Daniel Ramos
Texto extraído de: Equinoxio
Después de leer el documento A los diez años del Caguán: algunas lecciones para acercarse a la paz, me di a la tarea de escribir mis propias reflexiones sobre la experiencia del Caguán, que en varios puntos difieren de la lectura de los autores de las lecciones.
Reflexión 1: hay un ganador.
La guerra en Colombia tiene un claro ganador: el statu quo. De la misma manera en que se reconoce que el Estado colombiano no ha podido derrotar a la guerrilla en 60 años, también hay que reconocer que la guerrilla ha fracasado en su objetivo de la toma del poder. Que el ganador de esta guerra es el statu quo lo demuestra el hecho de que nunca, en toda su historia, el Estado colombiano ha tomado alguna decisión política, trascendental o intrascendental, consultando a las guerrillas colombianas. La única vez que la sociedad colombiana ha mostrado su apoyo o simpatía pública a estas ha sido en los escenarios democráticos: la votación masiva que recibió el M-19 para participar en la Asamblea Constituyente o las marchas de dolor e indignación por los magnicidios de Bernardo Jaramillo Ossa y Jaime Pardo Leal de la Unión Patriótica. Nunca en los años de conflicto se ha dado alguna marcha ciudadana a favor de algún grupo guerrillero; al contrario, son históricas las marchas de No más Farc. Que el statu quo esté lejos de ser el ideal para la mayoría de la sociedad civil es bastante claro, pero en la balanza de pesos y contrapesos previa a cualquier diálogo, debe ser claro que esta misma sociedad civil en su conjunto ha rechazado históricamente sus transformaciones mediante el uso de la violencia. Insistir en ella no llevará a ningún lado con la sociedad colombiana, solamente sirve para bloquear los procesos de cambio.
Reflexión 2: transparencia o el complejo de la silla vacía.
La paz no cabe dentro de la combinación de todas las formas de lucha. En su libro La paz en Colombia, Fidel Castro revela que representantes del Secretariado de las Farc en una visita a Cuba le dijeron claramente que el Caguán era un período de tregua para armarse y prepararse mejor para la toma del poder, no para llegar a ningún acuerdo. A la luz de esta revelación, la silla vacía se puede ver como un acto de honestidad de Manuel Marulanda Vélez: las Farc no estaba en el proceso sino en la ejecución de su plan principal. Esta falta de compromiso y transparencia (y, por qué no decirlo, de engaño nacional e internacional) fueron letales para el proceso desde su principio, de hecho, la principal razón del fracaso del proceso. 10 años después, el hecho de que los principales actores internacionales concuerden en llamar terroristas a las Farc debe de ser una lección importante de esa estrategia fallida.
Reflexión 3: escuchar a las protagonistas.
Aprender de los procesos anteriores también pasa por escuchar a los protagonistas del proceso. La ilusión posible, del excanciller Fernández de Soto, y La palabra bajo fuego, del expresidente Pastrana, son dos testimonios valiosos e imprescindibles para evaluar lo que sucedió en el Caguán. A través de ellos se pueden ver todos los esfuerzos y el compromiso del gobierno con el proceso de paz. Desafortunadamente, no tenemos una memoria similar de las Farc, salvo lo que se ha podido aprender por fuentes alternas, como el libro de Fidel Castro, las declaraciones de Tirofijo diciendo que Pastrana los derrotó internacionalmente y, muy en especial, la literatura del secuestro: todos los testimonios de los secuestrados coinciden en señalar que las Farc nunca ha abandonado o cuestionado su objetivo de la toma del poder por la vía armada. ¿Es viable pensar en diálogos cuando esta vía parece ser innegociable para las Farc?
Reflexión 4: paisajes después de la batalla.
Objetivamente, la experiencia de los cuatro procesos de desmovilización exitosos en la historia de Colombia no son un aliciente para el ELN y las Farc. Por el contrario, el panorama político colombiano es más desolador aún: si antes se podía criticar el secular bipartidismo colombiano hoy en día no se puede hablar ya ni siquiera de partidos políticos. La política colombiana actual está más dominada que nunca por el caudillismo y el carisma de candidatos formados por los expertos en (neuro)marketing. Las Farc también tiene su cuota de responsabilidad en este escenario: en la fase pos-Caguán, el país se alineó de manera casi unánime al discurso belicista del expresidente Uribe, que con cotas de aceptación del 80% hizo completamente irrelevantes otras voces políticas: sencillamente no tenían peso alguno ante el respaldo apabullante a Uribe. El país y el Estado están en mora de reglamentar la ley de partidos, en establecer criterios de responsabilidad política y mecanismos de control y ejecución de sus programas políticos: no es posible que siga primando la perversa mentalidad de que todos los programas políticos son promesas de campaña y por lo tanto la sociedad renuncie a la verificación y exigencia de resultados de sus gobernantes. Peor aún, el diagnóstico más dramático de la situación actual lo dio el honorable senador de la República de Colombia Juan Carlos Martínez cuando dijo: “qué voy a ser narcotraficante, nada da más dinero que una alcaldía”. El Estado colombiano está carcomido por el cáncer de la corrupción y, por lo tanto, su margen de acción es cada vez menor: ¿a qué se puede comprometer cuando su capacidad performativa está tan debilitada?
Reflexión 5: pensar lo imposible.
Aunque nunca estuvo entre los planes del expresidente Pastrana, la Zona de Distensión nos dejó ver un atisbo de lo que serían las Farc en el poder al entregarles en custodia una región considerable de territorio, así el mismo expresidente explicara en Europa que el Caguán no aportaba ni el 0,001% a la economía nacional. Sin embargo, pensar lo imposible pasa también por considerar la creación de un territorio especial para las Farc, del tamaño del principado de Mónaco o Ciudad del Vaticano: un área de 2 a 4 kilómetros cuadrados, preferiblemente con salida al mar, donde las Farc puedan materializar su forma de ver el mundo. La misma pregunta que nos hacemos por los militares en el escenario del posconflicto se hace más acuciante aún en el caso de las Farc: ¿qué vida les espera en la sociedad colombiana? El país no ha podido superar el trauma del Palacio de Justicia. ¿Cuánto tiempo le tomará aceptar como representantes políticos a los miembros de una de las guerrillas más crueles en la historia de la humanidad? Quizás sea hora de aprender una de las lecciones de convivencia de la sociedad contemporánea: el Living apart together y abrir un espacio territorial para convivir con las Farc.