“There is laughter because there is nothing to laugh at”
Th. Adorno
El primer conocimiento que obtuve sobre el pensador y filósofo alemán Theodor W. Adorno se lo debo a mi universidad, curiosamente no en una cátedra de humanidades sino de sociología.
Ya sobrepasados Max Weber, Oswald Spencer, y Karl Mannheim, profundizamos -recuerdo- en la importancia de la Escuela de Frankfurt y todos sus representantes, incluyendo a Erich Fromm, que desertó del movimiento en los años 40, el panfletario de Leo Löwenthal, y al desencantado de la cultura Walter Benjamin, quien, sin suelo bajo sus pies encontró en un pistoletazo su patria.
Eran tiempos de aprendizaje y de lectura cuasi obligada exigida por el pensum, sin embargo la curiosidad, esa insubordinación en su forma más pura, despertó en mí el interés por este filósofo, que a primera vista parecía a Fester Addams, pero al mirarlo de cerca se asemejaba casi a Michel Foucault en su inteligencia y su capacidad de producción escritural.
Por supuesto, esta última analogía no podría ser justa, ya que ambos eran distintos tanto en nacionalidad, como en línea académica, sin embargo solo es un símil.
Así sabría que Theodor Adorno, cuyo apellido paterno fue Ludwig Wiesengrund, y luego adoptaría el materno de Adorno para evitar la sospecha de ser acusado de judío, era un intelectual que guiado bajo su Verstehen[1] estaba comprometido con el espíritu de su época, es decir, con los acontecimientos sociales de inicios del siglo XX y de ahí que con sus aportes críticos elaborados en su escrito “Elementos del antisemitismo”, vaticinara el inicio del totalitarismo en Europa y el nacimiento de la razón instrumental.
Aparato crítico que ponía en evidencia su genialidad, y que al coincidir con su amigo Max Horkheimer (ambos escribieron la tesis mencionada y otros trabajos filosóficos), y no con Hannah Arendt, por ejemplo, los asemejaba más a clarividentes y luminosos Nebiim[2] que a unos simples sociólogos de entreguerras.
Su comienzo en las disciplinas del espíritu, o Geisteswissenschaften estuvo a cargo de su maestro Sigfried Kracauer, quien lo familiarizó con las más importantes nociones de filosofía de la historia y sociología[3]. Principios motores que lo impulsaron a desarrollar su Sechel[4], y su capacidad de condensar textos aforísticos, tratados de musicología, biografías literarias, filosofía política y teoría del arte, a pesar de la persecución nazi, la derrota del pensamiento dialéctico hegeliano, y las querellas nacionales con los términos Kultur y Zivilization[5].
Así es que con esta actividad intelectual llega a ser parte de la Intelligentsia europea y miembro significativo de la llamada Escuela de Frankfurt. Capa social e instituto académico, que luego del ascenso del Nacionalsocialismo al poder y otras situaciones, minaron el ambiente y el espacio para desarrollar las disciplinas que podrían enriquecer la cultura alemana en general.
Sería el Jazz el que me llevaría a otro punto de convergencia con Theodor Adorno. En su obra “Prismas” había encontrado un aparte titulado “Moda sin tiempo (sobre el Jazz)” donde el filósofo realizaba una arqueología de este género concluyendo que la meta de este estilo era la reproducción mecánica de un momento regresivo, un simbolismo de castración, que, en sus palabras, parecía decir:
Renuncia a tu virilidad, déjate castrar, como lo caricaturiza y proclama el sonido eunuco de la jazzband, y serás recompensado entrando en un grupo de hombres que comparte contigo el secreto de la impotencia, el cual se revela en el momento del rito de iniciación.
Era su tesis, o mejor, su oscura conclusión, aunque él mismo no escuchara Jazz y fuera acusado por Hannah Arendt en el periódico estudiantil Diskurs[6] de adaptarse a la Alemania Nazi al ser crítico musical del régimen antes de su exilio en América.
Hasta ese momento, en mi universidad, aunque disfrutaba de la profundidad de sus escritos y conocía algunos datos básicos del autor, desconocía el género epistolar del filósofo alemán y sus múltiples relaciones con ilustres personalidades. Era lógico que en esa Europa devastada quien ya no tenía ninguna patria encontrara en el escribir su lugar de residencia.
