Bauhaus era una invitación al arte funcional. Una visión que respiraba frescura y un cierre de cuentas con el arte barroco y neoclásico, tan apreciado en Alemania
Primer centenario de la fundación de la academia de artes Bauhaus. Un ícono no solo de la arquitectura, sino también del diseño industrial y de la pintura.
En Alemania corrían nuevos tiempos. En la ciudad de Weimar se había gestado la primera república, luego de que el Emperador se viera obligado a abdicar al finalizar la Primera Guerra Mundial. Una democracia joven y frágil, pero llena de ímpetus, que generaron cambios sociales fundamentales: las mujeres se ganaron su derecho al sufragio y podrían tener acceso a estudios superiores.
De allí que el Manifiesto de Bauhaus proclamado en 1919 resultara tan atractivo como revolucionario: en Bauhaus podrían estudiar todos. Esto es, independiente de la edad y el género. Viejos, jóvenes, mujeres, hombres. El único requisito era poner su espíritu creativo al servicio de un arte que rescatara lo básico, que estuviera desprovisto de adornos superfluos.
Bauhaus era una invitación al arte funcional. Una visión que respiraba frescura y un cierre de cuentas con el arte barroco y neoclásico, tan apreciado en Alemania.
Pero como dice el viejo y conocido refrán: “del dicho al hecho hay mucho trecho”. Así que si bien las propuestas visuales fueron liberadoras porque aparecieron las formas claras, los colores sólidos, las siluetas desprovistas de dorados y tallados innecesarios, también es necesario reconocer que la genialidad creativa de Gropius no fue igual de generosa como rezaba el Manifiesto.
“Ninguna distinción entre el sexo bello y el sexo fuerte”
Y es que la realidad lo avasalló. Durante el primer semestre de funcionamiento de la escuela de Bauhaus se matricularon 84 mujeres y 79 hombres. ¡Por fin las mujeres podían obtener un cupo en las universidades!
Y las promesas del Manifiesto eran además vanguardistas: arte no solo en las aulas sino en talleres prácticos de metalurgia, madera, cerámica, tejido, pintura, escultura. Maestros de sus oficios que actuarían como sus mentores.
A Walter Gropius y los maestros (título supremo en Alemania para expertos en un oficio) el gran número de mujeres les incomodó. Al punto que, en su calidad de director, pidió que se revisaran las políticas de ingreso a la institución, sobre todo en lo que se refería al gran número de mujeres.
Según se lee en el libro de Ulrike Mueller “Las mujeres de Bauhaus”, éstas fueron expulsadas de los talleres de metalurgia, arquitectura y construcción, aduciendo que carecían de la fuerza física para trabajar los materiales. Pero también en otros talleres como la fotografía, la presencia femenina fue rechazada.
Las mujeres que de todas maneras quisieron continuar en Bauhaus, fueron confinadas a la llamada “clase de mujeres”, que no era otra cosa que el taller de tejidos, pues como lo afirmaba con cierto sarcasmo una frase de la época, atribuida al pintor Oskar Schlemmer, uno de los padres de Bauhaus “donde hay lana, hay una mujer, que teje para matar el tiempo”.
Así que para evitar que los nobles oficios de Bauhaus cayeran en la categoría de pasatiempo de mujeres casaderas, era más fácil asumir las viejas prácticas sociales, por lo demás discriminatorias, como una zona de confort, que no era necesario abandonar.
“No hay que experimentar”, diría Gropius al respecto.
En aquel entonces se creía también que los hombres transportaban la cultura y podían ver en tercera dimensión. Mientras que las mujeres solo podían pensar en dos dimensiones. De ahí que no se les confiara ningún oficio como la producción de objetos o de casas.
Avant-garde
Pese al poco reconocimiento que obtuvieron las mujeres de la era Bauhaus- ¿puede el lector adjudicarle una obra a Alma Buscher?- lo cierto es que de a poco empezaron a abrirse un camino.
Pero como se trata de no repetir el error del pasado, este balance de los 100 años sirve para darle visibilidad a algunas de las mujeres Bauhaus, artistas exitosas y entregadas a su talento, pese al poco reconocimiento de la época.
Así por ejemplo, y a riesgo de ser injusta por tan solo mencionar tres ejemplos, traigo a colación los trabajos de Alma Buscher, de Gunta Stoelzl y de Marianne Brandt
1. Alma Buscher: luego de un paso poco glorioso por el taller de tejido, fue asignada al taller de madera. Una decisión acertada del rector, porque Alma Buscher es la madre de muchos de los juguetes más icónicos de Bauhaus.
Pero también dejó su impronta en el diseño de interiores. En el cuarto de niños de la casa modelo “Haus am Horn“, el trabajo de Buscher demostró ser el de una artista comprometida con las formas y los colores vanguardistas, pero sobre todo que estaba pensada para satisfacer las necesidades de los niños, y no en repetir el modelo de la versión miniatura de muebles para adultos.
Alma Buscher moriría en 1944, por culpa de la bomba aérea en la ciudad de Frankfurt del Meno.
2. Gunta Stoelzl: la única maestra que tuvo la escuela Bauhaus. Fue la directora de la “clase de mujeres”. El taller de tejido y telares se convirtió gracias al tesón pero sobre todo a la creatividad de la maestra, en la vaca lechera, de la escuela.
Corrían años de hiperinflación y de pobreza en Alemania, producto del pago de las reparaciones de la guerra, y de la hambruna reinante.
Pese a todo, los tapetes de Bauhaus fueron el producto más vendido. Aun cuando para Gropius, su éxito fuera sospechoso. Según registros de la época minimizó la importancia de esta Fuente de recursos al decir, “si gustan tanto entre el público es porque no son suficientemente de vanguardia”.
Lo cierto es que muchas de sus obras o de sus pupilas, incluso están presentes en los textiles actuales, sin que se les pueda realmente atribuir a ellas. Por ejemplo, la tela con trazos de acero que es la base de la silla Vassili, elaborada en el taller de Gunta.
3. Marianne Brandt: fue una de las pocas mujeres que se pudo hacer a un espacio en el taller de metalurgia. Allí creó artefactos cotidianos minimalistas y geométricos.
Su tetera, que consiste en una semiesfera de bronce con agarradera de ébano, es considerada un clásico. Asimismo, sus collages y objetos prácticos como la lámpara “Kandem” son hoy reconocidos, luego de que fueran considerados durante los años del nazismo dentro del catálogo de “arte enfermizo”.
Luego la era socialista de Alemania Oriental la rescataría del olvido a finales de la década de los sesenta, cuando ella ya tenía 80 años. Un come back tardío.
Este abrebocas intenta, querido lector, crear un interés por la obra de artistas que han dejado su huella no solo en el arte para contemplar, sino en el diseño de objetos cotidianos como una silla, un tapete, o un servicio de café.
La próxima vez que entre a su cocina, se dará cuenta de que muchos elementos de los muebles o de los electrodomésticos que tiene, provienen de la influyente escuela Bauhaus.
Lo cierto, es que será difícil decirle cuáles podrían haber sido sus autoras.