Por, Ignacio Ballester Pardo, Universidad de Alicante. Tomado del libro: DIMENSIONES. El espacio y sus significados en la literatura hispánica.
Vicente Quirarte (Ciudad de México, 1954) es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2002. Dirigió la Biblioteca Nacional entre 2004 y acaba de ingresar en El Colegio Nacional y, además de escribir, da clases en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde se doctoró en 1998. Entre sus obras, destacan: su poesía reunida en Razones del samurai (2000), su tesis Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850-1992) (2001), su libro de relatos Amor de ciudad grande (2011) y sus prosas Enseres para sobrevivir en la ciudad ([1994] 2012). Es un poeta que camina la ciudad; es decir, mantiene un contacto directo con su superficie, penetrando incluso en ella. Así lo prueba su libro Enseres para sobrevivir en la ciudad(1), donde se refiere al superhéroe, uno de los personajes que caracterizan su poética:
Como el Hombre Araña en sus excursiones nocturnas, entendí que caminar la ciudad es distinto a caminar en ella, a caminar por ella. La ausencia de preposición era como la ausencia de red protectora para mitigar la caída. Correr la ciudad es vivirla de otra manera, es poseerla como si su cuerpo no hubiera pertenecido antes a nadie.
La relación entre literatura y espacio urbano es común en México. Su capital resulta escenario, sobre todo, en el género narrativo. Sin embargo, aquí el poeta es peatón, horizontal y verticalmente. Del mismo modo que contextualiza su obra
atendiendo al pálpito de la calle, como si de un termómetro se tratara, también viaja y se integra en el transporte suburbano, en lo escatológico, en la noche, en la soledad entre la muchedumbre.
Uno de los pocos trabajos dedicados de forma específica a Vicente Quirarte se encuentra en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, donde Marta Piña Zentella publica en 2008 su artículo «Trazo urbano en la obra de Vicente Quirarte». Partimos, pues, de dicho estudio para actualizarlo con la obra del poeta peatón.
La obra de Vicente Quirarte ofrece, entre otros, cuatro temas (ciudad, sociedad, suciedad y suicidio) que, según nuestra interpretación del espacio urbano y mexicano que el poeta nos presenta, reunimos con el neologismo «sociudad».
Si seguimos esta nomenclatura, nos referiremos a la presencia del bestiario en la poesía sobre la ciudad como «zoociudad» (una metrópolis animal). Además del origen del término por la agrupación de estos cuatro temas quirartianos, «sociudad» responde también a la unión del prefijo «so» («sub», por debajo de) y del espacio urbano por antonomasia: la ciudad, que nos coge (en el sentido americano) y nos acoge.
Ciudad
Ramón López Velarde (1888-1921) —el que para muchos es el mejor poeta de México— ya trazaba estos cuatro pilares en su poema «El sueño de los guantes negros», de El son del corazón ([1919-1921] 1932). Sus primeros versos forman parte de la tradición: «Soñé que la ciudad estaba dentro/ del más bien muerto de los mares muertos»(2). Otros poetas de los que Quirarte hereda este mapa versal son Efraín Huerta (1914-1982), Elva Macías (1944) o, más recientemente, Samuel Noyola (1965) y Luigi Amara (1971), entre muchas otras voces.
Rubén Bonifaz Nuño dirigió la tesis doctoral que Quirarte publicó en 2001 con el título Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México (1850-1992). En ella recrea la historia de Ciudad de México a partir de las personalidades (escritores, arquitectos, políticos…) que marcaron los enclaves temporales más importantes de las calles a las que actualmente dan nombre. La función de la literatura, desde sus orígenes, es fijar por escrito lo que es importante para una comunidad; y Vicente Quirarte logra recoger en este ensayo histórico los hitos que durante un siglo y medio configuraron la esencia de los mexicanos: la calle.
