Sexo enmascarado

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                   “ Opino con Sade/ que al deseo los frenos

                     le sientan fatal.”

                                                 Joaquín Sabina

                                                  Whisky sin soda.

En medio de la avalancha informativa que nos abruma, sin tiempo para tomar distancia crítica y mientras se multiplican por igual las teorías conspirativas y las leyendas urbanas sobre el Covid-19, me entero de que algunas autoridades sanitarias les recomiendan a las parejas- formales o furtivas- usar tapapocas durante las relaciones sexuales, no vaya a ser que la parca les llegue disfrazada de orgasmo.

Para variar, el dato me llegó vía Martha Alzate, que lo encontró en una de sus pesquisas por la prensa global.

¡Nññññeeeerdaaa, compadre,  no jooodddaaa! diría mi vecino, el poeta Aranguren ante semejante muestra de  fundamentalismo.

Hasta ahora, la reglamentación del sexo era potestad exclusiva de los inquisidores. “Señor mío y Dios mío, perdona el pecado que vamos a cometer. No es por vicio ni es  por fornicio, es por hacer hijos en tu santo servicio”, recitaban las parejas antes de entregarse a las delicias y tormentos de la carne, o a lo que algunos teólogos llamaban “Hacer la bestia de dos espaldas”.

¿Sexo sin besos en la boca, sin viborear de las lenguas y sin la consiguiente descarga eléctrica que nos estruja y nos pone fuera de nosotros mismos? ¿a quién se le ocurre semejante aberración?.

Tomada del Q’hubo de Cali

Según los historiadores de la sexualidad, el sexo sin besos en la boca era una suerte de código de honor empleado por las putas. Era y es su manera de dejar en claro desde el principio que se trata de una transacción en la que una parte paga por un alivio fugaz y la otra le sirve de medio, de instrumento.

En la práctica, tener sexo con tapabocas equivale a hacerlo con la ropa puesta. Y aunque este últtimo recurso es válido en situaciones extremas, no es lo más cómodo del mundo: demasiados botones, cinturones, cremalleras.

Estorbos de esos.

Pero hay algo más profundo. En  esencia, el vestuario es también una máscara. Desnudarse es pues, desenmascarar el cuerpo. Ponerlo a disposición del otro como una ofrenda, una señal de complicidad.

Quienes vieron  “El último tango en París”, la controversial película del muy anarquista Bernardo Bertolucci, estrenada en 1972, recordarán la célebre escena en la que el personaje encarnado por Marlon Brando sodomiza a la muchacha interpretada por la joven María Schneider.

Jane está desnuda por completo, mientras Paul apenas si se ha abierto la bragueta. Es decir, la mujer está inerme a campo abierto, mientras el hombre se encuentra atrincherado y a salvo de todo peligro.

María Schneider y Marlon Brando en una de las escenas emblemáticas de la película. FOTO: ARCHIVO CLARIN

En su momento eso desató la furia de las feministas, cuyas descendientes  agrupadas en el #Metoo reavivaron la imagen, y de paso acusaron de violación a un Marlon Brando ya muerto y enterrado.

Vuelvo al asunto de las mascarillas. Buscando una explicación, me dí una vuelta por el mundo del cine, el cómic, la historia, el mito y la literatura.

Al final, vine a confirmar mis sospechas: a los únicos que les luce bien tirar con la máscara puesta es a Batman y a Gatúbela.

Los demás, de Adán y Eva a John Holmes y Cicciolina, pasando por Cleopatra, Octavio y Marco Antonio – ¿Conformarían un trío?- Mesalina y sus  soldados, el rey Salomón y la reina de Saba, Catalina la Grande y las cortes zaristas- de seguro, organizaban orgías- todos a una fornicaban con la guardia baja. Es decir, sin máscaras, como mandan los cánones de madre natura.

Foto por formulario PxHere

Lo propio hicieron el Marqués de Sade, don Juan Tenorio y Giacomo Casanova, tres celebridades en las lides de Eros.

Encontré también que, en tiempos de guerras y pestes la sexualidad se desborda en fiestas y orgías: es la vida plantándole cara a su aviesa amiga, la muerte. Al final siempre acaban reconciliadas y organizan sus propios bailes de esqueletos.

Para los fornicantes audaces no hay cuarentena que valga, concluyo al finalizar mi breve ronda por la Historia grande y sus hijas naturales, las historias pequeñas.

¿Sexo con mascarillas? Me pregunto. Prefiero morir dichoso, me respondo mientras pienso que, a fin de cuentas, Batman y Gatúbela tampoco se ven del todo bien.

Contador de historias. Escritor y docente universitario.

6 COMENTARIOS

  1. Buenísimo, querido Gustavo, pluma brava para el erotismo tú, gatúbelo y batmánico. Menos mal que a nuestro admirado Marqués no le tocó pandemia: se hubieran muerto todos en prisión, felices y sin tapabocas. Abrazo fraterno.

    • Ja, ya me imagino las que haría el Marqués en medio de una cuarentena para atender y violar la ley al mismo tiempo, apreciado César: tapabocas guarnecidos con púas y clavos, orificios para distintos usos prácticos. Como bien sabemos, las prohibiciones siempre resultan a la medida para espíritus tan sofisticados.
      Muchas gracias por el diálogo.
      Gustavo

  2. LIC GUSTAVO , buenos dias. Saludos le manda doña Manuela… -entiendase la mano-.Grato saludo,con salsa y conbtrol.Gracias por tenerme presente en su ZEBRA. Javier.

    • Apreciado Javier: por favor dígale a “Doña Manuela” que le retorno el saludo, con los buenos deseos de mi parte.
      Muchas gracias por el humor… negro.
      Un abrazo y hablamos,
      Gustavo

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