Héctor Fabio Mesa: un coleccionista de música en su cuartito azul

366
3

 


“Yo soy coleccionista de música, no de pasta (acetatos)”, advierte Héctor Fabio Mesa Mejía, nacido en Apía – Caldas, quien siendo un niño adquirió de su padre el gusto por la melodía.


 

En su cuarto de estudio hay espacio justo para un sofá, una mesa con su computador, una lámpara y pequeños altavoces; una confortable silla de cuero, un basurero metálico, un mueble muy grande, otro mediano y otro muy pequeño con sus estantes para guardar en ellos discos compactos (CD), y en las cuatro paredes se aprecian 4 relojes, una placa, el escudo en arte pirograbado y un pendón –todos alusivos al equipo de fútbol Once Caldas–.

También se pueden ver un cuadro con una estampilla de 1959 conmemorativa del título de Miss Universo de Luz Marina Zuluaga, el certificado de sus mil acciones del Once Caldas y las fotos de Bernardo Mesa Abadía –su papá– y de su ídolo político, Laureano Gómez.

La habitación del céntrico apartamento en Pereira no mide más de 8 metros cuadrados. No obstante, en ese reducido espacio hay lugar para la colección de música más grande de Pereira y, sin duda, una de las más numerosas e importantes del país.

“Yo soy coleccionista de música, no de pasta (acetatos)”

advierte Héctor Fabio Mesa Mejía, nacido en Apía – Caldas (aún no era municipio de Risaralda), el primero de diciembre de 1957, y quien siendo un niño adquirió de su padre el gusto por la melodía.

 

Héctor Fabio Mesa Mejía en su cuarto de música

 

Y fue su mismo papá el que un día, exactamente el domingo 26 de mayo de 1963 lo llevó al estadio Fernando Londoño Londoño, de Manizales, a ver el partido Once Caldas Vs. Atlético Nacional, sin saber que ahí germinaba en Héctor Fabio una pasión que literalmente lo paraliza.

El señor Bernardo Mesa Abadía fue un dirigente político de importancia a mediados del siglo pasado: fue concejal y alcalde de Apía en varias oportunidades; secretario privado del gobernador Castor Jaramillo Arrubla, gerente de la Lotería de Risaralda y diputado. Salió adelante vendiendo helados, arreglando mesas de billar, y muchísimo antes de que la diabetes y el Alzheimer le fueran apagando su vida, don Bernardo era un coleccionista de música que armaba tertulias “etílicas”, aún con sus contradictores políticos –los liberales–. Primero fue en Apía y luego en su casa de la Circunvalar, en Pereira.

Su hijo tiene grabados esos momentos en los que él, siendo un niño, era como una especie de “mosco en un vaso de leche”, porque le hacía compañía a su padre en medio de los adultos que escuchaban música colombiana, como los bambucos, la de cuerdas y la bailable; nunca tangos.

“Es curioso, a mi padre nunca le gustaron los tangos”. Pronto Héctor Fabio Mesa aprendió a poner la música en el tocadiscos, a voltear los acetatos del lado A al lado B y a asentar con el mayor cuidado la aguja para no dañar la pasta, quebrar la misma aguja o evitar sonidos incómodos.

Era tanto el gusto de su padre por los Black Star y por el Dueto de Antaño – su preferido -, que como Alcalde siempre los contrataba para la fiesta de bachilleres y el cumpleaños de su municipio.

 

Dueto de antaño, fotos inéditas

 

De nuevo don Bernardo Mesa Abadía le estaba marcando el destino a su hijo más cercano, a ese hijo que sabía que el trago de aguardiente de los tertulianos, especialmente del anfitrión, era doble y la euforia era pletórica cuando Camilo Arturo García Bustamante y Ramón Carrasquilla, con sus voces y las cuerdas de sus guitarras afinadas, empezaban a dejar salir por los parlantes el sonido de “Casas Viejas”, la emblemática canción de su Dueto de Antaño:

“Quién vivió/quien vivió en esas casas de ayer/casas viejas que el tiempo bronceó/ patios viejos olor de humedad/ con leyendas de noches de amor…”

Héctor Fabio Mesa Mejía, quien además ha sido dirigente deportivo vinculado como vicepresidente y presidente de las Ligas de Fútbol y Baloncesto, y del gremio de árbitros de fútbol de Risaralda, estudió hasta tercero de primaria en la escuela Valentín Garcés, de Apía, y en Pereira lo hizo en el colegio Calasanz.