Por otra parte, el chilango dedica una serie de poemas a algunas plazas y lugares emblemáticos de Ciudad de México en su poemario «Calles», que aparece en la recopilación de textos que lleva a cabo en Nombre sin aire (2004): el cine es el escenario en el poema «Elogio de la calle» y en «Cine Máximo»; la noche y las clases bajas («estibadores» o «prostitutas») en «Viejo centro» y en la prosa poética de «Trenes en la noche»; la lluvia en «La diosa y los vándalos»; y el alba en «Ritual del navegante».
Si Praga no se entiende sin Kafka, si Dublín no es lo mismo sin Joyce, si París se disfruta más tras leer a Baudelaire, o si Madrid se avergüenza con Larra…, podemos decir que Ciudad de México se perfora con Vicente Quirarte(3). Cada una de sus palabras estructura versos que semejan peseros, estrofas que parecen cuadras, narrando acciones o lugares que están intrínsecamente relacionados con Distrito Federal, «en el cuaderno a cuadros/ donde los edificios /con letra de niño escriben sus mayúsculas»(4). La ciudad para Vicente Quirarte es insomne.
De igual modo, el poeta es nictálope: ve mejor de noche que de día. El ritmo de sus calles, aun sin peatones, no descansa. Además, es al anochecer cuando la iluminación (pese a ser escasa todavía) aporta un juego mágico de luces y sombras que enriquece más si cabe este ecosistema. Ejemplo de la sociedad en la ciudad es el poema «Pasaje Zócalo-Pino Suárez»(5)
que Quirarte dedica a la ruta de metro que conecta con el centro histórico, la antigua Tenochtitlán, presente en el libro Como a veces la vida (2000):
Bajo humo y cieno las piedras permanecen:
solo de ellas es el canto insumiso del pasado.
En Pino Suárez y San Salvador llega la lluvia.
Las dos torres de catedral naufragan, a lo lejos.
Ni bajo la lluvia6
somos todos iguales:
cámara en mano, los turistas corren
al aire acondicionado de este autobús
del largo de la cuadra.
Las parejas besándose en las bancas
coinciden en la misma puerta
del mismo miserable hotel de paso.
Pero no nos quejamos, ciudad, amor mío,
aunque hoy sea domingo y fin de quincena para colmo
y hasta los boletos del metro estén mojados.
[…] Por estas mismas calles caminó un hombre
que nadie sabía si iba o si venía
(Lo único cierto es que iba de regreso
cuando otros −que nunca llegarían− apenas iban),
[…] Yo solo tengo una moneda y marco tu teléfono
sin saber si la ropa mojada es por la lluvia
o por las ganas de llorar,
de orinarse encima de todo,
cual borracho.
Estos versos de domingo lluvioso plasman el ambiente sucio con «humo y cieno», y prima lo social —de la ciudad en este caso— sobre el amor —motivo secundario, al cual apenas se le da importancia—: «Las parejas besándose en las bancas/ coinciden en la misma puerta/ del mismo miserable hotel de paso». La reiteración del adjetivo «mismo» muestra la cotidianeidad del momento, efímero por tratarse de un lugar de paso, como el del poema «Hotel Ivanhoe». El amor refuerza la relación del poeta con la ciudad, personificándola en el verso «Pero no nos quejamos, ciudad, amor mío». Los juegos de palabras, en este caso con el verbo de desplazamiento (ir, llegar) también son características que se repiten en la obra de Quirarte: «(Lo único cierto es que iba de regreso/ cuando otros −que nunca llegarían− apenas iban)». El poeta peatón: «este andariego poeta que, desde siempre, intuyó a la urbe como un ente orgánico»(7).
En el 2014, la UNAM publicó una antología con los textos (en prosa y en verso) que Vicente Quirarte ha escrito sobre la ciudad: Fundada en el tiempo. Aires de varios instrumentos por la Ciudad de México (2014).
Sociedad
Quirarte retrata a los ciudadanos del Distrito Federal, entre otras manchas urbanas. Lo hace de una forma peculiar y actual, consciente de los intereses que nos mueven y nos conforman en este siglo; pero sin desatender los modelos clásicos. Estamos, pues, ante «peatonautas» (en palabras de Ramón Carrillo).
