Quien conserva la memoria tiene a la mano un arma para proseguir el combate. Así lo dice un antiguo proverbio de sus ancestros: “Mientras el león no aprenda a leer, la historia seguirá siendo contada por el cazador”.
Título: La hoguera lame mi piel con cariño de perro
Autor: Adelayda Fernández Ochoa
Ganadora Premio Casa de las Américas 2015
Págs: 188
Al fondo, muy al fondo del tiempo, suena un tambor en la cerrada noche de África.
A miles de kilómetros de allí, esclavizados, humillados y ofendidos, una mujer y su hijo siguen a través de selvas y mares el sonido de ese tambor.
Quizás sea, apenas, el sonido del propio corazón.
Han sido despojados de todo, menos de su anhelo de libertad. Para alcanzarla disponen de una inagotable dosis de dignidad… y de buena memoria.
Sobre esas claves está construida la novela titulada La hoguera lame mi piel con cariño de perro de la escritora colombiana Adelayda Fernández Ochoa, ganadora del Premio Casa de las Américas en su edición de 2015.
Para empezar, podemos decir que la búsqueda de la identidad individual es un tópico de la literatura de todos los tiempos. Está en el Antiguo Testamento en el relato de José y sus hermanos. Aparece una y otra vez en las aventuras narradas por el viejo Homero. Atraviesa de norte a sur las literaturas hispanoamericanas. De modo que la novela de Adelayda Fernández se inscribe en esa tradición, y además la honra.
Apelando al recurso de un diálogo infinito entre Nay de Gambia y su hijo Sundiata, la autora reconstruye el camino de sangre y dolor recorrido por millones de hombres y mujeres secuestrados en sus bosques ancestrales y transportados como carne en salmuera hacia las minas y las plantaciones de América.
En esa medida la novela es la recreación de un oprobio. Pero por eso mismo es también un canto al coraje. Nay le transmite a su hijo la decisión de volver a la tierra de sus hermanos y sus dioses. De ese modo le devuelve el sentido a una vida reducida a mercancía por traficantes y hacendados. Como telón de fondo, resuena el estallido de la pólvora en las guerras civiles colombianas, de las que los negros no tardan en volverse otra vez carne de cañón.
Al fondo. Muy fondo del tiempo, sigue sonando un tambor en la cerrada noche de África.
Mientras llega el momento, Nay de Gambia se inventa pretextos para seguir su camino. Al principio sigue las huellas de Sinar, el padre de su hijo. Más tarde, el guerrero libertario Candelario Mezú será el motivo de sus desvelos.
A su lado, experimentará esos estremecimientos del cuerpo que a veces se aproximan al milagro:
Desfallecemos juntos. Afuera se revientan los sapos, y este es el único nido de mi vida, aquí he vuelto a tener noticias de mi cuerpo, ¡ah!, tan atento a mis latidos, todo lo presiente, todo lo sabe, surge de la pasión con preguntas sobre mí, y su vigor me abraza, me acaricia, me socava con la tortura más dulce”, recuerda y escribe, escribe y recuerda Nay, antigua princesa de Gambia convertida en esclava.
Quien conserva la memoria tiene a la mano un arma para proseguir el combate. Así lo dice un antiguo proverbio de sus ancestros: “Mientras el león no aprenda a leer, la historia seguirá siendo contada por el cazador”.
Al fondo, muy al fondo del tiempo, suena cada vez más fuerte un tambor en la cerrada noche de África.
Nay de Gambia aprendió que en el mundo de los amos blancos todo se compra con oro. Con el fruto de su trabajo ella lo adquiere, lo atesora, lo defiende. Sabe que es una manera de acercarse al sonido del tambor. Con el oro se cruzan aduanas, se compran salvoconductos, se consiguen pasajes en barco y en chalupa, se paga el silencio de los poderosos.
Rodeada de un magnetismo sexual heredado del león y el tigre Nay de Gambia hechiza por igual a sus amos y a sus hermanos. Eso le da una seguridad en sí misma que contagia a su hijo. Movidos por esa fuerza cruzan montañas y pantanos, eluden a los gendarmes y llegan al mar. Sobrevivientes de muchas celadas abordan una embarcación que, no por casualidad, lleva el nombre de Princesa: el mundo está sembrado de presagios y resonancias que Nay de Gambia sabe descifrar.
El camino de agua los llevará primero a Europa y luego los dioses del viento y de la hoguera se encargarán de aproximarlos a la costa de África, donde al fin los llamarán por su propio nombre y les devolverán por esa vía lo más esencial de su sangre y de su historia.
Cerca, muy cerca, suena un tambor en la noche limpia de África.
Con un lenguaje que palpita al ritmo del corazón de los protagonistas, la narradora ha conseguido acercarlos- y acercarnos- a lo más cierto de sus raíces hechas de tierra y sangre. Al final, resulta apenas anecdótico que la princesa Nay de Gambia y su hijo Sundiata aparezcan con su nombre y su rol de esclavos en la novela María, de Jorge Isaacs.
Devueltos por obra y gracia de las palabras a sus bosques y a sus dioses, devienen materia de una memoria al fin recuperada. Solo entonces, vuelven a ser uno con su tierra y su cielo, con sus demonios de las cuevas y sus dioses del aire.
Plenos de sí mismos sienten, como una recompensa, que la hoguera lame su piel con cariño de perro.