Una pareja de ambientalistas encontró la manera de hacer sonar la basura y poner ritmo a sus convicciones.

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Después de un largo recorrido en agrupaciones musicales de punk y metal extremo,  deciden crear su propio grupo con  instrumentos fabricados  a partir de  materiales reciclados de la basura. Por ejemplo, El Canecófono,  es elaborado con canecas vacías de pegantes y otros productos.


 

 

Forografías: Jhon Edgar Linares

 

Las paralelas se juntan.

Ella tocaba la batería en una banda de Punk

 

 

El  hacía lo propio en un grupo de  Metal extremo.

 

 

A ella le encantaban las canciones virulentas de Escorbuto y de La Polla Records

A él le apasionaban los ritmos  trepidantes de Kreator. Además, integró las agrupaciones locales Malagar, Bang y La  Legión.

A los dos les interesaba el campo cultural con énfasis en la parte ambiental.

Querían, además, hacer cosas en beneficio de la comunidad.

Como quien dice, transitaban caminos paralelos. Solo que no se habían visto.

Hasta que la vida,  alcahueta y provocadora, violó las leyes de la geometría y los puso a caminar y  a vivir juntos.

 

 

Porque ahora conviven en una casa del sector de LLanogrande, una colina que años atrás estuvo ocupada por las plantaciones  de una enorme hacienda cañera que le dio nombre al lugar.

Ellos son  Paola Andrea Agudelo, veintitrés años, y Johan López, de treinta dos.

Flaco, muy flaco él. Algo llenita ella.

Johan luce algunos  piercings y lleva una barbilla rala que acentúa aún más sus  facciones magras.

 

 

Ambos lucen tatuajes que relatan parte de sus gustos y obsesiones.

Los de Johan se concentran en lo fantástico, mientras  Paola  lleva pájaros, flores y un oso de anteojos en algunas zonas de su piel.

De entrada, los tatuajes los definen muy bien.

 

 

“Cuando decidimos vivir juntos carecíamos de todo lo material. Pero nos unía el amor y una serie de propósitos comunes: la música, la educación y la necesidad de luchar por la conservación de la vida en todas sus manifestaciones”, dice  Paola, y Johan no tarda en completar la frase: “Al ver la casa así de vacía pensamos en la cantidad de cosas y materiales que la gente bota  a la  basura en su afán de consumir y derrochar.

De ahí en adelante empezamos a echar ojo hacía todos lados. Al poco tiempo teníamos una lámpara hecha con los restos de  un redoblante, un armario elaborado con Pvc, una biblioteca armada con el mueble de uno de esos viejos televisores de tubos y una silla fabricada   con estibas. Hoy tenemos un mobiliario completo. Casi todo rescatado de la basura”.

 

 

Para entonces, Johan ya había completado sus estudios de música en la Universidad Tecnológica de  Pereira. A su vez, siguiendo el ejemplo de su hermano Óscar, Paola había cursado Administración Ambiental.

 

La   Celestina.

 

Cuando uno se lo propone, la vida suele  ser la mejor celestina. Basta con estar atento a sus señales.

De modo que cuando los juntó, Johan y Paola se echaron al camino.

Lo primero que se les ocurrió fue encontrar la manera de mejorar la vida de la gente a partir de  algunas de sus pasiones personales.

En este caso la poesía y la música.

 

 

Johan lo ve así:

“Queríamos acercar la poesía a la gente. En esa búsqueda recordamos que la poesía lleva implícita su propia dosis de música.  Como  recibí  formación académica, entendí que solo se necesitaba recuperar ese puente.

Aparte de eso, en un momento  de mi vida  compuse canciones para niños. El paso siguiente fue  seleccionar algunos autores latinoamericanos, entre ellos a Rafael Pombo, Mario Benedetti o  Eduardo Galeano. Les pusimos música y echamos a rodar un proyecto denominado Música para el viaje. Con él pudimos llegar a eventos tan importantes como el  encuentro  Luis Vidales, de Calarcá, el  Festival de Literatura de Pereira o el Festival de poesía Luna de Locos. Además  contribuimos a fortalecer iniciativas culturales tan valiosas como la del sector de Frailes, en Dosquebradas”.

 

 

Y Paola:

“A pesar de que  uno siempre confía en el alcance de sus sueños, no deja de sorprenderse con  la repercusión final  de las cosas. La conexión entre nuestra propuesta y los públicos fue un asunto    de química inmediata.

Después de los  recitales, los asistentes preguntaban por los autores de esos textos cantados. Fue así como empezaron a restablecerse los antiguos lazos entre la literatura y la música. Todo eso fue allá por el año 2014”.

Habían encontrado el punto de contacto con lo más esencial de sí mismos, sin perder de vista sus preocupaciones de índole social.

Para entonces Johan llevaba a cuestas valiosos aprendizajes derivados de su coincidencia con  La Corporación Basoches, de Santa Rosa de Cabal y con un titiritero llamado Toto.

 

 

Entre residuos y metales.

Como buena celestina,  la vida nos habla a través de símbolos y señales. En este caso llegaban desde un pasado reciente.

El punk es en sí mismo una celebración de la basura y sus posibilidades. Es su manera de protestar contra  la irracionalidad, el consumo y el derroche sin freno propios del capitalismo tardío.