La cámara fotográfica capta la vida metropolitana en «Conjunto de lesiones»(8):
Señor mi Padre,
ahora Martín tan niño y tan mi viejo:
a la salida de la mezquita azul,
un niño me ofreció una colección de fotografías
donde Estambul brillaba
como peces de jade.
Eran joyas humildes y lujosas
como la voz que desde los minaretes
galvaniza los cielos con la tierra (9)
.
Me regaló en su compra
un viejo acordeón de postales,
como las que tú comprabas en tus viajes
y siempre terminabas por no enviar.
[…]
Nunca compraste una cámara fotográfica,
pero de haberlo hecho, los productos
no hubieran transmitido
el fervor y temblor de tus palabras.
Yo compré mi primera cámara
el 13 de marzo de 1980,
la misma mañana en que firmaste Martín Quirarte
en la lista de asistencia
de la Facultad de Filosofía y Letras
donde diste tu clase. A la salida
te tiraste de un puente. Para otros,
era aún el café rutinario y sorprendente
o tocar a su amante,
[…]
(Conjunto de lesiones, dijo la autopsia.)
Esta historia puede contarse de varias maneras.
Pero la cámara que compré ese día
me obligó a mirar el mundo de otra forma.
[…]
Y como he tomado con mi cámara
imágenes que me han hecho uno con el mundo,
solo hoy reúno valor para registrar,
en mi cámara oscura,
la última imagen que mamá tuvo de ti,
cuando te vio alejarte rumbo al patíbulo,
con una mano en el bolsillo de tu saco
herido por todas las arrugas,
con el corazón que ninguna plancha
era ya capaz de iluminar.
Pese a la tristeza de la noticia, el poeta Quirarte busca la belleza en un detalle, aparentemente nimio (la comparación de la ciudad retratada con el oxímoron de las joyas): «Eran joyas humildes y lujosas/ como la voz que desde los minaretes/
galvaniza los cielos con la tierra». Esta voz llama a la oración, al encuentro consigo y con el resto, con nosotros y con los otros, con la poesía y con la sociedad.
Quirarte dibuja en el poema «Conjunto de lesiones» la sociedad que recuerda a partir del terrible acontecimiento que para él y su familia supuso la muerte (voluntaria) de su padre. Tal retrato se recupera con la memoria de la cámara fotográfica que le «obligó a mirar el mundo de otra forma». Y es que: «El álbum fotográfico no miente./ Pero la vida sí»(10).
Suciedad
Inke Gunia destaca la paronomasia que desconcierta a José Agustín en su novela La tumba (1964): «¿Suciedad?, No, sociedad»(11). La basura, los desperdicios, el poso estancado, lo escatológico, el semen, el orín, el sudor, las lágrimas, la
saliva, la sangre…, con el tiempo, generan un mal olor rápidamente perceptible por el más «sabio» de los sentidos, por lo que nos basamos en nuestra nariz para guiarnos en la «sociudad» de México, contaminada por una ciudad que crece, obligada, verticalmente: en esa «isla rodeada de volcanes»(12).
Vicente Quirarte diferencia entre el milagro (la «sociudad») y la obligación (la suciedad) en su poema «Solo de corno inglés para George Wingerter»(13):
Milagro del presente
cruzar todo meteoro
el corazón del bosque.
Ser uno con el árbol
y sus raíces hondas:
al recibir el agua
nos devuelven sus bienes
en apretada sombra,
en este fiel perfume.
[…]
Afuera los metales,
nubes de gasolina(14),
los ejércitos prestos
a destrozarse el alma.
Escucha los tambores
concertar en el pecho
tu sitio en la batalla.