Eran épocas en las que Héctor era un “bicho raro”. Mientras en las fiestas sus amigos de juventud se movían al ritmo del rock, él armaba su propio “parche”.

“Yo me hacía en un rinconcito de la misma fiesta a escuchar mis pasillos, la música colombiana y las baladas de los años sesenta; es que yo andaba con mi grabadorcita, mi aguardientico y mis casetes en una bolsa de trapo que me hizo mi mamá. Mis amigos me tenían bronca; me decían: ahí viene el viejito con la música maluca. Yo empezaba solo y terminaba acompañado, porque a las 3 o 4 horas de escuchar ese ruido (el rock), los amigos del colegio llegaban donde yo estaba”.

Bueno, y si a eso se le agrega que Héctor Fabio es un “mamagallista” y tiene un vasto repertorio de cuentos verdes, era inevitable que la fiesta continuara y concluyera en su rinconcito.

La mayoría de esos casetes fueron los que copió de los acetatos de su padre en una grabadora muy moderna que compró en la época; desde entonces empezó la colección de música y la incontable cantidad de dinero que ha invertido en función de su pasión, aunque él se excusa diciendo que “para esto hay que sacar tiempo; no es tanta la plata, sino el tiempo. Yo le he dedicado el 60 o 70 por ciento de mi vida a la música”.

La canción que no pudo escuchar

Pero de toda la plata que le ha metido a la música, la que más le dolió fueron los 50 mil pesos (toda una fortuna en la época) que debió ahorrar del dinero que le enviaba su padre para sostenerse en Manizales, con el fin de comprar una joya musical: “Era un long play que le sacó Daniel Santos a Julio Jaramillo, que se llama Al Amigo”, dice Héctor Fabio.

“Y lo más verraco” –continúa– “es que cuando yo lo fui a escuchar invité a unos amigos y a unas amigas, y resulta que yo vivía en un apartamento de dos pisos y el teléfono estaba en el de arriba.

Cuando yo lo saqué de la carátula me llamaron al teléfono y lo puse en un taburete, y una amiga que tenía un trasero grande se sentó en el long play y lo partió. ¡Imagínese, yo le metí 50 mil pesos y no lo alcancé a escuchar!

Me tocó seguir comiendo huevito unos tres meses porque toda la platica que tenía para mis gastos personales se la metí a ese long play”.

Desde entonces ha querido reponer esa pieza sin éxito; se dio cuenta de que Alci Acosta tenía uno de esos discos – de los cuales grabaron un tiraje muy reducido –y lo llamó a Cereté–, pero ni lo vende ni mucho menos lo regala. La carátula muestra a Daniel Santos al lado de la bóveda de su gran amigo Julio Jaramillo.

En la billetera carga esa boleta con la que ingresó por primera vez al estadio, en 1963, momento en el que quedó indefectiblemente unido al Once Caldas. “Cuando vi a ese equipo vestido de blanco saltar a la cancha, me transporté”.

Ese sentimiento le ha hecho pasar sustos. “Me he visto a punto de desaparecerme”, dice.

En la semifinal de la Copa Libertadores de América, antes de empezar el partido, se desmayó y se despertó en la enfermería del estadio. La indicación era llevarlo a un hospital. “Yo no me voy de aquí”, les dijo a los enfermeros, y entonces por raticos le ponían la transmisión del partido en un transistor (radio portátil). El cuerpo volvió a ponerse a prueba con el golazo de John Viáfara al Santos, de Brasil.

“El médico me dijo que era el sistema nervioso central, que me podía afectar cualquier parte del cuerpo y que yo no podría volver a fútbol. Yo no siento las piernas y me voy al suelo; se me paraliza el cuerpo, algo así como la “chiripiorca” que le da al Chavo del Ocho. Cuando me tranquilizo recupero la motricidad”.