Misivas que daban cuenta de la evolución constante de los corresponsales, sus ideas personales, el contexto político de cada cual, además de otros asuntos íntimos.
Fue en esos tiempos de conflictos mundiales y crisis de valores donde más correspondencia trabaron los pensadores y literatos europeos, deudores con una teoría de las cosas: Walter Benjamin con Gershom Scholem, Erich Auerbach; Imre Kertész con Eva Haldimann; Gustave Flaubert Y George Sand; Ramon, J, Sender y Joaquín Maurin; Martin Heidegger con Arendt Hannah, Rudolf Karl Bultmann, Karl Jaspers; Ghandi y Hitler; Josep Pla y Lilian Hirsch; Hermann Hesse y Stefan Zweig, entre otros, y la lista podría continuar.
Así es que tendrían que pasar diez años, luego de egresado de la universidad, para encontrar en una biblioteca privada una obra epistolar sumamente curiosa, rara, densa, del filósofo alemán, con un literato de su misma nacionalidad y perseguido por los mismos motivos: ser un pensador judío.
Me refiero a la Correspondencia personal 1943-1955 entre Theodor W. Adorno y el novelista Thomas Mann, divulgada por el Fondo de Cultura Económica, en el año 2006, bajo la serie: Filosofía. Un libro que al tenerlo en mis manos lo leí sin moda, ni tiempo, debido al gran magnetismo de ambos personajes en mi vida, y seguro, en la de los estudiosos o lectores disciplinados también.
Dos pensadores dispares, unidos quizá por el tronco del judaísmo, la coyuntura del momento europeo, y esa disciplina de obediencia al mandamiento judío de: instruirse[7] de la que hablaba el sabio Maimónides.
Contemporáneos, cosmopolitas, perseguidos por la pandilla de Hitler, fueron talentosos hasta la médula cada uno en su carrera. Theodor Adorno por un lado, como ya afirmé, me atrapó con su sociología y teoría literaria. Y Thomas Mann por el otro, cuya lectura de “Relato de mi vida” con apuntes póstumos de su hija Erika Mann, me permitió conocerlo en principio, para luego ir a su literatura de Los Buddenbrook, La Montaña Mágica (título que me inspiró un ensayo), Doktor Faustus y por supuesto, toda la tetralogía de José y sus hermanos que me había asombrado considerablemente.
Entonces, esta correspondencia fue una suerte de “ciencia melancólica[8]”, para ambos, porque eran conversaciones con praxis. Es decir, como el mismo Adorno afirmaba en su obra “Mínima Moralia”:
“Al que tiene intereses que perseguir y planes que realizar (praxis), las personas con las que entra en contacto automáticamente se le convierten en amigos[9]”.
Pero una praxis epicúrea, intimista, porque este pensador entendía que la realización humana se encontraba deformada y a raíz de ello el mundo histórico moderno constituía una doble naturaleza. Razón suficiente para formular con clarividencia su “Filosofía de la historia sin historia” (Geshichtsphilosophie ohne Geschichte)[10]. Súmese a eso la consternación de la pregunta planteada por Max Horkheimer desde la correspondencia privada :
“¿Quién hará responsable a los alemanes por los nazis? Sabemos con toda certidumbre que se pasan con el mismo entusiasmo a Stalin o a la General Motors[11]”.
Atendiendo a esta inquietud es que ambos personajes no dudan en estrechar lazos de amistad cuando se conocen no en Europa, sino en los Ángeles, California, en tiempos de exilio americano, donde fueron echados a patadas e intimidados por los nazis.
Thomas Mann, conocedor que esa notable cabeza- refiriéndose a Theodor W. Adorno- había rechazado durante toda su vida tener que decidir entre filosofía y música, empieza la gruesa correspondencia que dudaría 12 años (1943-1955) y en la cual se encontraban los impulsos y la disposición para construir esta philia epicúrea.
