Así, durante los años que hemos acumulado como nación, nuestra sociedad ha estado oscilando entre estos dos extremos, manteniendo un estado de continua retaliación.
Con la reciente posesión de los congresistas se inicia un nuevo ciclo para nuestro país. Lo que viene tendrá mucho de lo que se vio el día de la posesión: politiquería, componendas, espectáculo, discursos altisonantes, bombardeo esquizofrénico de las redes sociales. Y pasará por una valoración permanente de los aciertos y desaciertos del mandato del presidente saliente.
Me impuse la tarea de escribir un artículo con ocasión del día de la Independencia. Lo que trae consigo este tipo de ejercicios es la posibilidad de ver las cosas en perspectiva: estudié lo acontecido durante estos doscientos ocho años en varios temas, entre ellos los derechos democráticos, la separación de la Iglesia y el Estado, el reconocimiento de los derechos de los pueblos ancestrales indígenas, y la educación.
Fue muy ilustrativo hacer este recorrido, porque además de percibir la actitud errática como un sino de nuestras clases dirigentes, caí en cuenta que una cierta tendencia cíclica de este joven país, oscila entre un extremo político liberal, secularizado y contemporáneo; y otro conservador, confesional y atrasado.
Así, durante los años que hemos acumulado como nación, nuestra sociedad ha estado oscilando entre estos dos extremos, manteniendo un estado de continua retaliación.
Igualmente, estuve leyendo en una entrevista de la revista Semana al historiador colombiano Herbert Braun, quien hace treinta años publicó un libro sobre la muerte de Gaitán, y ahora está presentando su nuevo trabajo: “La Nación Sentida”. En ella señala varias cosas interesantes, pero sobre todo me llamó la atención su forma de valorar la participación de los conservadores en la vida nacional, y el rescate de algunas de sus personalidades más destacadas desde una visión menos “apasionada”.
Otro asunto llamativo de la entrevista, es el asombro del historiador por la percepción altamente negativa que tenemos los colombianos de nosotros mismos. Según sus palabras, creemos que “somos lo peor de lo peor”, estimación que se ve drásticamente modificada cuando obtenemos algún logro (de un deportista o alguien representativo) y pasamos a sentirnos “únicos e inigualables”.
A partir de estas lecturas, me pareció comprender que, para superar este estado de polarización constante, en donde cada bando piensa que es “único e inigualable” y que su adversario es “lo peor de lo peor”, sería muy positivo apreciar los hechos políticos en un contexto más amplio. Así, podríamos darnos cuenta que no somos ni lo uno ni lo otro, y que las sociedades requieren siglos para ajustarse, llegar a unos acuerdos mínimos, y convivir civilizadamente.
En este ciclo que comienza, deberíamos proponernos a trabajar para que las cosas colectivamente nos salgan lo mejor posible, más allá de posiciones o intereses políticos o partidistas. Esta debería ser la tarea del nuevo Congreso, y también del gobierno entrante y de los grupos políticos que lo acompañan.
Como todos, deseo también que las cosas en lo personal me salgan bien, y como es tiempo de culminar etapas e iniciar otras, comunico que estaré asumiendo un nuevo reto, y que por ello ésta será mi última columna de opinión en El Diario, por lo menos por un tiempo.