La suciedad que caracteriza la Ciudad de México (por la maltrecha limpieza del Estado y por la contaminación de la urbe más poblada del mundo) desaparece con el elemento natural preferido por Quirarte: «y sus raíces hondas:/ al recibir el agua/ nos devuelven sus bienes». Los desechos deshechos se advierten en la poesía que desde 1960 se viene publicando en México. En relación con la suciedad se encuentra la animalización del sujeto poético. Los perros callejeros se guiarán por los olores a maíz y a gasolina. Las hormigas serán los peatones vistos desde arriba. Igualmente, las bocas de metro serán refugio para la densidad de población y polución.
Suicidio
Veíamos anteriormente el poema «Conjunto de lesiones», donde Quirarte describe el suicidio de su padre en 1980. Dieciocho años después, en 1998, su hermano Ignacio haría lo propio. A este último le dedica su poemario «Zarabanda con perros amarillos». Dos de sus versos concentran las posibilidades de este espacio urbano en la poesía: «La obligación de estar. Acaso ser./ El milagro de ser. Acaso estar»15. Ignacio le informó a Vicente del suicidio de su padre, Martín.
De este modo lo recuerda Quirarte en «Razones del samurai»(16):
A las tres de la tarde
de aquel trece de marzo,
la voz de mi hermano Ignacio en el teléfono:
«¿Puedes regresar?»
[…]
¿Padre, hubieras querido que tu primer hijo
diera la mala nueva de que ya éramos menos?
[…]
«¿Puedes regresar?» Me dijo Ignacio.
[…]
Y mientras yo pensaba que la vida
era para mi sed un mar pequeño,
te tirabas −sereno− de aquel puente
para dar comienzo a las preguntas.
Las preguntas no las pudo responder Ignacio, pues tomó la misma decisión que el padre de Vicente. Quirarte tiene la oportunidad de sanar la herida mediante la escritura y la (re)creación de un espacio cívico y poético «que la restaura, que la revela, que la cuida, que la reta»(17).
Conclusión
En relación con el doppelgänger, la bilocación o el desdoblamiento que representa el defeño en su obra, el poeta se animalizará en otros seres vivos (animales —como la ballena, el oso y el perro— o insectos —con la hormiga y el grillo—,
sobre todo) para cambiar de forma y adaptarse al medio que lo recibe; por lo que la «sociudad» transita en «zoociudad» (teniendo en cuenta que el seseo del español de América no distingue fonéticamente ambos espacios peatonales).
Vicente Quirarte continúa homenajeando a la ciudad que lo vio nacer. Lo hace con una serie de símbolos de la tradición patente desde Contemporáneos a José Emilio Pacheco, pasando por el maestro y director de su tesis doctoral, Rubén Bonifaz Nuño:
«ha sabido desentrañar el sentido vital urbano, particularmente de la ciudad de México, a través de los autores que, como él mismo señala, la han construido al escribirla»(18).
En definitiva, la poesía de Vicente Quirarte sugiere un espacio cuatridimensional basado en dos pares de pilares que responden a las constantes temáticas que el poeta mexicano hereda y renueva de la tradición literaria de México: ciudad, sociedad, suciedad y suicidio. La casa como ciudad pequeña o como personaje femenino son otras formas que adquiere la urbe en esta ubre: una ciudad luperquiana que nos amamanta y nos devora. El personaje viandante que advertimos en Quirarte recoge el vagabundeo del flâneur de Charles Baudelaire y la elegancia del dandi Francisco Zarco, pero participa de forma activa, como si el ritmo de su versolibrismo nos guiara a la manera de un GPS cívico, social, sucio y suicida.
(1) V. Quirarte, Enseres para sobrevivir en la ciudad, Colombia, Luna Libros, 2012 (1.ª ed. de 1994), pág. 36.
(2) R. López Velarde, El son del corazón, México, Bloque de Obreros Intelectuales, 1979 (1ª ed. de 1971), págs. 205-206.
