Perfil de Álvaro Ruge Mapi, presidente de Aesco, protagonista y conocedor de la diáspora de colombianos al exterior.
“Quiero hacer de la migración una fuerza política y económica con presencia social efectiva”
A modo de herencia
Quiero dejarles país a mis nietos. Y para eso se necesita un liderazgo político que hoy no tenemos. Con los principios por el suelo y lo público convertido en un botín, se hace necesario empezar casi de cero. Esa tarea precisa de fibra social. Al menos eso les he inculcado a mis hijos, que son cinco: Alejandro, Angélica, Natalia, Sergio y Álvaro.
Con esa vehemencia tan suya empieza el hombre su relato.
Recuerda que en los setentas bailó sobre las mesas en las cafeterías de la Universidad Nacional.
Y que la actual etapa de su vida podría resumirse en la letra de una canción de esos días: Los años, interpretada por Pablo Milanés y Mercedes Sosa.
A los sesenta y cuatro años siente que atraviesa la etapa más productiva de su existencia. Por eso quiere estudiar ciencias políticas con el fin de darle más cuerpo a sus convicciones.
Entre ellas, la de hacer de la migración una fuerza política y económica con presencia social efectiva.
Para lograrlo refuerza su convicción con lecturas. Como la del libro Diálogo de Conversos, de los chilenos Roberto Ampuero y Mauricio Rojas, donde redescubrió que el asunto no es de ideologías si no de justicia.
Entonces fluyen los recuerdos como postales
Desde mediados de los años noventa una imagen se hizo frecuente en el Aeropuerto Matecaña de Pereira: familias enteras con globos de colores, carteles de bienvenida y muchas rancheras, vallenatos y canciones de despecho.
Esperaban al hijo, al padre, al hermano, al esposo emigrado a España o Estados Unidos, que regresaba a pasar la temporada navideña con los suyos.
Algunas familias incluso contrataban chivas y emprendían una suerte de caravana de la victoria rumbo a los barrios de la periferia o a un municipio vecino donde continuaban la fiesta hasta el amanecer.
Es la vieja parábola del hijo pródigo reeditada en tiempos de la globalización. Las periódicas crisis económicas empujan a millones de seres humanos hacia los grandes centros de poder necesitados de mano de obra joven, fuerte y bien calificada.
La ecuación es bien conocida: cuando un país no puede exportar bienes materiales entonces exporta personas.
Álvaro Ruge Mapi conoce ese mundo al detalle. Primero como emigrante y luego como presidente de Aesco (América-España- Solidaridad y Cooperación) la entidad que durante dos décadas ha gestionado los intereses de la inmigración colombiana en España.
Hay todavía más: en sus genes alienta el ánima del viajero, del andariego, del culo inquieto que desde muy temprano siente el llamado del camino.
Después de todo, su abuelo Federic Rouget había llegado a Colombia proveniente de Francia cuando la amenaza de la Segunda Guerra Mundial se cernía sobre Europa. A su vez, los Mapi llegaron de Andorra o Cataluña allá por el año de 1903.
Con esas sangres agitándose cuerpo adentro era inevitable que Álvaro Ruge se hiciera él mismo un protagonista de la diáspora.
Pero eso sería mucho después.
Señas de identidad
Gracias a los malabarismos o al desconocimiento de los funcionarios del registro civil, el apellido original fue decantándose, hasta convertirse en el Ruge que hoy aparece en el documento de identidad de los descendientes del abuelo, el hombre que inicia esta parte de la historia. Una vez instalado en el país, el viejo se dedicó a negociar con herramientas y repuestos en una ruta que lo llevaba de Barranquilla a Bogotá, de donde a su vez partía con cargamentos de tomates y frutas que ponía en manos de los comerciantes costeños.
De su abuelo, Álvaro heredó ese sentido práctico de la vida que lo lleva a considerar siempre el lado útil de las cosas y no solo su vertiente simbólica.
Cuando compra un par de zapatos, lo que le interesa es que sean cómodos y que duren, no si están de moda o no.
Su padre, un ingeniero neumático que emigró a los Estados Unidos cuando sintió que la situación se tornaba difícil, lo inició en el mundo de los negocios cuando todavía era un adolescente, y la verdad es que las circunstancias estaban dadas para ello, pues la familia siempre se movió en medio de esos capitanes de empresa llegados a Colombia expulsados por las guerras mundiales.
En poco tiempo, apoyados en conocimientos que ya habían puesto a prueba en Europa, fundaron pequeños negocios que con el paso de los años se convirtieron en el eje de los conglomerados industriales y comerciales que le dieron un segundo aire al desarrollo del capitalismo en el país.
Por eso, Ruge Mapi piensa que, al lado de la necesaria gestión política enfocada a defender los derechos de los migrantes, el éxodo debe gestionarse también como una oportunidad para el desarrollo.
Ahora que lo pienso, me convenzo una vez más de que la diferencia fundamental entre los inmigrantes que llegaron a nuestro país y los colombianos que emigran en busca de oportunidades reside en que los primeros traían consigo un saber que se apresuraron a desarrollar, teniendo en cuenta la realidad y las necesidades de la nueva patria, mientras que a la hora de partir a nosotros a duras penas nos acompaña la desesperación y, eso sí, unas ganas indomables de mejorar la situación. Pero cuando nos preguntan qué sabemos hacer nuestra respuesta es: lo que sea, lo cual es lo mismo que decir: nada. Eso siempre nos ubica en desventaja a la hora de reclamar los derechos y de insertarnos en el circuito económico.