La tensión cuando juega el Once es tan fuerte, que incluso cuando ve el partido por televisión se pone frío y empieza a sudar.

Su pasión por el “Blanco Blanco” quiso transmitírsela a su hija Andrea Mesa, una comunicadora social que –como su padre– se pone fría y empieza a sudar, pero no por el Once Caldas, sino por el Deportivo Pereira, equipo con el que quedó casada desde cuando su padre la llevó por primera vez al estadio y vio esa fiesta amarilla y roja que se arma con cánticos acompañados de tambores, pitos, silbidos, pólvora, humo de colores y gritos a viva voz para acompañar la salida del equipo desde el camerino hasta la cancha.

Andrea tiene perfectamente grabados en su mente esos momentos en los que, siendo niña, jugaba con sus barbies, y al fondo escuchaba la melodía con la que su padre literalmente ha inundado su casa: tangos música vieja y boleros que se entremezclaban con los clásicos románticos de los años 60 en adelante y que complementaban sus momentos infantiles de solaz.

Del cuarto de estudio de su padre salían los timbres agudos y graves bien articulados y entonados por Raphael, Camilo Sesto, Sandro, Rocío Durcal, José Luis Perales, José José, Paloma San Basilio, Roberto Carlos, José Vélez, y muchos, muchos más cantantes que en cada verso dejan un mensaje.

 “Mi papá siempre fue el encargado de llevar la “buena música” a las fiestas o encuentros musicales y así crecí en medio de esa música romántica que no pasa, que permanece siempre”, dice.

La cumparsita en 9 idiomas

En su época de juventud, Héctor Fabio Mesa era aguardientero; ahora por la edad y por salud ya no son tan frecuentes sus rumbas, y cuando las hace son en su casa, y no pueden faltar el aguardiente sin azúcar, el güisqui, los amigos, una buena picada y la música que él mismo pone dando un clic en su computador, casi 50 años después de que lo hacía al lado de su padre en el nostálgico tocadiscos de aguja.

Así como era 50 años atrás, las tertulias actuales son de política: hablan de los azules, los rojos, los naranjas, los blancos, los verdes y de todos aquellos partidos que ni su ortodoxo padre conservador ni sus contertulios liberales, ni mucho menos el doctor Laureano Gómez se imaginaron que llegaran a existir.

Vive para la música; desde muy temprano en la mañana empieza a escuchar y a ordenar sus casetes (tiene más de tres mil) y las canciones que almacena en varios discos duros de su computador y en discos extraíbles; en las noches, luego de la jornada laboral, continúa con esta rutina que ha tenido toda la vida.

“Yo soy un hombre feliz con mi música, dice. La música para mí es lo máximo, yo creo que igual a eso no hay nada”.

Héctor Mesa, que además tiene el mérito de haber estado en las 36 ediciones de la Copa Ciudad Pereira (el torneo de fútbol aficionado más importante del país) como integrante de la Comisión Disciplinaria, al lado de Augusto Ramírez González (fallecido en enero de 2018) y del periodista Hugo Ocampo Villegas, recibió hace pocos días un regalo de otro de los más connotados coleccionistas de música de Colombia, Jairo Ospina, con el que guarda algún parentesco cercano.

“Me mandó 4 teras de música, que eso es un camionao muy tenaz, y ahí estoy organizándola; en estos días “cacharriándola” descubrí una carpeta de música grabada en 1901, que eso es una cosa espectacular, y ahora la tecnología permite remasterizarla, es decir recuperarla”.

Así es el orgullo de cada coleccionista: Hablar de lo que es único, escaso o raro. Entonces, es cuando Héctor Mesa habla de que tiene La Cumparsita, “el tango de los tangos”, en 9 idiomas, incluyendo el indio, y a los Panchos y a Juan Gabriel cantando en japonés.