(3) En la entrevista que le realizamos al autor en 2013, Quirarte prioriza el espacio urbano en su obra: «Mi primer poema publicado lleva por título “Elogio de la calle” que después tomé para mi biografía literaria de la Ciudad de México. Desde los poemas de mi primer libro, Teatro sobre el viento armado [publicado el mismo año que Calle nuestra, en 1979], la ciudad es territorio para el encuentro, la confrontación, el deseo, la pérdida y el triunfo, el ejercicio de la soledad y la camaradería. En el texto introductorio a mi libro Amor de ciudad grande procuro dar respuesta a tal pasión».
(4) V. Quirarte, Nombre sin aire, Valencia, Pre-Textos, 2004, pág. 47.
(5) V. Quirarte, Como a veces la vida, Valencia, Pre-Textos, 2000, págs. 139-141.
(6) Las cursivas son nuestras.
(7) M. Piña Zentella, «Trazo urbano en la obra de Vicente Quirarte», en Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, vol. 14, núm. 36, México, Eón, 2008, pág. 26.
(8) V. Quirarte, Como a veces la vida, ob. cit., págs. 41-44.
(9) La cursiva es nuestra.
(10) V. Quirarte, Nombre sin aire, ob. cit., pág. 40.
(11) I. Gunia, ¿«Cuál es la onda»? La literatura de la contracultura juvenil en el México de los años sesenta y setenta, Madrid, Vervuert, 1994, pág. 133.
(12) J. E. Pacheco, Tarde o temprano [Poemas 1958-2009], Barcelona, Tusquets, 2010, pág. 169.
(13) V. Quirarte, El peatón es asunto de la lluvia, México, Fondo de Cultura Económica, 1999,pág. 114.
(14) Es nuestra la cursiva.
(15) V. Quirarte, Nombre sin aire, ob. cit., pág. 52.
(16) V. Quirarte, Como a veces la vida, ob. cit., págs. 28-29.
(17) G. Celorio, México, ciudad de papel. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua & respuesta de Clementina Díaz y de Ovando, México, UNAM, 1997, en línea.
(18) M. Piña, ob. cit., pág. 23.
Bibliografía
Bonifaz Nuño, R., De otro modo lo mismo, México, FCE, 1996 (1.ª edición de 1979).
Carrillo, R., «Brevísima y veloz presentación del peatonauta», Casa del tiempo, núm. 8, septiembre, 2014, págs. 31-33, http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/08_sep_2014/casa_del_tiempo_eV_num_8_31_33.pdf (consultado el 27-02-2016).
Celorio, G., México, ciudad de papel, Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua & respuesta de Clementina Díaz y de Ovando, México, UNAM, 1997,http://www.elem.mx/obra/datos/7287 (consultado el 23-08-2016).
Gunia, I., ¿«Cuál es la onda»? La literatura de la contracultura juvenil en el México de los años sesenta y setenta, Madrid, Vervuert, 1994.
López Velarde, R., El son del corazón, México, Bloque de Obreros Intelectuales, 1932 (1ª ed. de 1919).
Pacheco, J. E., Tarde o temprano [Poemas 1958-2009], Barcelona, Tusquets, 2010.
Piña Zentella, M., «Trazo urbano en la obra de Vicente Quirarte», Revista de Literatura Mexicana Contemporánea, vol. 14, núm. 36, México, Eón, 2008, págs. 23-29.
Quirarte, V., Calle nuestra, México, UNAM, 1980.
— El peatón es asunto de la lluvia, México, Fondo de Cultura Económica, 1999.
— La ciudad como cuerpo, México, Institución de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), 1999.
— Como a veces la vida, Valencia, Pre-Textos, 2000.
— Elogio de la calle. Biografía literaria de la Ciudad de México. 1850-1992, México, Cal y Arena, 2001.
— Nombre sin aire, Valencia, Pre-Textos, 2004.
— El poeta en la calle, México, Ediciones Sin Nombre, 2005.
— Amor de ciudad grande, México, FCE/ UNAM, 2011.
— Enseres para sobrevivir en la ciudad, Colombia, Luna Libros, 2012 (1.ª edición de 1994).
— Fundada en el tiempo. Aires de varios instrumentos por la Ciudad de México, México, UNAM, 2014.