El músico colombiano que ha tocado su instrumento en los escenarios más selectos.
Santiago Cañón, en su debido tiempo, advirtió que la música llevaría el ritmo de su vida.
De niño, al crecer en una familia de músicos, las partituras quizás, fueron una de las primeras formas de leer el mundo.
A los 5 años de edad conocía el violonchelo y comenzó a extraer de su madera las primeras escalas, mientras su madre, doña Rocío, le impartía la música que llevaba en el corazón.
Su madre, entonces, le enseñó que la música, efectivamente, se lleva por dentro. Creció, pues, acompañado de su instrumento, cada vez más cercano a él, cada vez uno solo.
Ambos, por una secreta intuición, van en el mismo camino, porque su chelo es la prolongación de sus dedos. Y más allá: es el instrumento por donde sus pensamientos hablan, porque aprendió que, ante todo, su lenguaje es puramente musical.
Foto Tomada del Festiva de Música de Cartagena.
Santiago, en conjunto con su chelo, revela virtuosismo, posee una genialidad que, tras cada acorde, reafirma la perfección de la música.
Interpretó a los doce años el Capricho 24 de Paganini, consciente de cada compás, consciente de los acentos, siempre original y dueño de una técnica. Y, sobre todo, convirtiendo, desde su genio, lo difícil en sencillo.
Vasta, ahora, con escucharlo para sentir, sin conocer mucho de teoría musical, la suavidad del arco flotando las cuerdas, la intensidad de Bach, en todos los momentos, con movimientos auténticos.
Se sustrae, como presto a volar, para interpretar una partitura que parece incierta pero que, poco a poco, se va construyendo en nosotros.
Sabe, entretanto, que al momento de interpretar hay un poco de él que introduce en la partitura: una parte es del intérprete, la otra del autor: acción armónica, donde la esencia latente, genuina, permanece sin perderse.
Insólitamente Santiago se busca en los paisajes de la música: en cada interpretación se aleja, lejos, tan humano, que logra traer parte de otros mundos a través de un orden musical.
Foto Tomada de la revista mexicana Proceso.
Hace poco estuvo en Bélgica, llevando toda su fuerza de interpretación, el brillo de su sonido al concurso internacional de violoncello Queen Elisabeth 2017, donde ganó el galardón del tercer puesto.
Es quizás, este premio, uno de los mayores precedentes de la música clásica. Allí interpretó, para la semifinal, el Concierto n. 1 en do mayor de Joseph Haydin en compañía de la orquesta Royal de Chambre de Wallonie. Y para la final, todos los finalistas interpretaron Sublimation de Toshio Hosokawa. Y de elección personal Santiago interpretó el Concierto n.1 en mi mayor, opus 107 de Dmitry Shostakovich.
A lo largo de las interpretaciones Santiago se dejó llevar por la música, como naciendo de ella, agitando la armonía, emparentado, fiel a cada movimiento, preciso en cada compás, tan punzante en su ejercicio, moviendo el arco sin dificultad, casi natural, inventando figuras fabulosas de cada nota, en un equilibrio que, poco a poco, va imprimiendo en el viento una música que lleva hasta las estrellas.