El éxtasis para este coleccionista es el pasodoble Feria de Manizales. Lo tiene cantado por Olimpo Cárdenas con el Trío Caldas, y una versión declamada por Eucario Bermúdez. De este himno caldense tiene 87 versiones diferentes.

Guillermo González Ospina fue el poeta, nacido en Belén de Umbría, Risaralda, que se inspiró en 1955 para escribir: “Fiel surtidor de hidalguía/Manizales rumorosa/bajo tu cielo de rosa/canta el viento su alegría. Tan dulce es la tiranía de tu belleza preclara, que antes de que yo te amara mi corazón te quería”. Y fue el español Juan Mari Asíns, de la agrupación taurina “El Empastre”, quien la musicalizó, para estrenarla en la Feria de enero de 1956.

La muerte de González Ospina fue trágica: un muro le cayó encima cuando intentaba ponerse a salvo en el terremoto del 30 de julio de 1962 en Manizales, que dejó 4 muertos, entre ellos a él.

Entre sus oficios, Héctor Fabio manejó el almacén de licores de Risaralda, una oportunidad única para conocer a los empresarios de la rumba en Pereira, y por ese nexo terminó compartiendo en fincas privadas con grupos y cantantes como Los Visconti, Roberto Ledesma, Leo Marino y Bienvenido Granda, entre otros.

Se declara un admirador de los tangos, de la música antillana y de la cubana.

“Esas voces cubanas son sin igual. Yo colecciono de todo, menos de esa cosa que para mí no es música: reguetón y metálica”.

Tiene el pasodoble “El Beso” cantado al revés: se llama “Le sobe”. En su discoteca hay un lugar para Sandro, que interpreta la Potra Zaina, y para Camilo Sesto, quien canta en 4 idiomas; su reciente muerte (8 de septiembre de 2019) ha sido uno de los tragos más amargos que ha padecido Héctor Fabio Mesa, junto con la partida de José José (28 de septiembre de 2019).

Entre su colección tiene además a Daniel Santos cantando tangos y rancheras con su cuarteto de Flores, con la Sonora Matancera y con los grupos musicales que él fundó.

Sin embargo, él dice que la joya de la corona es una grabación audible de 1850, remasterizada en Medellín; es música instrumental de la que ponían en los salones y las mujeres la bailaban con sus largos trajes hermosos.

CD solo para godos

Como buen coleccionista, una vez sorprendió a los propios manizaleños con una versión de “Manizaleña” del año 1963 cantada por Heleno, desconocida en la capital caldense. Héctor Fabio Mesa aún no ha podido descubrir si ese tema fue grabado en Radio Manizales o ya Heleno lo traía grabado.

A Bogotá Héctor Fabio se fue a buscar a Mario Grenet, un cantante uruguayo que asistía a las Ferias de Manizales y que, según la leyenda popular, se enamoró en esa ciudad de una prostituta que lo llevó a la indigencia. El cantante de tangos y milongas se convirtió en un lustrabotas alcoholizado, con el que Héctor Fabio conversó largo rato, antes de que ambos se dirigieran a la casa en Ciudad Bolívar en busca de una versión de la Feria de Manizales grabada por este cantante, y que a partir de ese momento hace parte de su colección de música.

En Pasto también encontró otra versión de La Feria de Manizales, grabada por Olimpo Cárdenas.

“Yo trabajaba para una empresa de camisas a nivel nacional, y entonces entré a una tiendita y pedí, por no dejar – casi seguro de que no la tenía -, la Feria de Manizales; tal fue mi sorpresa cuando el tendero me dijo que tenía una y que lo esperara porque la iba a traer de la buhardilla; y efectivamente era la voz de Olimpo Cárdenas; se la pedí prestada para grabarla y al día siguiente se la devolví y nos pegamos otra rasca”.

De entre sus muchos discos compactos (CD) extrajo dos que resumen su vida: el primero titulado “Solo para godos”. Fue una compilación de temas que empiezan con el “Glorioso himno al Partido Conservador” continúa con el himno nacional (de Tito Schipa), el programa conservador de 1849 y discursos de Laureano Gómez, Belisario Betancur, Gilberto Alzate Avendaño, Guillermo León Valencia, J. Emilio Valderrama, Mariano Ospina Pérez Misael Pastrana Borrero, y dos vallenatos godos.

