Una mirada al actual comportamiento del ser humano en medio de redes sociales y series de televisión.
¿Cuánto nos permitimos expresar nuestra individualidad, nuestra creatividad, sin miedo a ser juzgados?
Esa pregunta me ronda con mucha frecuencia, al ver cómo seguimos siendo moldeados más por lo que pasa afuera que por lo que queremos ser en realidad.
Modas en política, en arte, en usos de los objetos cotidianos, artificios sociales o familiares nos hacen cumplir con un papel para el que supuestamente estamos diseñados y nos apartan cada segundo de pensar libres, de realizar nuestro potencial, de cumplir con nuestras misiones usando nuestros dones únicos e irrepetibles.
Nos sentamos en la vereda del frente a juzgar con mucha facilidad los comportamientos humanos, hacemos causa común por hechos o circunstancias de las que no estamos por completo convencidos.
Patria, familia, regionalismos, carreras, política, religiones, roles. Manada.
Seguimos actuando como lo hicieron nuestros antepasados hace miles de años para conseguir la cueva que nos de abrigo, nos asegure la comida y nos haga parte de algo, así no estemos convencidos de que sea lo mejor para nosotros ni nuestro crecimiento.
Tal vez en eso esté la raíz de la necesidad posmoderna de tener muchos amigos en Facebook, seguidores en Twitter, contar todo lo que hacemos en Pinterest, producir (y ver) una cantidad ilimitada de series de televisión que narran la vida artificial de gente famosa o que se vuelve popular precisamente por contarnos cómo pelea, sale de compras y de copas, sin que realmente sea muy importante lo que nos narren de su vida, ni hagan ningún aporte a la humanidad.
Mujeres a las que usan por su enanismo para hacer una serie sobre sus relaciones, atuendos, que se embarazan en vivo, y por cuestiones de genética, también tienen alta posibilidad de que sus hijos tengan esa condición.
Cubanos que van a exponer sus miserias familiares ante “doctoras” que juzgan sus comportamientos como apropiados o inapropiados, dependiendo de cómo ande el rating por la zona (hasta echamos en falta a la peruana Laura Bozzo, la de “que pase el amante…”).
Exóticas hembras, hijas de celebridades (una de ellas era hombre y se volvió mujer, casi que en vivo) a las que siguen millones de autistas, porque tal vez se están perdiendo de algo importante.
Y en nuestro patio, gente con gargantas estridentes haciéndonos creer que lo que dicen es cierto, que los sigamos porque a su lado hallaremos la fortuna.
Libertad, autenticidad, creatividad, diferenciación.
Somos únicos, somos irrepetibles, pero no nos hemos comido ese cuento, que es el único cierto. Por eso va a ser tan fácil que nos remplacen los robots, total ya estamos actuando como máquinas programables.