Mann en su primera carta para Adorno:
“Necesito intimidad musical y detalles característicos solo a través de un conocer tan sorprendente como usted puedo conseguirlos[12]”
y Adorno de vuelta a Mann:
“¿No es su obra entera un único entrecruzamiento de lo temprano con lo tardío, una única negación determinada de la vida normal, común, situada entre ambos?[13]”
Y así comienza ese vaivén de cartas que expresan afectos más profundos como:
Los Ángeles
3 de junio de 1945
Admirado y estimado Doctor Mann:
[…] Cuando lo encontré a usted aquí en la remota costa oeste tuve la sensación de estar, por primera y única vez, en persona frente a la tradición alemana de la cual he recibido todo: incluso la capacidad de resistir a esa tradición. El sentimiento y la felicidad que eso brindaba -los teólogos hablarían de bendición- nunca me abandonarán.
En el verano de 1921, en Kampen, realicé, sin que lo notara, un largo paseo detrás de usted mientras me imaginaba cómo sería si me hubiera dirigido la palabra. El hecho de que veinte años más tarde usted de verdad hablara conmigo es un fragmento de utopía realizada tal como puede ser otorgado apenas una vez […]
Su T.W. Adorno[14]
Y en la simpatía de dos amigos que se encuentran y necesitan tener líneas convergentes, el premio Nobel de literatura anota, sabiendo que se encuentra frente a un gran musicólogo, lo siguiente:
Pacific Palisades, California
30 de diciembre de 1945
Estimado Dr, Adorno:
[…] es curioso: mi relación con la música tiene cierta fama, siempre he podido hacer música literaria, siempre me he sentido un poco músico, he transferido la técnica del tejido musical a la novela […]
Pero para escribir una novela de músicos, que incluso acusa a la ambición de convertirse en novela de la música… para eso se necesita más que “estar iniciado”, se necesita ser estudiado, algo que a mí simplemente me falta. […]
¿Querría reflexionar usted acerca de cómo se podría poner manos a la obra en el caso de esta obra -me refiero a la obra de Leverkühn-?; ¿qué haría usted si tuviera un pacto con el diablo?; ¿pondría en mis manos tal o cual rasgo musical para favorecer la ilusión?
Su atento
Es claro que no había estrechez de comunicación entre ambos espíritus, sin embargo, aunque las cartas eran un vínculo o un crear patria, igual que Max Horkheimer y Lion Feuchtwanger, y otros cientos de alemanes más, ambos tenían la particularidad espacial de ser vecinos, o al menos vivían muy cerca uno al otro.
Pacific Palisades desde donde salía la correspondencia de Mann, no era nada más que un pueblo de Bungalows, y quintas emplazadas en medio de la naturaleza y el mar, allende a Hollywood. Así que, con amigos extranjeros en la comunidad, cartas literarias, y una miríada de libros que venían del otro lado del Atlántico, realmente cada uno formaba la atmósfera para no sentirse extraños, lejos de continente natal, sino como viviendo una intensa “alemanidad” en la diáspora.
La correspondencia entre ellos fue una forma de conceptualizar la realidad, no solamente personal, sino política, y artística. Referencias alusivas a cumpleaños, hechos actuales de la Alemania nazi, e incluso observaciones sobre Beethoven. De común acuerdo deducen que la sonata para piano nº 32, Opus 111 de este compositor, es en sí, la ruptura entre la música y la belleza (o el gusto popular).
En otras palabras concluían que ese quiebre constituía el momento histórico donde se abandona el éxtasis divino de buscar a Dios a través de la música que llega al alma, por la composición intimista que revuelve el interior del hombre.
Es sabido que Thomas Mann escribió su Doktor Faustus inspirado en la correspondencia y los apartes biográficos de la persona de su amigo Adorno. Específicamente la influencia del texto “Filosofía de la nueva música” y “El estilo de madurez de Beethoven” del filósofo de Frankfurt. Pero no para ahí, porque según parece el mismo Adorno sería un personaje de esta novela, al ser representado literariamente en la trama como Wendell Kretzschmar, un profesor músico y sabio en otras materias[16].
Aunque parece (solo es una conjetura) que Adorno elaboraba no solo las teorías dodecafónicas para la novela del escritor, sino que también escribía páginas enteras del Doktor Faustus sin recibir reconocimiento o crédito alguno por ello hasta el día de hoy.
