Al fin y al cabo se trataba de enseñar desde problemas reales y llevarlos poco a poco hacia el terreno de la lectura, de la escritura, del dibujo y de las artes en general. Unas opciones distintas a las de gritar ¡tenemos hambre! Si era viernes por la tarde las niñas entonaban un coro frenético: ¡Queremos pichar!
Fotos: Jess Ar
Maestra vida
Treinta y cuatro años después recuerda que llegó a Estocolmo en pleno verano nórdico. Sin embargo, era tanto el frío que la obligó a protegerse con tres sacos y una ruana.
De ese tamaño fue el cambio de rumbo. Al principio pensaba viajar como alfabetizadora a Nicaragua, en plena revolución sandinista.
Y terminó pasando una larga temporada en Umeå, una población sueca ubicada a catorce horas de viaje en tren desde la capital.
Así son las cosas de la vida.
“De los rengos/ de los tuertos/ del bajo fondo del puerto/ ella anduvo enamorada”, canta Chico Buarque y ella piensa que esos versos podrían resumir buena parte de su vida.
Desde joven sospeché que llevo una monjita por dentro: siempre estoy tratando de hacer algo por los más necesitados, dice Ana María Arenas hojeando un libro de cuentos infantiles. Uno entre los miles que le han ayudado a iniciar a cientos de niños en el mundo de la lectura.
Cuando habla los ojos le chisporrotean: tanto es el fervor que experimenta por su oficio de maestra. Es menuda y vivaz. Sus manos no paran de moverse.
Semillas que caminan
Para ella la vida es un tejido cuya primera puntada empieza antes del nacimiento y ya no lo detiene ni la muerte: al final cada quien deja su legado. Grande o chico, pero legado al fin y al cabo.
El suyo y el de algunos de sus coequiperos es la Fundación Germinando, una organización no gubernamental que lleva casi treinta años trabajando desde el arte y la educación para transformar la vida de cientos de niños sometidos a toda suerte de vejaciones.
Por estas calles
“Por estas calles / la compasión ya no aparece/ y la piedad hace rato/ se fue de viaje”. El turno en la banda sonora le corresponde ahora al venezolano Giordano. Y en estas calles descubrió Ana María la dimensión del dolor ajeno. Lo vio en los ojos de los niños correteando a la deriva en una Pereira que no paraba de crecer y de producir pobres y marginales. Esos que nadie quisiera ver porque afean el paisaje y atemorizan a los visitantes.
Pero allí están, con la panza inflada y una temprana dureza en la mirada que es a la vez una declaración de principios.
Y Ana María Arenas los vio. La imagen la devolvió de golpe a su condición de muchacha de estrato medio alto, educada en la Universidad Javeriana.
Rosalba Henao, una amiga muy querida, adelantaba un trabajo de alfabetización en el sector de Canceles. Usted sabe: bien concebida, la educación es una tarea liberadora. Eso lo supieron transmitir muy bien maestros como Paulo Freire o Leonardo Boff, el alma de la Teología de la Liberación. Como yo había estudiado Filología en la Javeriana sentí que podía aportar algo y me dediqué durante un año entero a ayudarle en su propósito. Una noche, caminando de regreso hacia la casa de mi papá me llamó la atención un barriecito lleno de bombillos rojos. Se trataba del barrio Veracruz. Esos bombillos me llevaron hasta la casa del líder de acción comunal. En una frase, el señor me resumió el alcance de sus sueños: la gente quiere aprender a aplicar inyecciones y necesita una escuela para sus niños, me dijo. Entonces comprendí: lo que para los privilegiados es algo natural para los excluidos es cosa de otro planeta.
Fotografía tomada de Facebook
La casita de todos
La necesidad y las ganas los llevaron a crear La Casita de Todos, ubicada al borde del camino. De entrada contaron con el acompañamiento del Cinep y la energía de mujeres como Gloria Inés, una médica empecinada en hacer de su profesión un ministerio. Allí atendieron a personas que vivían en la mendicidad y en la prostitución, hasta que llegó la sacudida.
“Un día nos visitó un ser decisivo en el cambio de ruta. Esto es puro asistencialismo, nos dijo. Si la gente no tiene capacidad de producción que le dé autonomía, los problemas no solo se repetirán, sino que se multiplicarán. Fue en ese momento cuando decidimos alquilar unas cuadras de tierra en Canceles. Con la asesoría del Comité de Cafeteros reunimos a veinticinco familias. Excepto una, las restantes estaban conformadas por mujeres cabeza de hogar. De modo que nos dimos a la obra, distribuimos el trabajo, asignamos responsabilidades y a la vuelta de unos meses teníamos tremendo almácigo.
Las cosas andaban bien hasta que ¡Plop! Se rompieron los pactos del café, los precios cayeron y el sueño se vino abajo. Con todo, al final nos quedaron una serie de aprendizajes en términos de organización y gestión que fueron fundamentales para el resto del recorrido”.
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La primera semilla
Ana María da un triple salto en la memoria y vuelve a una noche, helada como todas, en Umeå. Acaba de terminar una jornada de reflexión en sus estudios de Teología. Aunque está bien abrigada no puede dormir. Un montón de ideas le hormiguean en la cabeza.
Entonces toma una libreta y empieza a anotar. Desde sus días de actriz al lado de Antonieta Mercuri una obsesión la ronda: ser maestra de escuela rural y abrirle ventanas a la gente a partir del conocimiento de la palabra escrita.
