cuentan las anécdotas más divertidas e interesantes de la feria; se cierran tratos, se venden libros; se hacen nuevos amigos FIL (que solo ves cada año en aquel recinto de libros): se viven entrañables momentos. Nos olvidamos un poco de las familias, del trabajo, de los faltantes; de las malas caras de los clientes. En ocasiones, esas pláticas se convierten, sin querer, en pequeños seminarios o conferencias sobre distribución y mercadotecnia de libros. Pero, sobre todo, uno encuentra el apoyo emocional, y a veces, hasta económico de los camaradas, que ya con unas cervezas de más, se vuelven parte de la familia: nos reímos, nos abrazamos, nos comprendemos, nos quedamos serios; decimos groserías; pedimos otra ronda, unas “palomas”… ¿por qué? En La Jungla, las horas pasan rápido: los corazones se encuentran, las amistades se vuelven más entrañables, las promesas se cumplen y nace la esperanza de volvernos a ver el año próximo, porque ya nos estamos extrañando.

Ya es hora de irse, ya es de madrugada, hay que despedirse de La Jungla, de su magia y sus encantos. Ya solo queda tiempo para dormir unas horas porque mañana nos esperan ávidos compradores que, como es costumbre, el último día de la feria, se dan cuenta de que en Guadalajara, se lleva a cabo, desde hace varios días, una de las ferias de libros más importantes del mundo.

En el silencio de la noche escucho las risas de los camaradas que se van convirtiendo en murmullos a medida que avanzo hacia el hotel.

Ya amaneció por completo, el olor a FIL se ha desvanecido, me ha dejado un hueco en el corazón acompañado de una nostálgica sonrisa, y mucho agradecimiento por la institución, que, a pesar de las carencias y barreras, ajenas a ella,(también lucha sus batallas) hace el esfuerzo para que, aquel equipo de trabajo, pueda poner en boca de todos los asistentes a la feria el nombre de la H institución.

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