Por su lado, el metal  fustiga con su rabia la parte más indolente de ese mismo sistema.

Contemplando los muebles de su casa, Johan  y Paola empezaron a advertir señales.

 

 

“¿Y si fabricamos instrumentos con materiales reciclados de la basura? Se preguntaron un día, sentados a la mesa frente a uno de sus platos favoritos: los burritos mexicanos preparados en casa”.

Así fueron  apareciendo, convocados por  una especie de sortilegio.

De  a poco,  esos instrumentos se hicieron a un lugar en sus vidas.

Son algo así como una nueva familia que no para de crecer. Entre ellos se destacan:

 

 

La Tuborimba,  hecha con base en tubos de Pvc.

 

 

El Cortinófono, elaborado con  material de persianas metálicas.

 

 

El Canecófono,  fabricado con canecas vacías de pegantes y otros productos

 

 

El Arpadoro,  resultado de una mutación sufrida por las tapas del retrete.

 

 

El Guitarro. Claro: nacido de las entrañas de un tarro.

 

 

La  Tapandereta no precisa de más explicaciones.

Y ahí van.

Porque esta prole tiene todas las trazas de seguir creciendo.

 

Un alivio para la tierra.

 

Ya estaban en su punto de maduración cuando- otra vez la vida- se cruzó en su camino una convocatoria de Audifarma a nivel nacional, concebida dentro de sus políticas de responsabilidad social  empresarial.

Se trata de “Alivia la tierra”, una propuesta ideada sobre dos  grandes líneas: la educación  y la acción ambiental.

 

 

La pareja se postuló en la primera, y en realidad el resultado no los tomó por sorpresa. Habían dedicado toda su creatividad, disciplina y capacidad de trabajo a diseñar un proyecto  que contemplara  la música, la literatura y lo ambiental.

Y ganaron.

Ese premio los enfrentó a   nuevos desafíos.

“El principal de ellos era  o es tener en cuenta que  este tipo de proyectos  dirigidos a lo educativo implican mantener siempre presente que  el aspecto a resaltar es la letra.  O dicho de otra manera: el mensaje.

Por fortuna  la experiencia me enseñó a matizar y equilibrar esas cosas. Así logramos crear un repertorio en el que destacan canciones como La guacharaca, en homenaje a esa ave tan reconocida entre nosotros.

También están Comprar, consumir, presumir; La Magia de reciclar y Obsolescencia programada, en alusión a esa trampa mortal que las grandes corporaciones les tienden a sus consumidores.

En este último punto resulta evidente que,  aparte del  componente ambiental, nuestras canciones tienen un alto contenido político dirigido a despertar nuestras conciencias  aletargadas”.

 

 

Así son de claras las cosas para Johan y su mujer.

“La de Johan es una familia de músicos. Pero de unos músicos muy particulares”, tercia Paola Andrea. “Su tío John Jairo es punkero, mientras Javier,  su hermano, se desvive por el metal. Hace unos veinte años, en medio de la radicalización de los movimientos musicales, esas diferencias   generaban en algunos grupos sociales  grandes enfrentamientos que algunas veces desembocaban en la muerte.

Pero  Johan supo asimilar todas esas corrientes y eso lo dotó de una flexibilidad especial. Por eso, más allá de la ortodoxia y el rigor   académico entiende con claridad que si bien a cada músico se le entrega su partitura, el resultado final depende de la manera  como se conjuguen esas distintas formas de interpretar y sentir la música. Eso es lo que ha permitido consolidar este idea premiada por Audifarma que, esperamos sea al punto de partida para cosas mayores”

 

 

Aparte de Johan y Paola, el grupo de músicos está conformado por Wbeimar, Jonathan, y Christian, a los que se suman las voces de los coros.

Pero la familia sigue creciendo a medida que se crean nuevos instrumentos.

Día tras día llegan a ensayar  en la casa de Llanogrande, que se ha vuelto también estudio para los encuentros. Viajan desde distintos lugares de la ciudad. Incluso de  la cercana Cartago.

La música  obra ese tipo de milagros.

 

 

La casa en marcha

 

El epicentro de ese  laborioso acto de creación es la Corporación Escuela Rodante. A través de ella se mantienen en contacto  con el  entorno.

Es  una especie de radar que les permite identificar por igual necesidades y potenciales en una sociedad llena de carencias pero también de energía creadora.

Johan no ve muchas diferencias entre empujar ese proyecto y crear música.

 

 

“A menudo me sucede que voy en la moto y siento  que se me viene encima una composición. Entonces me detengo y grabo la melodía en el teléfono. Un músico no puede desaprovechar ese instante. Después llegará el tiempo de pulir, corregir o incluso desechar. Pero ese instante único hay que atraparlo al vuelo.

Lo mismo  hacemos con la corporación. Estamos atentos a los ritmos de la vida y cuando sentimos que llega la oportunidad de emprender algo nuevo nos damos manos a la obra”.

En ese punto del camino se encuentran ahora. Entre el propósito de difundir los contenidos del proyecto premiado  por Audifarma y   el imperativo de mantenerse en sintonía con lo que  sucede alrededor.

Porque cuando la basura suena…


Contador de historias. Escritor y docente universitario.

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