Dotado de un carácter fuerte y tozudo que le ha granjeado no pocas animadversiones, su disciplina y rigor le han valido el respeto de la población migrante y sus familias.
Desde la presidencia de Aesco, con el respaldo de su hermana Yolanda, que llegó a ser diputada por los inmigrantes en la Asamblea de Madrid y del médico Juan Carlos Martínez Gutiérrez, congresista conservador, Álvaro Ruge fue uno de los gestores de la ley 1461 de 2011 para una política pública migratoria, así como de varios emprendimientos enfocados al aprovechamiento productivo de las remesas.
Pero quizá la obra material más destacada sea la construcción de Villa del Lago, una solución habitacional de 48 casas edificadas en el municipio de Dosquebradas con el concurso de la administración local, la gestión de Aesco y – lo más importante- las remesas de igual número de familias residentes en España.
Hasta la fecha es una de las pocas experiencias en las que esos dineros han sido convertidos en capital familiar y no en simple recurso de consumo.
Mi mayor recompensa consiste en que todavía pasan por mi oficina personas que consiguieron hacerse a su vivienda y me dejan una mandarina, un dulce, una arepa de chócolo. Esas formas de la gratitud que no tienen precio.
Una decena de cigarrillos diarios le han dejado como herencia una voz ronca que intenta suavizar con largos tragos de café amargo.
Obsesivo por el trabajo, este administrador de empresas y negociante sagaz encuentra tiempo a veces para soñar con una vida dedicada a la lectura y la escritura como complemento a su gestión en Aesco
Sentado en una cafetería del centro de Pereira evoca uno de los momentos decisivos en su vida.
Corría el verano de 1999. Había llegado, como en tantas ocasiones anteriores, a visitar a mi familia, que de poco y a lo largo de los años, terminó convirtiendo a España en escenario para la materialización de sus ilusiones. Sin una intención definida le pedí a mi hermana que me acompañara a visitar la estatua de Alfonso el Sabio.
Poco después de nuestro arribo, me distrajo de la conversación la presencia de una mujer que lloraba sentada en una banca cercana, con un niño acunado en sus brazos. En esas circunstancias se hace imperdonable no abordar a la persona para ofrecerle ayuda. Cuando me acerqué, lo primero que me impactó fue el inconfundible acento colombiano de la mujer.
Si señor: a pesar de que somos un país de regiones y en cada una de ellas el idioma español se pronuncia con una tonalidad diferente, uno puede, sin mucho esfuerzo, diferenciar el acento de un costeño colombiano entre una conversación de habitantes de otra región del Caribe, o el del pastuso que habla en una reunión de ecuatorianos, por ejemplo. Lo cierto es que el caso de la mujer se volvió común con el paso del tiempo: la situación que se pone color de hormiga en Colombia, la pérdida del empleo, el padre del niño que elude la responsabilidad y unos familiares ya establecidos en España que lo invitan a saltar el charco. Así se resume más o menos el panorama de la migración.
A pesar de su apariencia dura, a Ruge siempre le ha dolido el infortunio ajeno. Incluso durante la época en que anduvo dedicado de tiempo entero a los negocios, siempre tuvo presente que a todos nos corresponde una responsabilidad con la sociedad que nos ayuda a progresar.
La imagen de esa mujer llorando en el parque lo persiguió y lo alcanzó hasta impulsarlo a luchar por la población de colombianos en España.
Para la época, Aesco ya llevaba una década de trabajo en ese país y nada mejor que hacerlo ahora desde la capital de Risaralda, el departamento de Colombia con el mayor número de personas en el exterior, en proporción al número de habitantes.
La región empezó a ser objeto de interés para las autoridades españolas, cuando notaron que en buena parte de las cédulas de ciudadanía de los colombianos recién llegados se repetía ese nombre de resonancias lusitanas: Pereira.
Después fue un estudio adelantado por académicos de la Universidad de Comillas que se preguntaban sobre la idiosincrasia, las condiciones sociales y económicas, así como por los trasuntos culturales de esa región, que de alguna manera les ayudaran a comprender el fenómeno.
Más tarde fue un texto de la periodista Salud Hernández, publicado en el suplemento Crónica del diario El Mundo de España con el título de Viaje a la cuna de las prostitutas, lo que provocó un escándalo parroquial en Pereira.
Las cosas estaban dadas para empezar a trabajar y Álvaro Ruge se dio entonces a la tarea.
Casi dos décadas después intenta un balance.
Entre ilusiones y realidades
Aparte de la mencionada ley, a la que infortunadamente el Partido de la U despojó de toda incidencia real, tenemos que mencionar los emprendimientos con retornados. Conseguimos que el Sena avalara los conocimientos prácticos adquiridos en el exterior, posibilitando así la creación de pequeñas y medianas empresas. Estas últimas son las grandes generadoras de empleo en el país. Tampoco podemos olvidar la construcción del Barrio Simón Bolívar de Armenia, que se hizo posible con recursos de la cooperación internacional, en este caso del Ayuntamiento Rivas- Vacía- Madrid. Eso fue después del terremoto de 1999 y benefició a mujeres cabeza de hogar que vivían en inquilinatos.
En un pasaje de Cien años de Soledad el narrador nos acerca a El sabio Catalán enfrentado a sus nostalgias como en un juego de espejos. Cuando está en Barcelona añora el fragor del Caribe y de regreso la costa evoca con nostalgia el regusto del vino tinto y los atardeceres frente al Mediterráneo.
Así ha sido la vida de Álvaro Ruge Mapi: un infinito juego de espejos entre Europa y Colombia.