Las plantas, las flores y los árboles son inteligentes. Muchos de nuestros inventos modernos provienen de ellas.
Cómo lo pueden observar, o como algunos saben, nuestra plaza de Bolívar está llena de árboles de mango y palmeras. Estos son adornos característicos del lugar, aunque puedan tener una historia sobre quién las sembró y para qué.
El vivir en una ciudad, y la nuestra es la número quince en importancia y población, nos puede privar de disfrutar de las maravillas de la naturaleza. Sabemos de autos, motos, contratos, cafés, cultura, y eso está bien, pero ¿sabemos sobre plantas, particularmente, sobre cómo se desarrollan silenciosamente delante de nuestros ojos sin apenas percibirlo?
Debemos hacer un alto. El asunto de la naturaleza no solo atañe a los botánicos, o a los estudiantes de carreras técnicas agropecuarias del SENA, o las atracciones de la Granja de Noé en Comfamiliar, sino a todos los seres urbanos que aún no hemos perdido la capacidad de ver como se mueve otro mundo diferente al del cemento o los edificios.
Por ello, quisiera exponer algunos apuntes sobre cómo la naturaleza es tan inteligente como cualquier hombre.
Tome cualquier flor o planta y pregúntese: ¿cuál es la razón de ser de su existencia? Los buenos poetas pereiranos dirán que las flores son para entregarlas a sus amadas, los perfumistas verán esencia y los burros un rico manjar.
Pero vamos más allá. Miremos como lo haría un observador curioso sin necesidad de ser un científico. Por ejemplo, un jardín, de los que tenemos en cualquier barrio de Pereira, allí encontraremos que una sola planta o hierba se reproduce muchas veces, sea esta un simple pasto, o geranios, o margaritas, lo cual ya nos entrega una idea de que su misión es invadir y conquistar la superficie de la tierra multiplicándose en él hasta el infinito.
Esto nos lo aseguran biólogos como Charles Darwin o Maurice Maeterlinck, aunque un simple observador lo puede descubrir sin tanta teoría
¿Qué existía antes de que se fundara nuestra ciudad? Don Francisco Pereira Martínez y demás arrieros, tuvieron que lidiar sin duda con pastizales enormes, helechos, guaduales y hierbas de distinta clase, a las cuales se les hizo necesario ponerle un coto para empezar a urbanizar.
Así entonces es como tienen (las plantas y los árboles) conciencia de expandirse, aunque encuentran límites impuestos por el hombre, ya que, de otra manera, seríamos una selva tupida y amazónica.
Pero antes de conseguir tal conciencia, deben superar otras leyes más duras, como, por ejemplo, la dificultad de que la mayoría de ellas estén sujetas al suelo. Por eso recurren a astucias y combinaciones para poder cumplir su misión, como por ejemplo emanar perfumes, producir azúcar o néctar, llamar la atención con colores y otros elementos.
Es normal, diría alguien, si, pero no es tan simple.
Esa naturaleza que vemos tan tranquila y resignada por la Avenida de las Américas, o vía a Dosquebradas, no es tanto porque estén allí de forma natural, sino que en su interior conservan la idea de libertad, es decir, de cómo librarse del destino de estar atadas a la tierra y expandirse.
Así es como entonces toda su energía sube por las raíces, se organiza en hojas, se ramifica y se manifiesta en flor o en fruto.
Cuando vea una flor o un fruto, sepa usted que ellas son producidas para que cualquier persona la tome o la consuma, y la lleve a otro lado, donde una vez caída en tierra germinará en otro lugar.
Las plantas, las flores y los árboles son inteligentes ya que, si no elaboraran estas astucias, no podrían moverse y expandir su propio género. Nada es casualidad. Además de usar otros sistemas para el mismo fin como soltar flores u hojas para que el viento las lleve hacia otro lugar, o atraer insectos para polinizar.
Muchos de nuestros inventos modernos como por ejemplo las hélices, los resortes, las armas y otras cosas hechas por el hombre, provienen de lo que estas especies hacen. Los inventores solo imitan la rebelión interna que sufre la naturaleza en su conciencia y misión.
Por ello (y varias razones más) es necesario conservar la flora, el sistema arbóreo y demás, y respetar su entorno, ya que aparte de tener ideas profundas e inteligencia, nos proveen alimentos, aire, belleza y decoro.
Sin ellas y el proceso de trasformación del dióxido de carbono que emanan los autos, Pereira sería un humero y foco de enfermedades cardio-respiratorias.
A más razones: es saber que somos seres vivos entre otros seres vivos que también interactúan con el mundo, y específicamente con una ciudad tan bella y próspera como la nuestra.
Admiro las casas que están llenas de heliconias, jazmines, rosales, lotos y las avenidas, de pinos, palmeras, mangos, álamos, y olmos. Es de resaltar que ya existen iniciativas de crear edificios ecológicos y casas con jardines verticales.
Hace años, ante la alarma por los suicidas del viaducto, alguien propuso que se hicieran jardines colgantes en el puente para introducir belleza en esa estructura. Hubiese sido una gran maravilla, aunque ahora, esté lleno de barrotes de hierro que también salvan vidas.