A propósito de la reciente publicación del libro Cuentos Cortos para Esperas Largas (Festival de Literatura de Pereira, FELIPE, 2018)
Gracias a los símbolos somos conscientes de la vida.
Los símbolos nos han permitido abstraer la naturaleza y crear mundos, de los cuales somos dependientes (en lo cultural, lo político, etcétera). Más allá del instinto, nos fue posible conquistar la voluntad, así, cada individuo puede juzgar su accionar y hacerse a un destino o rechazarlo, puede elegir entre vivir y no vivir, para ello es libre y, sin embargo, en el don de esta conciencia, es comprensible el terror que le causa –la impresión primera- lo infinito y la muerte.
De su aliento parten los caminos, las señales, los grafemas, las imágenes a las que se reduce el lenguaje (sistema capaz de explicarse a sí mismo); al ingenio, el cual anticipa relaciones posibles entre las cosas, infiere, reconstruye, enseña, impacta las emociones y la sensibilidad, vence el tiempo y su contingencia, gracias al lenguaje podemos reconocer el misterio de la vida o inventarlo para consuelo de la especie.
Dichas revelaciones se pueden hallar en los cuentos presentados al concurso, donde, analizados en conjunto, guardan similitudes y falencias que ni los autores mismos se atreverían a sospechar. También resulta sorpresiva para el pre-jurado intuir rutas de análisis que, con seguridad en el transcurrir de las versiones del festival y el concurso, podrían estimular investigaciones a fondo en áreas afines a la literatura y el lenguaje.
Por ejemplo, una gran cantidad de cuentos coinciden con una propaganda desnuda que busca el desenmascaramiento de tipo moral o sociopolítico, con personajes en situaciones psicológicas extremas, por ello, se intuye, el focalizador narrativo común a estos cuentos es la primera persona del singular, el cual se adapta mejor a esta corriente de la conciencia.
Poco común –y asombra- es el uso de la tercera persona y aún más extraño el de la segunda, quizá por la dificultad que implica el dominio de las conjugaciones verbales, es decir, que los héroes de estas historias no son los portadores autónomos de sus propias palabras, estos personajes son incapaces de enfrentarse a su creador, las voces se confunden y complican la evidencia de una conciencia independiente, por el contrario, son los estados de ánimo, los sueños de crisis, la demencia y las obsesiones de toda clase la salida fácil a la creación literaria de muchas de estas propuestas, con seguridad los participantes son en su mayoría jóvenes que se inclinan a la confesión de experiencias iniciáticas –escribir es el acto revelador de la soledad –¡De lo que no pueden hablar: escriben!-.
En consecuencia, resulta recurrente en un sinnúmero de cuentos la búsqueda, el deseo de conservar un primer amor, su sexo… o la impresión ante el vacío (la palabra “abismo” se repite en un centenar de relatos, al igual que “cigarrillo”, “noche”, “niebla”, “frío”), o el desprecio por las actividades cotidianas o la deificación del sueño, que les permite alterar el tiempo, las circunstancias y los personajes, a riesgo de perder la unidad del relato.
Otros recurren a la parodia, al cliché del “mundo al revés”, en menor cantidad, y llevan el efecto al extremo, lo cual afecta el carácter orgánico, lógico e íntegro de los relatos, que vuelven, de forma atávica, sobre la muerte. Los jóvenes matan sus personajes, son los asesinos y las víctimas, terror que se comprende, sin duda, pues desconocen la “infinita calamidad de la muerte”, para citar unos versos de Cavafis. Otros autores que participaron saben que su dominio requiere una cierta contención del ánimo y una mesura y una sutileza de espíritu que da lugar a la conmoción, la conmoción estética y el recuerdo.