Suposición justificada por el hecho de que Thomas Mann haga una solicitud a su amigo y contemporáneo bajo ese propósito:
1550 San Remo Drive
Pacific Palisades, California
2 de julio de 1948
Estimado Dr. Adorno:
Comencé a escribir a la buena de Dios el memorial autobiográfico sobre los orígenes del Faustus, la Novela de una novela, y para eso me gustaría tener un par de datos y ayuda de memoria sobre su persona, origen, carrera: ¿cómo era la mezcla genovesa y vienesa de su familia? ¿Y sus estudios musicales sociológicos? ¿su relación con Horckheimer[17]? ¿su actividad académica en Frankfurt? Un par de líneas. ¡Se lo suplico!
Su
Thomas Mann
Y Theodor Adorno, sin ton, ni son, responde tres días después sin ningún tipo de reparo, antes bien, afianzando la amistad y poniendo las bases para la creación del personaje y profesor Wendell Kretzschmar.
T.W. Adorno
316 So. Kenter Ave.
Los Ángeles 24, Calif.
5 de julio de 1948
Estimado y admirado Doctor Mann.
Es para mí un placer darle a usted un par de datos. Yo nací en 1903 en Fráncfort. Mi padre era judío alemán, mi madre, ella misma cantante, es hija de un oficial francés de ascendencia corsa -de origen genovés- y de una cantante alemana. Crecí en una atmósfera donde reinaban por completo intereses teóricos (también políticos) y artísticos, sobre todo musicales.
Estudié en la universidad filosofía y música. En lugar de decidirme por una de ambas, durante toda mi vida tuve la sensación de estar persiguiendo en realidad lo mismo en esos campos divergentes. En 1924 obtuve el doctorado con una tesis sobre teoría del conocimiento, en 1931 fui aceptado en Fráncfort como profesor invitado por mi libro sobre Kierkegaard y enseñé filosofía hasta que en 1933 fui echado por los nazis.
En 1934 abandoné Alemania, trabajé primero en la Universidad de Oxford y seguí al Institute of Social Research hasta New York. Desde 1941 vivo en Los Ángeles.
Mi relación con este instituto, y también la amistad con Horkheimer, se remonta a mis tempranos años de estudiante. No se puede separar de la orientación dialéctica de mi pensamiento y de mi tendencia a lo social, a la filosofía de la historia. Los testimonios esenciales de mi lazo con Horkheimer son la Dialéctica de la Ilustración, publicada con él, y nuestro volumen en memoria de Walter Benjamin.
Mis estudios musicales se relacionaron con la composición y el piano, primero con Bernhard Sekles y Eduard Jung en Fráncfort, luego con Alban Berg y Eduard Steuermann en Viena.
La amistad con los dos últimos, y con Rudolf Kolish y Anton von Webern, fue decisiva para mí en cuanto a lo artístico. Entre 1928 y 1931 trabajé en Viena como redactor de la revista Anbruch, dedicado a la música moderna radical.
La mutua influencia entre lo musical y lo social filosófico encontró su expresión, además de en un libro sobre Richard Wagner publicado parcialmente, en numerosos estudios en alemán e inglés, la mayoría de los cuales aparecieron en la Zeitschrift fur Sozialforschung. Una conclusión provisoria de esos trabajos es el libro Filosofía de la nueva música, que ahora ha de publicarse en Alemania.
La primera parte de este, ya escrita en 1941, tiene como objeto a Schönberg, su escuela y la técnica dodecafónica. Si por un lado él sobresale de manera inequívoca como el mayor compositor viviente, por otro, está probado que la iluminación constructiva de la música, objetivamente necesaria, por motivos igualmente necesarios, en cierto modo más allá de la mente del compositor, amenazan con un violento retroceso hacia algo tenebroso, mitológico.
La segunda parte, sobre Stravinsky, despliega la imposibilidad de una restauración musical y la relación de esta con las tendencias regresivas de la época. Desde hace más de diez años estoy preparando un libro filosófico de teoría de la composición sobre Beethoven.
Entre los trabajos no musicales del último tiempo me permito mencionar el libro de aforismos Minima Moralia.
Quizá no sea demasiado poco modesto pedirle que resalté más mi participación con fantasía e ideas acerca del la “oeuvre” de Leverkühn y su estética, y no tanto la participación informativa acerca del material.
