Orlando Salazar, describe apartes de la vida del John Fernando Sánchez, un deportista paralímpico colombiano.
En el mismo segundo piso del mismo hospital militar en donde 7 años atrás le habían amputado sus dos piernas, John Fernando Sánchez Bocanegra despertó de un estado de coma de 10 días, y al sentirse vivo de nuevo, intentó zafarse de los cables que lo tuvieron conectado a equipos médicos. Por eso, no hubo más remedio que amarrarle sus brazos.
Precisamente ese despertar es el único recuerdo que tiene tras el accidente que sufrió el 22 de noviembre de 2019, mientras representaba a Risaralda en la prueba de ruta de paracycling, de los Juegos Deportivos Paranacionales de Cartagena.
Sánchez Bocanegra, de 30 años de edad (Ortega – Tolima, primero de marzo de 1989) terminó el bachillerato en su pueblo y buscó trabajo en Cali y Pereira antes de incorporarse como soldado regular al Ejército, institución en la que prosiguió su vida como soldado profesional.
Hace dos años, ya retirado de la milicia, con la secuela de una doble amputación y con la proyección de ser un deportista de élite, John Fernando se unió a la Liga Departamental de Discapacitados Físicos del Risaralda (Lidifir) y empezó a entrenar por el sueño de una medalla en Juegos Nacionales.
Teníamos una medalla “asegurada”
“La verdad, ese día me sentía muy bien; en la primera vuelta todos hicieron unos arranques duros y yo me le pegué a la rueda a quien iba de puntero. Dimos la otra vuelta y yo no quería adelantarme para no desgastarme”, comentó a www.deporterisaraldense.com este deportista que tuvo en vilo a la organización de los Juegos Paranacionales, ya que su accidente estuvo cargado de misterio y drama.
John Fernando ya se había estrenado en estos Juegos; lo había hecho unos días atrás en la contrarreloj individual, una modalidad en la que, según él, le fue mal. Perdió la medalla de bronce por seis segundos. “Además, apenas nos estábamos acoplando porque habíamos acabado de llegar a Cartagena”, se justificó.
Su gran expectativa estaba en la prueba de ruta. La rivalidad seguía y la estrategia era la misma: chupar rueda.
“Yo tenía sed, pero no le di importancia; no tomé agua. No quería desconcentrarme. Yo me decía: a este marica lo saco en la recta.”
La carrera siguió con los dos protagonistas que estaban a muy pocos kilómetros de definir las medallas de oro y de plata.
“El sol estaba pegando durísimo y entonces iba a tomar agua y en ese momento se me fueron las luces”.
Hasta ahí recuerda John Fernando Sánchez Bocanegra su participación en sus primeros Juegos Deportivos Paranacionales. Lo otro se lo han contado, porque entró en estado de inconsciencia.
Por ejemplo, le contaron de su traslado a un hospital de Cartagena, luego al hospital de la Armada y su embarque en avión del Ejército al Hospital Militar de Bogotá, en donde vivió una especie de déjà vu cuando los médicos le preguntaron al despertar del coma ¿Usted sabe dónde se encuentra?
“Yo reconocí el sitio y les dije, ¡pero sí yo salí de aquí hace como siete años!”
Eran los primeros días de diciembre pasado. Le hicieron cuanto examen requerían los médicos para establecer el por qué se vieron afectados el riñón y el hígado, para descartar otras lesiones internas y para corroborar que su estructura ósea estaba incólume.
“Nosotros teníamos asegurada, mínimo, la medalla de plata”, dijo el entrenador de la selección de Risaralda Evelio Cely, que empezó a preocuparse cuando empezaron a llegar a la meta los deportistas y no aparecía su pupilo.
La organización no admitía ni carros ni motos acompañantes en la carrera y por lo tanto la asistencia era en puntos fijos. Desde la meta, Cely se comunicó con su colaborador que estaba en el recorrido, quien le confirmó que vio al ciclista “subir, pero no bajar”. La preocupación escaló al nivel del desespero, porque nadie daba información de él.
Finalmente lo encontraron en el arcén, oculto a la vista, inconsciente, aporreado por el impacto contra el piso y dorándose por la fuerte temperatura cartagenera; su bicicleta (especial para el deporte) estaba a un lado, con la cabrilla torcida y unas peladuras que explicaban el fuerte impacto del corredor de Risaralda contra el asfalto. Allí estuvo no menos de 10 minutos solo, a merced de las circunstancias mientras llegaron las primeras personas, el apoyo médico, el traslado a un hospital de Cartagena, luego al hospital de la Armada y su embarque en avión del Ejército al Hospital Militar, de Bogotá…
Hoy está recuperado; próximamente tendrá una ecografía, cuyos resultados los debe llevar a finales de enero a Bogotá. Espera que en marzo pueda volver a entrenar.
Vive en el centro poblado Olaya Herrera, del municipio de Ortega, Tolima, al lado de sus padres, un par de campesinos: ella, ama de casa, y él, un trabajador de oficios varios del campo.
Eso fue un sábado…
Cuando era soldado profesional su tarea era “municionador”, es decir, proveía de munición la ametralladora que manejaba otro compañero, al que él mismo le cuidaba la espalda con su propio fusil. Hacía idéntica tarea aprovisionando los morteros.
“Una vez salimos de la base militar a patrullar el pueblo (Pueblo Nuevo para la guerrilla; Puerto Jordán para la comunidad, en Arauca). Eso fue como a las 9:00 de la mañana y se nos hizo muy raro que todo estuviera cerrado ese día; como que la gente ya sabía”, dijo.
Lo que la gente sabía ese sábado 3 de marzo de 2012 – como lo deduce John Fernando – es que había una casa –bomba que la guerrilla de Las Farc, al mando de alias “La Leona”, tenía lista para detonar cuando la escuadra (10 soldados) pasara por ella.
La explosión mató a un teniente; al soldado Salazar Sánchez y a un niño de unos 9 años que quedó en el piso, a su lado, y que una señora se apuró en recogerlo y llevárselo. Los siete soldados restantes salieron ilesos.
“Yo intenté reaccionar; busqué el fusil pero no podía moverme; me llevaron en un helicóptero a un dispensario en Arauca y a los 5 días ya estaba en el Hospital Militar, de Bogotá, en donde lo primero que escuché fue: viene oliendo a feo; si quiere salvar la vida le tenemos que amputar las dos piernas”.
Luego llegó la recuperación psicológica y física, y entonces otro miembro del Ejército que hacía terapias con él lo motivó a practicar el paracycling. Buscando ayuda para pagar la bicicleta de 7 millones de pesos que compró, llegó al deporte de Risaralda, y desde hace dos años viste sus colores.
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