Y el otro CD es en memoria de su padre, Bernardo Mesa Abadía, con temas con los que Héctor Fabio rinde homenaje a ese “comprador tenaz de música colombiana”, a “esa persona que solucionaba las dificultades de los más necesitados”, a “ese ser humano que quería mucho a Apía”, al hombre que “renunció a un alto cargo para hacerse liderar el centenario de Apía, y gratis”; al padre que le supo entender la indisciplina en el colegio, actitud compensada por sus buenas notas.

“Mi papá fue realmente un hombre maravilloso”, dice.

En el pequeño estudio de su apartamento, archivadas en varios discos duros, reposan más de 4 millones 500 mil canciones, una de las colecciones más grandes y de mejor calidad que tiene Pereira.

 

 

En 1937, cuando tenía 19 años de edad, el músico argentino Mariano Mores (Buenos Aires, 18 de febrero de 1918 – 13 de abril de 2016) se fue en busca de su novia Myrna; alquiló para él y su madre una pieza pequeña pintada de azul, que debía restaurar periódicamente con cal y jabón de ropa, porque sus paredes se descascaraban; allí compuso su primer gran éxito: el tango Cuartito Azul, que ha sido célebre en voces de Ignacio Corsini y Ángel Vargas, y también de Francisco Amor en la orquesta de Francisco Canaro.

Héctor Mesa también tiene su cuartito azul. Ese recinto sagrado por el que ha transcurrido su vida:

“Cuartito azul, dulce morada de mi vida/ fiel testigo de mi tierna juventud/ llegó la hora de la triste despedida/ ya lo ves, todo en el mundo es inquietud. /Ya no soy más aquel muchacho oscuro;/ todo un señor desde esta tarde soy. /Sin embargo, cuartito, te lo juro, /nunca estuve tan triste como hoy”.

Comunicador social periodista, Especialista en Gerencia de la Comunicación Corporativa

3 COMENTARIOS

  1. En esta entrevista se afirma lo siguiente:

    “… que la joya de la corona es una grabación audible de 1850, remasterizada en Medellín; es música instrumental de la que ponían en los salones y las mujeres la bailaban con sus largos trajes hermosos”.

    Técnicamente eso es imposible. El fotógrafo se inventó en 1877, el primer aparato capaz de reproducir audio. Antes, en 1857, se había patentado el fonoautografo por un francés llamado Edouard Leon-Scott, capaz de grabar sonidos pero no de reproducirlos. En 2008 con ayuda de computación, se reprodujeron por primera vez algunas de estas grabaciones, pero la más antigua es de 1860, un señor tarareando una canción francesa. No creo que ese invento hubiera llegado nunca a Medellín y menos en esa fecha y menos probable aún, que se hubiera transferido a audición. Habría que corregir eso que puede ser un error del periodista o una inexactitud del coleccionista.

  2. Hola: leyéndome un artículo que está en “La cebra” sobre un coleccionista de música, Héctor Favio Mesa, un hijo de don Bernardo Mesa, él afirma ahí lo siguiente:

    “… que la joya de la corona es una grabación audible de 1850, remasterizada en Medellín; es música instrumental de la que ponían en los salones y las mujeres la bailaban con sus largos trajes hermosos”.

    Técnicamente eso es imposible. El fonógrafo se inventó en 1877, el primer aparato capaz de reproducir audio. Antes, en 1857, se había patentado el fonoautografo por un francés llamado Edouard Leon-Scott, capaz de grabar sonidos pero no de reproducirlos. En 2008 con ayuda de computación, se reprodujeron por primera vez algunas de estas grabaciones, pero la más antigua es de 1860, un señor tarareando una canción francesa. No creo que ese invento hubiera llegado nunca a Medellín y menos en esa fecha y menos probable aún, que se hubieran transcrito a audición. Habría que corregir eso que puede ser un error del periodista o una inexactitud del coleccionista.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.