A pesar de encontrarse a miles de kilómetros de casa, las calles de Pereira la llaman. Y la presencia de miles de refugiados latinoamericanos que huían de las dictaduras la mantienen conectada con su realidad.
“En el seminario ecuménico había entrado en contacto con personas cercanas a Helder Cámara, el extraordinario obispo brasileño que trabajaba en las favelas, esas barriadas de miseria en las que la televisión se regodea presentándolas como la cuna de los delincuentes. En fin que una noche nos dieron semillas en lugar de ostias. Algo se encendió dentro de mí en ese instante. Con esa imagen borroneé las bases de lo que después sería la Fundación Germinando, una entidad a la que se sumarían la inteligencia, la capacidad de trabajo, la imaginación y el inagotable sentido de solidaridad de un montón de instituciones y personas valiosas en el orden local, nacional e internacional”.
Operación Sirirí
El Sirirí es un pajarito infatigable y laborioso que no deja tener sosiego a los gallinazos y a otras aves de mayor tamaño. Por eso, de las personas tozudas se dice que parecen un Sirirí. La monja Josefina Torres pertenece a esa estirpe.
Llegó de Bucaramanga en 1989 a trabajar en el colegio de Las Adoratrices, una comunidad religiosa dedicada a rescatar niñas y jóvenes en el mundo de la prostitución de supervivencia. Porque también existe la otra, la de lujo.
“La llegada de La monja voladora- así le decimos- fue inspiradora. A pesar de que suene contradictorio, tratándose de una religiosa, era una mujer de armas tomar. No tenía problema en enfrentarse a los clientes que no les pagaban a las niñas. Suficiente con que las violen, las degraden y las humillen para que además no les paguen por su trabajo, decía”.
Pero el combate no solo era con los clientes. La monja Josefina ganó también fama porque era capaz de quedarse hasta tres días sentada en la sala de espera del gobernador o el alcalde. Hasta que conseguía recursos para su obra no abandonaba el lugar. Ex gobernadores como Roberto Gálvez Montealegre pueden dar fe de eso.
Movidos por el ejemplo de la monja, Ana María y los forjadores de la Fundación Germinando emprendieron su propia operación Sirirí. Fue así como un benefactor anónimo les financió durante varios años el alquiler de una casa en la carrera novena entre calles catorce y quince.
Para la época los censos oficiales hablaban de doscientos cuarenta y tres niños abandonados en el área de influencia de la antigua galería central de Pereira. Eran los hijos de las coperas y prostitutas que sobrevivían trabajando en bares y residencias del sector.
Ana María no puede impedir el flujo de las lágrimas cuando evoca las imágenes.
“Llegaban con el cuchillo y el frasquito de pegante. Nosotros se los marcábamos con el nombre de cada uno y se los devolvíamos a la salida. El mensaje era de doble vía: reconocer su identidad y hacerles saber que existían unas normas. Al fin y al cabo se trataba de enseñar desde problemas reales y llevarlos poco a poco hacia el terreno de la lectura, de la escritura, del dibujo y de las artes en general como método para curar las heridas y descubrir otras opciones de vida. Unas opciones distintas a las de gritar ¡tenemos hambre! A primera de la mañana. Si era viernes por la tarde las niñas entonaban un coro frenético: ¡Queremos pichar! Gritaban, pesar de saber que eso implicaba ser abusadas una y mil veces”.
En muchos casos lograron ganarle la partida al infortunio. Niños provenientes de todos los rincones de Colombia encontraron en Germinando una opción de aproximarse a los rostros amables de la vida.
Y eso en un ambiente donde todo estaba dado para que nada cambiara. La policía, los jíbaros y los proxenetas hacían frente común para que los poderes del sistema se abatieran sobre los pequeños.
Algunos lograron escapar: una jovencita se graduó de ingeniera de sistemas. Otra superó todos los niveles de inglés en el Colombo Americano. Unos cuantos dejaron de inhalar pegante. En un ambiente donde la perdición juega siempre la carta ganadora eso ya es ganancia.
“Es ganancia, si tenemos en cuenta que nadie daba un peso por esos niños. Bueno, nadie daba. Porque un día, cuando estábamos a punto de tirar la toalla, llegaron del Instituto de Bienestar Familiar a decirnos que se iban a perder recursos de la cooperación internacional acumulados durante diez años. Imagínense, y uno rebuscando billete por todos lados. De una nos pusimos a trabajar día y noche hasta perfilar proyectos de largo aliento que apuntaran a la educación como factor irrenunciable en la formación humana. Así nacieron Acunarte y Amarte, dos organizaciones ancladas en un principio fundamental: el desarrollo y la formación a través del arte. Si no se explora la sensibilidad, el proceso educativo se reduce a mera información. Y eso por sí solo no sirve para vivir.
La vida antes de la vida.
Después de transitar esos caminos y de un intento fallido en el Departamento de Córdoba, Ana María Arenas trabaja ahora en la Secretaría de Educación de Pereira. Se ocupa en la formación de maestros. Es decir, en educar para la educación.
La propuesta es ambiciosa: se propone incluso educar a los que no han nacido. A los seres acurrucados en el vientre de la madre. A ver si así las cosas salen un poquito mejor, dice.
Razones le sobran a esta madre de dos hijos criados entre los andares de su mamá. Una mamá que decidió el rumbo de su vida el día en que, sobre el escenario de un teatro, encarnó a La maestra en una obra de Enrique Buenaventura.
Eso dice, y se marcha canturreando una estrofa de El Carretero, la canción que completa la banda sonora de su vida.