Con gran ansia levanto la vista y veo la puerta a la inmortalidad que me abrirá su Novela de una novela. No necesito expresarle lo que significa para mí el hecho de que usted haya reconocido la verdad en mis excéntricas empresas y hoy incluso esté dispuesto a hacerla salir a la luz pública. Desde ya quiero darle las gracias.
Con la más afectuosa admiración
Su [Teddie Adorno]
El que tiene ojos para leer, que lea, porque de estos personajes tan fascinantes como lo son Theodor Adorno y Thomas Mann surgió un mundo de relaciones afectivas, literarias, patrióticas y estéticas. Cada uno a su manera desde su formación, su intimidad, sus escollos, y donde posiblemente el exilio americano no haya sido lo que ellos buscaban, sino solamente un pretexto para sus inquietudes, casi como si América fuera una invención de sus nostalgias.
[1] El término Verstehen (en alemán “comprensión”) se utilizó igualmente en inglés y desde finales del siglo XIX en el contexto de la filosofía alemana y las ciencias sociales en general. El sentido específico es de una sociología interpretativa, un análisis “interpretativo o participativo” de los fenómenos sociales. [2] No confundir con Nabis que fueron un grupo de artistas franceses de finales del siglo XIX, caracterizados por su preocupación por el color. Un periodo artístico extraño en la historia universal del arte, que nos lleva a realizarnos otra pregunta: ¿a qué vanguardia pictórica pertenecía Paul Klee? [3] Y por supuesto del cine, ya que Kracauer fue además historiador y crítico de cine durante los años de 1919-1933 y al final de su vida trabajo incansablemente pare elaborar su monumental Teoría del cine, que nos llegó a Latinoamérica editada por la editorial Paidós. [4] Según los judíos, es uno de los poderes del alma: el del intelecto. [5] La antítesis Kultur- Zivilization fue analizada por Norbert Elias y Thomas Mann desde una perspectiva sociológica, aunque con aspiraciones de disímiles calibres. Para Elias, la especificidad de la cultura alemana surgió de una clase burguesa- intelectual, opuesta a una corte alemana afrancesada de la cual emergieron los poetas y pensadores que le otorgaron un sentido a la cultura; y en la visión de Mann, Alemania era un “país no literario” ya que la literatura forma parte de la Zivilisation a pesar de que él mismo confluye en ese mundo literario. [6] Zamora, J. 2010. H. Arendt y Th. Adorno: pensar frente a la barbarie. ARBOR Ciencia, Pensamiento y Cultura CLXXXVI 742 marzo-abril (2010) 245-263 ISSN: 0210-1963. doi: 10.3989/arbor.2010.742n1105 [7] De ahí la sospecha de que Aristóteles fuera judío, como alegaban sus adversarios, pues su metafísica da comienzo con las palabras: “Todos los hombres tienen naturalmente el deseo de saber.” [8] Traurige Wissemchaft, en contraposición a la fröbliche Wissemchaf (gaya scienza) nietzscheana. [9] Adorno, Th. 2001. Mínima Moralia. Ed, Taurus. Pág 85. [10] Facundo, N. 2017. Las dos filosofías de la historia de Adorno. Revista Ciencia y Cultura, 21(38), 33-56. Recuperado en 26 de septiembre de 2018, de http://www.scielo.org.bo/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2077-33232017000100003&lng=es&tlng=es. [11] Wiggershaus, R.1986. Die Fránckfurter Schukle. Fondo de cultura económica. México. Edición digital Epub. [12] Adorno, Th; Mann, Th. 2006. Correspondencia: 1946-1955- 1 Ed. Buenos Aíres. Fondo de cultura económica. Pág 10. [13] Ibid., p. 18. [14] Ibid., p. 18-19 [15] Ibid., p. 22-23 [16] Iraizoz, D. 2013. Theodor Adorno, elementos para una sociología de la música. (Méx.) [online]. 2013, vol.28, n.80, pp.123-154. ISSN 2007-8358. [17] Un error frecuente de ortografía de Thomas Mann, que también se le atribuía a Walter Benjamin en su correspondencia.